LAS CAUSAS DEL
SUFRIMIENTO Y EL FRCASO DE LOS PUEBLOS;
por repudiar a Dios y por la
acción del Demonio.
A CONTINUACIÓN COPIO
DOS INTERESANTÍSIMOS PENSAMIENTOS DE VIGENCIA ACTUAL, CONSIDERANDO EL
CATASTRÓFICO ESTADO POLÍTICO MUNDIAL:
1.
VALOR SOCIAL DEL
DOLOR.
ANTONIO ROYO MARIN, O.P.
(“DIOS Y SU
OBRA”, Párrafos del APÉNDICE SORE EL MAL Y EL DOLOR. BAC.)
La virtud moral es la base y el fundamento de la vida humana; la garantía
indispensable de nuestra felicidad. La social, a su vez, sería imposible sin la
virtud. Ya no constituiría una reunión de seres civilizados que tienden a un
bien común, sino una jauría de fieras desenfrenadas que se despedazarían
mutuamente, víctimas de sus egoísmos. Por esto todos se inclinan –de grado o
por fuerza-- ante la grandeza
incomparable de la virtud heroica.
Todo cuanto hemos dicho de los males que afligen a los
individuos hay que repetirlo con relación a los que afectan a los pueblos y
naciones. Al igual que para los individuos, las desventuras y dolores son para
las naciones medios de expiación y de purificación. Se trata de una ley general
que cumple todavía con más exactitud aplicada a la colectividad que a los
mismos individuos particulares; porque a estos últimos les espera después de
esta vida la sanción correspondiente a sus actos buenos o malos, mientras que
los pueblos y naciones, colectivamente considerados, no existirán en el más allá.
Es pues, acá en la tierra, donde deben recibir la sanción adecuada.
Sería peligroso querer determinar exactamente como son
castigadas las culpas de las naciones; pero es innegable que lo mismo en ellas
que en los individuos deben salvarse por medio de adecuadas sanciones, la
majestad de la ley moral. Si las naciones fueran más respetuosas con esta ley
se ahorrarían infinitos desastres e innumerables desventuras. Para comprender
ciertas convulsiones que destrozan los pueblos y naciones y ciertas tragedias y
catástrofes apocalípticas que ensangrientan la tierra, no basta fijarse únicamente
en los factores económicos o políticos, es preciso tener en cuenta los de orden
moral y religioso. Hay que remontarse más arriba, hasta encontrar la causa en la
despreocupación y el desprecio de la ley moral, única verdadera defensa de la
prosperidad y bienestar de los pueblos.
Si las naciones fuesen
manos ávidas de dominio y menos orgullosas de sus propias fuerzas, no se lanzarían con tanta ligereza a esas
terribles aventuras que les proporcionan después tantas desilusiones, y que les
conducen, con frecuencia, a su extrema
ruina. Si no se debilitaran con la corrupción de las costumbres y no hicieran
creer, con sus internas discordias, que son incapaces de reaccionar y de luchar
virilmente, serían más temidas y harían desistir al enemigo de cualquier
veleidad de ataque o de conquista.
¡Cuántos desastres no se ahorrarían a todos si las
autoridades del Estado fuesen más previsoras, más enérgicas, más iluminadas; si
no mostrasen una vergonzosa y deplorable indiferencia por la religión y la
moral, que representan la fuerza más civilizadora y las columnas más sólidas
del edificio social! Para los pueblos y las naciones, lo mismo que para los
individuos, los sufrimientos y dolores, además de un medio de expiación de sus
culpas colectivas, constituyen también un medio excelente de defensa y de
elevación. Cuando la atmósfera que aspira un pueblo está envenenada, se hace
necesaria una tempestad purificadora. Cuando sus llagas son profundas y
cancerosas, hay que recurrir a la acción enérgica del fuego. Cuando camina a
grandes pasos hacia el abismo de la depravación, no se le puede detener al
borde del abismo, más que con una sacudida ruda y violenta. Ciertamente que
estos remedios enérgicos suponen para el organismo social el martirio y el
dolor, pero en la intención del Señor de las naciones están destinados a evitar
dolores mucho más grandes e irreparables…”+
2.
EL PAPEL POLÍTICO Y SOCIAL
DEL DEMONIO.
por Fray Mario Agustín Pinto O.P.
Artículo
publicado en la revista “Dinámica Social”.
