miércoles, 29 de marzo de 2023

 

 

 

SIN JUSTICIA SOCIAL NO HAY NACIÓN.

 

LA JUSTICIA SOCIAL Y EL LIBERALISMO, EN CUALQUIERA DE SUS MODALIDADES, IZQUIERDISTA O DERECHISTA, SON PROPUESTAS IRRECONCILIABLES. AMBAS ENEMIGAS DEL PUEBLO Y DE LANACIÓN.

EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE DESCRIBE LA VERGONSOZA EXPLOTACIÓN  HUMANA  DURANTE UN GOBIERNO LIBERAL, SIN QUE, PARA IMPEDIRLA, MUEVAN UN PELO LOS HONORABLES DIPUTADOS Y SENADORES “DEMOCRÁTICOS”

 

 EL LIBERALISMO  ESTÁ ENVENENADO DESDE SUS ORIGENES JUDEO/CALVINISTAS; DISFRAZADO DE “DEMOCRACIA” .           ES EL GOBIERNO DE LOS RICOS CONTRA LOS POBRES,  REPUDIANDO Y ESCLAVISANDO A LOS ABORÍGENES, A LOS POBRES, A LOS GAUCHOS, PROVOCANDO MISERIA INAUDITA.

 

DE LA VIDA DE LOS HACHEROS EN LA SELVA MISIONERA, POR EJEMPLO, SE CUENTAN ESCENAS  ACIAGAS Y TREMEBUNDAS. SERÍA APROPIADO QUE LOS POLÍTICOS LADRONES QUE TANTO ABUNDAN EN NUESTRO PAÍS, RETRIBUYAN CON SU TRABAJO DE HACHEROS, HASTA SALDAR LO QUE ESTAFARON.  AUNQUE SON MUCHOS HAY MADERA PARA TODOS.

 




 Poco ha cambiado el antiguo régimen de explotación. El primitivo obraje de paño ya no existe. Pero, en cambio, después de un largo paréntesis  que alcanza los últimos años del  siglo XIX, paréntesis dos  veces secular, en que el hombre y la sociedad se arrullan de holganzas prolíficas, aunque con interrupciones espasmódicas que perfilan su carácter; después de esa gran pausa virgiliana de siglos, se instala el nuevo obraje de la industria  forestal, con aquel  su viejo régimen de explotación humana.

 

Habían empezado a tenderse las líneas férreas y, también, a encadenarse  el hombre a su destino de paria. Comenzaron las levas del trabajo. Y el sufrimiento se hizo ley de los pobres. Con el tiempo se perfeccionó el régimen de la explotación, la voracidad del capitalismo se acentuó, fue más inicua su acción y el derecho fue sepultado por la necesidad. El pobre hachero se volvió más pobre y si bien,  en los cincuenta años que lleva este nuevo régimen, ha hecho germinar dentro de sí una vaga idea de rebelión, sigue, sin embargo entregando su vida al obraje por necesidad.                     ¿  Qué otras perspectiva tiene y hacia donde dirigir sus pasos?

 

Ahí está el obraje. Los jornales prometidos son buenos. Y aunque sabe que será engañado, el peón se dirige al obraje. “a lo mejor… quien sabe”, son sus  susúltimas  palabras  de esperanza. Y se alista. Luego , el obraje se apodera de él.

 

¿ Y qué es el obraje? El obraje es una institución. Pero antes es un capital. No necesita el obrajero, por desgracia, una gran fortuna para instalarse. Le bastan unos miles y un largo y cómodo crédito comercial.

 

Y premunido de sendos contratos de leña, cerca de una línea férrea, en pleno bosque, este pequeño capital se instala y, a poco, constituye el centro de una vasta organización . Ahí está el aserradero, la pequeña choza del patrón, el carro aguador que ha de transportar el agua hasta los campamentos, cuando estos, a medida del trabajo, se internan más y más en el monte. Pero, también ahí está la proveeduría: única razón del obraje. No hace falta más. El industrial se ha instalado  y comienza su labor de caza. El contratista, mano larga del obraje, conduce, atrapa y entrega al peón .

 

Han arribado ya las largas caravanas de los desheredados. Y en torno a aquel pequeño capital, se han reunido los hombres, constituyendo un centro de población. Ahora ya se ven carros, “zorras”, animales, útiles de trabajo. Ya se ven las primeras chozas y ranchos. Y, en medio de la selva, poco a poco, se va formando el enjambre y un murmullo de actividad resuena como el canto del mar, y mientras se espera la orden del trabajo, que no tarda en llegar o que llega cuando han contraído nuevas deudas con el patrón, se bebe y se juega hasta entregar  al obraje el último centavo de anticipo contractual.

 

Por fin el enjambre se dispersa. Los parias se internan en la maraña del bosque. Los carros y los animales les siguen y, pronto, en aquel primitivo centro donde una población pretendía  echar los cimientos de una sociedad, el ruido del trajín y de la alegría se apaga.

 

Los hombres con sus esperanzas, con sus sentimientos rudimentarios de asociación, con sus atados de ropa, con todo lo que trajeron, han sido devorados por el bosque, sepultados en la vastedad del silencio, bajo las frondas que cubren sus sacrificios inútiles.

 

 

Allá distante el uno del otro, el hachero vive, trabaja, come, duerme, sufre, muere.  Largas distancias le separan de los que, como él han sido distribuidos por la organización despiadada del obraje. Allá , ahora resuena el eco de las hachas, Pero no se oyen las queja del dolor de los cuerpos, y sólo de vez en cuando el canto de una vidala, lleno de emoción y de pena.

 

El trabajo es libre, el hachero no tiene horario ni control. Trabaja a destajo. Forma la pila de leña. El obraje la recibe cercenada, disminuida. Los carros la recogen para  transportarla al lanchón de embarque, sobre la línea del tren, o al lugar donde espera el horno para la elaboración de carbón.        Los sábados, o una vez al mes el peón se dirige al “pueblo”, entrega su libreta , recibe la proveeduría , constatando que se le roba , bebe , grita , juega y vuelve a su rincón , en el bosque , a uncirse pacíficamente al yugo del trabajo.

 

El peón está indefenso frente a la poderosa organización del obraje. Al industrial lo ampara la ley. Porque la ley ampara al capital. Al hachero no le ampara nadie. ¿Dónde está el Estado? ¿Dónde quien legisle por él, quien le guíe o  socorra?¿Donde quien le escuche o comprenda? No tiene a nadie.

 

El Estado es una palabra en boca de algunos gobernantes. Las más de las veces, hay entre esto y los industriales un mutuo acuerdo, un perfecto entendimiento y, acaso, la misma vocación. Como resultado de esta armonía de intereses recíprocos, el obraje representa al Estado en el bosque, con sus policías, con sus jueces, con sus recaudadores, con sus receptores, nombrados por indicación del patrón. Y representa a la ley del Estado con todo el rigor  y el imperio que  la ley tiene para el paria , por el débil , por el desheredado. El ejercicio de tan amplias facultades, en cierto modo, delegadas por sus gobiernos, convierten al obraje en una institución.

