¿ SACERDOTISAS ?
¡¡¡
NO !!!
¿Porqué la mujer no
puede ser sacerdote ?
Por el
padre Luigi Villa
RESÚMEN DE UN ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA
‘CHIESA VIVA’.
(Nº 251 y 252, mayo y junio 1984;
tradujo HAB.)
Esta pregunta la hemos leído en muchas revistas y diarios,
inclusive católicos, como por ejemplo en ‘Familia Cristiana’, (nº 46 de 1976),
en aquel tiempo dirigida por don
Giuseppe Zilli quien, unos meses antes, había hecho diseñar en la carátula un Jesucristo como un joven beat.
[Luego de exponer
citas de eclesiásticos y teólogos modernistas apoyando el sacerdocio femenino,
continúa el padre Villa diciendo]:
l
[…] Asimismo famosos ‘teólogos’, como el holandés
Schillebeeckx, el francés Chenu y el suizo Küng, cantaron en ese coro. En su
discutido libro: ‘Essere cristiani’ (1974) Küng, por ejemplo, escribió: “Las mujeres deberían tener en la Iglesia, al menos, la
dignidad, libertad y responsabilidad que les asegura la sociedad contemporánea:
paridad jurídica en el derecho canónico, en los órganos deliberativos y en la Iglesia, y además, la
posibilidad práctica de acceder a los estudios teológicos y a las ordenaciones”
[De manera semejante se expidieron
Suenens y Danielou, durante el Concilio].
[…] La actualidad de esta problema se actualizó luego del
escándalo luterano, cuando, el 24 febrero 1994, siete obispos (?), más de
setecientos sacerdotes (?) y diáconos anglicanos anunciaron que iban a pasar
conjuntamente a la Iglesia Católica…
Hoy día el Sínodo general de la Iglesia de Inglaterra alentó
esta revuelta al admitir las ordenaciones femeninas… Más adelante la gran
mayoría de las cristianas evangélicas –no católicas- abrieron las puertas a las
ordenaciones femeninas… las primeras fueron las
‘provincias autónomas’ del anglicanismo (Estados Unidos, Canadá, Hong
Kong) luego en la misma iglesia de Inglaterra. En un informe publicado por el ‘Concilio Nacional de las Iglesias’, en
1978, se registraban ya 10.470 mujeres admitidas en diversas
funciones sacerdotales en 76 iglesias de
USA (Metodistas, Bautistas,
Episcopales, etc)
De esta manera, mientras las Iglesias ortodoxas y orientales, todavía
separadas de la católica, prohíben a las
damas acceder a cualquier forma de ministerio, sobretodo al sacerdocio; por el
contrario, de las 239 denominaciones de iglesias separadas de Roma afiliadas al
Consejo Mundial de las Iglesias de Ginebra, 72
de ellas admiten mujeres en el
ministerio; inclusive la ‘Sinagoga’
tiene hoy día una décima parte de
‘mujeres-rabinos’.
Luego de lo dicho sobre la admisión de las damas al
ministerio pastoral en el campo protestante, se puede pensar
que no causarán problemas
propiamente teológicos, dado que esas Comunidades ya no poseen el
sacramento del Orden, luego de la separación de Roma. Pero sí existirían cuando
una Comunidad conservara la sucesión
apostólica del Orden.
Esta nueva orientación, puesta en práctica, suscitó alarma, primeramente del
Arzobispo ortodoxo de Gran Bretaña,
Atenagora di Tiatira, luego del mismo Pablo VI, como se comprueba en las dos
cartas que le envió al Arzobispo de Canterbury.
En 1975 con los
auspicios de la ONU,
se realizó el ‘Año Internacional de la Mujer’; con la
participación también de la Santa
Sede con una
‘’Comisión para el Año Internacional de la Mujer’, que incluía miembros
de la ‘Comisión de estudio acerca de la función de la mujer en la sociedad y en
la Iglesia.
Obviamente estaba respaldada por el Decreto ‘Apostolicam
actuositatem’, nº 9, del Vaticano II, que observaba: “Ya que en nuestros días las mujeres participan más activamente en toda
la vida social, es de gran importancia una más extensa participación de ellas
en las variadas actividades del apostolado de la Iglesia”.
Y bien, ¿A dónde se llegará con esta ‘participación’ de
las mujeres en las actividades apostólicas?
