José Antonio Primo de Rivera.
El inolvidable Héroe, tan entrañable a los nacionalistas
argentinos, como el judío Marx para los marxistas; la virtuosa reina de
Inglaterra para los masones; Rockefeller para los neocom; y Soros para los
progresistas. Diferentes paradigmas, que definen las políticas; la nuestra
guiada por el patriotismo; la de “ellos”
promovida por el imperialismo
Algunos párrafos del discurso
pronunciado por el imperecedero Jefe falangista en el Teatro Calderón, de
Valladolid, el 4 de marzo 1934.
P
|
orque si nosotros nos hemos lanzado
por los campos y por las ciudades de España con mucho trabajo y con algún
peligro, que esto no importa, a predicar esta buena nueva, es porque, como os
han dicho ya todos los camaradas que hablaron antes que yo, estamos sin España.
Tenemos a España partida en tres clases de secesiones: los separatismos
locales, la lucha entre los partidos y la división entre las clases.
El separatismo local es signo de decadencia, que surge cabalmente cuando se
olvida que una Patria no es aquello inmediato, físico, que podemos percibir
hasta en el estado más primitivo de la espontaneidad. Que una Patria no es el
sabor del aguade esta fuente, no es el color de la tierra de estos sotos; que una
Patria es una misión en la historia, UNA MISIÓN EN LO UNIVERSAL. La vida de
todos los pueblos es una lucha trágica entre lo espontáneo y lo histórico. Los
pueblos en estado primitivo saben percibir casi vegetalmente las
características de la tierra. Los pueblos, cuando superan este estado
primitivo, saben ya que lo que los configura no son las características
terrenas, sino la misión que en lo universal lo diferencia de los demás
pueblos. Cuando se produce la época de decadencia de ese sentido de la misión
universal, empiezan a florecer otra vez los separatismos, empieza otra vez la
gente a volverse a su suelo, a su tierra, a su música, a su habla, y otra vez
se pone en peligro esta gloriosa integridad, que fue la España de los grandes
tiempos.
|
Pero, además, estamos divididos en partidos políticos. Los partidos están
llenos de inmundicias; pero por encima y por debajo de esas inmundicias hay una
honda explicación de los partidos políticos, que es la que debiera bastar para
hacerlos odiosos.
Los partidos políticos nacen el día en que se pierde el sentido de que
existe sobre los hombres una verdad, bajo cuyo signo los pueblos y los hombres
cumplen su misión de la vida. Estos pueblos y estos hombres, antes de nacer los
partidos políticos, sabían que sobre su cabeza estaba la eterna verdad, y en
antítesis con la eterna verdad, la absoluta mentira. Pero llega un momento en
que se les dice a los hombres que ni la mentira ni la verdad son categorías
absolutas, que todo puede discutirse, que todo puede resolverse por los votos,
y entonces se puede decidir a votos si la Patria debe seguir unida o debe
suicidarse, y hasta si existe o no existe Dios. Los hombres se dividen en
bandos, hacen propaganda, se insultan, se agitan y, al fin, un domingo colocan
una caja de cristal sobre una mesa, y empiezan a echar pedacitos de papel en
los cuales se dice si Dios existe o no existe, y si la Patria se debe o no se
debe suicidar.
Y así se produce eso que culmina en el Congreso de los Diputados.