Ahora bien ¿en qué se diferencia nuestro obraje del obraje de antaño?  En nada, absolutamente. Por el contrario el régimen de la explotación se ha perfeccionado y sus procedimientos se han hecho más arbitrarios. Lo mismo que antaño, el hombre es cazado, el hombre es engañado, y esclavizado. Lo mismo que antaño la justicia es endeble, el trabajo cruento, el sufrimiento inútil, el dolor despreciable. Pero los indios tuvieron, por lo menos, una legislación de amparo que constituye todavía el orgullo de España y que hoy, tres siglos después, no tenemos.

 

De nada han valido las fuertes raíces de nuestra tradición agrícolo-ganadera ni las enseñanzas del nativo que permitieron a  los españoles sembrar las llanuras santiagueñas. El obraje de paño ha sido substituido por este nuevo obraje que, aparte de la explotación humana y la devastación forestal, ha arruinado a la provincia y ha dejado sus campos sembrados de troncos e inútiles para la labor agraria.*

 

 

Oreste di Lullo

(Publicado  en la revista Dinámica Social, hace más de sesenta años).

domingo, 26 de marzo de 2023

 

 

 



 

 

E. S. Gimenez Vega

 

Todo tiene un límite. Lo tiene la virtud (el más justo peca siete veces al día) y lo tiene el pecado. Pero el mayor pecado, el que Dios no perdona, es el pecado contra la inteligencia. Por eso castigó a los ángeles y al hombre.

 

La deformación del sentido común, de la mente individual y colectiva, sospecho que es el pecado peor de la sociedad contemporánea.

 

La soberbia es pecado por exceso, pero la idiotez es por mezquindad. Idiotizar  al pueblo es pecar contra la inteligencia y tan grave como inducirlo al error. Cristo anatematizó al que escondió usurariamente el talento bajo tierra, con las mismas palabras con que Dios mandó, sin metáforas, a los ángeles al infierno.

 

No soy amigo de meterme en teologías, pero es evidentemente blasfema la comercialización contemporánea de las expresiones sublimes del pueblo, por las que trasciende a los planos de la inmortalidad, por las que se consustancia con la verdad y con la Belleza Eterna, por las que se hace él mismo  verdad y belleza: la cultura.

 

Es un pecado contra  la inteligencia haber descubierto  técnicas admirables que rayan en lo mágico, como la radio, cine, televisión, la prensa , para convertirlas en medios sistemáticos de embrutecimiento, de relajación, de  inferiorización. Porque se atenta contra el destino ascendente del pueblo, cuando se parte de un concepto inferiorizante, cuando se poda la humana tendencia a concretarse en las esferas de la idealidad. Entregar estos medios de ascensión, de superación,  la especulación del vendedor, es tentar al diablo, buscar el nivel más bajo, para que la propaganda entre en las mentes más idiotas.

 

Como los que se exhiben en todo el mundo (gusto general, tal vez, de la época) el espectáculo, que presenciamos  en materia artística (radial, cinematográfica revistas populares y televisión) es tremendamente triste. Todas las aventuras del mal gusto, del ingenio a presión, de la zoncera remachada, ingresan en los programas por la ancha puerta de los programas mal llamados populares.

 

Muchos “directores artísticos” entienden que popular es sinónimo de populachero, de mal gusto o insulsez, y han interpretado su manera aquel precepto de Lope: puesto que el pueblo paga  es justo hablarle en necio para darle gusto”.. sin reparar en la forma “necia” en que habló Lope y copiar allí, en ese modelo de arte popular, la forma de “necia”  la forma de  “dar gusto”. Porque esta especie humana que dirige en definitiva desde el cine, radio o revistas, la conformación estética  y moral de la población, a menudo sin exigirles estudios, ni título, ni condiciones adecuadas, jamás se detuvo a pensar (pensar, de pienso verbo o sustantivo), que lo popular, lo auténtica y válidamente popular, no es precisamente la expresión inferiorizante y plebeya, sino la que está como su sustrato en todos los movimientos de la cultura; que popular no es sinónimo de plebeyismo, sino tendencia humana por una concreción sublimada en la esfera del arte y del bien.

 

La catedral que nace en esta ansia del pueblo es plastificación de sus sensibilidades geniales, es santuario del pueblo y no capilla para escogidos; nace en el pueblo y exige el calor del pueblo. El canto gregoriano, el canto llano es la modulación armoniosa de una plegaria multitudinaria en la expresión más cercana al lenguaje humano y divino. La “Ilíada” es asi popular, gesta de un pueblo, como son los romances, como lo es don Quijote (antes que lo hicieran clásico y lectura obligatoria) y lo es Verdi, como lo es el mismísimo Dante, síntesis del sustrato teológico de su pueblo, dada en el lenguaje vulgar del pobrecito de Asís. Populares son todas las lenguas del universo, que no admiten otra creación que la boca multiplicada del pueblo que habla y hace lenguaje. No los Conservatorios, las Academias , las Universidades, cuando han perdido su adherencia a las formas y a las soluciones populares y han secado las fuentes del arte y liquidado las posibilidades creativas.

 

Plauto fue popular y muchas veces populachero. Pero sólo los autores treatrales tienen derecho a serlo. Molière lo fue en mayor grado que el mimo Plauto. Escenas caseras para los academizados (la investigación de los síntomas en “El  Médico a la Fuerza”) no se encuentran fácilmente en Plauto. Pero el arte de Plauto y de Molière  demuestra que hay  más posibilidades de arte en lo populachero que en lo falsamente aristocratizante de Terencio.  Cuando Plauto remonta vuelo hace vibrar  finamente la sensibilidad romana y el mismo pueblo que  festeja las bromas de Sosías, goza los cantos de Rudens. Por eso se entendieron. Había comprensión. El pueblo se encontraba totalmente.  Y el pueblo no es fácil de contentar .Los intelectuales sí. Esnobismo, más exotismo, más expresión sin contenido, constituyen el cincuenta por ciento del arte: el otro cincuenta lo pone la propaganda, la obsecuencia de aplausos y elogios mutuos, y toda esa singular cofradías que agrupa a los “intelectuales”.El pueblo silva, se aburre honestamente y se va. El intelectual se las aguante y aplaude. (ver “Wozzek”).

 

Tanta inteligencia invertida en la mecánica de la radio para terminar en la cultura de preguntas y respuestas.! Felizmente les ha salido también su Quijote y el éxito de esta audición que los satiriza es el ejemplo más convincente de la conciencia popular, frente a esas audiciones armadas con la sabiduría extractada del Petit Larousse.

 

Los “skechts”, las novelas radiales, los episodios, son casi siempre de una tontería tan extrema, desde el punto de vista del desprecio de la inteligencia, esa mezcla informe de discos desgarradores (lluvias, tiros, truenos, aullidos) son chismes francamente inmorales (no somos puritanos pero juzgue Marconi desde su cielo sonoro  los chismes de la vida de los artistas, los divorcios y amoríos  recogidos como programas, el avisito cantado.) Y como si todo esto fuera poco: la importación del cantor, del cantor de la pornografía con voz arrastrada y mal oliente, con la guasería del descastado, con la impudicia del mal nacido, que es sarcasmo para el verdadero pueblo.

 

Mal favor hacen al país quienes invierten la proyección del pueblo y dirigen sus antenas a la infrasociedad  y nivelan la cultura popular por lo más abyecto y descastado. Poco hacen por concretar la natural aspiración del pueblo de sublimarse, quienes comercian la inteligencia, la sensibilidad y gusto argentino.

