Realeza Social de Cristo.
La auténtica Justicia Social
FUNCIÓN SOCIAL DE LA PROPIEDAD.
A continuación excelentes
meditaciones de Fray STEPHANE PIAT O.F.M , en su libro “El Evangelio de la
Pobreza” (Patmos, pg. 135). Donde expone muy
claramente la arzón más apremiante e indispensable para la instauración de la Justicia
Social auténtica; novedad asombrosa, milagrosa, en el mundo antiguo, fundada en
las enseñanzas de N. S. Jesucristo: el
amor, la amistad, la comprensión social en orden a la grandeza patria y el
bienestar común: rechazando el odio y el resentimiento marxista de clases que
destruye todos los valores. Escribió el Padre Piat:
El sentido de la parábola está dirigido contra los privilegiados de la vida
que pasan indiferentes ante la miseria del prójimo. Encastillados en sus
riquezas como en una bastilla protegida por la ley, olvidan la función social
asignada por el Creador a la propiedad. Así es como el dinero especula sin
enlace con el bien general, se expatría buscando más amplios beneficios, se
esteriliza al negarse a ser invertido, busca el goce o ansía el poderío sin
llevar socorro a los desheredados, a los pequeños y a los débiles.
Y no es ello necesariamente por mala voluntad ni por ausencia de corazón.
Es que no se ve, no se está habituado a ver el trágico ejército de los que
sufren. ¿Cuántos franceses sabía antes de las insólitas nevadas de 1954 que hay
niños en nuestro suelo que mueren de frío en infamen casuchas? ¿Cuántos ignoran
todavía, a pesar de las manifestaciones sindicales, que hay salarios de hambre
y que, a pesar de los trabajos de Josué de Castro y las publicaciones de la
UNESCO, los dos tercios de los seres humanos están mal alimentados; algunos, en
la India y en el Brasil, hasta punto de quitárseles las ganas de vivir?
Sin embargo, los Papas han recordado, con gran vigor, las responsabilidades
de la fortuna. “El hombre –dice León XIII, citando a Santo Tomás, en un párrafo
capital de la Rerum Novarum – no debe considerar a las cosas exteriores como
privadas, sino más bien como comunes, de tal manera que pueda hacer participar
de ellas a los demás en sus necesidades”. La conclusión se impone: “En cuanto
hemos atendido suficientemente a la necesidad y al decoro, es un deber dejar lo
superfluo en el seno de los pobres…, deber que no es de estricta justicia,
excepto en los casos de extrema necesidad, sino de caridad cristiana”.
Pío XI vuelve sobre esta enseñanza en Quadragésimo Anno: “El hombre no está autorizado para usar a su capricho de
sus rentas disponibles, es decir, de las rentas que no son indispensables para
el entretenimiento de una existencia conveniente y digna de su rango. Bien al
contrario, un precepto muy grave ordena a los ricos a practicar la limosna y
ejercer la beneficencia y la munificencia, según se desprende del constante y
explícito testimonio de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia”.
Este deber es tanto más imperioso cuanto que, desde hace un siglo y medio,
el régimen capitalista ha actuado inexorablemente en el sentido de un excesivo
atesoramiento por parte de una ínfima minoría, frente a una dolorosa
proletarización del conjunto de los asalariados. Es lo que Pío XI destaca con
rasgos de fuego en la misma encíclica: “Importa atribuir a cada uno lo que le
corresponde y poner de acuerdo con las exigencias del bien común o con las
normas de la justicia social la distribución de los recursos de este mundo,
cuyos graves desarreglos quedan atestiguados ante los ojos de los hombres de
corazón por el flagrante contraste existente entre un puñado de ricos y una
multitud de indigentes”.
Pío XII, que hace uso de este texto de su predecesor en su Carta del 5 de
julio de 1952 en la Semana Social de Dijon, declara que este problema ha
adquirido una nueva agudeza después de la guerra”. “Se plantea ahora –continúa-
en una escala mundial, en la que los antagonismos son sorprendentes, y se
agrava con los nuevos deseos desatados en el corazón de las masas por un
sentido más vivo de las desigualdades de condición entre los pueblos, entre las
clases y hasta entre los miembros de una misma clase.
Así, Nos mismos, en diversas recientes ocasiones, hemos deplorado el lamentable
acrecentamiento de los gastos de lujo, de los gastos superfluos y fuera de
razón, que contrastan duramente con la miseria de un gran número, ya entre las
filas del proletariado de las ciudades y de los campos, ya entre la multitud de
las gentes humildes a las que se clasifica de económicamente débiles. A lo que podéis y debéis tender, tanto hoy
como ayer, es una distribución más justa de la riqueza. Ello continúa siendo un
punto del programa de la doctrina social de la Iglesia”.”…
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