viernes, 18 de noviembre de 2022

 

 Víctor Luis Funes.

Escribió este Artículo en la revista Estudios Nº 452, de abril 1952.

 

CASEROS…HACE CIEN AÑOS…

“El juicio del general Rosas compete a Dios y a la Historia; porque solamente Dios y la Historia pueden juzgar a los pueblos; porque no hay ley anterior que prescriba  ni la  sustancia del juicio, ni las formas que deben observarse; porque no pueden constituirse en jueces los enemigos ni los amigos del General Rosas; las mismas víctimas que se dicen , ni los que pueden ser tachados de complicidad en los delitos” (De su autodefensa pública editada en tres idiomas). (Las otras tablas de sangre).

 

I

H

ace cien años… esfumadas en el polvo, se dejaban dispersos por el campo de batalla los restos de las tropas de ejército nacional.

 

Aún echaban fuego por sus bocas de bronce los cañones al mando del Cnel. Chilavert. Oscuro y saturado estaba el ambiente por el humo de la pólvora.

 

Don Juan Manuel de Rosas, herido en la mano derecha y escribiendo sobre sus rodillas, renunciaba al mando, como tantas veces lo había hecho.

 

En esa sombría noche, las aguas del Río de la Plata reflejarían su figura, sencilla y cabisbaja, camino al ocaso, al destierro. Y en las horas de aquelarre, ante los resplandores que siguen a las batallas, los remos, interrumpiendo el murmullo del río con sus monótonos golpes, lo alejarían para siempre de las costas de Buenos Aires.

 

“Desde entonces acá, comenta un inglés imparcial en estas cuestiones, la fortuna ha vuelto la espalda a Rosas, pero esto no es razón para que yo modifique las notas que entonces escribí sobre el hombre que ha gobernado por tanto tiempo como Dictador en la República Argentina. No tengo porqué acusar ni defender al general Rosas, pero desde que éste cayó del poder siento la obligación de registrar las opiniones que entonces formé y he conservado hasta ahora, con toda conciencia, sobre su carácter y sus actos de gobernante.

“Hago esto confidencialmente, porque tengo la seguridad de que los hechos que hora están ocurriendo en la República Argentina harán nueva luz sobre el gobierno de Rosas, a quien solamente pueden juzgar aquellos que conocen el país y el pueblo que gobernó”. (Mac Cann, William: Viaje a Caballo, pg 154).

 

Don Justo José de Urquiza, su antiguo y futuro amigo (M.C. Gras, Rosas y Urquiza) al mando del ejército aliado, después de cruzar el Rubicón argentino, terminaba de voltear, en el palomar de Monte Caseros aquel gobierno de 17 años.

 

La personalidad discutidísima de un hombre y de su obra se derrumbaban con estrépito ante las banderas entrerrianas, correntinas, uruguayas y brasileñas, (4.000 brasileños de infantería de línea estuvieron al mando independiente del Marqués de Souza). Banderas que desplegadas, diez y siete días después entrarían al frente de sus tropas por las calles de Buenos Aires, desfilando por Florida…

 

Diez y siete años  habían transcurrido desde que, delirante el pueblo quitara de su carroza los caballos y arrebatándose las varas , se disputaban el honor de conducirla  a mano.

 

Diez y siete años de levantamientos dirigidos desde las vecinas orillas y países. Diez y siete años de migración. Diez y siete de lucha constante por el afianzamiento de nuestra soberanía (Font Ezcurra La Unidad Nacional). Diez y siete años de dura educación y disciplina

 

Extraña paradoja: aquel individuo que desfilara en el mejor montado, que el Dictador poseía en Santos Lugares, vistiendo poncho blanco y galera de felpa, con cintillo punzó, victorioso y vencedor en los campos de Marte, después de haber volteado “la sangría tiranía que enlutó el país con un gobierno obscurantista y cruel (Urquiza), diría muy pocos años después, en una epístola: “Toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometía al cooperar, en el modo que lo hice, a la caída del General Rosas. Temo siempre, ser medido con la misma vara, y muerto con el mismo cuchillo, por lo mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores he colocado en el poder” (Zinny, Historia de los gobernadores).