Entonces se inició el estudio de la investigación histórica, a los estudios de
la psicología, de las instituciones y de las costumbres; y no pocos sostuvieron
que no existía “ninguna objeción teológica fundamental ante la eventual ordenación de mujeres-sacerdotisas”. Para apoyarlos
aparecieron varios grupos de presión, inclusive una Conferencia en USA, 1975: “Women un fitire: Priesthood now, a call
for action”.
Entonces se hizo necesaria, al fin, que el
Magisterio interviniese. El arzobispo de Cincinnati, Mons. Bernardin, Presidente de la Conferencia Episcopal
de los EEUU, el 7 octubre 1975, , se pronunció diciendo que: “estaba obligado a reafirmar la doctrina de la Iglesia, según la cual las
mujeres no deben acceder al sacerdocio… los responsables de la Iglesia no deben dar la
impresión de animar la esperanza, aún con su silencio, en una espera irracional”.
Pablo VI ya había reafirmado en su ‘Alocución por el Año Internacional
de la Mujer’: “Si
bien las mujeres no reciben el llamado al apostolado de los Doce, o sea a la
ordenación ministerial, son invitadas a seguir a Cristo como discípulas y
colaboradoras… NOS NO PODEMOS CAMBIAR LA ACTITUD
DE NUESTRO SEÑOR RESPECTO A SU LLAMADO A LAS MUJERES”…
Seguidamente en un intercambio de cartas con el Arzobispo de Canterbury le
escribió: “Vuestra Gracia está evidentemente bien informado de la posición de la Iglesia católica en esta materia: la cual sostiene que
es inadmisible ordenar a las mujeres en el sacerdocio, por razones
verdaderamente fundamentales”.
A continuación una rápida síntesis del problema:
LA TRADICIÓN.
La iglesia católica nunca admitió que las mujeres podrían
recibir válidamente las ordenaciones presbiterales o episcopales. Sólo algunas
sectas, especialmente gnósticas, confiaron a las mujeres un falso poder para el
ministerio sacerdotal; pero inmediatamente los ‘Padres de la Iglesia’,
juzgaron tal actitud inaceptable, y acordando ser fieles al ejemplo del
Fundador, escrupulosamente conservada por los Apóstoles… Desde entonces esta
cuestión fue aceptada pacífica y universalmente.
También la teología medieval continúa con ese rechazo, aunque
ciertos maestro de la
Escolástica tentaron de aclarar esta cuestión, con la ‘razón’ y datos de la Fe, empleando argumentos que inclusive el pensamiento
moderno no admite, y replica. Desde ese entonces
nunca se suscitó la cuestión, pues
esa praxis era pacífica y
universalmente aceptada. El Magisterio no intervenía para defender un principio
que nadie contestaba. Esta misma Tradición fue seguida unánimemente por la Iglesia de Oriente, que
aún resiste las pretensiones de ordenar mujeres a los santos ministerios.
El teólogo, padre Gino Concetti escribió en ‘L’Osservatore
Romano’: “Ni exigencias pastorales, ni
la promoción de la mujer pueden infringir una norma que forma parte de la
‘disciplina apostólica’, y que por lo tanto nunca será reformada… La
argumentación de los promotores del sacerdocio femenino no se sostiene. Cristo, como autor del sacerdocio,
transmitió ese poder a los Apóstoles, que lo han participado a sus
sucesores y colaboradores, o sea, a toda la Iglesia, El sacerdocio es, entonces, una potestad
espiritual que se transmite con la sucesión apostólica… Históricamente resulta
incontestable que ni Cristo ni los Apóstoles ni sus sucesores en la línea
apostólica transmitieron el sacerdocio jerárquico a las mujeres. Y eso que en
la comunidad había mujeres con mayor dignidad aún que la de los apóstoles, como
por ejemplo la Santísima Virgen.
Las mismas diaconisas, como referimos a menudo, no estaban incorporadas al
clero… El sacerdocio, según la
concepción bíblica, se reserva únicamente a los hombres”.
Juan Pablo II en su Encíclica “Mullieris dignitatem”, continuando la Tradición católica, decretó “no
adecuarse las mujeres a la función sacerdotal y su absoluta exclusión del ejercicio sacerdotal”. La misma postura se
lee en la ‘Declaración’ del 28 enero
1977, de Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe, donde
se afirma: “Cristo no ha llamado a
ninguna mujer a formar parte de los doce Apóstoles”.
