miércoles, 28 de agosto de 2024

 

EL PUEBLO.

Por Andrè Thérive

Convine destacar que el advenimiento del Pueblo al poder ha sido fomentado por burgueses, que pretendían amarlo y admirarlo, pero que en realidad lo despreciaban.

¿Tiene esto la apariencia de ser una paradoja? De ninguna manera…La revolución francesa fue llevada a cabo por intelectuales de pacotilla y por el hampa de los suburbios; jamás por el verdadero pueblo, las “masas” como se dice hoy. En cada distrito, los Comités se reducían a una veintena de fanáticos o de simples bandidos reforzada por unas cuantas megeras. Estos individuos componían las “Secciones” que administraban la justicia popular en innobles cortes, y ordenaban las torturas y las ejecuciones. Se ha calculado que las abominables matanzas de septiembre, en 1792, fueron perpetradas por … doscientos criminales en presencia de cuatrocientas personas a lo sumo.

Ahora, la leyenda quiere que sea el pueblo mismo, enloquecido de terror y  odio patrióticos, fuese quién decidió semejante carnicería. El Pueblo estaba, por lo visto, representado entonces por la milésima parte de la población, igualmente que en 1944, cuando la liberación de París, según se ha comprobado, la cantidad de “combatientes civiles” fue apenas de mil quinientos en una ciudad donde, pese al éxodo, a las expatriaciones, había bastante más de dos millones de almas.

Puédese proponer como una verdad científica que el pueblo no se manifiesta nunca directamente, sino, por el contrario, bajo el aspecto de ínfimas minorías. Veremos enseguida como, por delegación, se ejerce su acción indirecta. En política, se procede en su lugar, se piensa en su lugar, se siente en su lugar, puesto que de todos modos sus sentimientos y sus pensamientos esperan una expresión que el mismo no podría darle: luego se les reputa como actos espontáneos, aunque, de hecho, son traducción de lo individual y artificial.

Bien. Entonces ¿cuál es ese intérprete, ese sustituto?... Es un partido, es un sindicato, un comité, una maffia, una cuadrilla…No estamos introduciendo ningún matiz peyorativo en esta enumeración: todas son voces sinónimas de la frase: “grupo decidido a ejercer una oligarquía” (en nombre de la colectividad, entiéndase). Gerrd Waltr, historiador de izquierda, y aun de extrema izquierda, ha demostrado en un memorable libro sobre los Jacobinos, que, finalmente, el poder de la naciente democracia francesa, quedó detentado no por el famoso club, sino por una cuadrilla de ese mismo club, en manos de cinco o seis personas, de cuyas, cuatro temblaban delante de las otras dos. De este modo, el Pueblo, que no es una realidad política queda siempre suplantado por organismos tan diferentes de él, como lo es un Rey o un Dictador.

Se nos dirá que hoy los regímenes parlamentarios permiten al pueblo existir de otra manera que como entidad abstracta, luego de ser representado…En ello, cierto escepticismo se impone todavía. Porque las opiniones reflejadas por los diversos partidos políticos no son pensamientos o pasiones reales, sino rótulos pegados sobre ese tumulto movedizo que es una nación o sobre una multitud reunida al azar: en el fondo ninguno de sus componentes piensa como su vecino. Los dirigentes o los oradores fingen liberarse  así de un alma unánime, y a veces lo consiguen, confesémoslo. Pero esta creación de un fantasma es extremadamente provisional, precaria.

Se lo obtiene del mismo modo que se hace espuma agitando el champaña de una copa: se evapora ella tan pronto como la agitación cesa de sostenerla. Cada uno de los participantes del entusiasmo gregario, se convierte en otro hombre, en un individuo libre y secreto desde que consigue regresar dentro de sí mismo. Y él sabe muy bien que el ente colectivo que ha ayudado a  constituir por un instante, no es “él mismo”.

Las teorías literarias de una escuela en auge hacia 1910, la escuela “unanimista”, en la edad de oro de la sociología, no dejan de insistir sobre el carácter ficticio y pasajero de esas “almas globales” que forman por simple azar una sala de teatro, una reunión pública, un estadio de deportes, un regimiento maniobrando… ¿Qué es entonces el “Pueblo”, que no existe si no lo inflan los tramoyistas? Un concepto, una palabra. Un flatus vocis.

Los primeros demagogos tenían gran conciencia de la impostura necesaria para la creación de ese concepto. Prueba de ello es que no veían encarnado el Pueblo más que en las clases inferiores de la sociedad. Los más ciegos, los menos capaces de hablar; por lo tanto los más fáciles de suplantar, desde que en nombre  de ellos se hablaría. El Pueblo, desde los comienzos de la revolución francesa ha sido concebido a la manera de una chusma abyecta, plena de grosería, de brutalidad. Eso es lo que nos permitió asegurar, al principio, que sus pretendidos amigos eran precisamente quienes lo despreciaban.

