viernes, 31 de agosto de 2018


        AUTORIDAD POLÍTICA O ANARQUÍA E INSEGURIDAD;                             
cuya expresión más notoria es el gobierno, obstinadamente liberal,  anodino y cipayo, de Makri.

“El hecho más grave en el día de hoy no es la desobediencia generalizada en los hijos, en los estudiantes, en los obreros, en los ciudadanos, en los que están en filas, en los sacerdotes. Lo más grave, lo peor de esta crisis, es la dimisión de los titulares de la autoridad, su perpetua vacilación, su demora en reaccionar, su incapacidad para decidir, para reaccionar, para castigar”.
+Profesor Jordán Bruno Genta: “Seguridad y Desarrollo”, pg.62.

jueves, 23 de agosto de 2018


Feminismo
Tremolan  trapos rojos y otros multicolores para acabar con la familia .

Luego de mi notita “Los trapos rojos” donde aclaro que. aunque el periodismo cómplice quiera disimular la ideología de los piqueteros que tremolan los trapos rojos, estos son plenamente comunistas o compañeros de ruta. Los periodistas son personajes muy peligrosos que, por escrúpulos o hipocresía, u obligados por sus amos, disimulan su apoyo al marxismo o al progresismo, acompañando la política subversiva clasista, desde la vereda de enfrente.
En la España roja, aún antes de 1931, el periodismo tuvo una incidencia fundamental en la divulgación del odio marxista; tal cual está sucediendo en nuestro país. La política subversiva es idéntica. Si lo mismo sucede en todas las latitudes, ¿Quién maneja entonces el periodismo mundial?
Los mismos piqueteros flameando los mismos trapos rojos, se prenden con cualquier pretexto, en cualquier manifestación, con tal de provocar disturbios. También se prenden, por supuesto, las “chicas” que manifiestan su liberalidad con los pechos al aire, orgullosamente prostituidas.
Estas damas -¡si al menos fuesen bonitas, y no pintarrajeadas para tratar de disimular su vetustez, que exhiben tanto las  jóvenes como las  maduras pasaditas de edad- se proponen liberarse de todas las trabas, o sea de todo lo que no sea su egoísmo infernal. Quieren quitarse de encima marido, hijos –abortando- (o que se los crie la abuela), familia, decencia y dignidad, sus obligaciones patrias, y fundamentalmente a Dios, o sea la moral católica; la gloria de ser mujer. Pretenden subvertir la vida entera desde la intimidad.

miércoles, 22 de agosto de 2018


A propósito de la asonada en plaza Congreso, de Buenos Aires.

LA UTOPÍA ODIA EL ORDEN NATURAL Y ODIA LA VIDA HUMANA.
La utopía, en todas sus formas y variantes, es siempre enemiga de la vida moral humana y, al final, hasta de la mera vida humana, a secas.

El utópico es el insatisfecho peligroso que, so capa de reformar el mundo, lucubra deducciones infinitas sin nexo alguno con la realidad y la experiencia.

¿Que  la verdad, la naturaleza y la inducción más elementales nos señalan la dirección contraria? Peor para todas ellas. La violencia y la saña a la que pueden llegar los filántropos no conoce igual en los anales de la delincuencia común. Acostumbran estos benefactores de la humanidad a dejar tras de sí un reguero de sangre, espeso como su soberbia.

La bestia negra de los utópicos es el “sentido común”.

Hace ya mucho tiempo que los utópicos más delirantes están al timón de nuestros gobiernos.
Pero piénsese que la clase dirigente de las revoluciones y de los regímenes utópicos está formada por los “ofendidos” imaginarios, por marginales y asociales, incapaces de ceñirse a la regla común de la obediencia moral.

No es infrecuente que en tiempos de revolución sean los pervertidos, los lunáticos, los ineptos, las meretrices o lo contrahechos los que vean en esos falsos ideales utópicos la ocasión –que creían definitivamente perdida- de redimirse socialmente. Y así las depuraciones más feroces las dirigen los incapaces más palmarios, encendidos por un celo febril.

Y así también, las ideologías más odiosas ofrecen la oportunidad al cornudo y al tímido psicológico de convertir su rencor en motor de una catarsis social diabólica.   Sea el feminismo, la alianza de civilizaciones, la eugenesia luciferina, los derechos polisexuales, el animalismo o la llamada violencia de género, nos ofrecen el espectáculo de la iracundia cuasi sagrada aureolando los rostros más ramplones, marcados por la frustración, pero que parecen elevarse hasta el séptimo cielo de la indignación utópica mientras pontifican desde su ignorancia.

Pero guardémonos de menospreciar esta morralla, pues de esa sentina surgen las levas que están acabando con los últimos vestigios de la vida tradicional, racional y conforme a la naturaleza.

Bueno, de ahí y de la tibia convivencia de los católicos liberales, siempre tan preocupados por dar la perfecta inclinación cervical ante el poder constituido, venga de donde venga. La furia utópica no descansa y, lo que es peor, cada vez encuentra menos resistencia para alcanzar sus objetivos de refundar la realidad al margen de la ley natural.

Disipemos rápidamente el conjuro brujeril de quienes piensan obrar conforme a su deber humano y cristiano desgañitándose para defender como última Thule moral la oposición al aborto provocado y a lo que vagamente denominan “familia” (incluyendo una relativa libertad de iniciativa educativa y el matrimonio).  No es que esos bastiones no formen parte irrenunciables de la ley natural, en cuya defensa, por cierto, cabe un mayor recurso a la fuerza del que se estaría dispuesto a admitir desde esa trinchera (la violencia es mala, venga de donde venga, nos amonestarán, repudiándonos).

El problema es que la moralidad natural es un todo coherente e irrenunciable en sí mismo.