 

El país tiene una esencia musical que ya documentó Lugones (el Lugones que no tuvo jamás una  emisora para su mensaje de belleza argentina, de belleza “del pueblo argentino”, del pueblo de  “La Guerra Gaucha”, del pueblo  de los “.Romances”). El país argentino no es este que buscan la primera, la segunda y la tercera emisora argentina. La categoría cultural de nuestro pueblo es superior a las que suponen nuestras emisoras, nuestro cine y nuestras revistas de aventuras. Al rebajar el nivel, desnivelan la sociedad, porque todos estamos obligados a escucharlas o a  quedar en silencio heroico.

 

De las excepciones: líbrenos Señor. Porque la radio que se pretende seria porque aburre, culta porque es empecatada, inteligente porque dice cosas difíciles, aristocrática porque es oligárquica, la  que cree que la belleza se esconde bajo lo rebuscado,  lo opioso y lo incomprensible, esa… no sirve para nada, es fuerza motriz disparada al éter.

 

Este planteo radial es aplicable a la gestión cinematográfica y revisteril. Cuando los directores cinematográficos clamaban por la protección del cine argentino, filmaban los argumento extraídos de toda la novelería decadente francesa. Que digan que no es cierto y publicamos los títulos. Al mercachifle le interesa eso “lo que se vende”, como también le interesan los hombres que más se venden…

 

La revista, La revista de historietas. Qué trágico es pensar que no es más que la introducción al cine, la radio y la historieta. Son los amos de nuestra civilización. ¿Ha pensado usted en las deducciones de los sabios del futuro reconstruyendo nuestra cultura, después de un hipotético cataclismo, con las colecciones de Pif-Paf, El Superhombre, Rico Tipo, etcétera? . Chesterton cuando escribió “El Hombre Eterno” no sospechaba que la proclividad de la cultura llegaría a tocar fondo.

 

No hablamos de estos fenómenos como puramente locales. Pertenecen, en cierto sentido, a nuestro tiempo. No se si este tiempo es mejor o peor, pero lo siento brutalmente repugnante. Sin existencialismo. Este tiempo afecta directamente al estómago. Todos andamos con el estómago resentido, y el hígado y todos los órganos capaces de sensibilidad... Y cuando digo  “todos” me refiero a lo que conservamos sensibilidad, aunque sea en las vísceras.

 

El problema radial llevado a este novísimo periodismo no proyecta una realidad amarga. La encuesta la dan los tranvías, los trenes, los subtes. No hagamos disquisiciones. Asomémonos al primer quiosco. Ya no hay decoro Cualquier cosa, clamante, gritona, inverosímil, que rompa el sentido común, que destroce la cordura, que fulmine al buen gusto. Todo, en cualquier tamaño, con cualquier colorido, todo es devorado por el lector alfabeto, que sí lee y sí escribe y alaba la enseñanza obligatoria, que no le sirve más que para llenar formularios en una oficina, inventados para que él pueda llenarlos. Así se aumenta la cultura del pueblo.

 

Con superhombres  han desplazado al santo, con hombres de acero, que han suplantado al héroe, con  superatómicos, ultrasónicos, con todo lo que sea fantasía sin imaginación, imaginación sin  belleza, artificio sin ideales, fuerza bruta, disparate absurdo, embriaguez de chicha, borrachera barata fermentada en la instrucción del libro de texto y en la clase enciclopédica, primer programa de preguntas y respuestas.

 

Porque nuestros abuelos analfabetos se reían con aquellas coplas que hoy juntan para limosna de nuestros espíritus un grupo de gente voluntariosa, y se solazaban con aquellos cuentos que contara por última  vez don Segundo Sombra, tenían la ciencia de la vida en su refranero  y de la naturaleza en la metáfora justa… Nuestros abuelos analfabetos creían en fantasmas que veían y no en superhombres, se disputaban los ejemplares de “Martín Fierro” en las pulperías y no las revistuchas de historietas, hacían leguas para escuchar un cantor de cielitos, y no para oír el insulto procaz de un asalariado, hacían música del galope de sus caballos y poesía de sus emociones y entraban a chucear cantando, y eran capaces, de puro salvajes,  diría Sarmiento, de recitar la Biblia de memoria, como Facundo en Tucumán.

 

El proceso del alfabetismo pareciera haber concluido en esto.. Yo no encuentro otra explicación y que venga el Dr. Baldrich y diga si me equivoco.

 

Hablo seriamente. Mi experiencia de profesor me  dice que en primer año los chicos entienden todo y gozan hasta del padre Mariana y le encuentran gracia a Fray Gerundio. Pero en quinto “magisterio (mi mujer me dice que en cuarto Bachi es mil veces peor) no se ríen de nada.Nada  risible. La risa ha sido desplazada de su conexión con la gracia. Es, por regla, estúpida, tonta, idiota. Viene acompañada de la hoja que barre el viento, del libro que cae, del tintero volcado, del tirón de mechas de la de atrás…Y hay que recordarles el “Carmen” de Cáttulo: Egnatius renidet, se rie Ignacio porque tiene los dientes blancos…

 

En quinto año ya nada hay que hacerle. Dificilmente se salva  el alumno de la tontera sistematizada. Las modalidades de los fines de curso lo están demostrando.

 

Escucharán toda la vida audiciones radiales, escribirá a los artistas y pedirá autógrafos. Comprará semanalmente revistas de historietas y se angustiará por un televisor.

 

Un criterio meramente utilitario rige nuestra educación.¿ Acaso no oímos frecuentemente que la enseñanza debe ser útil? Pero útil ¿para quién? ¡Vive Dios! ´¿Útil para uno mismo? Si fuera así, si fuera el fin la utilidad propia, magnífico, entonces hagamos la educación más inútil imaginable, porque el hombre no aspira a esas utilidades que la sociedad le está imponiendo. ¿Es útil para uno mismo meterse en la cabeza toda la química, zoología, física, y tantas cosas más que se enseñan? No. Yo sentiría haber hecho algo útil para mi, si aprendiera a vivir, administrar mis facultades perceptivas y expresivas. Si pudiera ver, oír, gustar, manifestarme. Y para eso no me ayuda nada el saber útil  de la enseñanza intelectualista.

 

Por eso, cuando largamos a nuestros muchachos atrofiados en su sensibilidad, le damos un sermón y les reprochamos después que no sepan distinguir lo bueno de lo malo. Pero, Dios mío: si jamás hemos hecho algo positivo  para que nuestro pueblo sienta, vea, oiga sino al contrario: los entregamos a la radio, al cine, al periodismo bolichero, que halaga lo bajo, que atrofia lo bueno, que desquicia el orden, porque lo que él quiere es vender… vender… vender . Y para que le compren no necesita  inteligencia, ni gusto, ni arte, ni buen sentido, necesita plata. Y la plata del idiota  vale tanto como la del artista. Un lindo crimen vale más que toda la obra de Lugones.

 

Es un  círculo vicioso: comienza en el mostrador y termina en el mostrador.

 

Conclusiones ; es evidente el descenso  del gusto popular. Es evidente el paralelismo entre descenso y la educación pública.

 

Es vidente que los medios de expresión que manejan la sensibilidad de  la        l nación  están al servio del negocio.

 

Es evidente que al negociante le importe tres rábanos la cultura pública.