A este respecto es necesario leer los admirables volúmenes de Ferdinando Brunot en su Historia de la lengua francesa: se ponen allí en evidencia los escritos pseudo populares que sirvieron a  los ciudadanos feudalizados de libelos republicanos y manifiestos democráticos. El “Père Duchesne”, redactado por Hébert y todos los diarios y panfletos del mismo desplazamiento, pueden ser consultados provechosamente por quien quiera entender el génesis de la entidad Pueblo. El verdadero Pueblo es el que allí toma la palabra. Pero del modo más obsceno del mundo. Con un furioso rebuscamiento de bajeza: cual si el Pueblo fuese justamente un ebrio obsedido de sexualidad, de blasfemia…

¿Pero quien escribía esas páginas disgustantes en nombre del Pueblo, quién practicaba ese género asqueante haciéndolo pasar por inspirado por el Pueblo y como el único propio para traducir el alma del Pueblo? Los servidores del Pueblo, los defensores del Pueblo, los cortesanos del pueblo. El pueblo era  para ellos sólo una horda de bárbaros ineducables, una eterna capa de menores de edad a la que se podía suplantar adulándola; por sus defectos redhibitorios no podría jamás tener aptitud para un lenguaje decente ni tampoco poseer un cerebro humano. Pero, al presentarla a través de imágenes tan escandalosas se la incitaba a permanecer sumida en su abyección y podían ser autorizadas en su nombre, las peores violencias. Nunca se han deseado más sistemáticamente la destrucción de los valores constitutivos de una civilización.

Tal vez, dirá alguien, no es admisible deducir, de tales períodos de crisis las épocas normales de la democracia. Más justamente sí: ha sido la concepción de pueblo lo que le ha permitido, durante un siglo y medio de parlamentarismo, proclamar soberano al Pueblo y tenerlo bajo tutela. Entronizarlo en teoría y desposeerlo de hecho.

A partir de la revolución francesa, en efecto, los “representantes del pueblo”, entre sus muchos títulos, se han preocupados de precisar bien que sus mandantes han abdicado en favor de ellos, y que, clausuradas las urnas, el pueblo no puede hacer otra cosa sino callar y seguir pasivamente a los elegidos que lo encarnan. Tal convicción de la omnipotencia parlamentaria, muy bien aprovechada desde hace ciento cincuenta años, fue difundida por Danton, por Robespierre y por Roger-Collard, por los jacobinos  y por los liberales…

Y, así sea en lo profundo de la subconciencia, todo elegido entiende que el pueblo no existe y que si existiera sería solamente como una aglomeración de lastimosos salvajes. Entiende también, que para colmar el vacío de esa inexistencia ha sido inventado el parlamentarismo.+

 

Nota del blog: hace varios días, en una manifestación del sindicato ATE un dirigente trataba de excitar a los presentes aullando como un endemoniado, ofendiendo con su sucia demagogia a los trabajadores presentes.

Los argentinos modestos no son “cosas” materiales; ni animales que solo viven de carroña demagógica. La gente trabajadora tiene la misma dignidad que todos los hijos de Dios.  Desean, con todo derecho, ser gobernados por políticos honestos, responsables, ilustrados, paternales hacia los más necesitados.

Y también desean, como todos los argentinos de bien, tener verdadera representación política a través de las sociedades intermedias y un líder, para luchar por la Soberanía nacional y social, sabiendo que lo demás lo recibirán por añadidura; y sin ella sólo remiendos miserables . Pero los liberales y marxistas los quieren calladitos,-- meta bala si protestan-,- sometidos, golpeando cacerolas que nadie oye, resignados ante el poder de los políticos; que los estafan con el cuento de la “democracia”.

Pero el periodismo asalariados de los canales oficiales hacen la vista gorda. Comentando, —con la acostumbrada voz afectada-- los situaciones  políticas más degradadas que ocurren en el país con hipócrita mesura, para engañar al pueblo,  presentándolas como si fuesen acontecimientos normales, intrascendentes, y hasta loables. Así actúa el auténtico periodismo “democrático”; cómplice del imperialismo.

Por otra parte, dos o tres “periodistas” “nacionalistas” deberían moderar el vocabulario obsceno que emplean ante las cámaras. Interpretan el papel de malhablados para expresar que así  “son del pueblo”; creyendo mostrar unas agallas poderosas de  “redentores” populares. Completamente falso. Caen en la ridiculez -- --como el presidente— como si la indignación por los acontecimientos políticos fuese así más dolorosa. La maravillosa lengua española tiene palabras –que es un gusto escuchar--para expresar con elegancia y respeto aún los más terroríficos sentimientos y situaciones.

 Principalmente al Pueblo más necesitado, discriminado y olvidado por el Régimen “democrático” se le debe hablar con respeto, pues pueden ser mejor criados y cultos que los energúmenos mal hablados, por más títulos tengan.

El Pueblo que aún resiste con sentido común el embate de la canalla “ilustrada”, periodismo y políticos “democráticos”, quiere vivir en paz. Como Dios manda. No bajo el odio marxista o el desprecio liberal.

Así  como Rosas y José Antonio en España, y otros caudillos nacionalistas, con el estilo de auténticos caballeros cristianos, se dirigían con los mismos términos, plenos de valores espirituales, culturales, patrióticos, a pobres y adinerados, a ilustrados y a analfabetos, pue son los que todo el Pueblo ansía oír.+

(El artículo lo tomé de DINÁMICA SOCIAL, fines del '50)..

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