LA
POSICIÓN DE JESÚS.
Este
problema de las damas-sacerdotisas, por lo tanto, no tendría razón de ser ni motivo de discusión, pues la
verdadera doctrina fue formulada y
definitivamente clausurada por el
mismo Jesucristo, y luego por la
Iglesia docente. La discriminación sexual no influye para nada, pues es un tema ateniente a la
constitución misma de la
Iglesia. ¡Y el comportamiento de Jesús es indiscutiblemente claro y decisivo! Él no
ha llamado a ninguna mujer a su séquito, ni a formar parte junto a los Doce. Y esto no lo
hizo para conformarse a la usanza de su tiempo, como lo demuestran todas sus
actitudes respecto a las mujeres, contrastando con las costumbres de esa época;
por el contrario, ante el estupor de sus discípulos se dejó ver conversando
públicamente con la Samaritana (Jn. 4,4);
permitió a una pecadora pública acercarse a Él en casa de Simón, el fariseo
(Lu.7,37); no le importó el estado de
impureza legal de la hemorroísa (Mt.
9,20); perdonó a la mujer adúltera, poniéndola en igualdad a los hombres (Jn
8,11); afirmó la igualdad de derechos de mujeres y hombres, alejándose así de la
ley de Moisés en cuanto al vínculo matrimonial (Mc. 10 2,11 y Mt. 19,3,9). En
sus viajes apostólicos se hacía acompañar
también con mujeres “María Magdalena, de la que hizo expulsar siete
demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana, y muchas más, que lo asistían con sus bienes” (Lu.8,2).
Además, en contraste con el derecho hebreo, que no aceptaba gran valor al
testimonio de las mujeres, Jesús, por el contrario, se mostró primeramente a
ellas, luego de su Resurrección, antes que a sus discípulos, y a ellas confió
llevar el mensaje pascual a los Once. (Mt.28,7;
Lu. 24,9; Ju. 20,11).
Ciertamente
estas constataciones no son suficientes para afirmar que Jesús emparejó hombres
con mujeres, pues de facto, Él no confió a las mujeres lo que sí, en cambio,
confió a los Doce. (La intención esencial al elegir a los Doce los obligaba en la totalidad de su
misión, Mc. 3/14, pues debían representar a Cristo ante todos los pueblos, continuando Su obra). Así
sucedió con la Santísima Virgen,
aunque dignísima, y asociada como estaba al misterio de Su Divino Hijo, Jesús no la inviste con el ministerio
apostólico; lo que dio ocasión a todos los Padres de la Iglesia a presentarlo como
ejemplo de la voluntad de Cristo.
De
manera que cuando Cristo quiso elegir a sus ‘ministros’ para otorgarles la
función sagrada y jerárquica, sólo eligió
los de sexo masculino. Y Él mismo los eligió, uno por uno (‘a los que
quiso’), llamándolos por su nombre. Y
cuando uno de ellos, Judas, el traidor, se ahorcó, el sitio vacante en los
Doce lo restituyó inmediatamente con
Matías, ya ‘asociado’ a los Doce. (Act. 1,25).
Si
bien estaba rodeado por mujeres santas, Cristo no eligió a ninguna, -¡ni
siquiera a su Madre!- para el Colegio
Apostólico; y cuando instituyó el sacerdocio -en la última Cena- eligió
directamente a los Apóstoles, ¡los únicos presentes! Los Evangelistas son más
que precisos, Marcos 14,17 y Mat. 26,20. Aquí sobretodo tiene valor el ‘facto’: porque ¡“
contra facttum non valet argumentum!
Por
estas decisiones, la enorme mayoría de exégetas y teólogos hasta nuestros días,
siempre reconocieron en este gesto del Señor, un criterio autónomo e
irreformable, de manera que la exclusión del sexo femenino del Orden Sagrado
fue siempre considerada como una ‘elección divina’, que absolutamente no se puede discutir.