 

Es evidente que esto no puede seguir así.

 

Bueno entonces ;  que no siga . Pero que no tomen todo esto: escuela, radio, cine revistas y se las den a un intelectual, a un profesor universitario, y menos aun  a un filólogo.

 

Nota: las revistas de aventuras las pueden quemar todas con todo adentro  .     El país necesita un auto sacramental de esta especie,  si no va a caer fuego. Dios no perdona los pecados contra la inteligencia. Y esto es bíblico.*

 

 

TOMADO DE LA REVISTA  “ DINÁMICA SOCIAL ”.

 

miércoles, 22 de marzo de 2023

 


 


 ¿Y qué? Representa un estilo de vida. No es una pregunta, sino una afirmación categórica insolente, despreciativa, dañina; negación nihilista contra todos los valores; que pretende generalizar la judía comunista Bergman. ¿Y qué? El propósito: que el pueblo la asuma, y grite la muletilla subversiva de su resentimiento. El  ¿Y qué? es la afirmación de que nada les importa:  ni  Dios , la Patria,  la familia, la moral, ni la armónica  convivencia social… pues son cargas que impiden la expansión libertaria de los atropellos.

 

La Bergman, está imponiendo con este ¿Y qué?  una nueva pandemia ofensiva  diabólica contra el sentido común popular , fomentando una bronca insalvable por  el comunismo, pues éste la alienta, actuando solidariamente con el imperialismo capitalista. Recordar  la imagen que difundió el padre Meinvielle de la tenaza que aprieta hasta la agonía de los pueblos,  con un brazo capitalista que  exprime, y con el otro los lanza a una lucha de clases estéril e inacabable.

 

Nuevo disfraz de la revolución materialista y  atea,  llamada comunista  subversiva,  progresista, o libertaria, lo mismo da , cuyo centro actualmente reside en el occidente anglosajón , desde donde actúa imaginariamente como  un pulpo gigantesco cuyos tentáculos asfixian desde el abismo,  con modalidad distinta de ataque, el buen criterio popular . Éste carente ya,  –debido principalmente a la TVB-- de la lucidez necesaria para comprender que simultáneamente el resentimiento desesperanzado  deteriora demencialmente su convivencia social, y su vida cultural y espiritual.

 

Con una buena campaña publicitaria de poyo al comunismo, el periodismo manejado por el imperialismo colabora en esta campaña subversiva. Mucha gente incauta queda lista, entonces, para integrar las filas del Partido del odio contra Dios y la Creación.

 

Ahora bien, como la historia enseña, en cuanto estos nuevos  destructores toman el poder,  abandonan su postura despectiva y se  interesan muchísimo, demasiado, por los valores monetarios, ¡ los dólares del pueblo ! Y se los apropian ansiosamente para vivir como sátrapas ; como siempre vivieron los “camaradas” del Partido.  Se olvidan de gritar ¿Y qué? renegando a los dólares.

 

¿Cómo enfrentar esta pandemia? Rechazando a esta y a las otras,  a todas, creadas artificialmente para mantenernos alterados,  sometidos por el miedo o la bronca. Y volviendo en gracia de Dios, alegremente, a  los valores de amor a Dios, la Patria, y la Familia, agradeciendo lo bienes de la Creación.+

 

*

 

Me enteré que la señora Bergman, comunista confesa,  inventora de la  disipación nihilista ¿Yqué?, es  hija de un masón comprometido. Además, ¿será hermana o, al menos, parienta del famoso  rabino Bergman culo y calzoncillo con el Papa Bergoglio?. Esto explicaría muchas actitudes “extrañas” y asombrosas  de nuestro compatriota, el  Obispo de Roma.

 

*

 

lunes, 20 de marzo de 2023

 


OTRA VERDAD HISTÓRICA OCULTADA.

CUANDO CAYÓ EL FASCISMO, Y SU OBRA RELIGIOSA, ARRASTRÓ AL VATICANO, POCOS AÑOS DESPUÉS, HACIA EL LIBERALISMO, IMPUESTO POR LA PRESION IMPERIALISTA DE LOS “LIBERTADORES” ALIADOS.

 

Artículo firmado por “Sempronio”, publicado en Dinámica Social”

 

PARA LOS QUE QUIEREN OLVIDAR

 

Bajo el mismo título que encabeza estas páginas, la revista Histonium recuerda el aniversario de la firma de los Pactos de Letrán, con un editorial de Sempronio del cual reproducimos las partes más salientes.

 

El 11 de febrero de 1929 fueron firmados en Roma –entre la Santa Sede e Italia los Pactos de Letrán—un Tratado y un Concordato.Han pasado 25 años.

 

Esta nota está dedicada en particular a los muy jóvenes que ignoran y no se preocupan de enterarse, y a los que, animados con espíritu sectario, quieren olvidar y hacer olvidar. Los insignes actores del histórico acontecimiento hace tiempo que duermen en paz; paz lograda  por algunos de ellos a través de tragedias y tempestades de odio.

 

Muchos de los errores cometidos por aquellos que se erigen en críticos y jueces frente a los hechos de su época, no siempre se deben a mala  fe o ignorancia. Según nosotros, dependen en gran parte de una natural  miopía que impide colocar ideas, acontecimientos y personas en la indispensable perspectiva histórica.

 

Esta es indudablemente la razón por la cual inclusive muchos de los que pertenecen a la generación de la  “Conciliación” siguen sin medir plenamente su extraordinaria trascendencia.

 

Los Pactos de Letrán resuelven dos series de cuestiones que por ser paralelas desde cierto punto de vista, no dejan de coincidir en un solo hecho: las relaciones entre el Estado y la Iglesia. Lo que significa la armoniosa coexistencia en el hombre  y en las naciones, de dos autoridades y de dos libertades confluyendo en una sola unidad: la del individuo como espíritu y materia, la de la nación como entidad religiosa y entidad política.

 

Con el paganismo, el problema no existía, porque los poderes estatal y religioso se identificaban co solamente en las instituciones, sino también en las personas. Tampoco existió durante los tres primeros siglos del Cristianismo.

 

Era preciso llegar a Constantino y al Edicto de Milán para que el problema se impusiera en todo su dramatismo .Al injertarse la religión católica en la vida pública, se enfrentan la autoridad religiosa y la autoridad laica, Papa y Emperador, Iglesia y Estado.

 

Y junto a este problema de orden teológico, filosófico, jurídico, el otro: el político, del poder temporal. Es imposible establecer una línea de demarcación  entre los dos, aun cuando el primero irá resolviéndose en las etapas del pensamiento humano, mientras que el segundo deberá esperar mil seiscientos años para su solución definitiva.

 

Esta separación no se advierte en Constantino, y menos aún en Pipino y Carlomagno. Las relaciones de estos soberanos con la Iglesia representan un conjunto invisible de vínculos religiosos, políticos y territoriales. Sin la amenaza de los lombardos, la Iglesia no habría acudido a  los francos; no hubiera tenido lugar esa famosa donación de Pipino, confirmada veinte años después por su hijo Carlomagno.

 

El emperador, que ya había asumido el título de rey por “gracia de Dios”—encabeza sus actas con la fórmula “En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Carlos coronado por Dios, grande y pacífico emperador…”. Independencia y soberanía frente a la Iglesia. El Imperio de Occidente había surgido. El de la Iglesia había que esperar unos siglos más. Con Carlomagno, la jerarquía eclesiástica se fundió con la jerarquía estatal.

