¿SAN MARTIN MASÓN?
Genta afirmaba una idea que desconcertaba mis pulcros
oídos juveniles, sonando como una herejía, todavía imbuidos del totalitario
adoctrinamiento electoralista, allá cuando recién comenzaba mi hermosa aventura
nacionalista. Decía Genta: el poder político viene de Dios, y el pueblo nada
tiene que dar; no lo puede delegar pues nada tiene. Hay personajes
predestinados por la Gracia de Dios para recibirlo y ejercerlo, para bien,
cuando su política autoritaria y legítima se desarrolla en orden al Bien común.
Y para mal, cuando lo asume un autócrata totalitario liberal o marxista en
beneficio personal o de partido, aunque se proclame ‘democrático’.
Para ser efectivo un gobierno, en cualquiera de sus tres
formas clásicas, debe ser autoritario; asesorado por lo más granado de la
intelectualidad. O sea, lo opuesto al que rige nuestra Patria.
Pobre país el que no cuenta con un hombre predestinado
para calzarse la corona del poder; pues desaparecerá lentamente convertido en
factoría del más poderoso. Nuestro país tuvo la gloria de que sus dos máximos
héroes, San Martín y Rosas asumieron el poder convencidos de tener la misión
providencial de defender y engrandecer la Patria contra los entreguistas
unitarios, liberales y marxistas; hoy día llamados cipayos e imperialistas,
encarnados, por ejemplo, en Kirchener y
Macri…y antecesores.
Ambos llevaron una vida ejemplar, privada y pública;
impusieron la moral y el orden y fomentaron, aun con el ejemplo personal, la
religión católica. Respetando la realidad e idiosincrasia nacional. Aceptaron,
con responsabilidad y patriotismo, en la hora en que todavía se podía soñar con
la máxima grandeza patriótico, el desafío que lanzó Aparici y Guijarro a los
españoles: “Si no hay un
español que se anime a calzarse la corona de Isabel, vergüenza para los
españoles”.
El
Libertador se autoproclamó Protector del Perú, para evitar los conciliábulos
anarquistas de ideólogos revolucionarios que, contrariando los intereses del
Perú comenzaban a luchar por el poder, admitíendo la ingerencia inglesa para
balcanizar América latina. Con su abnegado desinterés, tuvo la intención de
entregarlo, sin aceptar honores, cuando las circunstancias lo hubieran fecho posible, debido a la turbulencia de los tiempos, para
sostener el orden político; evitando que los ‘demócratas’ de la Revolución
francesa entregaran el poder a la masa,
manejada por ellos desde bambalinas. Actitud genial de desprecio al liberalismo
y al electoralismo absolutamente opuesta a la ideología masónica.
Este es
el hecho verídico y consumado: la vida del Libertador fue una lucha constante
para defender la integridad soberana americana contra la prepotencia inglesa, culminando
con su ejemplar amistad con el Restaurador don Juan Manuel de Rosas; odiado
satánicamente por la masonería. Por tanto fue enemigo acérrimo de las
intenciones masónicas de apoderarse de América.
Su
actitud más elocuente, sellando su oposición a los intereses masónicos, fue su amistad
con Rosas. Juntos, complementándose,
fundaron la patria. Sin San Martín, Rosas no hubiera podido restaurar la
Soberanía; y sin Rosas, la patriada de San Martín hubiera quedado trunca.
Por esta
unidad indisoluble si San Martín hubiera sido masón, también lo hubiera sido
Rosas… ¡o ninguno de los dos!
Además manifestó
clara y concluyentemente su patriotismo, con el desprecio que sentía por ese
masón depravado, alucinado estafador y asesino, B. Rivadavia; y por el odio
masónico que este recíprocamente sentía por el Libertador.
Pero,
después de todo, ¿qué importancia política podría haber tenido su afiliación a
la masonería, si su actuación pública proclamaba abiertamente su anti
masonismo?; De manera tan convincente y manifiesta
que la masonería debiera haberlo expulsado de la secta. Si no lo condenó fue
porque de hacerlo, hubieran documentado que nunca fue masón. Y para conservarlo
fraudulentamente como hermano tres puntos, debieron desfigurar su personalidad
presentándolo como santo laico, sometido a los ingleses.
Es
intolerable la deshonestidad de los historiadores liberales, y ridículo que haya
babiecas que los escuchen, enjuiciando la grandeza magnífica de nuestros dos
más grandes próceres, comparándolas con sus propias estaturas de enanos
perversos. Estos nuevos inquisidores laicos, unos y otros, no son más que
lacayos de la historia, que husmean con ojos enlodados por el ojo de la
cerradura, regocijándose si descubren que los héroes tienen sus mismas
apetencias y necesidades, pues sólo descubren sus miserias comunes a todos los
humanos; no llegando a comprender , o no queriendo comprender que existan
héroes.
Por lo dicho, afirmamos rotundamente que
San Martín nunca fue ni pudo haber sido masón.