Uno
de estos exégetas-teólogos, Gryson escribe: “No encontramos jamás en la Iglesia mujeres-obispo o
mujeres-sacerdote… No se encuentra mujeres que ejerzan un ministerio oficial de
enseñanza. No se ven jamás mujeres que bauticen y celebren la Eucaristía, ni
mujeres-obispos o mujeres-presbíteros. El hecho principal es que Jesús no
confirió a las mujeres el mandato de predicar el Evangelio con autoridad
apostólica”. Pues fue una constante Tradición eclesiástica, tanto en Oriente
como en Occidente. Por el contrario, fueron solamente poquísimas sectas de
fanáticos, -como los Marcionistas y Montanistas- que con ese feminismo –un
verdadero ludibrio- sólo cosecharon irrisión. (En estas sectas que ofrecieron
el sacerdocio a las mujeres, sucedieron
turbias prácticas inmorales,
conocidas por los Padres y
Escritores eclesiásticos de la época).
Luego
de unos siglos, el protestantismo, al
fin, contestó esta ‘exclusión’ de
las mujeres a los misterios sagrados, afirmando que ¡Cristo fue determinado por los criterios
discriminatorios de su época! Además, los protestantes repudiaron el anti-feminismo de San Pablo, inequívocamente expuesto en sus
Cartas: “Como en todas las iglesias de los santos, las mujeres callensen en las asambleas, porque no les toca a ellas
hablar, sino vivir sujetas, como dice la Ley. Si quieren aprender
algo, que en casa pregunten a sus maridos, porque no es decoroso para la mujer
hablar en la iglesia ¿Acaso creéis que la Palabra del Señor ha tenido origen en vosotros o
que sólo a vosotros ha sido comunicada? Si alguno cree ser profeta o estar
dotado de algún carisma, reconocerá que esto que os escribo es precepto del
Señor. Si alguno lo desconoce, será él desconocido.” (I Cor. 14/38;
Nácar-Colunga).
Luego
el Apóstol agrega: “¿Acaso creéis que la
palabra del Señor ha tenido origen en
vosotros, o que sólo a vosotros ha sido comunicada? Si alguno cree ser profeta
o estar dotado de algún carisma, reconocerá que esto que os escribo es precepto del Señor. Si alguno
se desconoce , será él desconocido” (I
Cor. 36/38).
Palabras
similares las repite San Pablo en I Tim. 2 11/12: “La mujer aprenda en
silencio, con plena sumisión. No consiento
que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en
silencio, pues Adán fue formado el primero, después Eva, Y no fue Adán el
seducido sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión”.
Es
de notar, entonces, que la ‘Iglesia docente’ siempre siguió las enseñanzas de
San Pablo hasta el Vaticano II, y que ningún Papa osó violar. Por esto, es
extraño que los protestantes, que nos acusaron siempre de ‘mariolatría’, hoy
día, junto a la ponzoña progresista, acusan a la Iglesia de despreciar a
las mujeres, sólo porque no las admite en la Jerarquía.
LA
POSICIÓN DE LOS
APÓSTOLES.
La
constante posición de la
Iglesia católica siempre consideró este comportamiento, esta
acción de Cristo y de los Apóstoles como una ‘norma’ que la Iglesia no podía anular.
En
efecto, esta voluntad de Cristo fue siempre respetada por los Apóstoles desde
los comienzos; la ‘sucesión apostólica
fue siempre sólo a varones’. Nunca fue interrumpida ni existieron
excepciones. Los Apóstoles, entonces, jamás otorgaron poderes sacerdotales a
las mujeres, ‘aunque la exigencia de multiplicar a los sacerdotes, sea para la
difusión del Cristianismo, sea para asistir pastoralmente a los conversos, hubiera
sido apropiado’. [¡Este pensamiento de San Pablo forma parte de la Divina Revelación!
Pero los exégetas y teólogos modernistas lo rechazan, alegando que ese anti-feminismo
era común con los rabinos de su época. ¡Inútil, entonces, que esos admitan una
concreta y clara actitud del Señor!
Nosotros, en cambio, creemos que este discurrir racionalista reniega de la Fe cristiana, uno de cuyos pilares es la inspiración
sobrenatural de toda la
Biblia.].
¡En
la elección de Matías, por ejemplo, sólo estaban presentas dos discípulos,
cuyos nombres el Evangelio no menciona!