No sólo en sus expresiones normativas (haz esto y evita aquello), sino, y esto se olvida frecuentemente, en sus condiciones de ejecución. La exigencia de la moral natural –la moral natural en el sentido natural- ni se ciñe a esos dos ejes de “familia” y “vida” (ni menos al esquelético mínimum con que se presentan), ni se limita a las obligaciones mismas, sino que abarca todas las condiciones previas que permitan ese cumplimiento. Ése es el fundamento de la doctrina política católica y no ningún capricho autoritario.

No se trata de confundirse sobre la viabilidad social de estos reclamos. Hace demasiado tiempo que cruzamos todos los límites y toda futura y eventual reconstrucción, salvo milagro, será dolorosa, dura, combatida y lenta.

Se trata de no confundirse sobre la naturaleza de nuestra moralidad ni sobre el alcance de nuestra doctrina. Como diría Madiran, se impone un gran esfuerzo de clarificación. Antes de nada.

EL BRIGANTE.
http//iotaunum.wordpress.com.


, La  “virtuosa” democracia anglosajona, adoptada e  impuesta por los liberales argentinos, sobre un país que la rechazaba, pues  repudiaba nuestras características nacionales, y nuestra auténtica razón de ser, explica el fracaso humillante de la escandalosa  y taimada política liberal, desde Caseros hasta la actual política de Makri, nuevo Kerenski, que finalizará, si Dios no lo impide,   en el diabólico gobierno universal de la plutocracia atea judeo-calvinista..  La democracia liberal y fraccionadora abona el crecimiento desmesurado del imperialismo, sea capitalista o marxista.

Alberto Falcionelli

En su libro: “El camino de la revolución”, del que extraemos alguno párrafos, ridiculiza acertadamente las palabras de Montesquieu; “LA VIRTUD ES EL RESORTE Y LA FUERZA DE LA DEMOCRACIA” diciendo, pg. 205: 

“La historia de estos dos últimos siglos, que es la de esta fórmula bajo todas sus formas imaginables, revela, sin la mínima excepción en los hechos, que toda democracia tiende a la degradación de los ciudadanos y al desmembramiento de la sociedad, a través dela corrupción de sus dirigentes visibles, por obra de los dueños, casi siempre invisibles, del dinero, en cuyas manos el sistema acaba siempre por caer”.  

Conceptos que exponen plenamente la política argentina desde hace muchas décadas. La democracia ha fracasado en el mundo, aunque los liberales que la usufructúan la pinten dorada.  Es el gobierno de una secta que no representa realmente ni al pueblo ni a la Nación; sino a los intereses de las fuerzas ocultas poseedoras del oro del mundo. Porque la “virtud”, mal que les pese a Rousseau y a Montesquieu, no está en la base del sistema democrático; ni de persona alguna. Luego de exponer algunos datos, que muestran la corrupción democrática en Inglaterra y en USA, afirma que la democracia es filosófica e históricamente, un régimen corrupto y corruptor. Tanto es así, que la democracia liberal (que de la cual tratamos), se caracteriza históricamente por estar integrada por una clase dirigente corrupta, o complaciente con el delito, que somete corrompiendo a un pueblo tan manipulado, que siempre recae en confiar en los mismos políticos demagogos que lo engañan permanentemente.                                                                

A continuación Falcionelli explaya su argumento:

