La Iglesia en el Río de la Plata, agredida por Rivadavia
y restaurada por Rosas.
(¡La Historia se repite!).
La política antipopular, oligárquica y afrancesada, antinacional
y anticatólica, aplicada por el nefasto Bernardino Rivadavia, contra el deseo
de la gran mayoría de la población argentina, pues repudiando nuestras
tradiciones esenciales, con su soberbia europeizante, dejaron al país al borde
de la desaparición como nación soberana; despedazada, según ordenes
imperialistas y deseos de los unitarios, que entregaban territorios (¡tal cual hoy
día!), a cambio de ayuda militar europea; y se coronaban con una aureola de
iluminados “progresistas”.
La agresiva política religiosa de Rivadavia, copiando la
“moda” de la Europa masónica, contando con el apoyo de indignos sacerdotes
liberales, como el Deán Funes, Zabaleta, Valentín Gómez, etc. se propuso desacralizar
a la Iglesia Católica: dejándola al borde de la desaparición como Institución
sagrada, y del cisma que la separaría de Roma. Esta amenaza de perder la Patria
y la Iglesia, indignaba a los porteños, impulsándolos a oponerse en masa a las ridículas
seudo-reformas rivadavianas; situación que se mantuvo hasta el segundo gobierno
de Don Juan Manuel de Rosas, quien, recibido por el pueblo enfervorizado,
restauró el orden nacional y religioso.
A continuación copio unos interesantes comentarios del historiador
chileno, Carlos Peña Otaegui, escritos en su libro “La Primera Embajada Pontificia y Pío IX en Chile”, ocurrida
durante 1825, con unos datos que demuestran claramente la tirria de los
logistas rivadavianos contra la Iglesia en el Río de la Plata; y el fervor
católico del pueblo ante la llegada de Monseñor Muzi. Ellos tienen especial
valor pues están suscriptos por un extranjero, ajeno a las pasiones de nuestras
luchas internas.
Luego de tres azarosos meses de navegación en alta mar,
desde su partida de Génova, -dice Otaegui-, al fin llegó la Embajada Pontificia
a Buenos Aires. Integraba la delegación el embajador chileno en Roma, Cienfuegos,
sacerdote liberal politiquero, quien discutió acerbamente con la delegación
pontificia, durante toda la travesía, anteponiendo su nacionalismo a su
catolicismo. Copio a Otaegui:
“Esto aparece, desde luego, al llegar a Buenos Aires,
cuando Cienfuegos, llevado por sus ideas exclusivamente civiles insistió ante
el señor Muzi para que no hiciese una entrada solemne a la capital argentina,
ya que la Misión era para Chile y costeada por Chile. Monseñor Muzi cansado por
la larga travesía e influido por Cienfuegos, accedió, y desairando al pueblo y
clero como también a las autoridades, que pedían que bajase a tierra el
representante del Papa para hacerle una recepción solemnísima que le tenían
preparada, no pisó tierra firme sino a medianoche, hecho que el gobierno
argentino consideró como una desatención. Se valió de esta desatención para
tomar las medidas de terquedad que fueron la norma de dicho gobierno para con
la Delegación.
“Efectivamente, si el pueblo en masa demostró un
entusiasmo delirante y una piedad incontenible, si la sociedad porteña, y
muchos de sus prohombres, entre otros el libertador San Martín, se apresuraron
a rendirle homenaje, dando de ese modo su adhesión al Papa, si el clero secular
y regular, llenaba la “Fonda de los Tres Reyes”, donde se alojaba la Misión,
las autoridades civiles, en cambio, se abstuvieron por completo de toda
manifestación de simpatía.
[…] “Las logias
masónicas intrigaron secretamente contra ella [la misión Muzi] y todas las calumnias
llegaban a Santiago donde eran creídas, porque, como dijo Chamfort, ‘toda ley
será inútil contra la calumnia, porque se vende bien’.
“El mismo administrador de la diócesis, sede vacante, el
deán del Cabildo, don Diego Estanislao Zabaleta, se dedicó aponer todos los
obstáculos posibles. Hasta el punto –por orden de Rivadavia, es cierto, a quien
Zabaleta obedecía ciegamente- de prohibir al representante del Jefe de la
Iglesia que administrase la Confirmación que miles de fieles, por falta de
Obispo en el vastísimo antiguo Virreinato platense, solicitaban del arzobispo
de Filipos. Tal fue la indignación popular que se llegó a temer una revolución
que hubiese derrocado al gobiernó. Zabaleta se atrevió a escribir a Muzi ‘que
mucho se extrañaba que hubiese venido a América para perturbar la paz de los
pueblos’. Ante tamaña insolencia y preocupado por las noticias que venían de
Chile, el Vicario cayó gravemente enfermo”.
El eximio historiador Don Vicente Sierra, en el tomo
VIII, 1829 a 1840, de la Historia Argentina, (pg.