Dentro de la desorientación general que caracteriza al
pensamiento católico francés contemporáneo, donde los más generosos esfuerzos
se esterilizan y malogran por la ausencia de sólidos principios y por un
excesivo afán de modernismo, un pequeño libro titulado “Satan
Dans la Cité” publicado por Les editions du Cédre, (París, 1951), nos ha
llamado poderosamente la atención por el vigorosamente planteamiento que en él
se hace de un problema de singular trascendencia teológica, política y social.
Es su autor un distinguido jurista y sociólogo, Marcel de la Bigne de
Villenueve.
Ya que abundan por desdicha entre nosotros revistas y
católicos afrancesados que propagan los productos menos recomendables de un pensamiento
inseguro, librado a todo viento de doctrina, con lo que solo se logra
transponer a nuestro ambiente el confusionismo doctrinal allí imperante
consideramos útil y saludable dar a conocer el contenido substancial de obras
como ésta inspiradas en la doctrina tradicional, política y social del
catolicismo, doctrina
que ha tenido en Francia representantes tan eximios como el Cardenal Pie,
obispo de Poitiers, el marqués de la Tour du Pin y el grande y
desconocido filósofo lionés Blanc de Saint-Bonnet sobre el cual ha escrito
precisamente un libro el autor que venimos comentando.
“Satan Dans le cité” está concebido bajo la forma de
un diálogo entre un sociólogo que representa al propio autor y un teólogo, a
quien se designa con el nombre de Padre Multi y cuya verdadera identidad –si se
trata de un personaje real- merecería ser conocida, a tal punto son
justas, precisas y profundas sus respuestas a los arduos problemas que le
plantea su interlocutor. El libro se divide en siete diálogos realizados en siete
noches sucesivas, el último de ellos subdividido en dos secciones. En los tres
primeros se condensa con mucho vigor la doctrina tradicional acerca de la
naturaleza del demonio, de la posesión diabólica y de los exorcismos, a los
cuales la Iglesia nunca ha renunciado aunque los emplea con todas las
cautelas que exigen las circunstancias y que el propio ritual impone. Al
finalizar el tercer diálogo se plantea categóricamente el problema cuya
dilucidación se ha propuesto el sociólogo francés.
Es indudable que los hechos contemporáneos no hacen
más que desarrollar las últimas consecuencias de un proceso cuyas raíces hay
que buscarlas principalmente en la Revolución Francesa que
conmovió los cimientos del orden social tradicional. Pero detrás de todo ese
proceso ¿No se podrá discernir una presencia invisible, de un orden sobrehumano
y siniestro, que constituiría en última instancia, la explicación de su
violencia destructora, verdaderamente pavorosa, que sobrepuja todo lo que el
hombre, librado a sus solas fuerzas naturales, hubiese podido alcanzar?
Tal es la tesis que el autor desarrolla y demuestra a lo largo de la obra.
¿Cómo puede ser –comienza preguntándose nuestro
sociólogo- que en una época de tan grande decadencia religiosa cual la nuestra,
en una época donde el mal alcanza los más amplios y duraderos triunfos, la
intervención visible del demonio haya llegado a ser más excepcional que nunca?
¿No es en verdad un hecho extraño y paradójico que la eliminación cada vez más
radical de la influencia cristiana en la vida pública, y consiguientemente en
la vida privada de los ciudadanos, venga a coincidir precisamente con una
regresión correlativa de las manifestaciones diabólicas, mucho más raras a no
dudarlo que en los grandes siglos de la fe?
Parecería lógico, en efecto, que Satanás tratara de
aprovechar las circunstancias favorables para intensificar sus ataques a fin de
alcanzar una victoria más rápida y segura. Ante este enigma el autor acaba por
preguntarse si no tendrán razón quienes lo explican, sosteniendo que aquellas
manifestaciones, atribuidas antes a Lucifer, no eran nada más que fenómenos
puramente naturales que las modernas ciencias positivas han logrado explicar y
eliminar.
Pero el interlocutor de nuestro sociólogo, el teólogo
Multi, rechaza absolutamente una solución tan deleznable y propone en su lugar
la hipótesis de la posesión demoníaca colectiva que viene a iluminar
tantos hechos de la historia moderna que de otro modo difícilmente podrían
explicarse.