También en Pentecostés, aunque el
Espíritu Santo descendió sobre todos, hombres y mujeres, (Act. 2,1; 1,14) fueron solamente ‘Pedro y los Doce’ quienes
declararon públicamente el cumplimiento de las profecía de Cristo (Act. 2,14).
Y
después, cuando Pablo y los Apóstoles partieron
hacia los confines del mundo judío y rechazaron, aunque dolorosamente,
las prácticas mosaicas, jamás soñaron conferir la ordenación sacerdotal a las
mujeres, no obstante que en el mundo helenístico muchos cultos divinos
eran confiados a las sacerdotisas. Sin
embargo, sabemos por las ‘Actas’ y Cartas de San Pablo, que algunas mujeres
colaboraban con los Apóstoles con el
Evangelio (Rom. 16; 3/12; Fil. 4,3); como Priscila (Act. 18/26); Lidia y Febe,
al servicio de la Iglesia
de Cencres (Rom. 16/1); y otras más;
pero nunca se trató de conferirles la Ordenación sacerdotal.
San Pablo, más bien, usa dos fórmulas: en una llama tanto a hombres como a las
mujeres ‘mis colaboradores’ (Rom.
16/3; Fil. 4,2/3); la otra fórmula la
reserva a los ‘colaboradores de Dios’
(1 Cor.3/9; 1 Tes. 3/2); o sea a Timoteo, Apolo, y demás porque estaban
directamente ‘consagrados’ al
ministerio apostólico y a la predicación de la Palabra de Dios. La
colaboración de las mujeres se limita siempre a la ‘misión apostólica’.
[…]
También la ‘Teología’, de todas las
épocas y escuelas, siempre consideró
‘sentencia común’ de ‘derecho divino’, que sólo los hombres podían recibir
válida y lícitamente el sacramento del Orden, y que las mujeres siempre estaban incapacitadas para recibirlo.
[…]
En consecuencia, podemos afirmar que todo movimiento favorable al sacerdocio
femenino siempre tuvo naturaleza sectaria y herética, como los ramificados del montanismo, hacia la
mitad del siglo IV, contra los cuales combatió San Epifanio, quedando
inalterable la disposición de Cristo, pues: “ninguno puede modificarla por carecer de la autoridad necesaria”. ¡Ni
siquiera el Papa!
VALOR
PERMANENTE DE LA
DISPOSICIÓN DE JESÚS Y
DE LOS APÓSTOLES.
Es obvio que ante esta precisa disposición de Jesús y de los Apóstoles, la
Iglesia católica no puede desviarse. Vanas son, entonces. las
razones aducidas respecto al
condicionamiento socio-cultural de aquel
tiempo; grave es la actual disposición de la Jerarquía contra la
prohibición de San Pablo de que las mujeres hablen en la asamblea; “porque la Iglesia no tiene ningún
poder sobre la sustancia de los Sacramentos; vale decir sobre todo lo que el
Señor Cristo dispuso se mantenga con tal signo sacramental, según el testimonio
de las fuentes de la Revelación”
(Pío XII, “Const. Apostólica ‘Sacramentum Ordinis’). Por tanto, esta práctica
de la Iglesia
de no admitir mujeres en el sacerdocio tiene carácter normativo. Para no admitirlas, la Iglesia se apoya en los
hechos realizados por Cristo, en Su ejemplo; por lo que no puede dejar de
imitarla, siendo la voluntad de Dios
[…] De acuerdo a estos argumentos, San Pío X, el 21 noviembre de 1903, declaró :
“la mujer no se adecua para ejercer cualquier oficio litúrgico”.
También el actual Código de Derecho Canónico, canon 968, decretó: “Solamente
recibe la sagrada Ordenación el hombre bautizado”.