 

Cambiaron los tiempos. Desapareció el imperio carolingio; naciones surgieron y se afirmaron. La Iglesia, ampliado y consolidado su poderío universal, tuvo la suerte de ser dirigida por pontífices comparables por su talento político con los más grandes emperadores. Gregorio VI, al obligar a  Enrique IV a doblar sus rodillas fuera de las murallas de Canosa, recordaba quizá la humillación sufrida por León III al jurar de hinojos su inocencia frente a Carlomagno.

 

Papa y emperador. Iglesia y Estado. ¿Quién manda a quién? El emperador lo es por gracia de Dios; el Papa nace soberano por la misma gracia. Los jerarcas de la Iglesia –obispos y abates—son tan poderosos como los del imperio ¿A quién corresponde elegirlos y otorgarles autoridad? Lucha por las investiduras.

 

Esta lucha dura siglos. Concluye en Worms, con el Concordato de 1122: el emperador renuncia al derecho de la investidura espiritual, dejando a la Iglesia la libertad de proceder a la elección de sus rectores mayores y menores.

 

Pero nunca se pronuncia la palabra “fin”. En cada etapa importante de la historia el dualismo estalla en forma de alta tragedia. Federico Barbarroja y Alejandro III; Federico II e Inocencio III; la Reforma y el Concilio de Trento. Desfile de gigantes en torno a principios universales.

 

Finalmente, la solución francesa que pretende negarlo y borrarlo todo. Luego Napoleón: el cauce en el cual la creciente se disciplina y se organiza; la  síntesis del Estado después de la pulverización de todos los sistemas. Otra vez el imperio, pero con distinto empuje interior, puesto que sobre las herencias de Carlomagno, Otón, Carlos V, habían pasado Francisco de Asís , los Comunes y el descubrimiento de las  Américas, cismas y herejías, la invención de la imprenta, Humanismo y Renacimiento la formación de los grandes estados nacionales, el triunfo de las ciencias; Bacon, Descartes, Galileo, la Enciclopedia, Kant; otra vez el choque de colosos. Napoleón –que en Tolentino rompe el principio de la inalienabilidad del Estado Pontificio—no se atreve a entrar en Roma. Pero un paso más, y ordena  que el milenario Estado sea incorporado a su imperio. Talleyrand afirmará que “la destrucción del poder temporal del Papa era, políticamente hablando, un error gravísimo”. Pero el hecho estaba ya cumplido y comprobaba que aún sin poder temporal, la Iglesia católica podía continuar desarrollando su divina misión. El Concordato de 1801 ponía fin a  la lucha desencadenada por la revolución, llevando un dato muy peligroso: renunciando al nombramiento de los Obispos a favor del Primer Cónsul, la Iglesia retrocedía a aquellas posiciones de las cuales fuera liberada por el gran Gregorio VI.

 

El imperio napoleónico pasó más rápidamente aún que el de los carolingios. La Santa Alianza estableció el poder temporal. Una interesante observación: este poder le era otorgado y garantizado al Pontífice Católico por el Emperador ortodoxo; por los herederos del gran Otón –el primero en rechazar como falso el documento que atestiguaba la donación de Constantino—y por Talleyrand, autorizado ministro de la revolución, quien quiso junto con el rey destronar y decapitar al Papa.

 

La Santa Alianza restablecida; el poder temporal confirmado. Las revoluciones nacionales marchando.

 

En Italia, revolución del 21, del 31, del 48. En el 49 la República Romana. Desde lo alto del Capitolio se proclama: “El Papa ha decaído, de derecho y de hecho en el gobierno temporal del estado romano”. Francia, España, Austria y Nápoles acuden y sofocan a la república. El Estado Pontificio está reconstituido  una vez más: en el Tirreno, custodiado por las armas francesas, y en el Adriático, por las armas austriacas.

 

Y la revolución sigue marchando. Francia aliada de Piamonte se arroja contra Austria, la otra defensora del Poder temporal. Garibaldi ocupa el reino de los Borbones que constituía su defensa meridional; los plebiscitos de 1860 le quitan a la Santa Sede las provincias de Emilia y de Romaña. Queda Roma.

 

Cavour el 10 de octubre de 1860, dice: “Nuestra estrella solar es la que nos permite hacer que la Ciudad Eterna se convierta en una espléndida capital del reino itálico”. El problema es  así planteado definitivamente frente a la conciencia católica de Italia y del  mundo.

 

Para el conde Cavour, Roma capital de Italia representaba la realización de un ideal ético-religioso, mientras que, desde el punto de vista más estrictamente histórico, constituía el fin de las rivalidades regionales.

 

Para los más altos exponentes del pensamiento y de la política italiana del siglo XIX, Roma capital y la solución definitiva de las relaciones entre la Santa Sede e Italia, representaban la conclusión del ciclo del Resurgimiento.

 

Entre tanto: clamorosas intervenciones de Napoleón III, solemnes declaraciones de cardenales y obispos , intransigencias de partidos, llamados de poetas y de escritores. Insurrección de Garibaldi, herido y derrotado en Aspromonte por las tropas nacionales. Humillación del “convenio” de 1864 entre Francia e Italia, mediante el cual ésta se compromete  a no ocupar el territorio pontificio y a consentir la formación de ejércitos extranjeros para la defensa de aquel Estado. El grito: “Roma o muerte” repetido por Garibaldi en Mentana, ahogado esta vez por las tropas francesas. Insurrecciones, represiones, lutos, intrigas.

 

Roma ocupada finalmente   por el ejército italiano, presenta esta absurda  situación: el Papa prisionero en su  Palacio; el Rey de Italia y su gobierno considerados como ilegítimos y usurpadores. 

 

Frente a la intransigencia de la Iglesia el  gobierno italiano careció de prudencia y sagacidad. Derrotadas las derechas, el poder quedó en manos de las izquierdas, la cuales quisieron ver en Roma capital el medio más adecuado para llevar adelante  su radicalismo ideológico y político: el aniquilamiento de la Iglesia y el triunfo de la “razón”.

 

Posiciones extremas de las dos partes; disgustos y equivocaciones de consecuencias gravísimas en la política exterior e interna.

 

Y esto, durante sesenta años. En ese lapso, pasaron sobre Italia las tempestades de las guerras de África; de los movimientos revolucionarios de Sicilia, Lombardia y Lunigiana; los extremismos políticos religiosos del primer decenio del siglo; la guerra de Libia. Pasó la primera guerra mundial, con la desaparición de los herederos de la tradición occidental –los imperios arustríacos y germánicos--, mientras que en Oriente se derrumbaba el imperio Ortodoxo. Lenín recogía el testamento de Robespierre y de Marx, proyectándolos hacia los polos del absolutismo dialécticos.

 

Y el problema seguía mas vivo y actual que nunca.

 

La subversión se adueñaba prácticamente de media Europa católica, en tanto que minaba la otra mitad. En Italia –ya decaído el prestigio y la autoridad estatal—el marxismo dominaba con sus promesas y violencias arrolladoras. En vano se le oponían una burguesía desorganizada y sin fe y una formación política que afirmaba ser católica por inspirarse en los principios de la  “Rerum Novarum”.