 

La República Argentina, aquella niña que muy joven aún se separase de las faldas maternas: aquel vástago que desde temprana edad comenzase a correr los caminos de la libertad e independencia, se desintegraba años  antes, bajo la anarquía que azotara el país el año veinte ¿Es que era necesario, según las palabras del Gral. José de San Martín (C. Ibarguren: Rosas) un gobierno fuerte que uniese aquellas fuerzas dispersas bajo un solo lauro cobijante, bajo un unificador ideal? ¿Es que, metafóricamente hablando, se hubiera podido ensillar el potro sin antes haberlo domado? ¿Hubiera sido factible la Constitución del 53  sin el gobierno anterior?¿De qué otra forma se unificaría el país en una nacionalidad?

 

El lector juzgará lo hechos. Por mi parte omito calificaciones. Me aparto aparentemente un instante del tema, y permítome recordar que el gran juriconsulto Savigny, jefe de la escuela histórica del derecho, juntamente con Gustavo Hugo, sostuvo –y su pensamiento fue aplaudido por medio mundo intelectual—“que el derecho es un producto de la historia que se elabora en la conciencia del pueblo” Aplicando estos conceptos  su obra gubernamental aparece la lógica explicación de su política.

 

De tal manera volvamos al gobernante argentino refugiado en Southampton. Allí, en “Burgess Street Farm”, esxvisitado en 1873 por Quesada (contrario a su política) y su hijo, el más tarde historiador. En esa, su pequeña estancia, Don Juan Manuel, con flema inglesa, le dice, después de haber sido preguntado sobre la demora de dictar la contestación:

 

“Lo he explicado ya en mi carta a Quiroga. Subí al gobierno encontrándose el país anarquizado, dividido en cacicazgos hoscos y hostiles entre sí, desmembrado ya en parte y en otras en vías de desmembrarse, sin política estable en lo internacional, sin organización interna nacional, sin tesoro ni finanzas organizadas, sin hábitos de gobierno convertido en un verdadero caos, con la subversión más completa en ideas y propósitos, odiándose furiosamente los partidos políticos: un infierno en miniatura.  Me di cuenta que si ello no se lograba modificar de raíz, nuestro gran país se diluiría en republiquetas sin importancia y malográbamos así para siempre el porvenir.

“Si el partido unitario me hubiera dejado respirar… en poco tiempo habría llevado el país a su más completa normalización; … no me fue posible porque la conspiración era permanente.

“Todas las  constituciones que se habían dictado habían obedecido al régimen unitario, empeñado, como decía el fanático Agúero en hacer la felicidad del país a palos.

“Pronto comprendí, sin embargo, que había emprendido una tarea superior a las fuerzas de un sólo hombre; tomé la resolución de dedicar mi vida entera a tal propósito y me convertí en el primer servidor del país,… renunciando a las satisfacciones elementales de la vida.

“Con la mi fortuna particular y la de mi esposa, habría podido vivir privadamente con todos los halagos que el dinero puede proporcional y sin la menor preocupación; preferí renunciar a ello y deliberadamente convertirme en el esclavo de mi deber. Si he cometido errores –y no hay hombre que no los cometa—yo soy responsable. Pero el reproche de no haber dado al país una constitución me pareció siempre fútil, porque no basta dictar un “cuadernito”, cual decía Quiroga, para que se aplique y  resuelvan todas las dificultades; es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y gobierno porque una constitución no debe ser el producto de un iluso soñador sino  el reflejo exacto de la situación del país. Siempre repugné a la farsa de las leyes pomposas en el papel y que no podían llevarse a la práctica. El grito de constitución, prescindiendo del estado del país es una palabra hueca.

“Era preciso, pues, antes que dictar una constitución arraigar en el pueblo hábitos de gobierno y de vida democrática, lo cual era tarea larga y penosa: cuando me retiré con motivo de Caseros porque con anterioridad había preparado todo para ausentarme, el país se encontraba parcialmente preparado para un ensayo constitucional. Y Ud. sabe que, a pesar de ello, todavía se pasó una decena de años de lucha.

 

Otorgar una  constitución era asunto secundario; lo principal era preparar el país para ello, y eso es lo que creo haber hecho”.(citado por Moreno Alberto, Correspondencia entre Rosas y Urquiza.).