[…] ¿Y la misma democracia inglesa, cuya virtud, al término de un siglo de puritanismo victoriano, recibió aclaraciones suficientes con el escándalo Marconi, del que sacó su gloria –y su fortuna- el recientemente fallecido sir Herbert Samuel; con los negociados ininterrumpidos que, después de la última guerra, enriquecieron a los virtuosos sindicalistas del British Labouur Party, sublimados a ministros de Su Graciosa Majestad por un cuerpo electoral embargado por sueños de dolce vita; con el asunto Keeler-Ward que, con su telón de fondo de prostitución, de espionaje y de homosexualidad, alcanzó indeleblemente al hasta entonces inatacable partido conservador a través de las hazañas amatorias del Ministro  de Defensa y Consejero privado de la reina, el inefable John Profumo; con su partido laborista, cuyo jefe, en el momento de su retorno al poder en octubre de 1964, proclamó ante las Comunas: “Nosotros, verdaderamente, somos quienes podemos dar el buen ejemplo”; ese mismo Harold Wilson que4, nuevo David, para poder instalar en Downing Street a su dilecta secretaria Marcia Williams inauguró su reforma moral de la nación británica enviando al marido al Extremo Oriente, y violó de entrada las leyes de seguridad asumiendo como asesores personales, con remuneraciones fastuosas, a los húngaros T. Balogh y Nicholas Kaldor, apodados Buda y Pest respectivamente, economistas tan estrafalarios que, deflacionista y proteccionista el primero, inflacionista y librecambista el segundo, lograron llevar a la quiebra total la e4conomía de Ghana y de la Ginea británica, antes de hacerse cargo dela responsabilidad de destrozar definitivamente la libra esterlina; ese mismo Wilson que, entre sus ciento dos ministros y subsecretarios –cifra fabulosa y única en los anales históricos de la Gran Bretaña- puede contar con el virtuosos “hijo de miserables proletarios”, como le complace definirse a sí mismo, quiero decir, aquel Harold Laver que, al despertarse ministro, se compró, en el muy snob Belgravia Square, un modesto departamento de veintidós habitaciones, desembolsando cuarenta mil libras esterlinas.
¿Será necesario hablar de la democracia norteamericana, en la que no pocos presidentes, siendo L.B.Johnson el último de la lista, debieron su fortuna política a sus “dedos de oro” o a la de su esposa, esto es, a su habilidad para enriquecerse con una rapidez que allá, ha vuelto moneda corriente la acusación de cohecho? Esa misma democracia norteamericana que se revela impotente para que las asociaciones de delincuentes, organizadas como sociedades anónimas del crimen y de la violencia, ejerzan su presión sobre la comunidad por el cauce de las más peligrosas y delictivas uniones sindicales, forma tecnocratizada de las que fueron los gangs de los “años sin ley”.
Finalmente, ¿qué decir de la nuestra, con sus negociados en cadena sobre el trigo, la carne, el petróleo, los ferrocarriles, las aduanas, la moneda, y qué decir también de las demás democracias latinoamericanas? ¿Cuándo, por ventura, sacaron su resorte y su fuerza de la práctica de la virtud?
Nunca jamás, en ningún país, en ningún lugar del mundo, donde la fórmula democrática se haya asentado, la corrupción de arriba dejó incólume a sector alguno de la sociedad. Si es cierto aquello que decían los primeros teóricos del liberalismo acerca del “poder que corrompe”, sólo puede serlo en cuanto y tanto quienes logran ejercerlo, después de haber pagado la cuota exigida para obtenerlo, esto es, corrompiéndose antes de alcanzarlo lo utilizan luego para rebajar el cuerpo político a su propia medida. El poder no corrompe, sirve para corromper corrompiéndose. Y, en ningún régimen como en el democrático esta metodología de la corrupción descendente logra explayarse con tanta facilidad.
No existen, nunca existieron, hombres virtuosos por gracia de nacimiento. El hombre nace débil y dispuesto a todas las acciones, las malas como las buenas. Y cuando el ejemplo no le viene de aquellos a quienes cabe la misión de orientarlo, esto es, cuando leyes justas y severas ecuánimemente aplicadas no lo constriñen, cuando los de arriba son los primeros en violarlas, la virtud no es más que una palabra vacía, y la sociedad se despedaza. El espectáculo de descomposición general que ofrece la sociedad contemporánea, en la que las costumbres privadas han caído tan bajo como las costumbres cívicas, no es sino la consecuencia de la corrupción de los gobernantes desatada por la fórmula democrática. Y nadie osaría sostener sin provocar conmiseración que esta descomposición podría remediarse volviendo a las “verdaderas prácticas de la democracia”, por honestos que fuesen quienes lograsen encabezarla algún día. Y ello justamente porque estas prácticas no podrían ser verdaderas más que fundándose en una petición de principios, dada por descontada la presencia del hombre virtuoso por gracia de nacimiento.
Así como el fisiólogo únicamente debe satisfacerse con describir, al término de sus experimentos, las condiciones en que tales órganos  pueden vivir y otros no, pero no puede crear “coleópteros sanos”, “monos sanos” o “perros sanos”, ninguna ley política  sería capaz de engendrar “ciudadanos virtuosos” o “dirigentes virtuosos”. La razón fundada en la observación solamente puede intentar descubrir las normas, por demás muy flexibles, que, correctamente elaboradas y obedecidas, han de concurrir a un mejor funcionamiento político de la sociedad. Pero nunca las descubrirá partiendo del supuesto del “hombre virtuoso”, por cuanto el hombre puede llegar a ser virtuoso, como persona, mediante su propio esfuerzo, no como ciudadano, a través de una moral colectiva creada a estos efectos. Por consiguiente es un absurdo pensar que un sistema político pueda fundarse en la virtud innata.
Esto e un dato concreto, confirmado por milenios de historia explorada, y al que tenían en cuenta con sumo cuidado el sistema dinástico y todo otro modo de gobierno que no fuera democrático, esto es, en línea general todos aquellos regímenes políticos que tuvieron vigencia en Occidente  desde la fundación de la primera ciudad griega hasta el estallido de las Luces. Desde hace dos siglos, esto es, a partir del momento en que los aficionados lograron adueñarse del poder político, el sistema democrático, lejos de promover el florecimiento de las virtudes ciudadanas, solamente a difundido la corrupción hasta los órganos antaño mejor protegidos contra ella, por la eliminación de los obstáculos que el instinto de supervivencia de las sociedades podía oponerle con la presencia vigilante de los cuerpos intermedios. Si es cierto que el ejercicio de la democracia exige la práctica de la virtud más celosa, la historia de estos doscientos años no nos ofrece un solo ejemplo de democracia que haya actuado conforme a su esencia. Por el contrario, nos muestra que, una vez sumadas todas las experiencias que se han registrado en este ya demasiado largo período histórico, dicha forma de gobierno es la que, más sistemáticamente, ha violado el interés general de las naciones, el de los grupos naturales y profesionales, de las familias y de los individuos.
Lo dicho hasta ahora solamente significa que, reducida a la impotencia por la petición de principios inicial que acabamos de analizar, la fórmula democrática ha acabado ejerciéndose por doquiera por encima de un vacío político casi absoluto que, poco a poco, ha dado paso al imperio  incontrolado de oligarquías financieras y de asociaciones de camorristas que se han visto inducidas  a considerar los partidos políticos como simples vehículos de sus operaciones. Ésta es la única fuerza, el único resorte de las democracias contemporáneas, fuerza y resorte que se expresan a través de la asociación entre plutocracia y subversión.
Pues bien, esta asociación se ha dado a partir del momento en que los dueños del dinero cayeron en la cuenta de que sus contrincantes del partido de la revolución perseguían el mismo objetivo que ellos. De donde, naturalmente, tenían que considerar el tema de la coexistencia pacífica como aquel que, en las circunstancias que habían ido creándose a través de la guerra fría, mejor podía favorecer sus intereses. Así es como, una vez más, han coincidido con todos los movimientos progresistas que habían ido afirmándose a partir de 1956 en sentido ideológico y que, a su vez, han encontrado en la internacional financiera, sobre todo merced a la victoria de la Nueva Frontera, la colaboración que les había faltado hasta entonces para que sus maniobras tendientes a la captación del poder surtieran por fin resultados positivos.
2.- Para aliarse con los agentes más activos de aquello que llaman “capitalismo podrido”, los comunistas, por lo demás, no tuvieron que forzar su naturaleza, ni se vieron obligados a ninguna maniobra táctica reñida con el decálogo dela dialéctica de la acción. Porque necesario es entender que su actitud desprejuiciada ante los ofrecimientos de la plutocracia proviene de su naturaleza misma, que es fruto de una relación directa del marxismo con el liberalismo, y que, sin éste, aquel resultaría inexplicable, tanto en la praxis como en la doctrina. Siempre es conveniente tener presente este tipo de relaciones si se quiere explorar sin correr el riesgo de equivocarse la historia política de nuestro tiempo…





A DEFENSA PROPIA, LA PENA CAPITAL Y EL SERVICIO MILITAR       ¿SON ANTICRISTIANOS?