 

El clero debía permanecer encerrado en los templos que se  iban vaciándose de fieles. En alguna región, muchas iglesias se clausuraban. Crecía el porcentaje de matrimonios solamente civiles, de uniones libres, de niños sin bautizar. La cultura acometía directamente al dogma desde cátedras, diarios, libros, asambleas públicas.

 

Y el problema de las relaciones entre Italia y la Santa sede seguía como en los antiguos tiempos.

 

Llegó el fascismo. Antes aún de adueñarse del poder, impuso el respeto por las Iglesias, defendió a los fieles en la práctica del culto permitió con su presencia el desarrollo de las grandes festividades religiosas. Al mismo tiempo, iba estableciendo los principios morales del individuo, de la unidad familiar y de la sociedad.

 

En el año 1921 –cuando nadie creía en el triunfo del fascismo--, se oyó en la Cámara de Diputados una palabra clara y solemne:

 

“Afirmamos aquí que la tradición latina e imperial de Roma está representada en la actualidad por el Catolicismo. Si, como lo afirmara Momsen, no se puede permanecer en Roma sin una idea universal, yo pienso y declaro que la única idea universal que hoy existe en Roma es la que irradia el Vaticano”.

 

Y tres años después –en pleno triunfo de la revolución fascista—la misma voz proclamaba; “La unidad religiosa es  una de las más grandes fuerza de un pueblo. Ponerla en peligro, o tan sólo rebajarla, es un crimen de lesa nación”

 

Sobre la base de estos principios religiosos e históricos, las dos altas potestades se encontraron, reconocieron y conciliaron. Y fueron sellados los Pactos de Letrán.

 

En el Tratado, art. 1º, “Italia reconoce que la religión católica, apostólica  romana es la única del Estado”. Art 20º: “La Santa Sede declara que quiere quedar y quedará extraña a toda competición temporal entre los Estados”.

 

En el Concordato, art.34º: “Italia reconoce al sacramento del matrimonio arreglado al derecho canónico, todos los efectos civiles”. Art. 36º “Italia considera como fundamento y coronamiento de  la instrucción pública, la enseñanza de la doctrina católica según la forma legada por la tradición católica”.

 

El gran Papa  Pío XI,  --heredero y custodio de dos mil años de gloriosa tradición—daba pleno crédito a la lealtad y a la firmeza de un régimen revolucionario de apenas diez años. Benito Mussolini cumplía el ciclo del Resurgimiento y restablecía la unidad religiosa de la nación. La exaltación de los católicos italianos fué total y conmovedora.

 

Y esta es la gran Historia.

 

Diez años más tarde… pero esta es ya otra historia. * 

jueves, 16 de marzo de 2023

 

Artículo  de Pierre Daye, publicado en  “Dinámica Social” en la década del ’50…, que, por sus revelaciones, podría haberse subtitulado:

 “EUROPA: NECRÓPOLIS DE LA PERFIDIA ALIADA

El autor, optimista, le desea bienaventuranza en la tierra…; yo, malévolo le aconsejaría a este estadista glorificado, que integró el triangulo d la perfidia aliada, con Stalin y Roosevelt, que la aproveche pues después de muerto quizá no la pase muy bien… (aunque Dios es quien decide).  (recordar lo que escribí en este blog: “Los Borrachos Gobiernan el Mundo”).  A continuación el texto:

 

CHURCHILL: NECROLOGÍA

 

N

ecrología anticipada, naturalmente. Porque se le desea al eminente  hombre de Estado inglés largos y apacibles días todavía, afirmado en su gloria, venerado por el Reino Unido, el Imperio y algunos otros pueblos menos británicos, pero igualmente respetuosos y reconocidos.

 

Entre tanto, en la hora en que los males de la edad parecen incitar al reposo al descendiente de Marlborough, es el momento de echar una ojeada a los aspectos que este personaje tan fuera de serie presentará ante la Historia. En efecto, muchos rasgos curiosos y aún contradictorios jalonan la carrera y el carácter de sir Winston Churchill que, desbordante de imaginación, y de amor por la paradoja, habrá sido a la vez el salvador de Inglaterra en el período más grave –hasta el presente—de su historia y el ordenador de las exequias de su Imperio.

 

Como Clemenceau antes de la primera guerra mundial, sir W. Churchill no había sido tomado muy enserio en su propio país, hasta que trágicos sucesos, precisamente cuando para él se anunciaban los signos de un próximo retiro por vejez, le dieron la ocasión de tomar el primer puesto e imponerse a la atención de las gentes del mundo entero. Porque llegó a ser uno de los dueños del mundo por algunos años. Churchill, sin la Segunda Guerra, como Clemenceau sin la Primera, no habría figurado en los anales del siglo más que como un político de principios poco severos, hábil, brillante, divertido, y muy preocupado de tener buena prensa. La guerra puso a estos dos hombres bajo el fuego de los proyectores luminosos y con su talento, ayudados por una suerte inaudita se levantaron rápidamente por sobre sus colegas parlamentarios de los tiempos normales.

 

Orgullosísimo de descender de una gran familia inglesa, sir W. Churchill es una mitad yanqui, dado que su madre era de nacionalidad estadounidense. Esta particularidad explica muchas cosas, entre otras, ciertos aspectos de su carácter que le permiten ser comprendido con facilidad en los Estados Unidos y, a su vez, comprender bien ese país. Un hombre de severo aspecto como, por ejemplo, Chamberlain o Stafford Cripps, que en Europa representan la rígida apariencia del inglés clásico, no podrá gustar jamás en Nueva York o en Chicago. Pero Winston poseía un carácter “atractivo”, propio para seducir a los norteamericanos, Su porte físico, redondo, graso, lento, con una máscara de bulldog sonriente que lo hace tan perfectamente fácil de ser identificado como el John Bull  de las caricaturas o el Mr. Pickwick de Dickens, tanto como el grande y eterno cigarro en la boca o el además de sus dos dedos abiertos en firma de “V” (¡Victory!) o, todavía,  por su sombrero a la moda de los que se usaban en los tiempos de Gladstone, son todos rasgos hechos para divertir, para prestarse a la broma y, por ende, para seducir.

 

Sir Winston manifestó siempre una especie de bonhomía teatral. La comedia satírica debió estar entre sus gustos. ¿La hija del primer ministro, Sarah, no es acaso una actriz de los teatros de Londres, y de la cual, quienes la han visto trabajar aseguran que el talento que tanto le atribuyen no es solamente debido al nombre ilustre de su padre, como el talento de la  cantante miss Truman, en este caso sí, era debido al hecho de que ella hacía valer en sus anuncios el nombre del presidente?

 

[mota del blog: recordar, además el adefesio sacrílego que esculpió una hija de Churchill representando a N. S. Jesucristo en la Cruz, considerado por los medios una obra maestra).

 

El primer ministro británico consiguió admirablemente hacer lugar de esas particularidades en ocasión de la guerra número 2, para concentrar sobre él la simpatía de los yanquis. Aunque poseía, a la verdad, dones –por dentro—más profundos, que le asignaron un lugar excepcional como hombre de Estado en la “Gran Alianza”. La principal diferencia con sus adláteres –Roosevelt sobre todo--, es que Churchill conocía los pueblos del mundo, visitados por él en otros tiempos. Joven, al final del siglo pasado tuvo heroica actuación durante la guerra del Transvaal; prisionero de los boers, pero hábil jinete, llevó a cabo una evasión de lo más aventurada y escribió luego sobre el episodio un brillante relato que fué, si no me equivoco, el primero de sus numerosos libros que publicó el reciente premio Nóbel.

