E. S. Gimenez Vega
Todo tiene un límite. Lo
tiene la virtud (el más justo peca siete veces al día) y lo tiene el pecado.
Pero el mayor pecado, el que Dios no perdona, es el pecado contra la
inteligencia. Por eso castigó a los ángeles y al hombre.
La deformación del sentido
común, de la mente individual y colectiva, sospecho que es el pecado peor de la
sociedad contemporánea.
La soberbia es pecado por
exceso, pero la idiotez es por mezquindad. Idiotizar al pueblo es pecar contra la inteligencia y tan
grave como inducirlo al error. Cristo anatematizó al que escondió usurariamente
el talento bajo tierra, con las mismas palabras con que Dios mandó, sin
metáforas, a los ángeles al infierno.
No soy amigo de meterme en
teologías, pero es evidentemente blasfema la comercialización contemporánea de
las expresiones sublimes del pueblo, por las que trasciende a los planos de la
inmortalidad, por las que se consustancia con la verdad y con la Belleza
Eterna, por las que se hace él mismo
verdad y belleza: la cultura.
Es un pecado contra la inteligencia haber descubierto técnicas admirables que rayan en lo mágico,
como la radio, cine, televisión, la prensa , para convertirlas en medios
sistemáticos de embrutecimiento, de relajación, de inferiorización. Porque se atenta contra el
destino ascendente del pueblo, cuando se parte de un concepto inferiorizante,
cuando se poda la humana tendencia a concretarse en las esferas de la
idealidad. Entregar estos medios de ascensión, de superación, la especulación del vendedor, es tentar al
diablo, buscar el nivel más bajo, para que la propaganda entre en las mentes
más idiotas.
Como los que se exhiben en
todo el mundo (gusto general, tal vez, de la época) el espectáculo, que
presenciamos en materia artística
(radial, cinematográfica revistas populares y televisión) es tremendamente
triste. Todas las aventuras del mal gusto, del ingenio a presión, de la zoncera
remachada, ingresan en los programas por la ancha puerta de los programas mal
llamados populares.
Muchos “directores
artísticos” entienden que popular es sinónimo de populachero, de mal gusto o
insulsez, y han interpretado su manera aquel precepto de Lope: puesto que el
pueblo paga es justo hablarle en necio
para darle gusto”.. sin reparar en la forma “necia” en que habló Lope y copiar
allí, en ese modelo de arte popular, la forma de “necia” la forma de
“dar gusto”. Porque esta especie humana que dirige en definitiva desde
el cine, radio o revistas, la conformación estética y moral de la población, a menudo sin
exigirles estudios, ni título, ni condiciones adecuadas, jamás se detuvo a pensar (pensar, de pienso verbo o
sustantivo), que lo popular, lo auténtica y válidamente popular, no es
precisamente la expresión inferiorizante y plebeya, sino la que está como su
sustrato en todos los movimientos de la cultura; que popular no es sinónimo de
plebeyismo, sino tendencia humana por una concreción sublimada en la esfera del
arte y del bien.
La catedral que nace en esta
ansia del pueblo es plastificación de sus sensibilidades geniales, es santuario
del pueblo y no capilla para escogidos; nace en el pueblo y exige el calor del
pueblo. El canto gregoriano, el canto llano es la modulación armoniosa de una
plegaria multitudinaria en la expresión más cercana al lenguaje humano y
divino. La “Ilíada” es asi popular, gesta de un pueblo, como son los romances,
como lo es don Quijote (antes que lo hicieran clásico y lectura obligatoria) y
lo es Verdi, como lo es el mismísimo Dante, síntesis del sustrato teológico de
su pueblo, dada en el lenguaje vulgar
del pobrecito de Asís. Populares son todas las lenguas del universo, que no
admiten otra creación que la boca multiplicada del pueblo que habla y hace lenguaje. No los Conservatorios,
las Academias , las Universidades, cuando han perdido su adherencia a las
formas y a las soluciones populares y han secado las fuentes del arte y
liquidado las posibilidades creativas.
Plauto fue popular y muchas
veces populachero. Pero sólo los autores treatrales tienen derecho a serlo.
Molière lo fue en mayor grado que el mimo Plauto. Escenas caseras para los
academizados (la investigación de los síntomas en “El Médico a la Fuerza”) no se encuentran fácilmente
en Plauto. Pero el arte de Plauto y de Molière
demuestra que hay más
posibilidades de arte en lo populachero que en lo falsamente aristocratizante
de Terencio. Cuando Plauto remonta vuelo
hace vibrar finamente la sensibilidad
romana y el mismo pueblo que festeja las
bromas de Sosías, goza los cantos de Rudens. Por eso se entendieron. Había
comprensión. El pueblo se encontraba totalmente. Y el pueblo no es fácil de contentar .Los
intelectuales sí. Esnobismo, más exotismo, más expresión sin contenido,
constituyen el cincuenta por ciento del arte: el otro cincuenta lo pone la
propaganda, la obsecuencia de aplausos y elogios mutuos, y toda esa singular
cofradías que agrupa a los “intelectuales”.El pueblo silva, se aburre
honestamente y se va. El intelectual se las aguante y aplaude. (ver “Wozzek”).
