SIN
JUSTICIA SOCIAL NO HAY NACIÓN.
LA JUSTICIA SOCIAL Y EL LIBERALISMO,
EN CUALQUIERA DE SUS MODALIDADES, IZQUIERDISTA O DERECHISTA, SON PROPUESTAS
IRRECONCILIABLES. AMBAS ENEMIGAS DEL PUEBLO Y DE LANACIÓN.
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE DESCRIBE
LA VERGONSOZA EXPLOTACIÓN HUMANA DURANTE UN GOBIERNO LIBERAL, SIN QUE, PARA
IMPEDIRLA, MUEVAN UN PELO LOS HONORABLES DIPUTADOS Y SENADORES “DEMOCRÁTICOS”
EL LIBERALISMO
ESTÁ ENVENENADO DESDE SUS ORIGENES JUDEO/CALVINISTAS; DISFRAZADO DE
“DEMOCRACIA” . ES EL GOBIERNO
DE LOS RICOS CONTRA LOS POBRES, REPUDIANDO
Y ESCLAVISANDO A LOS ABORÍGENES, A LOS POBRES, A LOS GAUCHOS, PROVOCANDO MISERIA
INAUDITA.
DE LA VIDA DE LOS HACHEROS EN
LA SELVA MISIONERA, POR EJEMPLO, SE CUENTAN ESCENAS ACIAGAS Y TREMEBUNDAS. SERÍA APROPIADO QUE
LOS POLÍTICOS LADRONES QUE TANTO ABUNDAN EN NUESTRO PAÍS, RETRIBUYAN CON SU
TRABAJO DE HACHEROS, HASTA SALDAR LO QUE ESTAFARON. AUNQUE SON MUCHOS HAY MADERA PARA TODOS.
Habían empezado a tenderse
las líneas férreas y, también, a encadenarse
el hombre a su destino de paria. Comenzaron las levas del trabajo. Y el
sufrimiento se hizo ley de los pobres. Con el tiempo se perfeccionó el régimen
de la explotación, la voracidad del capitalismo se acentuó, fue más inicua su
acción y el derecho fue sepultado por la necesidad. El pobre hachero se volvió
más pobre y si bien, en los cincuenta
años que lleva este nuevo régimen, ha hecho germinar dentro de sí una vaga idea
de rebelión, sigue, sin embargo entregando su vida al obraje por necesidad. ¿ Qué otras perspectiva tiene y hacia donde
dirigir sus pasos?
Ahí está el obraje. Los
jornales prometidos son buenos. Y aunque sabe que será engañado, el peón se
dirige al obraje. “a lo mejor… quien sabe”, son sus susúltimas palabras
de esperanza. Y se alista. Luego , el obraje se apodera de él.
¿ Y qué es el obraje? El
obraje es una institución. Pero antes es un capital. No necesita el obrajero,
por desgracia, una gran fortuna para instalarse. Le bastan unos
miles y un largo y cómodo crédito comercial.
Y premunido de sendos
contratos de leña, cerca de una línea férrea, en pleno bosque, este pequeño
capital se instala y, a poco, constituye el centro de una vasta organización .
Ahí está el aserradero, la pequeña choza del patrón, el carro aguador que ha de
transportar el agua hasta los campamentos, cuando estos, a medida del trabajo,
se internan más y más en el monte. Pero, también ahí está la proveeduría: única
razón del obraje. No hace falta más. El industrial se ha instalado y comienza su labor de caza. El contratista,
mano larga del obraje, conduce, atrapa y entrega al peón .
Han arribado ya las largas
caravanas de los desheredados. Y en torno a aquel pequeño capital, se han
reunido los hombres, constituyendo un centro de población. Ahora ya se ven
carros, “zorras”, animales, útiles de trabajo. Ya se ven las primeras chozas y
ranchos. Y, en medio de la selva, poco a poco, se va formando el enjambre y un
murmullo de actividad resuena como el canto del mar, y mientras se espera la
orden del trabajo, que no tarda en llegar o que llega cuando han contraído
nuevas deudas con el patrón, se bebe y se juega hasta entregar al obraje el último centavo de anticipo
contractual.
