Víctor Luis Funes.
Escribió este Artículo en la revista Estudios Nº
452, de abril 1952.
CASEROS…HACE
CIEN AÑOS…
“El juicio del
general Rosas compete a Dios y a
I
H |
ace cien
años… esfumadas en el polvo, se dejaban dispersos por el campo de batalla los
restos de las tropas de ejército nacional.
Aún
echaban fuego por sus bocas de bronce los cañones al mando del Cnel. Chilavert.
Oscuro y saturado estaba el ambiente por el humo de la pólvora.
Don Juan
Manuel de Rosas, herido en la mano derecha y escribiendo sobre sus rodillas,
renunciaba al mando, como tantas veces lo había hecho.
En esa sombría
noche, las aguas del Río de
“Desde entonces acá,
comenta un inglés imparcial en estas cuestiones, la fortuna ha vuelto la espalda
a Rosas, pero esto no es razón para que yo modifique las notas que entonces
escribí sobre el hombre que ha gobernado por tanto tiempo como Dictador en
“Hago esto
confidencialmente, porque tengo la seguridad de que los hechos que hora están
ocurriendo en
Don Justo
José de Urquiza, su antiguo y futuro amigo (M.C. Gras, Rosas y Urquiza) al mando del ejército aliado, después de cruzar el
Rubicón argentino, terminaba de voltear, en el palomar de Monte Caseros aquel
gobierno de 17 años.
La
personalidad discutidísima de un hombre y de su obra se derrumbaban con
estrépito ante las banderas entrerrianas, correntinas, uruguayas y brasileñas,
(4.000 brasileños de infantería de línea estuvieron al mando independiente del
Marqués de Souza). Banderas que desplegadas, diez y siete días después
entrarían al frente de sus tropas por las calles de Buenos Aires, desfilando
por Florida…
Diez y
siete años habían transcurrido desde
que, delirante el pueblo quitara de su carroza los caballos y arrebatándose las
varas , se disputaban el honor de conducirla
a mano.
Diez y
siete años de levantamientos dirigidos desde las vecinas orillas y países. Diez
y siete años de migración. Diez y siete de lucha constante por el afianzamiento
de nuestra soberanía (Font Ezcurra
Extraña
paradoja: aquel individuo que desfilara en el mejor montado, que el Dictador
poseía en Santos Lugares, vistiendo poncho blanco y galera de felpa, con
cintillo punzó, victorioso y vencedor en los campos de Marte, después de haber
volteado “la sangría tiranía que enlutó el país con un gobierno obscurantista y
cruel (Urquiza), diría muy pocos años después, en una epístola: “Toda mi vida
me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometía al
cooperar, en el modo que lo hice, a la caída del General Rosas. Temo siempre, ser
medido con la misma vara, y muerto con el mismo cuchillo, por lo mismos que por
mis esfuerzos y gravísimos errores he colocado en el poder” (Zinny, Historia de
los gobernadores).
El lector
juzgará lo hechos. Por mi parte omito calificaciones. Me aparto aparentemente
un instante del tema, y permítome recordar que el gran juriconsulto Savigny,
jefe de la escuela histórica del derecho, juntamente con Gustavo Hugo, sostuvo
–y su pensamiento fue aplaudido por medio mundo intelectual—“que el derecho es
un producto de la historia que se elabora en la conciencia del pueblo”
Aplicando estos conceptos su obra
gubernamental aparece la lógica explicación de su política.
De tal
manera volvamos al gobernante argentino refugiado en Southampton. Allí, en
“Burgess Street Farm”, esxvisitado en 1873 por Quesada (contrario a su
política) y su hijo, el más tarde historiador. En esa, su pequeña estancia, Don
Juan Manuel, con flema inglesa, le dice, después de haber sido preguntado sobre
la demora de dictar la contestación:
“Lo he explicado ya
en mi carta a Quiroga. Subí al gobierno encontrándose el país anarquizado,
dividido en cacicazgos hoscos y hostiles entre sí, desmembrado ya en parte y en
otras en vías de desmembrarse, sin política estable en lo internacional, sin
organización interna nacional, sin tesoro ni finanzas organizadas, sin hábitos
de gobierno convertido en un verdadero caos, con la subversión más completa en
ideas y propósitos, odiándose furiosamente los partidos políticos: un infierno
en miniatura. Me di cuenta que si ello
no se lograba modificar de raíz, nuestro gran país se diluiría en republiquetas
sin importancia y malográbamos así para siempre el porvenir.
