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“…El
recogimiento hará posible reencontrar el camino de lo mejor, en el reencuentro de
Artículo de Julio Camba escrito en la década del ’30
en Nueva York, mientras ejercía de corresponsal de un diario madrileño. Con su
fina ironía burlona expone el
materialismo de la vida activista
En
Nueva York no hay manera de perder el tiempo. No hay cafés, no hay apenas
plazas ni paseos con bancos a la disposición del transeúnte ¿Qué hacer cuando a
uno le sobra media hora durante la jornada laborable? ¿Qué hacer para no hacer
nada?... En otras ciudades el Municipio
se ha preocupado de los vagos, de los poetas, de los enfermos y de las
personas de edad, creando para ellos plazas, parques y jardines. En algunas se
dan conciertos gratuitos. En muchas se les han hecho soportales para
protegerlos de la lluvia y de la nieve.
Esas ciudades tienen, además, el café, institución maravillosa donde, mediante
un precio módico, se alquila un trozo de diván por un plazo ilimitado y se
adquiere el derecho de perder el tiempo, mientras que en Nueva York sólo
existen bares para beber de pie.
Nueva
York, realmente, más que una ciudad es una fábrica gigantesca. Aquí se ha
supuesto que no debe haber vagos, que no debe haber poetas, que no debe haber
enfermos y que no debe haber personas de edad. Se ha supuesto, en fin, que no
se debe perder el tiempo. Las mismas diversiones neoyorquinas exigen una
energía prodigiosa y son una forma más de la actividad nacional. Tanto en los cabarets como en las reuniones
particulares, no hay medio de quedarse sin hacer nada. Es preciso bailar unos
bailes gimnásticos, concentrar la atención en un espectáculo, jugar, oír una
música estridente y violenta… Es preciso hacer algo constantemente…
Y
esto es terrible, aunque no lo parezca, porque yo creo que toda la civilización
se ha hecho a ratos perdidos y que su labor será interrumpida en cuanto la humanidad se niegue
sistemáticamente a perder el tiempo. Yo creo que la civilización es
precisamente obra de los vagos, de los enfermos, de los poetas y de las personas
de edad, y los concejales de las ciudades europeas deben de creerlo también,
cuando tanto se preocupan de estas categorías sociales. Y yo les daría un
consejo a las autoridades neoyorquinas: la de que fomenten el ocio.
No
hay actividad intelectual –diría yo—en medio de una gran actividad física.
Fomenten ustedes el ocio, y para ellos comiencen abaratando un poco las
subsistencias. Luego supriman los trenes que pasan por algunas avenidas, a fin de que las gentes, libres del estrépito
incesante, puedan pasearse por ellas conversando o siguiendo el hilo de un
pensamiento interior. Esta admirable
organización del tráfico que ustedes han hecho con objeto de atropellar a los
transeúntes, suprímanla también, para ver si logran crear un público de personas que callejeen lentamente , que observen
y que vean. Construyan ustedes
soportales, planten árboles, pongan bancos.
Den conciertos públicos y, sobre todo, favorezcan la fundación de cafés,
porque de nada sirven las bibliotecas en una ciudad donde no hay cafés. De este
modo, dos o tres millones de personas llegarán a perder tres o cuatro horas cada
día. Supongamos –a los norteamericanos
les gusta ver las cosas en números--, supongamos ocho millones de personas
dedicadas diariamente al ocio –las horas naturalmente de muchísima gente-- ,
y supongamos esto durante cincuenta años.
El total sería de unos ciento cincuenta mil millones de horas que se habrían
pasado sin hacer ningún esfuerzo físico,
“flaneando”, curioseando, soñando, conversando o pensando tonterías. Ciento
cincuenta mil millones de horas de aislamiento, de inconciencia y de libertad
mental, en que el cerebro parece como que se separara de su dueño y hace, no
las cosas que le interesan a él, trabajando con un plan, desde luego, porque el
cerebro siempre tiene su plan, pero no con el plan que le impone su dueño
cuando se va a una biblioteca o a
un laboratorio…De esos ciento cincuenta
mil millones de horas no exageraríamos
calculando una pérdida de ciento cuarenta y nueve mil novecientos noventa y nueve millones novecientos
noventa y nueve mil. Novecientos noventa
y tantas, en cambio, habrían servido para hacer música, versos, novelas ,
cuadros, ensayos, estatuas, etc., cosas todas que no pueden sobrar jamás en una
ciudad como Nueva York. Y en sólo una hora restante, en media hora nada más, o
únicamente en cinco minutos, hubiera podido surgir uno de esos pensamientos
fundamentales que dirigen a la humanidad durante siglos y siglos, porque esos
pensamientos se extraen al sinfín de las horas perdidas por un procedimiento
parecido al que sirve en química para obtener el radium…
Esto
les diría yo a los concejales neoyorquinos. Les aconsejaría que fomentasen el
ocio, considerándolo base de la civilización; pero es probable que los concejales
neoyorquinos admitiesen mi teoría y rechazasen mi consejo. Aquí hay una
tendencia a sustituir la conversación con el baile, el pensamiento con la gimnasia
casera y la civilización con la mecánica.*
Julio Camba.
*OTRO REGALITO MADE IN USA:
EL aCTIVISMO DESENFRENADO BUSCANDO el
“ABSOLUTO”,.. DONDE NO LO ENCONTRARÁN
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