Deberes del Estado
Católico con la Religión
Cardenal Alfredo
Ottaviani
(Discurso dado el Día del Papa, 2 de marzo de 1953;
impreso por la Obra de Cooperación
Parroquial de Cristo Rey; con una introducción de su Superior General, padre
Juan Terradas Soler)
INTRODUCCIÓN
entimos
especial interés en divulgar este discurso de su Excelencia el Cardenal Alfredo
Ottaviani, que transcribimos a continuación. Fue pronunciada en el Ateneo Pontificio
de Letrán, en Roma, y lleva como título: “LOS DEBERES DEL ESTADO CATÓLICO CON LA RELIGIÓN”.
El autor es una de las primeras figuras
doctrinales de la Iglesia. Sus
palabras son una caritativa y al mismo tiempo
enérgica respuesta al modernismo y a los católicos que están
contaminados de esta herejía.
El eximio Purpurado recuerda con insistencia la enseñanza
tradicional de la Iglesia,
enseñanza perenne, eterna, inmutable, necesaria, que todo católico debe abrazar
integralmente, sin restricciones ni respetos humanos.
Hacía años que no había aparecido ningún
documento eclesiástico importante, dedicado ex profeso al tema tratado esta
vez por el Cardenal Ottaviani. Los
católicos modernistas, entre tanto cantaban victoria y proferían sus
jactancias. Nuestra Madre la
Iglesia, Columna de la
verdad, Reina de las Naciones, no podía tolerar esta diabólica alegría. “La Iglesia ya no inculca
–decía estos innovadores- los principios que pregonaron León XIII y Pío IX
respecto a las relaciones entre ambos poderes públicos, espiritual y temporal,
ni exalta ya el dogma de la
Realeza Social de Cristo. Signo evidente –añadían- que la
verdad dogmática sufre evolución y adaptaciones. Estos pontífices no
condenarían hoy las libertades modernas como las condenaron en su tiempo”.
Nosotros mismos hemos oído razonamientos
de esta índole, de boca de muchos que se arrogan el nombre de católicos.
Que
se arrogan el nombre de católicos, hemos de decir con profunda tristeza.
Pues no se comprende como puede
aplicarse este título a los corruptores de la doctrina divina, a demoledores de
los derechos del Divino Rey, a perseguidores
de su propia Madre la
Iglesia.
El discurso del cardenal aclara y precisa
cuestiones trascendentales. Todo católico debe, pues, estudiarlo.
Como prueba de la afirmación que acabamos
de sentar acerca de las infiltraciones modernistas en el campo católico,
copiamos un fragmento de la
Encíclica “Ubi Arcano” de Pío XI (23 diciembre de 1922).
“… Se enseñorean de la mente y del corazón de los hombres pasiones tan
desenfrenadas e ideas tan perversas que
ya es de temer que aún los mejores de entre los fieles, y aun de los
sacerdotes, atraídos por la falsa apariencia de la verdad y del bien, se
inficionen con el deplorable contagio del error
Porque cuántos hay que profesan seguir las doctrinas católicas en todo
lo que se refiere a la autoridad en la sociedad civil y en el respeto que se le
ha de tener, o al derecho de propiedad, y a los derechos y deberes de los
obreros industriales y agrícolas, o a las relaciones de los Estados entre sí, o
entre patrones y obreros, o a las relaciones de la Iglesia y el Estado, o a
los derechos de la Santa Sade
y del Romano Pontífice y a los privilegios de los obispos, o, finalmente a los
mismos derechos de nuestro Criador, Redentor y Señor Jesucristo sobre los
hombres en particular y sobre los pueblos todos!. Y sin embargo, esos mismos en
sus conversaciones, en sus escritos y en toda su manera de proceder, no se
portan de otra modo que si las enseñanzas y los preceptos promulgados tantas
veces por los Sumos Pontífices, especialmente por León XIII, Pío X y Benedicto
XV, hubieran perdido su fuerza primitiva o hubieran caído en desuso.