El señor Albert C. Walsh respondió a esas preguntas, en la revista Verbo de octubre 1981, afirmando : “la Iglesia Católica siempre sostuvo el derecho a usar la fuerza en defensa propia, el derecho a imponer la pena de muerte al culpable y el derecho a matar en guerra justa”; y también el derecho a establecer el servicio militar, para endurecer la voluntad, y ennoblecer a la juventud en el amor a Dios y a la Patria, alejándola del hedonismo corruptor.
Por mi parte, agrego a la antedicha las siguientes preguntas: ¿la defensa propia, la pena capital y el servicio militar atentan contra el sentido común, o contra la prudencia política? De ninguna manera, son actos de justicia, que más bien, en algunos casos, son de imprescindible necesidad para acabar con la anarquía y la corrupción moral y política. Si la enseñanza milenaria de la Iglesia, el sentido común y la prudencia política admiten esos recursos, es porque protegen el Bien común. Eso sí, para su ejecución, debería existir un Estado soberano, y una Justicia proba e insobornable, que sepa, además, atemperar el juicio misericordiosamente, cuando el bien del alma del condenado lo requiera, como pide razonablemente el Padre Castellani.
En el estado anárquico de nuestro país, con un gobierno cipayo, una Justicia estragada y un pueblo corrompido, debería considerarse la posibilidad, de alguna manera, de su aplicación; aunque ni el Estado ni la Justicia sean actualmente propicios; ni el Ejército parece dispuesto a asumir su función de luchar por la paz; En nuestro país hay crímenes y delitos tan monstruosos, manifiestos, y atestiguados que hacen conveniente la aplicación de la pena capital.
De manera que la Defensa propia, la Pena capital y el Servicio militar tienen una vigencia política fundamental en la vida sana de la Nación. Aunque pataleen las “multinacionales” progresistas y “zurdas”, que fomentan la corrupción. Para acabar con los gravísimos males actuales contra el pueblo y la Nación.

A continuacion el artículo del señor Walsh:
E
s un mito pacifista que Jesucristo y la Biblia prohíben el uso de la fuerza aún en defensa propia, que condenan la pena capital y proscriben la guerra. Jesucristo y la Biblia no hacen nada por el 
estilo.

Los pacifistas citan dos importantes dictados bíblicos, en el Antiguo Testamento el mandamiento: “No matarás”, y en el Nuevo Testamento el consejo de Jesús: “Da la otra mejilla”. Desde estas dos fuentes construyen ellos principalmente su teoría de la no-violencia y pacifismo “cristianos”. Claman diciendo que la muerte deliberada de un ser humano no está nunca justificada, por lo tanto concluyen que es inmoral usar la fuerza mortal para repeler los ataques criminales, para ejecutar a los criminales, y aún para usar las armas en la guerra.

Con respecto al mandamiento “No matarás”, se debe hacer una distinción entre la muerte justificada y la muerte injustificada de un ser humano. Todos estamos de acuerdo en que una muerte injustificada y deliberada de un ser humano es inmoral, lo que sería un asesinato, y el mandamiento ciertamente prohíbe el asesinato. Y hubieron asesinatos y graves errores morales antes de que los mandamientos les fuera dados a Moisés. Fue también un asesinato cuando Caín mató a Abel.

Moisés no solamente recibió los Diez Mandamientos. Él preparó un detallado código de leyes basado en los Diez Mandamientos. Su Código se encuentra principalmente en los libros bíblicos del Éxodo, Levítico y en el Deuteronomio. En su Código de leyes Moisés establecía que la pena de muerte debía ser impuesta por varios delitos: adulterio, blasfemia, homicidio y muchos otros. El mismo Moisés aplicó la pena de muerte después de haber recibido los Diez Mandamientos, especialmente por la idolatría de los que adoraban el becerro de oro. Además Moisés oro en favor del ejército israelita mientras se batía contra los Amakelitas. Realmente uno de los deberes que dejó el más alto de los sacerdotes judío era animar a las tropas que iban a batallar. Moisés nunca condenó el uso de la fuerza, la pena capital o la guerra. Moisés fue el gran legislador del Antiguo Testamento. ¿Podemos pensar entonces que él no interpretó bien el mandamiento “No matarás”?

Siguiendo el ejemplo de Moisés hubieron muchos reyes y campeones judíos que usaron la fuerza, impusieron la pena capital y emprendieron la guerra. Ninguno de ellos fue condenado por obrar así: Josué, Sansón, Gedeón, David, Judith, los Macabeos. Aún ellos fueron penados cuando mataron injustificadamente, como David cuando envió a Uriah a que muera en la batalla para obtener a su esposa, Betsabé; como el rey Ajab por matar a Nabot en un procedimiento legal para obtener sus viñedos. Siempre fue hecha la distinción entre una muerte justificada y una injustificada. No hay ciertamente ninguna garantía para las teorías pacifistas en el Antiguo Testamento (San Lucas, cap. 6 v. 27 a 30).

