domingo, 26 de marzo de 2023

 

 

 



 

 

E. S. Gimenez Vega

 

Todo tiene un límite. Lo tiene la virtud (el más justo peca siete veces al día) y lo tiene el pecado. Pero el mayor pecado, el que Dios no perdona, es el pecado contra la inteligencia. Por eso castigó a los ángeles y al hombre.

 

La deformación del sentido común, de la mente individual y colectiva, sospecho que es el pecado peor de la sociedad contemporánea.

 

La soberbia es pecado por exceso, pero la idiotez es por mezquindad. Idiotizar  al pueblo es pecar contra la inteligencia y tan grave como inducirlo al error. Cristo anatematizó al que escondió usurariamente el talento bajo tierra, con las mismas palabras con que Dios mandó, sin metáforas, a los ángeles al infierno.

 

No soy amigo de meterme en teologías, pero es evidentemente blasfema la comercialización contemporánea de las expresiones sublimes del pueblo, por las que trasciende a los planos de la inmortalidad, por las que se consustancia con la verdad y con la Belleza Eterna, por las que se hace él mismo  verdad y belleza: la cultura.

 

Es un pecado contra  la inteligencia haber descubierto  técnicas admirables que rayan en lo mágico, como la radio, cine, televisión, la prensa , para convertirlas en medios sistemáticos de embrutecimiento, de relajación, de  inferiorización. Porque se atenta contra el destino ascendente del pueblo, cuando se parte de un concepto inferiorizante, cuando se poda la humana tendencia a concretarse en las esferas de la idealidad. Entregar estos medios de ascensión, de superación,  la especulación del vendedor, es tentar al diablo, buscar el nivel más bajo, para que la propaganda entre en las mentes más idiotas.

 

Como los que se exhiben en todo el mundo (gusto general, tal vez, de la época) el espectáculo, que presenciamos  en materia artística (radial, cinematográfica revistas populares y televisión) es tremendamente triste. Todas las aventuras del mal gusto, del ingenio a presión, de la zoncera remachada, ingresan en los programas por la ancha puerta de los programas mal llamados populares.

 

Muchos “directores artísticos” entienden que popular es sinónimo de populachero, de mal gusto o insulsez, y han interpretado su manera aquel precepto de Lope: puesto que el pueblo paga  es justo hablarle en necio para darle gusto”.. sin reparar en la forma “necia” en que habló Lope y copiar allí, en ese modelo de arte popular, la forma de “necia”  la forma de  “dar gusto”. Porque esta especie humana que dirige en definitiva desde el cine, radio o revistas, la conformación estética  y moral de la población, a menudo sin exigirles estudios, ni título, ni condiciones adecuadas, jamás se detuvo a pensar (pensar, de pienso verbo o sustantivo), que lo popular, lo auténtica y válidamente popular, no es precisamente la expresión inferiorizante y plebeya, sino la que está como su sustrato en todos los movimientos de la cultura; que popular no es sinónimo de plebeyismo, sino tendencia humana por una concreción sublimada en la esfera del arte y del bien.

 

La catedral que nace en esta ansia del pueblo es plastificación de sus sensibilidades geniales, es santuario del pueblo y no capilla para escogidos; nace en el pueblo y exige el calor del pueblo. El canto gregoriano, el canto llano es la modulación armoniosa de una plegaria multitudinaria en la expresión más cercana al lenguaje humano y divino. La “Ilíada” es asi popular, gesta de un pueblo, como son los romances, como lo es don Quijote (antes que lo hicieran clásico y lectura obligatoria) y lo es Verdi, como lo es el mismísimo Dante, síntesis del sustrato teológico de su pueblo, dada en el lenguaje vulgar del pobrecito de Asís. Populares son todas las lenguas del universo, que no admiten otra creación que la boca multiplicada del pueblo que habla y hace lenguaje. No los Conservatorios, las Academias , las Universidades, cuando han perdido su adherencia a las formas y a las soluciones populares y han secado las fuentes del arte y liquidado las posibilidades creativas.

 

Plauto fue popular y muchas veces populachero. Pero sólo los autores treatrales tienen derecho a serlo. Molière lo fue en mayor grado que el mimo Plauto. Escenas caseras para los academizados (la investigación de los síntomas en “El  Médico a la Fuerza”) no se encuentran fácilmente en Plauto. Pero el arte de Plauto y de Molière  demuestra que hay  más posibilidades de arte en lo populachero que en lo falsamente aristocratizante de Terencio.  Cuando Plauto remonta vuelo hace vibrar  finamente la sensibilidad romana y el mismo pueblo que  festeja las bromas de Sosías, goza los cantos de Rudens. Por eso se entendieron. Había comprensión. El pueblo se encontraba totalmente.  Y el pueblo no es fácil de contentar .Los intelectuales sí. Esnobismo, más exotismo, más expresión sin contenido, constituyen el cincuenta por ciento del arte: el otro cincuenta lo pone la propaganda, la obsecuencia de aplausos y elogios mutuos, y toda esa singular cofradías que agrupa a los “intelectuales”.El pueblo silva, se aburre honestamente y se va. El intelectual se las aguante y aplaude. (ver “Wozzek”).