Tanta inteligencia invertida en
la mecánica de la radio para terminar en la cultura de preguntas y respuestas.! Felizmente les ha salido también su
Quijote y el éxito de esta audición que los satiriza es el ejemplo más
convincente de la conciencia popular, frente a esas audiciones armadas con la
sabiduría extractada del Petit Larousse.
Los “skechts”, las novelas
radiales, los episodios, son casi siempre de una tontería tan extrema, desde el
punto de vista del desprecio de la inteligencia, esa mezcla informe de discos
desgarradores (lluvias, tiros, truenos, aullidos) son chismes francamente
inmorales (no somos puritanos pero juzgue Marconi desde su cielo sonoro los chismes de la vida de los artistas, los
divorcios y amoríos recogidos como
programas, el avisito cantado.) Y como si todo esto fuera poco: la importación
del cantor, del cantor de la pornografía con voz arrastrada y mal oliente, con
la guasería del descastado, con la impudicia del mal nacido, que es sarcasmo para
el verdadero pueblo.
Mal favor hacen al país
quienes invierten la proyección del pueblo y dirigen sus antenas a la
infrasociedad y nivelan la cultura
popular por lo más abyecto y descastado. Poco hacen por concretar la natural
aspiración del pueblo de sublimarse, quienes comercian la inteligencia, la
sensibilidad y gusto argentino.
El país tiene una esencia
musical que ya documentó Lugones (el Lugones que no tuvo jamás una emisora para su mensaje de belleza argentina,
de belleza “del pueblo argentino”, del pueblo de “La Guerra Gaucha”, del pueblo de los “.Romances”). El país argentino no es
este que buscan la primera, la segunda y la tercera emisora argentina. La
categoría cultural de nuestro pueblo es superior a las que suponen nuestras
emisoras, nuestro cine y nuestras revistas de aventuras. Al rebajar el nivel,
desnivelan la sociedad, porque todos estamos obligados a escucharlas o a quedar en silencio heroico.
De las excepciones: líbrenos
Señor. Porque la radio que se pretende seria porque aburre, culta porque es
empecatada, inteligente porque dice cosas difíciles, aristocrática porque es
oligárquica, la que cree que la belleza
se esconde bajo lo rebuscado, lo opioso
y lo incomprensible, esa… no sirve para nada, es fuerza motriz disparada al éter.
Este planteo radial es
aplicable a la gestión cinematográfica y revisteril. Cuando los directores
cinematográficos clamaban por la protección del cine argentino, filmaban los
argumento extraídos de toda la novelería decadente francesa. Que digan que no
es cierto y publicamos los títulos. Al mercachifle le interesa eso “lo que se
vende”, como también le interesan los hombres que más se venden…
La revista, La revista de
historietas. Qué trágico es pensar que no es más que la introducción al cine,
la radio y la historieta. Son los amos de nuestra civilización. ¿Ha pensado
usted en las deducciones de los sabios del futuro reconstruyendo nuestra
cultura, después de un hipotético cataclismo, con las colecciones de Pif-Paf,
El Superhombre, Rico Tipo, etcétera? . Chesterton cuando escribió “El Hombre
Eterno” no sospechaba que la proclividad de la cultura llegaría a tocar fondo.
No hablamos de estos
fenómenos como puramente locales. Pertenecen, en cierto sentido, a nuestro
tiempo. No se si este tiempo es mejor o peor, pero lo siento brutalmente
repugnante. Sin existencialismo. Este tiempo afecta directamente al estómago.
Todos andamos con el estómago resentido, y el hígado y todos los órganos
capaces de sensibilidad... Y cuando digo “todos” me refiero a lo que conservamos
sensibilidad, aunque sea en las vísceras.
El problema radial llevado a
este novísimo periodismo no proyecta una realidad amarga. La encuesta la dan
los tranvías, los trenes, los subtes. No hagamos disquisiciones. Asomémonos al
primer quiosco. Ya no hay decoro Cualquier cosa, clamante, gritona,
inverosímil, que rompa el sentido común, que destroce la cordura, que fulmine
al buen gusto. Todo, en cualquier tamaño, con cualquier colorido, todo es
devorado por el lector alfabeto, que sí
lee y sí escribe y alaba la enseñanza obligatoria, que no le sirve más que
para llenar formularios en una oficina, inventados para que él pueda llenarlos.
Así se aumenta la cultura del pueblo.