 

Cuando en el año de 1853, después de haberse desmorondo el gobierno dictatorial de don Juan Manuel Ortiz de Rosas López (como él mismo se llamara en un borrador de carta a Josef Gómez), Urquiza reuniera la Convención Constituyente que otorgaría el sello legal de la unificación de hecho del país, y después de algunas sesiones realizadas en el salón de loe altos del Cabildo de Santa Fe, se discutió la conveniencia de retardar su promulgación, fue que el doctor Facundo Zubiría, quien, utilizando las misma razones que Rosas diera a  Quiroga, apoyó calurosa y decididamente la idea, con un memorable discurso.

“Las razones que defienden a Rosas, dice Roberto de Laferrere, eran las de Zubiría su enconado adversario político de 30 años”. Rosas sabía, por lo demás nos afirma este escritor, que la Constitución no podía ser la obra suya, sino la consecuencia de su obra…  Lo que sucedió después de Caseros lo justifica aún más ante la historia”.

 

¿Fue entendida por el pueblo su obra de gobierno? ¿Tuvo el respaldo democrático requerido por los gobiernos populares? Trato de responder esta interrogación con las palabras del sanjuanino que dedicase la mayor parte de su vida a combatirlo: “Debo decirlo en obsequio de la verdad histórica: Nunca hubo un gobierno más popular, más deseado, ni más bien sostenido por la opinión  (Sarmiento, en Facundo: en la elección a Gobernador sobre 9.320 personas no lo votaron 7)).

 

Darwin, famoso científico inglés, que corriera los mares del mundo en el bergantín “Beagle”, nos lo describe en su “Viaje de un naturalista” resaltando, ya en 1833 su popularidad: “Es un hombre de extraordinario carácter y ejerce en el país avasalladora influencia que parece probable ha de emplear en favorecer la prosperidad y adelanto del mismo”. Y afirma más adelante ratificando lo expuesto, siendo este un signo de la gran ascendencia que gozaba en la masa popular, desde el principio de su carrera política: “Rasgos como el referido entusiasmaban a lo gauchos que, todos sin excepción, poseen alta idea de su igualdad y dignidad” (Busaniche, “Lecciones de Historia Argentina”)

 

Esteban Echeverria nos dice: “El gobierno de Rosas es uno de los más queridos; la juventud, la clase pudiente, todos le agasajaban… Su casa era la del pueblo… El pueblo le amaba”

 

El exagerado antirrosista Silvestre, autor de una obra moralmente desaconsejable por los excesos de sus datos, intitulada “El Tirano”

indica: “… no se crea que la legislatura que consagró legalmente la aspiración general de investir a Rosas con la suma del poder público, se componía de hombres llevados allí con ese objeto, y que carecían de espectabilidad y de medios en la sociedad. No; en la Legislatura figuraban Arana,, Escalada, Lozano, Pereda, Hernández,  Piñeyro, Terrero, Villegas, Anchorena, etc. Ligados a las familias más antiguas y mejor colocadas de Buenos Aires” Actuaron en esa época como partidarios suyos; García Valdez, Iriarte, Portela, Sáenz Peña, Fuentes, Senillosa, Wrigth, Medrano, Obligado y Vidal, Mansilla, Pinto, Pacheco, Argerich, Rolón. Su guardia de honor se componía entre otros por: Simón Pereira, Juan Bautista Peña, Francisco Sáenz Valiente, Manuel José de Guerrico. Adhirieron a su obra gubernamental, desempañando algunos de ellos altos cargos: Luciano Montes de Oca, Pintos, Herrera, Lavallol, de Elía, Irigoyen, García Zúñiga, Azcuénaga, Cernadas, de Roglos, Corvalán, Alsina, Boneo, Victorica, Alvear, Guido, el general Necochea, Sarratea, Moreno, Echagüe, etc.

 

¡Los mismos hijos varones de Bernardino Rivadavia defendieron su poder, con la fuerza de las armas, alistándose voluntariamente en sus ejércitos! (Piccirilli, Rivadavia).

 

FIN DE L PRIMER PARTE,CONTINUARÁ LA SEGUNDA.

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