En lo cual es preciso reconocer una especie de modernismo moral,
jurídico y social, que reprobamos con toda energía, a una con aquel modernismo
dogmático…”
Identifiquémonos con la doctrina de la Iglesia. Ni la luz del
mundo, ni los hijos de la Luz
pueden pactar con el error.
Juan
Terradas Soler
PRÓLOGO
o había pensado en dar a la imprenta la
conferencia que pronuncié el 2 de marzo de 1953 en el Aula Magna del Pontificio
Ateneo Lateranense, sino me hubiese empujado a ellos el gran número de
peticiones recibidas de publicistas y de miembros de los Claustros docentes de
institutos Superiores, los cuales han insistido sobre la oportunidad de
divulgar cuanto dije en aquella solemne Ceremonia.
“Hace ya demasiado tiempo –me ha escrito un distinguido religioso- que
el Derecho Público de la
Iglesia no se estudia
más que en las aulas de los Institutos Eclesiásticos, cuando es urgente la
necesidad de divulgarlo en todas las clases sociales, especialmente entre las
más elevadas”.
“La prensa lo silencia por principio, dirigida como está por hombres que
profesan el culto de la libertad bastante más que el de la verdad… La
desorientación general a que asistimos, la perplejidad de los hombres de Estado
y los mismos enormes errores que se cometen en tantas híbridas uniones entre
Estado o entre partidos, exigen que el problema capital de las relaciones entre
el Estado y la Iglesia
se plantee abiertamente –apertis verbis-
y se trate por extenso, con la mayor claridad y, sobre todo, sin temor”.
“El valor cristiano es una virtud cardinal que se llama fortaleza”.
Tan vivas instancias me han convencido de que hoy, como en ningún otro
tiempo, es necesario que todos los sacerdotes y también todos los seglares que
colaboran al apostolado del Clero, imiten, en la medida de lo posible a cada
uno, el ejemplo del Divina Maestro, quien de sí mismo dijo: “Ad hoc veni in mundum
ut testimonium perhibeam veritati” (Juan 18,37).
Alguien notará, tal vez, que no cito nombres de autores cuyas
afirmaciones transcribo, a veces, incluso textualmente. Me abstengo de ello por
doble motivo: ante todo, porque poca importa saber que ciertas ideas las
sostiene tal o cual escritor cuando están de tal modo difundidas que no pueden
considerarse ya propias de un individuo determinado; pero además, he querido
seguir la norma de San Agustín que enseña a combatir, no a los que yerran, sino
el error. Con lo cual me atengo al programa y al ejemplo del Augustp Pontífice,
gloriosamente reinante, que tomó como lema de su pontificado “Veritatem
facientes in charitate”
Toma,
25 de marzo de 1953.
Alfredo Cardenal Ottaviani.
Deberes del Estado
Católico con la Religión.
ue los enemigos de la Iglesia hayan
obstaculizado su misión en todos los tiempos, negándole alguna –e incluso
todas- sus divinas prerrogativas y poderes, no es para maravillarse.
El ímpetu
del asalto, con sus falaces pretextos, prorrumpió ya contra el Divino Fundador
de esta milenaria y, sin embargo, siempre joven institución: contra Él se
gritó, en efecto –como se grita ahora- “Nolumus
hunc regnare super nos”, “no queremos que Este reine sobre nosotros” (Lc
19,14).
Y con la
paciencia y la serenidad que le vienen de la seguridad de los destinos que le
han sido profetizados y de la certeza de su divina misión, la Iglesia canta a lo largo
de los siglos: “Non eripit mortalia qui
regna dat caelestia”. “No quita los reinos mortales quien da los
celestiales”.
Surge, en
cambio, en nosotros el asombro, que crece hasta el estupor y se transforma en
tristeza, cuando la tentativa de arrancar las armas espirituales de la justicia
y de la verdad de manos de esta Madre bondadosa que es la Iglesia la efectúan sus
propios hijos; aún aquellos que, encontrándose en Estados interconfesionales
donde viven en continuo contacto con hermanos disidentes, debieran sentir más
que ningún otro el deber de gratitud hacia esta Madre que usó siempre de los
derechos para defender, custodiar, salvaguardar a sus fieles.