En el Nuevo Testamento Jesucristo dijo: “Pero yo os digo a vosotros que me escucháis: amada a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian. Al que te hiere en una mejilla ofrécele la otra, y a quien te tome el manto no le impidas tomar la túnica; da a todo el que te pida y no reclames de quien toma lo tuyo. Tratad a los hombres en la manera en que vosotros queréis de ellos ser tratados”. Él no dijo, “Si un hombre golpea a tu esposa en una mejilla, déjale golpear en la otra también; si alguien va a raptar a tu hija, déjale hacer; si alguien va a matar a tu vecino, déjalo; o si alguien va a saquear los bienes de ti vecino, no lo impidas”.  El consejo de Cristo de dar la otra mejilla está dirigido a cada uno de nosotros de manera individual; si tu enemigo te va a golpear nuevamente, dale la otra mejilla, deja al ladrón tomar tu túnica y tu capa. Además, son consejos de perfección espiritual, no dictados de justicia. En justicia, no tienes que dar la otra mejilla ni entregar tu capa y tu túnica. Si quieres ser perfecto en caridad como lo es el Padre Celestial entonces da tu otra mejilla, pero no la de los demás. Y aún más, si otros –como tu familia, por ejemplo- dependen de tu salud y de tu riqueza o de tu tiempo y esfuerzo, no tienes derecho en justicia para dar la otra mejilla ni para dejar al ladrón tu capa y tu rúnica. Tienes en justicia el deber hacia aquellos que dependen de ti de resistir con la fuerza al que hace el mal, aún con la fuerza mortal, para así no desproteger a los que dependen de ti del sostén al que ellos tienen derecho. Las demandas de la justicia deben der resueltas antes de que la caridad pueda ser practicada.

Cuando Nuestro Señor estaba comenzando su misión pública, Su primo, San Juan Bautista, fue preguntado por algunos soldados que debían hacer ellos para evitar el castigo de Dios. San Juan les contestó: “No hagáis extorsión a nadie ni denunciéis falsamente y contentaos con vuestra soldada” (San Lucas, 3,14). Cristo nunca corrigió a su santo primo.

Aunque Él tuvo muchas oportunidades para hacerlo, Jesucristo nunca condenó el uso de la fuerza, la pena capital o la guerra. Se encontró con soldados en varias ocasiones. Nunca les dijo que abandonen el ejército, que era malo matar en guerra o pelear por su patria o por su gobierno. Por el contrario, dio la más alta alabanza al Centurión romano (o comandante de Compañía) diciendo: “Yo os digo que fe como ésta no la he hallado en Israel” (San Lucas, 7,9), y curó al sirviente del Centurión. El Señor no le indicó al Centurión acerca de los males de la guerra ni le ordenó que abandone el ejército.

Jesucristo nos enseñó no solamente con Sus palabras sino también con Su ejemplo. Tuvo una gran oportunidad para condenar la pena capital por todos los tiempos durante Su juicio frente a Pilatos. Cuando Pilato amenazó a Jesús por permanecer en silencio, diciéndole: “¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? (San Juan 19,10) Jesucristo no negó que Pilatos tuviese tal poder para infligirle la pena de muerte. Por el contrario, le dijo a Pilatos:  “No tendrías ningún poder sobre Mi si no se te hubiera sido dado desde lo alto” (San Juan, 19,11), con esto admitía que Pilatos tenía tal poder para infligirle la pena de muerte, y que este poder del Estado era divinamente ordenado. Aunque Pilatos le declaró tres veces inocente, Jesús se sometió al juicio de Pilatos y murió en la Cruz. El Señor pudo haber condenado la pena de muerte desde la Cruz, pero no lo hizo. Jesús nunca negó al Estado el poder de imponer la pena de muerte. Jesucristo nos dio el supremo ejemplo de obediencia a la autoridad civil: la autoridad civil proviene de Dios.

La Iglesia Católica siempre sostuvo el derecho a usar la fuerza en defensa propia, el derecho a imponer la pena de muerte al culpable y el derecho a matar en guerra justa. La antipatía de los primeros cristianos al servicio militar se debía a la idolatría practicada por el Ejército Romano y a la baja moral de vida de los soldados. Muchos santos cristianos fueron guerreros: San Mauricio, San Jorge, San Luis, Santa Juana de Arco. Y muchos reyes cristianos santos impusieron la pena de muerte. El clamor de los pacifistas por la gloria de los mártires cristianos por rechazar usar las armas es una falsedad.

Nuestro Señor dijo: “Benditos sean los que trabajan por la paz”. Todos tienen el deber de trabajar por la paz. Algunos tienen el deber de luchar por ella. Ellos también trabajan por la paz. +




