miércoles, 5 de julio de 2023

 

Publicado hace más de 70 años, ( en la revista “Dinámica Social”), en pleno desarrollo del materialismo en la URSS; hoy día vemos que el mundo “occidental”, con diversas modalidades tácticas, se asemeja cada vez más al soviético Estado totalitario antinatural.

 

UN MUNDO QUE CAMBIA ANTE LOS OJOS UN MUNDO ANTINATURAL

Por el Padre

Juan Ramón Sepich

 

S

abían los antiguos apoyar muchas de sus actitudes prácticas sobre el aforismo: nada violento dura. Y en el orden del movimiento humano, terreno de lo social y político, también tiene cabida la antigua sabiduría.

 

Hemos analizado anteriormente el desplazamiento de categorías y jerarquías producido en el mundo ante nuestros ojos. Pero hay un carácter más positivo aún –aunque él consista en algo negativo también—que nos obliga a pensar y comprender  que está cambiando un mundo ante nuestros ojos.

 

Se ha puesto en circulación entre nosotros un libro de Gordey: “Pasaporte para Moscú”. Lo importante del contenido es la descripción de un mundo, no que cambia, sino cambiado ya ante los ojos de todo el universo: el mundo comunista en las nacionalidades que integran la URSS.

 

Este mundo descripto con sagaz penetración por el periodista, es un mundo del cual ha desaparecido toda trascendencia. El concepto de socialismo marxista, inmerso en la dialéctica de lo económico, está implantándose en la convivencia humana. El individuo sólo es en cuanto parte del grupo social-económico al cual queda adscripto por voluntad del estado comunista.

 

La convivencia humana no es entonces, como la naturaleza lo pide, una multitud ordenada; sino una unidad desarrollada o expansionada. Este carácter monolítico, ahoga en la convivencia toda aspiración trascendente del individuo humano. Aquí como en la ciudad pagana, el individuo nace y muere, en  y para la ciudad o comunidad de que forma parte.

 

El individuo es homologado a una unidad biológica. Y la unidad biológica es equiparada a la suma de urgencias y necesidades que la comunidad puede ofrecer y resolver: nacimiento, crecimiento, capacitación técnica para producir y consumir bienes económicos, expansión o diversión para las horas de ocio necesarias a la conservación de la energía de labor y los instrumentos para estas funciones y su empleo.

 

Fuera de este campo, ni el individuo tiene problemas, --aceptados por la mentalidad socialista—ni la comunidad, soluciones que ofrecer. Conclusión: se niega a los primeros su realidad y desaparece la necesidad de los segundos.

 

Y

 un mundo social-político funciona así. En él la gente nace, crece, vive, se reproduce, trabaja, se enriquece, come, se viste, se divierte y se muere. Es visible.  Es visible para quien ya no pone frente a sí las otras exigencias; para quien ha perdido y los arrestos para exigir más u oponerse a semejante decapitación. Veinte o más años de propaganda dirigida, purgas políticas y GPU han acabado con los disconformismos.

 

Al fin, se puede vivir. Es un mundo cambiado; un mundo que no tiene más contacto con nuestra tradición humano-cristiana que uno puramente tangencial y puntiforme. En lo demás son totalmente diversos, diferentes y opuestos. Se observa ante este hecho, una reacción distinta en los espectadores –como en los lectores del libro de Gordey--: unos descubren que “los seres humanos” pueden vivir en un mundo así; otros descubren que el ser humano deja de serlo en un mundo semejante. Los primeros, a fuerza de materializar su concepto de ser humano, han reducido su dimensión a lo biológico. Los segundos advierten, quizá por primera vez, que lo grave del cambio es que se  está produciendo hacia un estado contradictoriamente opuesto a la naturaleza humana. Y en esta dicotomía se encuentra la opinión pública.

 

¿P

uede durar un mundo en el cual se infiere tamaña violencia a la condición humana? La sabiduría y la experiencia de la historia dan testimonio contra esa prolongación. En efecto, un acontecimiento cualquiera señala el comienzo de la disolución para todo edificio social-político cimentado en la violencia contra la naturaleza humana No puede perdurar aquello que no respeta los principios del orden natural. Por eso vemos en el mundo contemporáneo dos formas de trabajo y de obrar: la que construye con solidez, mesura y orden, respetando la naturaleza del hombre y de las cosas; y la que edifica de prisa, sin medida y estabilidad, por no respetar los fundamentos del orden natural.

 

Hay un proverbio germánico que dice: el apuro es judaico, no cristiano.

 

De allí que observamos en el ritmo del dinamismo social la actitud “arribista” –aquí diríamos de “ventajista”—de las izquierdas que precipitan inconsultamente los procesos naturales violentándolos en  su desarrollo.     Con lo cual terminarán por ser víctimas de su propia violencia y de su falta de mesura.

 

Aparentemente avanzan y maduran con una rapidez que emboba a los incautos. Nos llega luego la hora de la prueba en que se ve la resistencia de lo hecho, y es entonces cuando se producen las estrepitosas caídas de lo que fue construido con una celeridad evidentemente antinatural.

 

La posición de la gente que acata el orden natural, sin ser una postura retardataria, ni mucho menos reaccionaria, consiste en cavar bien hondo los cimientos del orden natural y construir con un ritmo que esté de acuerdo a la naturaleza y capacidad humana

 

Pero es menester que estos últimos no se duerman ni crucen los brazos ante el empuje insensato de los violentos. La batalla ha de librarse entre la fuerza y la inteligencia; entre la insensatez y la prudencia. En tales términos no hay que dudar a quien corresponderá el triunfo.

 

El mundo cambia evidentemente ante los ojos. Lo hijos del desorden se precipitan. Los del orden deben poner su campamento en orden y enfrentar el problema del cambio en la estructura y ritmo de la vida social-política, con serenidad, sin pausa ni prisa, con orden, con inteligencia y paciencia, con un meticuloso respeto por la dignidad del ser humano y sus condiciones de convivencia, pero al mismo tiempo con la tranquila e indomable tenacidad que aguanta y absorbe las dificultades sin alterar la sustancia de su tarea.

 

Y así el mundo contemporáneo podrá asistir al nacimiento de un mundo nuevo, creado por el bien, el orden, la verdad, el decoro, fruto del esfuerzo de los mejores y que tendrá, incluso, la virtud de redimir a los ilusos de la izquierda que están queriendo construir de las ruinas del mundo liberal un mundo simiesco o para animales gregarios, más no para hombres.

 

L

a madurez de los acontecimientos es  ya suficiente como para anunciar la época de la recolección fructífera. Es necesario, pues, que se siembre.      Y aun cuando la incomprensión de la masa, el bastardo interés de los que medran al amparo de la turbulencia, creen grandes dificultades a los que pertenecen al orden y tienen el debido respeto al orden natural, han de desatar sus fuerzas y comenzar a activarlas con la misma parsimoniosa fuerza que demuestra la naturaleza de sus movimientos.

 

El final será un retorno al nuevo mundo dentro del orden que la naturaleza y el decoro del hombre necesitan y exigen. +

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