Con superhombres han desplazado al santo, con hombres de
acero, que han suplantado al héroe, con superatómicos, ultrasónicos, con todo lo que
sea fantasía sin imaginación, imaginación sin belleza, artificio sin ideales, fuerza bruta,
disparate absurdo, embriaguez de chicha, borrachera barata fermentada en la
instrucción del libro de texto y en la clase enciclopédica, primer programa de
preguntas y respuestas.
Porque nuestros abuelos
analfabetos se reían con aquellas coplas que hoy juntan para limosna de
nuestros espíritus un grupo de gente voluntariosa, y se solazaban con aquellos
cuentos que contara por última vez don
Segundo Sombra, tenían la ciencia de la vida en su refranero y de la naturaleza en la metáfora justa…
Nuestros abuelos analfabetos creían en fantasmas que veían y no en
superhombres, se disputaban los ejemplares de “Martín Fierro” en las pulperías
y no las revistuchas de historietas, hacían leguas para escuchar un cantor de
cielitos, y no para oír el insulto procaz de un asalariado, hacían música del
galope de sus caballos y poesía de sus emociones y entraban a chucear cantando,
y eran capaces, de puro salvajes, diría
Sarmiento, de recitar la Biblia de memoria, como Facundo en Tucumán.
El proceso del alfabetismo
pareciera haber concluido en esto.. Yo no encuentro otra explicación y que
venga el Dr. Baldrich y diga si me equivoco.
Hablo seriamente. Mi
experiencia de profesor me dice que en
primer año los chicos entienden todo y gozan hasta del padre Mariana y le
encuentran gracia a Fray Gerundio. Pero en quinto “magisterio (mi mujer me dice
que en cuarto Bachi es mil veces peor) no se ríen de nada.Nada risible. La risa ha sido desplazada de su
conexión con la gracia. Es, por regla, estúpida, tonta, idiota. Viene
acompañada de la hoja que barre el viento, del libro que cae, del tintero
volcado, del tirón de mechas de la de atrás…Y hay que recordarles el “Carmen”
de Cáttulo: Egnatius renidet, se rie
Ignacio porque tiene los dientes blancos…
En quinto año ya nada hay que
hacerle. Dificilmente se salva el alumno
de la tontera sistematizada. Las modalidades de los fines de curso lo están
demostrando.
Escucharán toda la vida audiciones
radiales, escribirá a los artistas y pedirá autógrafos. Comprará semanalmente
revistas de historietas y se angustiará por un televisor.
Un criterio meramente
utilitario rige nuestra educación.¿ Acaso no oímos frecuentemente que la
enseñanza debe ser útil? Pero útil ¿para quién? ¡Vive Dios! ´¿Útil para uno
mismo? Si fuera así, si fuera el fin la utilidad propia, magnífico, entonces
hagamos la educación más inútil imaginable, porque el hombre no aspira a esas
utilidades que la sociedad le está imponiendo. ¿Es útil para uno mismo meterse en
la cabeza toda la química, zoología, física, y tantas cosas más que se enseñan?
No. Yo sentiría haber hecho algo útil para mi, si aprendiera a vivir,
administrar mis facultades perceptivas y expresivas. Si pudiera ver, oír, gustar,
manifestarme. Y para eso no me ayuda nada el saber útil de la enseñanza intelectualista.
Por eso, cuando largamos a nuestros
muchachos atrofiados en su sensibilidad, le damos un sermón y les reprochamos
después que no sepan distinguir lo bueno de lo malo. Pero, Dios mío: si jamás hemos
hecho algo positivo para que nuestro pueblo
sienta, vea, oiga sino al contrario: los entregamos a la radio, al cine, al
periodismo bolichero, que halaga lo bajo, que atrofia lo bueno, que desquicia
el orden, porque lo que él quiere es vender… vender… vender . Y para que le
compren no necesita inteligencia, ni
gusto, ni arte, ni buen sentido, necesita plata. Y la plata del idiota vale tanto como la del artista. Un lindo crimen
vale más que toda la obra de Lugones.
Es un círculo vicioso: comienza en el mostrador y
termina en el mostrador.
Conclusiones
; es evidente el descenso del gusto
popular. Es evidente el paralelismo entre descenso y la educación pública.
Es
vidente que los medios de expresión que manejan la sensibilidad de la
l nación están al servio del negocio.
Es
evidente que al negociante le importe tres rábanos la cultura pública.
Es
evidente que esto no puede seguir así.
Bueno
entonces ; que no siga . Pero que no
tomen todo esto: escuela, radio, cine revistas y se las den a un intelectual, a
un profesor universitario, y menos aun a
un filólogo.
Nota:
las revistas de aventuras las pueden quemar todas con todo adentro . El país necesita un auto sacramental de esta
especie, si no va a caer fuego. Dios no
perdona los pecados contra la inteligencia. Y esto es bíblico.*
TOMADO
DE LA REVISTA “ DINÁMICA SOCIAL ”.
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