Cuando se trata de caracterizar e individualizar la
acción de Satanás es necesario –dice el autor-, desembarazarse antes que nada
de aquella tendencia instintiva del espíritu humano que consiste en edificarlo
todo en el dominio de las concepciones antropológicas. Pues bien, eso es
lo que ocurre generalmente con respecto a Satanás. La mayor parte de los
hombres son incapaces de figurárselo de otro modo que bajo una forma humana, o
se les ocurre la idea de que pueda adoptar otro disfraz que el de un cuerpo
orgánico. Sin embargo es indudable que el demonio puede adoptar esas formas
y que de hecho, históricamente las ha adoptado, no es en manera alguna
imposible que se oculte también en objetos, materiales o inmateriales. La
Iglesia así lo reconoce desde el momento que tiene exorcismos especiales
destinados a cosas materiales como la sal y el agua. Pero lo que aquí más nos
interesa es la constatación de que el Príncipe de las Tinieblas se oculta
preferentemente en aquella categoría de personas morales que llamamos instituciones.
Parece como si se amoldara mejor a la vida de estos seres de segundo plano
que se asemeja, sin duda, a la de los hombres sin llegar nunca a
asimilarse a ella y que ofrece posibilidades de influencia mucho mayores
que la de una acción meramente individual. Permite, en efecto trabajar en gran
escala, en serie, por decirlo así en lugar de fragmentar indefinidamente los
esfuerzos sobre individuos aislados.
Idea es ésta por cierto muy antigua, cuya paternidad
de ningún modo pretende reivindicar el autor, pero es preciso convenir en que
suele ser muy mal entendida y muy raramente utilizada, no obstante su
importancia capital. Si bien se piensa en efecto ¿con qué fin el demonio
vendría a apoderarse del cuerpo de un desdichado ‘quidam’ cuando por medio de
las instituciones políticas y gubernamentales, por medio de las leyes y las
costumbres, donde insinúa su espíritu perverso, puede orientar tan fácilmente a
los hombres, con un impulso tanto más irresistible cuanto más disimulado,
por decenas y centenares de millares, más aún por millones, a lo largo de los
caminos de perdición que son los suyos? Nada más lógico en una inteligencia tan
lúcida como la del demonio que la idea de utilizar para sus fines el
gregarismo propio de la época moderna y aquellos famosos progresos de la ciencia
con los cuales precisamente se había creído poder eliminarlo. En lugar de
proceder como un pequeño artesano Lucifer trabaja ahora como un gran industrial
y realiza en serie su obra infernal valiéndose de los instrumentos más
perfeccionados que el mundo moderno puede brindarle.
Pues bien, esta idea de una obsesión general oculta e
invisible, de una ocupación colectiva, política y social, explica luminosamente
el hecho extraño antes señalado que la disminución de las posesiones diabólicas
individuales en nuestra descristianizada sociedad contemporánea coincida con
una intensificación evidente de la acción diabólica personal en el mundo.
Es que la inhabitación física violenta –anota el
autor- está resultando cada vez más innecesaria al Enemigo del género humano.
Esta otra forma de ocupación de los espíritus y de las almas, por carecer del
carácter espectacular de las posesiones individuales, es mucho más insinuante y
tranquila y por lo tanto más segura prestándose por su mismo disimulo a un
contagio mucho más rápido y a una enorme difusión.
La idea desarrollada por el teólogo Multi no deja de
seducir a su interlocutor pero en su
mente surge una dificultad que no carece ciertamente de fuerza. ¿Acaso el mal
–objeta el teólogo- no ha existido en t odas las sociedades, de cualquier
índole que sean, antes y después de la era cristiana? ¿Acaso el demonio no se
ha infiltrado en todas ellas inoculándoles gérmenes de corrupción y de muerte?
En este caso la tesis del P. Multi implicaría una generalización harto banal;
significaría una diferencia meramente de grado pero no de naturaleza entre
nuestras sociedades actuales y las pasadas.
El padre Multi resuelve esta objeción con una
distinción de importancia capital para la recta inteligencia del mal que afecta
al mundo contemporáneo, o se trata ciertamente de caer en el error opuesto de
aquel que sólo admite posesiones individuales, dando a la idea de la posesión
colectiva una extensión abusiva, como lo ha hecho, por ejemplo, hace muy poco
la famosa Simone Weil, según lo cual lo social es irreductiblemente el dominio
del Diablo, llegando hasta el extremo de afirmar que “el diablo es lo
colectivo” o bien “que el Diablo es el padre de la mentira, y que la mentira es
social”.
No, ésta es una doctrina anárquica, de raíz maniquea o
gnóstica pero no católica. Lo social, no más que lo individual, no es
irreductiblemente el dominio de Satanás. Pero tampoco está inmune, como lo está
lo individual, de las posesiones diabólicas. Por el contrario, tal vez este más
sujeto a ellas, sobre todo en las circunstancias actuales que le brindan un
ambiente social convenientemente propicio para la infestación demoníaca y le
proporcionan, como hemos dicho, los medios más eficaces de difusión.