Y Pablo VI, durante la ceremonia en la cual elevó a Santa Teresa
de Ávila a ‘doctora de la
Iglesia’ dijo: “Tampoco
hoy la mujer está destinada a tener en la Iglesia funciones jerárquicas
de magisterio y ministerio”. De la misma manera, se expidió el actual Papa Juan Pablo II en su
Documento ‘Mulieris dignitatem’,
escribiendo que Cristo no ha llamado a
alguna mujer a formar parte del Colegio
de los Apóstoles; y no lo hizo por un prejuicio cultural contra las
mujeres, porqué “en su manera de
comportarse no se encuentra reflejada la habitual discriminación propia de ese
tiempo”; pues “Cristo, llamando sólo hombres
como sus Apóstoles, lo hizo de manera libre y soberana”. Y explicando el
comportamiento de Jesús, que es normativo’ para la Iglesia de todos los
tiempos, aclara que en el momento central de la acción sacerdotal, que es la
celebración de la Misa,
sólo el hombre puede ser una imagen
adecuada del Cristo; que no puede ser simplemente un ser humano, sino un
hombre varón. Y prosigue: “Sobretodo en la Eucaristía se expresa,
en modo sacramental, el acto redentor de Cristo-esposo
en relación con la Iglesia-esposa. Y esto se torna transparente
y unívoco cuando el servicio sacramental
de la Eucaristía
–en la cual el sacerdote procede en la persona de Cristo- es realizado por un
hombre.
La misma Constitución conciliar ‘Gaudium et Spes’ afirma
que: bajo todos los cambios hay muchas cosas que no cambian, pues tienen su
último fundamento en Cristo, que es siempre el mismo, ayer, hoy y por los
siglos. Esperar, pues, que el Papa pueda
modificar lo que ha dicho, mutaría fundamentalmente los ‘valores inmutables’
designados por el Fundador del Cristianismo.
Esperar, pues, que el Papa pueda contradecir sus palabras
apoyadas en la Tradición
sería mutar totalmente los “valores inmutables” designados por el
Fundador del Cristianismo. Por esto, la respuesta del cardenal Ratzinger al ser interrogado si consideraba
excluir de modo absoluto la ordenación sacerdotal de las mujeres,
contestó: “No existe una definición
infalible sobre este punto; según la situación doctrinal hoy día; pero, en
cuanto conocemos la enseñanza permanente de la Iglesia católica
–católica-romana y también la ortodoxa- no se ve como un día podría cambiar
esta praxis”; está claro que
diciendo que “no existe una definición
infalible”, adopta un punto de vista que
no excluye el sacerdocio de las mujeres
en absoluto (‘Il Giornale’
1º-oct.-1988). Ahora bien; nos permitimos recordar al ‘Prefecto de la Congregación para la Fe’ que los problemas de
eclesiología y sacramentaria, no puede encontrar soluciones sino a la luz de la Revelación. La
ciencia humana, en efecto, no puede alcanzar la realidad de la Fe, porque el contenido sobrenatural
excede su competencia. Y quisiera, por esta razón, recordar a Su Eminencia, que
no es de esperar una ‘definición
infalible’ de parte del Magisterio respecto a este problema (para los enfermos de ‘feminismo’), porque
como ya hemos dicho “contra facttum non
valet argumentum”; por tanto, los hechos del Fundador de la Iglesia católica son más evidentes y valederos que una ‘definición infalible’. Jesús
llamó a los que quiso (Mc. 3,13); y esta decisión fue refrendada con estas
palabras bien precisas: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino
que yo os elegí a vosotros” (Jn. 15, 16- Heb. 5,4). Y entonces, Eminencia, ¿como
es posible que diga que “no hay una definición infalible sobre este
punto”, cuando, por el contrario Cristo se expresó con ‘infalibilidad absoluta’ ¿Es posible, entonces que su ‘Vicario’ se
permita contestar, discutir y hasta
anular Su explícita Voluntad?
Continuando con nuestro análisis teológico recordamos
que la enseñanza constante de la Iglesia sobre este
tema fue inclusive renovado y precisado
por el Vaticano II, y refrendado por el Sínodo de Obispos en 1971; y además por
la Congregación
para la Doctrina
de la Fe, en su
declaración del 24 junio 1973.
Y bien, esta enseñanza consiste exactamente en que los
Obispos y Presbíteros, en el ejercicio de sus respectivos ministerios, no actúan
en nombre propio, “por cuenta propia”, sino que representan a Cristo, quien
actúa a través de ellos. Ya en el siglo II San Cipriano escribió: “el sacerdote cumple realmente las veces de
Cristo”. Es tan primordial el valor de la representatividad de Cristo, que
San Pablo la consideraba como característica de su unción apostólica (2
Cor.5,20- Gal. 4,14); que adquiere su máxima expresión en la celebración de la Eucaristía, centro de la unidad de la Iglesia.