 

Tanta inteligencia invertida en la mecánica de la radio para terminar en la cultura de preguntas y respuestas.! Felizmente les ha salido también su Quijote y el éxito de esta audición que los satiriza es el ejemplo más convincente de la conciencia popular, frente a esas audiciones armadas con la sabiduría extractada del Petit Larousse.

 

Los “skechts”, las novelas radiales, los episodios, son casi siempre de una tontería tan extrema, desde el punto de vista del desprecio de la inteligencia, esa mezcla informe de discos desgarradores (lluvias, tiros, truenos, aullidos) son chismes francamente inmorales (no somos puritanos pero juzgue Marconi desde su cielo sonoro  los chismes de la vida de los artistas, los divorcios y amoríos  recogidos como programas, el avisito cantado.) Y como si todo esto fuera poco: la importación del cantor, del cantor de la pornografía con voz arrastrada y mal oliente, con la guasería del descastado, con la impudicia del mal nacido, que es sarcasmo para el verdadero pueblo.

 

Mal favor hacen al país quienes invierten la proyección del pueblo y dirigen sus antenas a la infrasociedad  y nivelan la cultura popular por lo más abyecto y descastado. Poco hacen por concretar la natural aspiración del pueblo de sublimarse, quienes comercian la inteligencia, la sensibilidad y gusto argentino.

 

El país tiene una esencia musical que ya documentó Lugones (el Lugones que no tuvo jamás una  emisora para su mensaje de belleza argentina, de belleza “del pueblo argentino”, del pueblo de  “La Guerra Gaucha”, del pueblo  de los “.Romances”). El país argentino no es este que buscan la primera, la segunda y la tercera emisora argentina. La categoría cultural de nuestro pueblo es superior a las que suponen nuestras emisoras, nuestro cine y nuestras revistas de aventuras. Al rebajar el nivel, desnivelan la sociedad, porque todos estamos obligados a escucharlas o a  quedar en silencio heroico.

 

De las excepciones: líbrenos Señor. Porque la radio que se pretende seria porque aburre, culta porque es empecatada, inteligente porque dice cosas difíciles, aristocrática porque es oligárquica, la  que cree que la belleza se esconde bajo lo rebuscado,  lo opioso y lo incomprensible, esa… no sirve para nada, es fuerza motriz disparada al éter.

 

Este planteo radial es aplicable a la gestión cinematográfica y revisteril. Cuando los directores cinematográficos clamaban por la protección del cine argentino, filmaban los argumento extraídos de toda la novelería decadente francesa. Que digan que no es cierto y publicamos los títulos. Al mercachifle le interesa eso “lo que se vende”, como también le interesan los hombres que más se venden…

 

La revista, La revista de historietas. Qué trágico es pensar que no es más que la introducción al cine, la radio y la historieta. Son los amos de nuestra civilización. ¿Ha pensado usted en las deducciones de los sabios del futuro reconstruyendo nuestra cultura, después de un hipotético cataclismo, con las colecciones de Pif-Paf, El Superhombre, Rico Tipo, etcétera? . Chesterton cuando escribió “El Hombre Eterno” no sospechaba que la proclividad de la cultura llegaría a tocar fondo.

 

No hablamos de estos fenómenos como puramente locales. Pertenecen, en cierto sentido, a nuestro tiempo. No se si este tiempo es mejor o peor, pero lo siento brutalmente repugnante. Sin existencialismo. Este tiempo afecta directamente al estómago. Todos andamos con el estómago resentido, y el hígado y todos los órganos capaces de sensibilidad... Y cuando digo  “todos” me refiero a lo que conservamos sensibilidad, aunque sea en las vísceras.

 

El problema radial llevado a este novísimo periodismo no proyecta una realidad amarga. La encuesta la dan los tranvías, los trenes, los subtes. No hagamos disquisiciones. Asomémonos al primer quiosco. Ya no hay decoro Cualquier cosa, clamante, gritona, inverosímil, que rompa el sentido común, que destroce la cordura, que fulmine al buen gusto. Todo, en cualquier tamaño, con cualquier colorido, todo es devorado por el lector alfabeto, que sí lee y sí escribe y alaba la enseñanza obligatoria, que no le sirve más que para llenar formularios en una oficina, inventados para que él pueda llenarlos. Así se aumenta la cultura del pueblo.