 

Pues Churchill es algo así como el Macaulay del siglo XX. Ha publicado escritos políticos, memorias, discursos, ensayos y muchas otras obras. 

 

Hombre hábil, supo sobre todo conducir sus asuntos con un sentido de “Business” heredado de sus antepasados de los Estados Unidos. Se asegura que los derechos de autor que le correspondieron por la edición mundial de sus memorias de guerra –bastante débiles de texto y demasiado prudentes para provocar gran interés—han tenido al menos la ventaja de agregar algunos millones de dólares a lo que sin duda ya poseía. ¿Porqué un hombre de Estado, que es al propio tiempo un héroe nacional, ha de morir en la miseria?

 

Pronto se nos aparece la debilidad del ilustre primer ministro británico: teniendo necesidad de la ayuda norteamericana, del socorro norteamericano, él se inclinó siempre ante los deseos de su poderoso asociado, al cual sin embargo  aventajaba intelectualmente con todos sus conocimientos y toda su experiencia. Esta falta de energía acarreará un gran perjuicio a su memoria, ante la posteridad.

 

(nota del blog: ¿sería desmedido suponer que esa debilidad  fuese obligada por la obligación de cumplir órdenes de la logia que los unía fraternalmente?¡Estimulado con profusión de alcohol!.)

 

Churchill mismo en sus memorias de guerra, o sea sus últimos libros publicados, nos muestra como durante el conflicto su opinión era la reefectuar el desembarco de los ejércitos aliados, con el fin de proteger una gran parte del continente europeo ocupado por los alemanes, no al oeste o sudoeste de Francia o Italia, sino más al este, del lado de los Balcanes, lo cual, cortando al enemigo habría evitado en una amplia medida la horrible destrucción que asoló a los países de más alta civilización. De se modo hubiérase, sin duda, también impedido que los bolcheviques se instalaran en el corazón de Alemania.

 

Hubiese querido también –dijo entonces—que no fuese aplicado el estúpido principio de la “rendición incondicional”, que tuvo por resultado el destrozo total del Tercer Reich, la destrucción de la barrera contra el comunismo, el derrumbe de todo el viejo sistema europeo y la atroz desgracia de millones de seres inocentes. Pero, cada vez, luego de algunos tímidos esfuerzos de resistencia, se plegó, delante de la fuerza, más grande y más brutal, del presidente Roosevelt.

 

Bastaría leer los recuerdos del simple de Elliot Roosevelt, hijo del Jefe de Estado nortemericano, que ha narrado con una desarmante ingenuidad, en su libro As he saw it, las entrevistas de su padre con el Primer Ministro britanico y algunos entretelones de las conferencias del Atlántico, de Casablanca, Yalta Teherán, para darse cuenta cómo Churchill fue aceptando  sin cesar –a pesar de que captaba muy bien las realidades de la tragedia que se desarrollaba-- , todos los proyectos imaginados por el astutísimo representante del capitalismo norteamericano. En este libro, publicado en 1946 (cuyo autor, si hoy lo comprendiera, lo cual no es muy probable, debiera morderse los dedos por haberlo librado al público), queda a la vista, cómo en Yalta, el presidente Roosevelt, confiando enteramente en Stalin se entendía con él, a espaldas de Churchill, para ceder al dictado soviético todo cuanto éste exigía, hasta el extremo de comprometer el porvenir de la mitad de Europa.

 

Sir Winston Churchill, pese a su mandíbula de bulldog y su actitud heroica cuando la amenaza de desembarco de Hitler en Gran Bretaña al principio de la guerra, se portó en esas ocasiones como un pobre hombre inclinado ante su patrón, cediendo, luego de algunas veleidades de resistencia  a tantos premios locos, que debían acarrear a la Inglaterra que se veía victoriosa los resultados más lamentables: la pérdida del Imperio de Indias; la pérdida de Ceylan, de Birmania y del prestigio secular en el Extremo Oriente; la pérdida de la intangible prosperidad interior y de esa superioridad que hacía  ayer del Reino Unido la primera potencia del orbe. Sin que olvidemos el derrumbamiento de la libra esterlina, el empobrecimiento relativo y otros males que los ingleses han soportado, por lo demás, con una firmeza cívica digna de la más grande admiración.

 

Desde este punto de vista, Franklin Roosevelt, a pesar de todos los reproches que se puedan dirigir a su catastrófica política en Europa y Asia, es para su propio país, al menos, un hombre de Estado que le procuró el primer puesto, habiéndole dado un poderío sin par y apresurando su expansión a través de la tierra entera. Churchill, en cambio, tendrá que pasar por el alegre enterrador de aquella Inglaterra tan grande hace cincuenta años.

 

S

ir W. Churchill habrá quizá comprendido que la guerra, aunque victoriosa para su  patria, terminaría en un desastre para la civilización y que a fin de salvar lo esencial hubiera valido más entenderse con Alemania, con Italia. Su correspondencia secreta con Mussolini, sin publicar aún, lo probará algún día. Pero él no quiso decir lo que pensaba, y contrariamente  sus palabras enérgicas sobre la cruel necesidad para  los ingleses de aceptar los sacrificios de “sangre, lágrimas y sudor”, se mostró poco digno de la gloriosa Inglaterra del pasado: aceptó dejarla deslizarse a un segundo plano. Ahora, parece demasiado tarde para reparar el desastre.  El fin de los días del triunfante primer ministro será ensombrecido por este pensamiento y por  el del juicio que el porvenir se formará de su obra.

 

No obstante las habilidades desplegadas para reconstruir una “comunidad” frágil y provisional bajo el cetro de una joven reina, no obstante los subterfugios empleados para realizar  una federación de naciones que no son todas anglosajonas, a pesar de la idea imperial que no es sino económica pero cuyo cemento en tanto Commonwealth se esteriliza, pese a los fastos simbólicos de una coronación que el presente admira sobre todo por sus gracias de otro siglo, la Inglaterra de Winston Churchill ha visto abrirse bajo sus pies los abismos de la rampa descendente… Y eso solamente será tenido en cuenta en el momento de la sentencia definitiva, cuando los dedos en forma de “V” vuelvan a caer inertes y cuando el fuego del gran cigarro se extinga para siempre jamás…

 

Los viejos hombres de Estado son como la viejas actrices de París: no aciertan nunca cuando les ha llegado la hora de abandonar la escena, sobre cuando el mundo nuevo ha de pasar por encima de ellos y no se dan cuenta de que es mucho mejor no dejar aparecer sus memorias sino a título de publicaciones póstumas.*

viernes, 10 de marzo de 2023

 

EL GLORIOSO ESCUDO DE LA  CONFEDERACIÓN ARGENTINA.

 

En el admiramos con unción patriótica sus campos azul y blanco, el sol del 25, el gorro de la libertad de los Colorados del Monte, los laureles de la gloria  preservando a la Patria; y al pié los rugientes cañones.