martes, 21 de agosto de 2018


El voto sagrado de los “virtuosos”, y las enseñanzas del Padre Ramirez O.P.
Hace un par de año el blog “ Infocaótica” publico una polémica sobre el sufragio, de la que recién me enteré. Comencé a leerla y la abandoné en cuando entendí que el acusador mojaba su pluma en   veneno de  yarará,  acusando  al camarada  Antonio  Caponetto  de anticristiano  por  oponerse al sufragio indiscriminado;  también imputándolo de absolutista por creerse dueño de la verdad; y de infalible, pues  considera que el que no acepta la opinión ajena “sirve al Otro”.
La importancia de esta acusación, provenga de quien sea, es nula, pues la   actuación política del camarada Caponetto, personaje señero en el nacionalismo argentino, de una intrepidez ejemplar, es la mejor justificación de su prudencia política y de su ortodoxia, por lo que no necesita defensores; y menos que menos si la acusación proviene de un ideólogo insensato.  Lo único importante de este agravio es que me da pie para recordar unas verdades y desenmascarar al autor, que aplicó la costumbre liberal de mentir, infamar y embrollar.
Si el camarada Caponetto, se opone al sufragio indiscriminado no es posible negar que tiene toda la razón, pues según se practica en nuestro país, ocasionó y ocasionará perjuicios inconmensurables.  Es aberrante, antipatriótico y anticristiano, pensar de otra manera, considerando las míseras condiciones morales e intelectuales de los argentinos, con la mitad del país aclamando y votando a los corruptos y ladrones, apoyados con gran parte del poder inmenso y decisivo de la publicidad, y con un Estado y una Justicia inepta, dirigida a imponer el sufragio indiscriminado, con el fin de continuar la destrucción nacional. Evitando, que los mejores, y no los demagogos, gobiernen el país.
El acusador llegó a afirmar que debe votarse por mandato divino, revelándose así como liberal fanático y absolutista: aunque se lo llame con el agregado de cualquier aditamento: derechista, conservador, peronista, o demócrata cristiano, todas astillas del mismo palo. Pero nunca nacionalista católico y jerárquico, hispánico y federalista; como deben ser los que pretenden restaurar el país. Porque afirmar que el voto universal e indiscriminado es sagrado, significa divinizar la esencia misma del liberalismo rusoniano; la esencia misma del Régimen liberal que nos atosiga.
De ninguna manera la Doctrina de la Iglesia, el sentido común y la prudencia política, aceptan que sea absolutamente el único camino agraciado.  El sufragio tiene varias decisivas e ineludibles restricciones, que al omitirlas causan verdaderos desastres… como está aconteciendo en nuestra Patria. Más adelante copio las enseñanzas del magistral teólogo Padre Santiago Ramirez O.P.  en su libro “Pueblos y Gobernantes al servicio del bien común”, compartidas por el nacionalismo, que   aclaran definitivamente este asunto.
El señor que escribe “Infocaótica”, no debió dar cabida a esas infamias en su blog, porque así, de alguna manera las comparte. Además se considera “independiente”, o sea neutro, equidistante, ambiguo, respecto al nacionalismo, en medio de una batalla donde los auténticos argentinos luchan por Dios y la Patria. Esa postura es característica de los liberales que consideran todo opinable, cambiable y ‘dialogable’, y que nadie, por tanto, es dueño de la verdad, que cada uno se crea. Por eso, consideran no tener sentido luchar por la Tradición argentina, que puede ser modificada.
La esencia nacional, que nos hace un lugar en la historia de la humanidad, y que nos indica nuestro destino político de nación soberana, de ninguna manera debe ser discutida en una votación. Se la acepta o morimos, y desaparece Argentina, y la sangre de sus santos, sus mártires y sus héroes se desleirá en el olvido. Nuestra Patria es antiliberal, o no será nada.
Hoy en nuestra Patria, dominada por el liberalismo (unitarismo,) los argentinos debemos combatirlo y eliminarlo del país con las banderas federalistas (nacionalistas), arraigadas entrañablemente en la realidad nacional. El nacionalismo permite ciertas variantes, de acuerdo a las circunstancias, pero es férreamente inconmovible en la defensa de la real Tradición histórica argentina. Por lo cual debe desaparecer la ideología liberal, capitalista o marxista. Sin opciones medias, sin eludir responsabilidades, definidamente, ardientemente; el dilema para los argentinos es irrenunciable; o liberales o nacionalistas, sin aditamentos ideológicos.
“PUEBLOS Y GOBERNANTES AL SERVICIO DEL BIEN COMÚN”.
PADRE SANTIAGO RAMIREZ O.P. 
(Euramérica, pg.105, negritas mías).
Del capítulo: “Virtudes y cualidades del ciudadano en orden al Bien Común”.
B.-  LA PARTICIPACIÓN EN EL GOBIERNO A TRAVÉS DE LA ELECCIÓN ACTIVA Y PASIVA DE CARGOS Y DE LA FISCALIZACIÓN DE LAS GESTIONES DE GOBIERNO.
En los regímenes democráticos y en las formas mixtas de gobierno, tal como las concibe Santo Tomás, y que antes expusimos, deben además los ciudadanos tomar parte en el gobierno por medio de la elección activa o pasiva a los cargos públicos y por medio de la fiscalización de las gestiones de gobierno. Para lo cual hace falta una educación política y cívica considerable y una virtud poco común. Una cultura patria muy desarrollada, conociendo su historia, su estilo, su carácter, sus problemas actuales, sus posibilidades futuras, sus hombres e instituciones, para poder ejercer convenientemente el derecho de voto o el de crítica y fiscalización sin apasionamiento, con justicia, con oportunidad, con verdadera competencia. Todo esto supone un nivel cultural y de honradez cívica verdaderamente notables, que ojalá fuera real y frecuente en todos los pueblos, aún en aquellos que se llaman democráticos.
Desgraciadamente, la mayor parte de los hombres carecen de virtud y de cultura (1-2, q.96, a.2). Además, en las grandes naciones, en que los problemas son muy copiosos y complejos y las personas se conocen menos, es más difícil tener la competencia necesaria para ejercer con garantías de acierto el derecho del sufragio.
En naciones pequeñas y habituadas secularmente a ese régimen plebiscitario, como ocurre en los cantones suizos, especialmente en los más pequeños, como Appenzel y Zug, la participación del pueblo al poder y a la elección de todos los cargos públicos es sumamente beneficiosa.  Pero cuando el sufragio es venal, cuando la campaña electoral es violenta y apasionada, cuando los agitadores se cuentan por millares sin que nadie les venga a la mano, es más prudente limitarlo en cuanto a las personas electoras y elegibles y en cuanto a los cargos o asuntos que se les someten, como observa Santo Tomás con San Agustín.
“Si el pueblo es virtuoso, ponderado y sumamente celoso del bien común, es conveniente concederle el derecho de elegir sus propios gobernantes. Más si por el contrario ese mismo pueblo se ha ido depravando poco a poco, de suerte venda sus votos y encomiende su gobierno a hombres malvados y criminales, entonces es justo se le prive de semejante derecho, que debe restringirse a una minoría de los mejores y más virtuosos” (1-2, q.97, a. 1c). En tal régimen democrático o mixto con un pueblo virtuoso y educado políticamente, la información y propaganda por mitines y conferencias, radio, cine, prensa, folletos, pasquines, caricaturas, es muy costosa y complicada, aunque a veces está muy expuesta a abusos si no se reglamenta desde el poder. Más esta misma reglamentación no debe hacerse sospechosa de amaños desde las alturas. +