216 sgs.) trae unos comentarios que, sin ser inéditos, conviene recordarlos,
tanta es su importancia en el desarrollo político y religioso nacional, hasta
el día de hoy. Con los mismos, podemos valorar la lamentable actitud de la
Jerarquía católica antes y luego de Caseros, (salvo excepciones); y la
falsificación ignominiosa de la Historia argentina para ajustarla al
liberalismo masónico; aceptada sumisamente y enseñada en las escuelas
católicas. Copio:
“Desgraciadamente el restablecimiento de la jerarquía
eclesiástica tuvo que enfrentar la oposición en el seno mismo de la Iglesia de
Buenos Aires, cuyo Cabildo (llamado ‘Senado del Clero’ por Rivadavia),
inficionado de galicanismo, no vio con buenos ojos que un representante de la
Santa Sede entrara a poner disciplina… negándose a entregarle la dirección de
la diócesis…
[…] “La influencia que en la caída de Rivadavia y en el
repudio con que tropezó el general Paz en el interior tuvo la reacción católica
popular provocada por la reforma eclesiástica torpemente emprendida por aquel,
asesorado por clérigos galicanos, josefinistas y febronianos como Estanislao
Zabaleta, Valentín Gómez y Gregorio Funes… que ocultaba una real tendencia
anticatólica.
“Tanto fue así que el Cabildo de Santa Fe, en carta a
Monseñor Muzi, en 1825, decía: “La Iglesia bonaerense, si no es ya cismática,
está próxima a serlo”. Quien detuvo la peligrosa infección fue Juan Manuel de
Rosas. Si en lo político consolidó el triunfo del federalismo, que en 1853
había de sancionar los constituyentes de Santa Fe, en lo religioso, acota el
padre Cayetano Bruno, ‘significó la derrota casi completa de los separatistas,
que, en la opinión popular se identificaban con los unitarios’…
Pocos años después, cuando el primer gobierno de Rosas,
monseñor Medrano, fue nombrado por su Santidad Pío VIII Vicario Apostólico de
la Iglesia de Buenos Aires, y unos días después
nombrado obispo de Aulón. Como para ser consagrado por el Nuncio debía
viajar al Brasil, dijo: “Sólo me resta obtener la anuencia del Jefe
político (Rosas) de la Provincia, que me será muy fácil de conseguir, porque
posee un alma llena de los mejores sentimientos de religión”.
Además presentó al Nuncio un extenso informe sobre la situación
de la Iglesia en el Río de la Plata, donde colaboraron Somellera y Monseñor
Escalada, destacando la religiosidad del gobierno del Restaurador; con estas
palabras: “Las noticias que Medrano y Escalada dieron respecto del gobierno de
Rosas no pudieron ser mejores. Escribiendo monseñor Ostini al
cardenal Albani, mucho se prometía de la labor que desarrollaría Medrano, ‘dada
la favorable coyuntura –acotaba- de hallarse actualmente a la cabeza del
Gobierno de Buenos Aires el General Rosas, fervoroso católico, que le ha
prometido favorecerlo en todo, y darle así mismo suficiente apoyo material para
abrir un seminario’”…
[…] Cuando Rosas, de vuelta de la
campaña, retoma el poder, no se extraña de los agravios cometidos con maldad
impía por los sacerdotes del Cabildo Eclesiástico,
comprendiendo “ que sobre el cuerpo ejercían
influencia decisiva algunos personajes que, más que sacerdotes, eran políticos,
y por cierto, del grupo rivadaviano”; disponiendo, entonces, “que
Medrano fuera tenido por obispo con todos los honores correspondiente a su
jerarquía…”
Y este fue otro frente de batalla,
inaudito, que tuvo que soportar el Restaurador: el de los miembros de la
Jerarquía católica, integrantes del Cabildo Eclesiástico, que profesaba un
fanático liberalismo religioso, consecuencia de haber adoptado las teorías
anticatólicas de moda, provenientes de la Revolución francesa. Por todo lo
cual, la “democracia” los recuerda y homenajea poniendo sus nombres a calles
porteñas.
Por el momento, con estas
palabras, como aporte a la verdad histórica falsificada por la masonería, me
limito a confrontar la política de Rosas, respetuosa de la Religión, con la
escandalosa y malvada pasión anticatólica de los sacerdotes unitarios,
marionetas del mismo Rivadavia, que los impulsaba.
De donde se pueden deducir algunos
interrogantes:
¿Es posible que no se hayan
aplicado sanciones contra los sacerdotes impíos?
¿Puede uno imaginarse lo que
hubiera quedado de la Iglesia católica sin la intervención del gobernador
Rosas?
¿Es posible concebir que los
miembros de la Jerarquía, luego de Caseros, no hayan defendido el honor y la fe
del Restaurador de la Religión?
¿Es posible admitir que los
mismos “católicos” hayan santificado a Rivadavia, e injuriado satánicamente la
memoria de don Juan Manuel de Rosas?
¿Que desde esos lejanos días la Jerarquía
no haya enseñado en las escuelas católicas, la verdad histórica?
¿Debemos aceptar sin indignarnos
que hayan discriminado a los auténticos historiadores y filósofos, prohibiéndoles
la docencia en las escuelas y Seminarios?
¡Y que no haya luchado para que
en las escuelas estatales, también se imponga la verdad, desafiando a la Masonería?
Los resultados de tanta cobardía y
heterodoxia, que persiste agudizada en nuestros días, convirtieron a los
argentinos en liberales y escépticos, y al Estado en ateo.
Posteriormente, algo escribiré
sobre la labor de restauración católica desarrollada por Don Juan Manuel de
Rosas al frente de su gobierno.+