Y aquí, el sacerdote que sólo él tiene poder para
hacerlo, actúa “in persona Christi”, y se convierte en su imagen viva cuando
pronuncia las palabras de la consagración (S. Tomás, p. III, q.83,).
El sacerdocio cristiano, entonces, es de naturaleza
sacramental, y el sacerdote es un ‘signo’ de eficacia sobrenatural. Ahora, el
signo sacramental representa una natural semejanza (S. Tomás); y esta ‘natural semejanza’ entre Cristo y su
ministro sólo es posible respecto al hombre; pues Cristo fue y es un ‘hombre’.
En una palabra: el Verbo se encarnó en el sexo masculino; cuestión de facto, inseparable de la economía de la
salvación.
PUNTOS FIRMES DE LA TEOLOGÍA POSITIVA.
En
el ‘Diccionario enciclopédico de teología moral’ (Ed. Paulinas) –para nada
recomendable- se lee: “El problema es
muy simple, se trata de saber si la exclusión de las mujeres (si esto fuera
investigable) fue un simple hecho o fue un principio. Admitiendo que sea cierto
que Cristo ordenó sólo a hombres, según los textos paulinos, ¿fue decidido
según el ambiente cultural de la época, o inició una norma absoluta válida en
todo tiempo y lugar? ¿Puede ser un principio teológico, válido hasta hoy día,
que no admite reclamos ideológicos, o debe ser reducido a un simple acto empírico?”
Esta
propuesta confusa del problema, o sea si
Cristo se dejó condicionar por las costumbres de su tiempo, o si en cambio, su opción
por los varones fue una norma absoluta, válida
para todo tiempo y lugar, que puede, por tanto ser definida teológicamente, pudiéndose
reducir a una simplicidad empírica, o
bien rechazarse totalmente por falsa y
maligna. En verdad, si fuese cierta la
elección de sólo hombres hecha por Jesús obligaba a la Iglesia de todos los
siglos, también debería ser vinculante la solo elección de hebreos para los
ministerios sacros, pues Cristo eligió hebreos desechando a los paganos.
Ciertamente, en los inicios de la predicación del
Evangelio, Jesús ordenó: “Id más bien a las ovejas perdidas de la casa de
Israel (Mt. 10,6); o sea, durante su vida terrena excluyó a los paganos tanto
de los ministerios sacros como de la evangelización; pero luego, antes de subir
al cielo, dijo claramente a sus discípulos: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc.
16,15). De manera que la exclusión de
los gentiles fue ‘provisoria’; mientras ¡desafiamos a todos los biblistas a
demostrar que la exclusión de las mujeres de los ministerios sagrados deba
considerarse como una decisión ‘provisoria’!
Confirmando la voluntad explícita de Cristo de otorgar
solamente a los hombres los ministerios sagrados, hay que tener en cuenta que en su tiempo, en
los cultos paganos, griegos u orientales,
las sacerdotisas eran muy
numerosas. Hubiera sido normal entonces,
que adaptándose a ese ambiente, Cristo
hubiese entregado a las mujeres ese poder. ¡Pero no lo hizo! Por lo tanto,
podemos concluir que está bien fundada en la Revelación, la
exclusión de las mujeres al sacerdocio católico. Hasta el teólogo protestante Bartmann escribió:
“El sexo femenino no está capacitado de recibir ningún orden sacramental”. Y
agregó: “La razón no se encuentra
ciertamente en la naturaleza femenina, sino que es una orden positiva”; por
lo cual la ordenación de mujeres serán inválidas, pues contrarian la Voluntad del que instituyó el Sacramento del Orden, Cristo, en
cuanto a la forma, la materia y el sujeto.
Además, la historia de la Iglesia testimonia que
hasta fines del siglo XVIII, la exclusión de las mujeres de los ministerios sagrados
era prácticamente admitida por todos; incluyendo las declaraciones de los ‘Padres’, todas a favor
de la Tradición,
o sea de la praxis impuestas con la autoridad de San Pablo. San Epifanio, por lo tanto, escribió: “Desde que el mundo es mundo, jamás una
mujer sirvió al Señor como sacerdote”.
Y añadió: “Si
existió en la Iglesia
el orden de las diaconisas, este no incluyó la función sacerdotal, o algún servicio similar, sino fue impuesto para salvaguardar las buenas
costumbres del sexo femenino” +