 

Con superhombres  han desplazado al santo, con hombres de acero, que han suplantado al héroe, con  superatómicos, ultrasónicos, con todo lo que sea fantasía sin imaginación, imaginación sin  belleza, artificio sin ideales, fuerza bruta, disparate absurdo, embriaguez de chicha, borrachera barata fermentada en la instrucción del libro de texto y en la clase enciclopédica, primer programa de preguntas y respuestas.

 

Porque nuestros abuelos analfabetos se reían con aquellas coplas que hoy juntan para limosna de nuestros espíritus un grupo de gente voluntariosa, y se solazaban con aquellos cuentos que contara por última  vez don Segundo Sombra, tenían la ciencia de la vida en su refranero  y de la naturaleza en la metáfora justa… Nuestros abuelos analfabetos creían en fantasmas que veían y no en superhombres, se disputaban los ejemplares de “Martín Fierro” en las pulperías y no las revistuchas de historietas, hacían leguas para escuchar un cantor de cielitos, y no para oír el insulto procaz de un asalariado, hacían música del galope de sus caballos y poesía de sus emociones y entraban a chucear cantando, y eran capaces, de puro salvajes,  diría Sarmiento, de recitar la Biblia de memoria, como Facundo en Tucumán.

 

El proceso del alfabetismo pareciera haber concluido en esto.. Yo no encuentro otra explicación y que venga el Dr. Baldrich y diga si me equivoco.

 

Hablo seriamente. Mi experiencia de profesor me  dice que en primer año los chicos entienden todo y gozan hasta del padre Mariana y le encuentran gracia a Fray Gerundio. Pero en quinto “magisterio (mi mujer me dice que en cuarto Bachi es mil veces peor) no se ríen de nada.Nada  risible. La risa ha sido desplazada de su conexión con la gracia. Es, por regla, estúpida, tonta, idiota. Viene acompañada de la hoja que barre el viento, del libro que cae, del tintero volcado, del tirón de mechas de la de atrás…Y hay que recordarles el “Carmen” de Cáttulo: Egnatius renidet, se rie Ignacio porque tiene los dientes blancos…

 

En quinto año ya nada hay que hacerle. Dificilmente se salva  el alumno de la tontera sistematizada. Las modalidades de los fines de curso lo están demostrando.

 

Escucharán toda la vida audiciones radiales, escribirá a los artistas y pedirá autógrafos. Comprará semanalmente revistas de historietas y se angustiará por un televisor.

 

Un criterio meramente utilitario rige nuestra educación.¿ Acaso no oímos frecuentemente que la enseñanza debe ser útil? Pero útil ¿para quién? ¡Vive Dios! ´¿Útil para uno mismo? Si fuera así, si fuera el fin la utilidad propia, magnífico, entonces hagamos la educación más inútil imaginable, porque el hombre no aspira a esas utilidades que la sociedad le está imponiendo. ¿Es útil para uno mismo meterse en la cabeza toda la química, zoología, física, y tantas cosas más que se enseñan? No. Yo sentiría haber hecho algo útil para mi, si aprendiera a vivir, administrar mis facultades perceptivas y expresivas. Si pudiera ver, oír, gustar, manifestarme. Y para eso no me ayuda nada el saber útil  de la enseñanza intelectualista.

 

Por eso, cuando largamos a nuestros muchachos atrofiados en su sensibilidad, le damos un sermón y les reprochamos después que no sepan distinguir lo bueno de lo malo. Pero, Dios mío: si jamás hemos hecho algo positivo  para que nuestro pueblo sienta, vea, oiga sino al contrario: los entregamos a la radio, al cine, al periodismo bolichero, que halaga lo bajo, que atrofia lo bueno, que desquicia el orden, porque lo que él quiere es vender… vender… vender . Y para que le compren no necesita  inteligencia, ni gusto, ni arte, ni buen sentido, necesita plata. Y la plata del idiota  vale tanto como la del artista. Un lindo crimen vale más que toda la obra de Lugones.

 

Es un  círculo vicioso: comienza en el mostrador y termina en el mostrador.

 

Conclusiones ; es evidente el descenso  del gusto popular. Es evidente el paralelismo entre descenso y la educación pública.

 

Es vidente que los medios de expresión que manejan la sensibilidad de  la        l nación  están al servio del negocio.

 

Es evidente que al negociante le importe tres rábanos la cultura pública.

 

Es evidente que esto no puede seguir así.

 

Bueno entonces ;  que no siga . Pero que no tomen todo esto: escuela, radio, cine revistas y se las den a un intelectual, a un profesor universitario, y menos aun  a un filólogo.

 

Nota: las revistas de aventuras las pueden quemar todas con todo adentro  .     El país necesita un auto sacramental de esta especie,  si no va a caer fuego. Dios no perdona los pecados contra la inteligencia. Y esto es bíblico.*

 

 

TOMADO DE LA REVISTA  “ DINÁMICA SOCIAL ”.

 

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