“Si el partido
unitario me hubiera dejado respirar… en poco tiempo habría llevado el país a su
más completa normalización; … no me fue posible porque la conspiración era
permanente.
“Todas las constituciones que se habían dictado habían
obedecido al régimen unitario, empeñado, como decía el fanático Agúero en hacer
la felicidad del país a palos.
“Pronto comprendí,
sin embargo, que había emprendido una tarea superior a las fuerzas de un sólo
hombre; tomé la resolución de dedicar mi vida entera a tal propósito y me
convertí en el primer servidor del país,… renunciando a las satisfacciones
elementales de la vida.
“Con la mi fortuna
particular y la de mi esposa, habría podido vivir privadamente con todos los
halagos que el dinero puede proporcional y sin la menor preocupación; preferí
renunciar a ello y deliberadamente convertirme en el esclavo de mi deber. Si he
cometido errores –y no hay hombre que no los cometa—yo soy responsable. Pero el
reproche de no haber dado al país una constitución me pareció siempre fútil,
porque no basta dictar un “cuadernito”, cual decía Quiroga, para que se aplique
y resuelvan todas las dificultades; es
preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y gobierno
porque una constitución no debe ser el producto de un iluso soñador sino el reflejo exacto de la situación del país.
Siempre repugné a la farsa de las leyes pomposas en el papel y que no podían
llevarse a la práctica. El grito de constitución, prescindiendo del estado del
país es una palabra hueca.
“Era preciso, pues,
antes que dictar una constitución arraigar en el pueblo hábitos de gobierno y de
vida democrática, lo cual era tarea larga y penosa: cuando me retiré con
motivo de Caseros porque con anterioridad había preparado todo para ausentarme,
el país se encontraba parcialmente preparado para un ensayo constitucional. Y
Ud. sabe que, a pesar de ello, todavía se
pasó una decena de años de lucha.
Otorgar una
constitución era asunto secundario; lo principal era preparar el país
para ello, y eso es lo que creo haber hecho”.(citado por Moreno Alberto, Correspondencia entre Rosas y Urquiza.).
Cuando en el año de 1853, después de haberse desmorondo el
gobierno dictatorial de don Juan Manuel Ortiz de Rosas López (como él mismo se
llamara en un borrador de carta a Josef Gómez), Urquiza reuniera
“Las razones que defienden a Rosas, dice Roberto de
Laferrere, eran las de Zubiría su enconado adversario político de 30 años”. Rosas
sabía, por lo demás nos afirma este escritor, que
¿Fue entendida por el pueblo su obra de gobierno? ¿Tuvo el
respaldo democrático requerido por los gobiernos populares? Trato de responder
esta interrogación con las palabras del sanjuanino que dedicase la mayor parte
de su vida a combatirlo: “Debo decirlo en obsequio de la verdad histórica: Nunca hubo un gobierno más popular, más
deseado, ni más bien sostenido por la opinión” (Sarmiento, en Facundo: en la elección a
Gobernador sobre 9.320 personas no lo votaron 7)).
Darwin, famoso científico inglés, que corriera los mares
del mundo en el bergantín “Beagle”, nos lo describe en su “Viaje de un naturalista” resaltando, ya en 1833 su popularidad: “Es
un hombre de extraordinario carácter y ejerce en el país avasalladora
influencia que parece probable ha de emplear en favorecer la prosperidad y
adelanto del mismo”. Y afirma más adelante ratificando lo expuesto, siendo este
un signo de la gran ascendencia que gozaba en la masa popular, desde el
principio de su carrera política: “Rasgos como el referido entusiasmaban a lo
gauchos que, todos sin excepción, poseen alta idea de su igualdad y dignidad”
(Busaniche, “Lecciones de Historia
Argentina”)
Esteban Echeverria nos dice: “El gobierno de Rosas es uno
de los más queridos; la juventud, la clase pudiente, todos le agasajaban… Su
casa era la del pueblo… El pueblo le amaba”
El exagerado antirrosista Silvestre, autor de una obra
moralmente desaconsejable por los excesos de sus datos, intitulada “El Tirano”
indica:
“… no se crea que la legislatura que consagró legalmente la aspiración general
de investir a Rosas con la suma del poder público, se componía de hombres
llevados allí con ese objeto, y que carecían de espectabilidad y de medios en
la sociedad. No; en
¡Los
mismos hijos varones de Bernardino Rivadavia defendieron su poder, con la
fuerza de las armas, alistándose voluntariamente en sus ejércitos! (Piccirilli,
Rivadavia).
FIN DE L
PRIMER PARTE,CONTINUARÁ
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