Cosa muy distinta ocurre si las bases fundamentales de
una sociedad se nos presentan desde sus orígenes y en su misma esencia gangrenadas
por graves errores, por mentiras evidentes, por el vicio o por el crimen; si su
perversión intrínseca es tal que orientan necesariamente a los hombres en una
dirección contraria a los fines propios de su naturaleza racional y de la misma
sociedad, y en función de los cuales existe precisamente en nosotros la
tendencia social. Tal es el caso de aquellas sociedades cuyos principios
fundamentales orientan al hombre a la práctica del error y del mal, a las
discordias internas, a la guerra civil o a la guerra internacional. Mediante
esta corrupción sistemática de los fines verdaderos y racionales del hombre es
como Satanás realiza su obra y le pone, por decirlo así, su sello propio.
Pues bien, tal es el hecho que caracteriza y define al
mundo contemporáneo. El mérito de la Bigne de Villenueve
consiste en haberlo afirmado categóricamente y sin ambages, en un momento en
que los católicos solo parecen pensar en transacciones y pactos con el mal. Se
podrá objetar a esto que muchas personas honestas, que muchos católicos
sinceros afirman lo contrario y se dedican a exaltar las excelencias del
fin que persiguen y de los medios que emplean las modernas instituciones
democráticas. Pero esas afirmaciones vienen antes bien a corroborar nuestra
tesis, ya que el demonio es un experto en fabricar ilusiones con apariencias de
sabiduría y de verdad; más aún, es ese el procedimiento más común de su
actividad obsesiva. Y la persistencia naturalmente inconcebible, con que
tantas y tantas almas cristianas se obstinan en defender los errores de la
democracia liberal, no obstante las reiteradas condenaciones de la
Iglesia, no obstante las trágicas lecciones que se derivan de la experiencia
histórica de estos últimos tiempos, esa persistencia, decíamos, constituye a
nuestro modo de ver un signo manifiesto de la influencia negativa que hoy
ejercen los prestigios diabólicos. Gracias a esa colaboración, imprudente y
culpable, de los buenos, la obsesión corriente evoluciona con mayor o menor
rapidez hacia las formas de la ocupación o aun de la posesión diabólica, que
son numerosas en nuestros días y de la que nos dan claros ejemplos
los horrores cometidos por los rojos españoles en la reciente guerra civil, la
persecución implacable de los ‘colaboracionistas’ en Francia y el régimen
político que impera en los países que se hallan tras la cortina de hierro.
Estas consideraciones vienen a constituir una adecuada
respuesta a la interrogación que se formulaba ansiosamente el noble Peguy:
¡Dios mío, Dios mío! –gemía el gran escritor- ¿Qué es lo que está ocurriendo
ahora? En todo tiempo ¡Ay de mí! En todos los tiempos ha habido almas que
se perdían… Antes era la tierra la que preparaba para el infierno. Ahora es el
mismo infierno el que parece haberse volcado sobre la tierra. ¿Qué es,
Dios mío,qué es lo que ha cambiado?
Pues bien, podemos responder al gran Peguy, lo que ha
cambiado es lo siguiente: Es que las instituciones, en vez de ser concebidas
como lo era antes, “en aquel tiempo en que mal que mal la filosofía del
Evangelio gobernaba a los Estados” como establecida para refrenar la
malicia eterna de los hombres, son concebidas ahora como ordenadas a excitarla
y a exaltarla.