ANTISEMITISMO
Recientemente, quizá para disimular y ocultar el atropello contra una señorita, protagonizado por directivos de la DAIA, ciertos periodistas, “libres e independientes”, con gran repercusión en los noticieros, como era de esperar, especializados en descubrir antisemitismo, aun donde no haya del mismo ni rastros, descubrieron que un par de docentes emitieron palabras ¡antisemitas!, relativas a la cifra de los famosos 6 millones. 
Estos docentes, por supuesto no están construyendo en el fondo de sus casas una cámara de gases envenenados; simplemente, dudan. ¿Es esto un pecado contra la humanidad?
Los sionistas, y su mesnada progresista, vuelven con esta maniobra inventada, repetitiva y cansadora, de la aparición de fantasmas fascistas, para afirmarse políticamente, mantener a la comunidad israelita sujeta a la sinagoga, y al pueblo argentino temeroso aun de pronunciar el término judío.
Tal como ocurrió anteriormente en otros casos, los docentes descubiertos en plena “herejía”, fueron inmediatamente cesanteados de sus cátedras; considerados como si fueran miembros de las SS. ¡Los dejaron en la calle! ¡Los infamaron y decretaron su muerte civil! ¡Así actúa la “democracia” liberal con sus oponentes! ¿Y los “derechos humanos”? ¿Y lo sindicatos docentes desviando la vista del atropello? ¡Esperemos sentados!  Pero: ¿es que una disquisición histórica, o aún política, puede provocar semejante castigo brutal? Esto sucede, ha sucedido y sucederá hasta el fin de los tiempos.


domingo, 19 de agosto de 2018


DEMOCRACIA Y PERIODISMO
En  “Hombres y Dios”,(pg.78), Pieter van der Meer de Walcheren nos ofrece la fiel descripción de un maquiavélico político francés, corrupto, mentiroso y desfachatado, prototipo de los políticos democráticos, (-seguramente masón-), que anduvo medrando hacia principios del siglo pasado, por lo cual, bien podría ser el ejemplo donde podrían mamar los políticos argentinos… para integrar  la plaga nacional, que nos convirtió en una factoría del imperialismo. Además, esos demagogos cuentan con la complicidad del periodismo amarillo y extranjerizante, que se encarga de difundir sus palabras para envenenar al pueblo.                                                                                                                                                 
“¡Digna representación de un pueblo soberano!”