 

Cañones que no fueron empleados para agredir con ánimo ratero anglosajón. Orgullosos cañones sanmartinianos y rosistas, de Maipú y Obligado, y de tantas batallas heroicas defendiendo los ataques a la  Soberanía nacional.

 

¡Guay del que en ese entonces se atreviera a desafiar a los argentinos!

 

Pero luego de Caseros un ánimo benevolente con los imperialistas confinó los cañones al deván de los museos. Los patriotas sobrevivientes comenzaron a oír con espanto la dulce vocesita de un leguleyo tucumano, joven delicado y petulante, eco de la moda que reinaba en los Salones literarios, que tanto lo fascinaba…

 

Y perturbado por el posible tronar de esos cañones de la libertad exclamó: ¡Basta de cañones! ¡Basta de héroes guerreros! ¡ Basta de enfrentar a los poderosos que nos traerán paz y progreso!

 

La historia consumó sus anhelos y hoy en día los argentinos nos quedamos sin paz ni progreso ni honor.

 

No creyeron ni podían permitir que podían convivir Paz y Progreso con Soberanía;  y que sin Soberanía seríamos colonia sojuzgada.  Quisieron exterminar a los patriotas recalcitrantes y resistentes de la raza argentina; y con la misma saña fueron ocultados y olvidados los gloriosos cañones.

 

Y con ellos se alejó de la Patria, hasta que Dios permita que vuelva, esa hermosa dama, figura de la Soberanía; dama distinguida, fiel pero voluble, pues si no recibe los mimos y halagos que corresponden a su relevante alcurnia, abandona a los que la desprecian.+

 

 

¡¡¡Vivan los héroes de Obligado y Quebracho!!!

 

¡¡¡VIVA L PATRIA!!!

miércoles, 8 de marzo de 2023

 

*“LA CIVILIZACIÓN SE HA HECHO A RATOS PERDIDOS”…

 

“…El recogimiento hará posible reencontrar el camino de lo mejor, en el reencuentro de la Teología, de la Filosofía, del arte, de la ciencia, en una palabra, de la auténtica vida espiritual que necesita el hombre de hoy”. J. Sepich, en “La actitud del Filósofo”.

 

 

Artículo de Julio Camba escrito en la década del ’30 en Nueva York, mientras ejercía de corresponsal de un diario madrileño. Con su fina ironía burlona  expone el materialismo de la vida activista

 

LA MECÁNICA COMO CIVILIZACIÓN.

 

En Nueva York no hay manera de perder el tiempo. No hay cafés, no hay apenas plazas ni paseos con bancos a la disposición del transeúnte ¿Qué hacer cuando a uno le sobra media hora durante la jornada laborable? ¿Qué hacer para no hacer nada?... En otras ciudades el Municipio  se ha preocupado de los vagos, de los poetas, de los enfermos y de las personas de edad, creando para ellos plazas, parques y jardines. En algunas se dan conciertos gratuitos. En muchas se les han hecho soportales para protegerlos de la lluvia y de la  nieve. Esas ciudades tienen, además, el café, institución maravillosa donde, mediante un precio módico, se alquila un trozo de diván por un plazo ilimitado y se adquiere el derecho de perder el tiempo, mientras que en Nueva York sólo existen bares para beber de pie.

 

Nueva York, realmente, más que una ciudad es una fábrica gigantesca. Aquí se ha supuesto que no debe haber vagos, que no debe haber poetas, que no debe haber enfermos y que no debe haber personas de edad. Se ha supuesto, en fin, que no se debe perder el tiempo. Las mismas diversiones neoyorquinas exigen una energía prodigiosa y son una forma más de la actividad nacional. Tanto en los cabarets como en las reuniones particulares, no hay medio de quedarse sin hacer nada. Es preciso bailar unos bailes gimnásticos, concentrar la atención en un espectáculo, jugar, oír una música estridente y violenta… Es preciso hacer algo constantemente…

 

Y esto es terrible, aunque no lo parezca, porque yo creo que toda la civilización se ha hecho a ratos perdidos y que su labor será  interrumpida en cuanto la humanidad se niegue sistemáticamente a perder el tiempo. Yo creo que la civilización es precisamente obra de los vagos, de los enfermos, de los poetas y de las personas de edad, y los concejales de las ciudades europeas deben de creerlo también, cuando tanto se preocupan de estas categorías sociales. Y yo les daría un consejo a las autoridades neoyorquinas: la de que fomenten el ocio.

 

No hay actividad intelectual –diría yo—en medio de una gran actividad física. Fomenten ustedes el ocio, y para ellos comiencen abaratando un poco las subsistencias. Luego supriman los trenes que pasan por algunas avenidas,  a fin de que las gentes, libres del estrépito incesante, puedan pasearse por ellas conversando o siguiendo el hilo de un pensamiento interior.  Esta admirable organización del tráfico que ustedes han hecho con objeto de atropellar a los transeúntes, suprímanla también, para ver si logran crear un público de personas  que callejeen lentamente , que observen y  que vean. Construyan ustedes soportales, planten árboles, pongan bancos.  Den conciertos públicos y, sobre todo, favorezcan la fundación de cafés, porque de nada sirven las bibliotecas en una ciudad donde no hay cafés. De este modo, dos o tres millones de personas llegarán a perder tres o cuatro horas cada  día. Supongamos –a los norteamericanos les gusta ver las cosas en números--, supongamos ocho millones de personas dedicadas diariamente al ocio –las horas naturalmente de muchísima gente-- , y  supongamos esto durante cincuenta años. El total sería de unos ciento cincuenta mil millones de horas que se habrían pasado  sin hacer ningún esfuerzo físico, “flaneando”, curioseando, soñando, conversando o pensando tonterías. Ciento cincuenta mil millones de horas de aislamiento, de inconciencia y de libertad mental, en que el cerebro parece como que se separara de su dueño y hace, no las cosas que le interesan a él, trabajando con un plan, desde luego, porque el cerebro siempre tiene su plan, pero no con el plan que le impone su dueño cuando se va  a una biblioteca o a un  laboratorio…De esos ciento cincuenta mil millones de horas no exageraríamos  calculando una pérdida de ciento cuarenta  y nueve mil novecientos  noventa y nueve millones novecientos noventa  y nueve mil. Novecientos noventa y tantas, en cambio, habrían servido para hacer música, versos, novelas , cuadros, ensayos, estatuas, etc., cosas todas que no pueden sobrar jamás en una ciudad como Nueva York. Y en sólo una hora restante, en media hora nada más, o únicamente en cinco minutos, hubiera podido surgir uno de esos pensamientos fundamentales que dirigen a la humanidad durante siglos y siglos, porque esos pensamientos se extraen al sinfín de las horas perdidas por un procedimiento parecido al que sirve en química para obtener el radium…

 

Esto les diría yo a los concejales neoyorquinos. Les aconsejaría que fomentasen el ocio, considerándolo base de la civilización; pero es probable que los concejales neoyorquinos admitiesen mi teoría y rechazasen mi consejo. Aquí hay una tendencia a sustituir la conversación con el baile, el pensamiento con la gimnasia casera y la civilización con la mecánica.*

 

Julio Camba.

 

*OTRO REGALITO MADE IN USA: EL aCTIVISMO DESENFRENADO BUSCANDO el  “ABSOLUTO”,.. DONDE NO LO ENCONTRARÁN