Es que ahora las instituciones en lugar de remediar en
cuanto sea posible, de acuerdo a su auténtico destino, las faltas y los pecados
de las sociedades, vienen a multiplicarlos y a agravar sus consecuencias. Ya lo
decía, magistralmente el cardenal Pie, obispo de Poitiers en su panegírico de
San Luis Rey de Francia, “La sociedad de San Luis tuvo ciertamente sus vicios y
los hombres que la componían no pudieron ser del todo transformados hasta el
punto de quedar despojados de la herencia del primer Adán. Pero lo que podemos
afirmar es que todo lo que hubo entonces de nobles sentimientos y de grandes
hazañas –y que las hubo en gran escala nadie se atrevería a negarlo- todo eso
era el fruto de las doctrinas y de las instituciones de la época. Si el corazón
humano siguió siendo débil por las inclinaciones de la naturaleza caída, la
sociedad en cambio fue fuerte por sus instituciones y sus creencias; en
una palabra, el vicio no provenía entonces como ahora de la misma ley, y
la virtud no constituía entonces como ahora, la inconsecuencia y la excepción”
En eso precisamente consiste el cambio que acongojaba
a Peguy. ¿Es que entonces la sociedad, las instituciones y las leyes estaban
animadas por el espíritu de Cristo, y ahora en cambio, como lo demuestra
concluyentemente nuestro autor, es Satanás quien ha encontrado acceso a ellas,
es él quien ha logrado incorporarse a su espíritu y aún a su letra, colocando
el mal en la misma raíz y logrando con trágica perfidia presentarlo como el Bien,
decorando el desorden con los colores del Orden y lo Falso con las apariencias
de la Verdad? La obra maestra del demonio consiste en ofrecernos el espectáculo
desolador y absurdo de un mundo que grita su dolor y su desdicha y que mezcla
sin embargo sus gemidos y sus quejas con juramentos de fidelidad, con actos de
amor enloquecido e invocaciones ardientes a todo lo que constituye la causa
misma de sus males: a la Democracia, a la Libertad, a la
Igualdad, a los Derechos del Hombre.
Hace más de siglo y medio que el mundo se debate
en las convulsiones engendradas por los ‘inmortales’ principios de la
Revolución. Puede que sean inmortales, advertía ya en el siglo pasado
el cardenal Pie.
Pero es indudable que no tienen el don de
comunicar esa inmortalidad a los gobiernos y a las instituciones que en ellos
se inspiran. Jamás el mundo asistió en efecto a tanta inestabilidad y a tantas
y tan horribles convulsiones, y cuando han terminado estas siniestras
hecatombes, al lado de las cuales las de los pueblos salvajes parecen juegos de
niños ya que ahora se inmolan a los ídolos modernos las vidas humanas por
decenas de millones; cuando podría esperarse una saludable reacción y un
retorno al orden tradicional, cristiano y humano cuyo olvido es causa de las
mismas, he aquí que los inmortales principios` y los mismos hombres que en su
nombre provocaron las catástrofes renacen como el Fénix de la leyenda de sus
propias cenizas o mejor aún de su propia corrupción.
Así como el perro de la Sagrada escritura
vuelve siempre a su vómito, así también, en la ocurrencia, las modernas
sociedades vuelven a los principios que las intoxican y que son la causa principal
de sus males, sin que pueda advertirse, salvo en casos aislados, un
ensayo real de comprensión un propósito serio y radical de mejoramiento y de
reacción.
Y así vemos que hoy el mundo se encamina ciegamente a
la tercera y tal vez definitiva hecatombe invocando los mismos principios y las
mismas doctrinas que determinaron las hecatombes anteriores. ¿Cómo no ver
en esa ceguera y ese engaño incomprensible, la influencia sutil del Padre de la
mentira, del Enemigo del género humano que persigue obstinadamente su
aniquilación a fin de dar de esta manera una adecuada respuesta a la obra
divina de la Creación?
Tales son los temas que de la Bigne de
Villenueve magistralmente desarrolla en “Satan Dans la Cité”. Entre los
libros últimamente publicados en Francia, pocos hay a nuestro modo de ver que
merezcan una consideración tan atenta como éste, ya que nos ofrece,
actualizadas y renovadas, las doctrinas de los grandes teorizadores franceses
de la Contrarrevolución, de un cardenal Pie, de un De Maistre, de un Blanc
de Saint-Bonnet, doctrinas que el demonio ha sabido neutralizar y sepultar en
el olvido haciéndolas pasar por ‘oscurantistas’, ‘integristas’, ‘reaccionarias’
cuando en rigor en ellas se contienen las únicas posibilidades para el mundo de
restauración y de salud.+
Publicado por bonfiglioli,
horacio en 16:02 en 2014.
Nota del blog:
El liberalismo, nuestro enemigo interno, repudiando a Dios y la ley natural,
utilizó maquiavélicamente el fraude político y difundió la inmoralidad
individual y social; suficientes males para comprender que en el abandono de la
moral y los deberes religiosos está el origen del fracaso argentino que el
liberalismo ocasionó; y que la vuelta a la soberanía del espíritu de Jesús
sobre nuestra Patria y a la ley natural
es la única posibilidad de restaurarla.
Respecto a los pueblos que componen la fratria
imperialista: USA, Inglaterra e Israel, que tantos males indignos están ocasionando
en el mundo, esperemos se vuelque sobre ellos el merecido castigo divino, antes
que acaben con nosotros, pues la Argentina liberal no puede con ellos… ¡ni
siquiera se lo propone!
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