Publicado hace más de 70 años, ( en la revista
“Dinámica Social”), en pleno desarrollo del materialismo en la URSS; hoy día
vemos que el mundo “occidental”, con diversas modalidades tácticas, se asemeja
cada vez más al soviético Estado totalitario antinatural.
UN MUNDO QUE CAMBIA ANTE LOS OJOS
Por el Padre
Juan Ramón Sepich
S |
abían los antiguos
apoyar muchas de sus actitudes prácticas sobre el aforismo: nada violento dura.
Y en el orden del movimiento humano, terreno de lo social y político, también
tiene cabida la antigua sabiduría.
Hemos analizado
anteriormente el desplazamiento de categorías y jerarquías producido en el
mundo ante nuestros ojos. Pero hay un carácter más positivo aún –aunque él
consista en algo negativo también—que nos obliga a pensar y comprender que está cambiando un mundo ante nuestros
ojos.
Se ha puesto en
circulación entre nosotros un libro de Gordey: “Pasaporte para Moscú”. Lo
importante del contenido es la descripción de un mundo, no que cambia, sino
cambiado ya ante los ojos de todo el universo: el mundo comunista en las
nacionalidades que integran
Este mundo descripto
con sagaz penetración por el periodista, es un mundo del cual ha desaparecido
toda trascendencia. El concepto de socialismo marxista, inmerso en la dialéctica
de lo económico, está implantándose en la convivencia humana. El individuo sólo
es en cuanto parte del grupo social-económico al cual queda adscripto por
voluntad del estado comunista.
La convivencia humana
no es entonces, como la naturaleza lo pide, una multitud ordenada; sino una unidad
desarrollada o expansionada. Este carácter monolítico, ahoga en la
convivencia toda aspiración trascendente del individuo humano. Aquí como en la
ciudad pagana, el individuo nace y muere, en y para la ciudad o comunidad de que forma
parte.
El individuo es
homologado a una unidad biológica. Y la unidad biológica es equiparada a la
suma de urgencias y necesidades que la comunidad puede ofrecer y resolver:
nacimiento, crecimiento, capacitación técnica para producir y consumir bienes
económicos, expansión o diversión para las horas de ocio necesarias a la
conservación de la energía de labor y los instrumentos para estas funciones y
su empleo.
Fuera de este campo,
ni el individuo tiene problemas, --aceptados por la mentalidad socialista—ni la
comunidad, soluciones que ofrecer. Conclusión: se niega a los primeros su
realidad y desaparece la necesidad de los segundos.
Y |
un mundo social-político funciona así. En él
la gente nace, crece, vive, se reproduce, trabaja, se enriquece, come, se
viste, se divierte y se muere. Es visible.
Es visible para quien ya no pone frente a sí las otras exigencias; para
quien ha perdido y los arrestos para exigir más u oponerse a semejante
decapitación. Veinte o más años de propaganda dirigida, purgas políticas y GPU
han acabado con los disconformismos.
Al fin, se puede
vivir. Es un mundo cambiado; un mundo que no tiene más contacto con nuestra
tradición humano-cristiana que uno puramente tangencial y puntiforme. En lo
demás son totalmente diversos, diferentes y opuestos. Se observa ante este
hecho, una reacción distinta en los espectadores –como en los lectores del
libro de Gordey--: unos descubren que “los seres humanos” pueden vivir en un
mundo así; otros descubren que el ser humano deja de serlo en un mundo
semejante. Los primeros, a fuerza de materializar su concepto de ser humano,
han reducido su dimensión a lo biológico. Los segundos advierten, quizá por
primera vez, que lo grave del cambio es que se
está produciendo hacia un estado contradictoriamente opuesto a la
naturaleza humana. Y en esta dicotomía se encuentra la opinión pública.
¿P |
uede durar un mundo
en el cual se infiere tamaña violencia a la condición humana? La sabiduría y la
experiencia de la historia dan testimonio contra esa prolongación. En efecto,
un acontecimiento cualquiera señala el comienzo de la disolución para todo
edificio social-político cimentado en la violencia contra la naturaleza humana
No puede perdurar aquello que no respeta los principios del orden natural. Por
eso vemos en el mundo contemporáneo dos formas de trabajo y de obrar: la que
construye con solidez, mesura y orden, respetando la naturaleza del hombre y de
las cosas; y la que edifica de prisa, sin medida y estabilidad, por no respetar
los fundamentos del orden natural.
Hay un proverbio
germánico que dice: el apuro es judaico,
no cristiano.
De allí que
observamos en el ritmo del dinamismo social la actitud “arribista” –aquí
diríamos de “ventajista”—de las izquierdas que precipitan inconsultamente los
procesos naturales violentándolos en su
desarrollo. Con lo cual terminarán
por ser víctimas de su propia violencia y de su falta de mesura.
Aparentemente avanzan
y maduran con una rapidez que emboba a los incautos. Nos llega luego la hora de
la prueba en que se ve la resistencia de lo hecho, y es entonces cuando se
producen las estrepitosas caídas de lo que fue construido con una celeridad
evidentemente antinatural.
La posición de la
gente que acata el orden natural, sin ser una postura retardataria, ni mucho menos
reaccionaria, consiste en cavar bien hondo los cimientos del orden natural y
construir con un ritmo que esté de acuerdo a la naturaleza y capacidad humana
Pero es menester que
estos últimos no se duerman ni crucen los brazos ante el empuje insensato de
los violentos. La batalla ha de librarse entre la fuerza y la inteligencia;
entre la insensatez y la prudencia. En tales términos no hay que dudar a quien
corresponderá el triunfo.
El mundo cambia
evidentemente ante los ojos. Lo hijos del desorden se precipitan. Los del orden
deben poner su campamento en orden y enfrentar el problema del cambio en la
estructura y ritmo de la vida social-política, con serenidad, sin pausa ni
prisa, con orden, con inteligencia y paciencia, con un meticuloso respeto por
la dignidad del ser humano y sus condiciones de convivencia, pero al mismo
tiempo con la tranquila e indomable tenacidad que aguanta y absorbe las
dificultades sin alterar la sustancia de su tarea.
Y así el mundo
contemporáneo podrá asistir al nacimiento de un mundo nuevo, creado por el
bien, el orden, la verdad, el decoro, fruto del esfuerzo de los mejores y que
tendrá, incluso, la virtud de redimir a los ilusos de la izquierda que están
queriendo construir de las ruinas del mundo liberal un mundo simiesco o para animales
gregarios, más no para hombres.
L |
a madurez de los
acontecimientos es ya suficiente como
para anunciar la época de la recolección fructífera. Es necesario, pues, que se
siembre. Y aun cuando la
incomprensión de la masa, el bastardo interés de los que medran al amparo de la
turbulencia, creen grandes dificultades a los que pertenecen al orden y tienen el
debido respeto al orden natural, han de desatar sus fuerzas y comenzar a activarlas
con la misma parsimoniosa fuerza que demuestra la naturaleza de sus
movimientos.
El final será un
retorno al nuevo mundo dentro del orden que la naturaleza y el decoro del
hombre necesitan y exigen. +
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