En ocasión de un banquete ofrecido a los corresponsales de guerra extranjeros, Matías conoció personalmente a  Arístides Briand, que era el anfitrión.
El famoso político, que conocía a la perfección las reglas, tejemanejes y tretas del juego parlamentario, daba la impresión de ser un hombre de buena índole, algo bonachón. No obstante, esta impresión era equivocada. Tenía una voz cálida, armoniosa. Sus ojos miraban, desde debajo de sus pesados e indolentes párpados, sin recelo alguno, y el espeso bigote ponía en su sonrisa algo de benignidad. Pero todo aquello era una máscara. De vez en cuando su mirada se endurecía y afilaba. Detrás de su bigote bonachón se cerraba la boca apretadamente.
La influencia de Briand era grande. Tenía una facilidad de palabras extraordinarias. Era famoso por su sutil oratoria, pronto en el ataque y en la réplica.  Como jefe socialista se había mostrado dominador de las muchedumbres, ya desde que en 1900 fue elegido diputado. Poseía en alto grado las calidades de un político democrático. Era oportunista, increíblemente hábil, flexible y ambicioso. Sin mostrar la más mínima impaciencia e incluso sin un asomo de mal humor, podía esperar el momento preciso para asestar su golpe. Poseía un dominio de sí mismo inquebrantable, que no traicionaba nunca lo que realmente pensaba o sentía. Sus antiguos correligionarios políticos, los socialistas, a los que un buen día dejó en la estacada con la mayor desfachatez, se vengaban de él insultándole y escarneciéndole sistemáticamente y citando con viperina obstinación sus opiniones y declaraciones anteriores, que le echaban en cara en todos los debates de la Cámara. No por ello se arredraba Briand lo más mínimo. Eran las pequeñas molestias o los acicates del juego parlamentario. Ya cuando era un joven abogado con bufete establecido en Saint-Lazaire llamaba la atención de sus contemporáneos y colegas más viejos por su elocuencia, sutil y al mismo tiempo cortante. Sus enemigos decían en tono de mofa que su voz tenía el sonido cautivante de un violoncelo. El angosto ambiente provincial le oprimía; allí no podía desplegar sus singulares dotes de ambicioso hechicero político. Tenía necesidad de mayor espacio y de un círculo más amplio para dar rienda suelta a todas sus energías vitales y para dar satisfacción a la tenaz ambición que le poseía. Se fue a Paris. La política se venía utilizando como trampolín para alcanzar el poder y la consideración social. Eran millares los que lo intentaban. Se hizo socialista. Primero como miembro del partido, poco después como uno de los jefes del mismo, en breve espacio de tiempo atrajo la atención y eran muchos los que admiraban al político sin conciencia y sin escrúpulos para nada ni para nadie. Adquirió ascendencia sobre sus correligionarios políticos. Era el tipo del demagogo que con sus palabras y con su voz sabía azuzar a las muchedumbres ingenuas. “Cuando estáis formados unos al lado de otros en cerradas filas, constituyendo una densa e inquebrantable masa, sois entonces, ¡oh proletarios!, mucho más poderosos que todos los demás partidos juntos. Además tenéis a vuestra disposición un arma, un arma temible, el arma de la huelga general”.  Estas palabras se la recordaron muy a menudo con amargura e impotente cólera sus antiguos compañeros de partido. Pero al principio los obreros le llevaban en palmitas, sin sospechar que el mismo jefe que les incitaba a la más audaz resistencia se había de convertir un día en su más violento adversario.  Poco después de 1900 ingresó Briand en la Cámara precedido de una gran reputación de orador y de hábil táctico.  Inmediatamente se le encargó la redacción del informe sobre la famosa ley relativa a la separación de la Iglesia y del Estado. Puso así dar cumplida satisfacción a su inquina anticlerical.
Y sin embargo, flexible y taimado, sabía contentar a casi todo el mundo. Aplicaba magistralmente el sistema de toma y daca, pero no por eso perdía nunca de vista su objetivo. Los mediocres le admiraban por su habilidad e incluso los católicos no ocultaban la simpatía que sentían por él. Sus intenciones no eran malas, después de rodo. Sucesivamente fue ministro de educación nacional, de justicia, y por fin, por primera vez, presidente del consejo de ministros. A partir de entonces quedó incorporado al grupo de políticos profesionales, que se relevaban entre sí, como en un juego, en los ministerios hasta el fin de sus días. […].
Matías recordó los incidentes de aquella carrera, que salvo pequeñas variantes era la misma de casi todos los políticos republicanos, cuando vió a Briand en persona le oyó hablar, y observó como comía y reía y se movía. Y se estaba en guerra, Francia vivía en la sobrecogedora gravedad de la guerra. En tiempos de paz un hombre así y el comportamiento del mismo se podía considerare, con sonrisa de diletante y cierta fruición maliciosa y burlona, como a una de los actores del teatrillo de polichinelas político; al fin y al cabo, no importaba demasiado que fueran payasos los que representaban a una sociedad moribunda. Eran legión aquellos políticos hábiles, sin conciencia, que como piojos parásitos destruían las últimas fuerzas vitales de una sociedad en trance de agonía.
Briand era el arquetipo de tales políticos; poseía en su totalidad los defectos y vicios de los políticos democráticos franceses: la jovialidad fácil, el interés aparente, la superficialidad sin límites, el prurito de hablar, hablar, hablar, eso sí, con pasmosa desenvoltura y brillantez; una ignorancia piramidal en todo, excepto en combinaciones de partido y en taimadas intrigas políticas; una falta consternadora, mejor dicho: una ausencia absoluta de toda fuerza imaginativa de carácter constructivo; energía  para la acción solamente cuando se trataba de conservar la cartera ministerial, ya que entonces se resistía apasionadamente, la espalda oprimida contra el elevado respaldo de la tribuna, y luchaba, a vida o muerte, contra la banda de lobos lloricones; y era toda una sesión de circo, ya que poco después los comediantes se sentaban, juntos en el restaurante del Parlamento, y bebían, charlaban y reían. Briand hacía gala además de un idealismo realmente criminal, en nombre del cual fantaseaba sueltas en el aire vacío de su elocuencia, toda suerte de falsas quimeras sobre el porvenir, acerca del cual nunca se cansaba de hablar; con una vida amoral mantenida oculta vinculaba en un conjunto efectivamente armónico todos los defectos y los vicios.
Y esa clase de gente representaba y gobernaba Francia.
En el discurso  que dirigió a los corresponsales de guerra extranjeros, que por lo visto eran aún más necio que el propio Briand, ya que exultaban de júbilo con tempestuoso entusiasmo y aplaudían frenéticamente ante cada uno de los solemnes tópicos  que se anunciaban sonoramente desde debajo del espeso bigote como si fueran profundas sentencias, en su discurso, digo, habló el ministro con desenvoltura y sin pizca de sentido común sobre lo que estaba ocurriendo en el mundo y lo que había de ocurrir posteriormente. Matías no comprendió porque el orador ceso al fin de hablar; igual podía haber seguido hablando por toda la eternidad.
Matías sintió vergüenza de oír todas aquellas frases y de tener que llamar colegas a toda aquella gente entre los que se hallaba. Y aquellos colegas, con Briand a la cabeza, que en el fondo no era más que un periodista muy mediocre, que, debido a un favorable concurso de circunstancias y a sus dotes de orador, había alcanzado un éxito tan brillante en la política parlamentaria, aquellos guerrilleros huérfanos de espíritu eran los que constituían la opinión pública de los países que representaban. De tal manera se corrompían y embrutecían sistemáticamente a centenares de miles de lectores de periódicos de todas las partes del mundo. Ni una sola idea original brotaba en aquellas cabezas.
[…] Amargamente decepcionado por haber caído en la candidez de esperar que se oiría algo importante, siquiera la chispa de un pensamiento claro, Matías huyó y se lanzó a la calle, donde la presencia de un soldado que venía del frente le hizo recobrar algún aliento para seguir viviendo.
*
[…] Matías estaba sentado en un banco de la estación del Norte esperando la llegada del tren procedente de Holanda; para abreviar el tiempo compró un par de diarios de la tarde y les echó una ojeada; no había en ello más que insensateces, lugares comunes y escándalos. Y aquella era la lectura de que se nutrían diariamente millones de personas. En que vacío se estaba pudriendo la vida de la gran urbe, si la imagen del interés diario se reflejaba en aquella colección de nauseabundas tonterías, carreras de caballos, cines, boxeo, ciclismo, lucha libre, crímenes en torno a mujeres y dinero, chanchullos políticos, pornografía y reajustes ministeriales. Y lo más terrible del caso era que “el diario” interpretaba, e influía efectivamente, el nivel espiritual de la masa –la ausencia de todo espíritu. (pg. 398)