Por fin el enjambre se
dispersa. Los parias se internan en la maraña del bosque. Los carros y los animales
les siguen y, pronto, en aquel primitivo centro donde una población
pretendía echar los cimientos de una
sociedad, el ruido del trajín y de la alegría se apaga.
Los hombres con sus
esperanzas, con sus sentimientos rudimentarios de asociación, con sus atados de
ropa, con todo lo que trajeron, han sido devorados por el bosque, sepultados en
la vastedad del silencio, bajo las frondas que cubren sus sacrificios inútiles.
Allá distante el uno del
otro, el hachero vive, trabaja, come, duerme, sufre, muere. Largas distancias le separan de los que, como
él han sido distribuidos por la organización despiadada del obraje. Allá ,
ahora resuena el eco de las hachas, Pero no se oyen las queja del dolor de los
cuerpos, y sólo de vez en cuando el canto de una vidala, lleno de emoción y de
pena.
El trabajo es libre, el
hachero no tiene horario ni control. Trabaja a destajo. Forma la pila de leña.
El obraje la recibe cercenada, disminuida. Los carros la recogen para transportarla al lanchón de embarque, sobre
la línea del tren, o al lugar donde espera el horno para la elaboración de
carbón. Los sábados, o una vez al mes el peón se
dirige al “pueblo”, entrega su libreta , recibe la proveeduría , constatando
que se le roba , bebe , grita , juega y vuelve a su rincón , en el bosque , a
uncirse pacíficamente al yugo del trabajo.
El peón está indefenso frente
a la poderosa organización del obraje. Al industrial lo ampara la ley. Porque
la ley ampara al capital. Al hachero no le ampara nadie. ¿Dónde está el Estado?
¿Dónde quien legisle por él, quien le guíe o
socorra?¿Donde quien le escuche o comprenda? No tiene a nadie.
El Estado es una palabra en
boca de algunos gobernantes. Las más de las veces, hay entre esto y los
industriales un mutuo acuerdo, un perfecto entendimiento y, acaso, la misma
vocación. Como resultado de esta armonía de intereses recíprocos, el obraje
representa al Estado en el bosque, con sus policías, con sus jueces, con sus
recaudadores, con sus receptores, nombrados por indicación del patrón. Y
representa a la ley del Estado con todo el rigor y el imperio que la ley tiene para el paria , por el débil ,
por el desheredado. El ejercicio de tan amplias facultades, en cierto modo,
delegadas por sus gobiernos, convierten al obraje en una institución.
Ahora bien ¿en qué se
diferencia nuestro obraje del obraje de antaño? En
nada, absolutamente. Por el contrario el régimen de la explotación se ha
perfeccionado y sus procedimientos se han hecho más arbitrarios. Lo mismo que antaño, el hombre es cazado, el
hombre es engañado, y esclavizado. Lo mismo que antaño la justicia es endeble,
el trabajo cruento, el sufrimiento inútil, el dolor despreciable. Pero los
indios tuvieron, por lo menos, una legislación de amparo que constituye todavía
el orgullo de España y que hoy, tres siglos después, no tenemos.
De nada han valido las
fuertes raíces de nuestra tradición agrícolo-ganadera ni las enseñanzas del
nativo que permitieron a los españoles
sembrar las llanuras santiagueñas. El obraje de paño ha sido substituido por
este nuevo obraje que, aparte de la explotación humana y la devastación
forestal, ha arruinado a la provincia y ha dejado sus campos sembrados de
troncos e inútiles para la labor agraria.*
Oreste
di Lullo
(Publicado en la revista Dinámica Social, hace más de sesenta años).
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