martes, 8 de noviembre de 2022

 

 

Remarqué en varias oportunidades la  concomitancia entre ciertos acontecimientos ocurridos años atrás, con situaciones actuales, en tanto ambos estén  descriptos por los maestros nacionalistas con honestidad y realismo. Asi es como se  entiende eso de que, para saber que ocurre en el mundo,  no se debe leer el diario sino a Homero o Virgilio.

Asimismo en alguna oportunidad destaqué que el estilo agradable, en ocasiones  campechano, que  caracteriza al Padre Castellani no debe interpretarse como superficialidad o ligereza, sino profundidad irónica. Ferrari Nicolai varias décadas atrás ya había vislumbrado esta posible errada interpretación de algunos ignorantes o maliciosos.

En tercer lugar, :con el propósito de aclararla, satisfago mi manía de desempolvar viejos escritos seguramente ya inaccesibles, para que los nacionalistas más jóvenes disfruten la cultura del verdadero Castellani, insobornable sacerdote  y patriota, como debería ser todo buen sacerdote.

Y decididamente para que el pensamiento del Padre Castellani no pase al olvido, como sería el propósito de los enemigos de la nacionalidad.

A continuación el artículo publicado en la década del ’40 en la revista Estudios de los Padres Jesuitas:

 

 

LEONARDO  CASTELLANI

Y  su  crítica  literaria

 

Hemos tenido en nuestras manos y leído detenidamente el volumen de 487 páginas que, con el nombre de Crítica Literaria acaba de sacar a luz Leonardo Castellani S.J. En una tipografía agradable, quedan reunidos muchos ensayos, críticas y notas bibliográficas del polígrafo compatriota. Ni que decir que antes que nada nos hemos alegrado de ver realizado un sostenido anhelo, que en tres o cuatro oportunidades se lo manifestáramos personalmente al autor: que reuniera su nutrida labor de crítica literaria para que no naufragara en el relativo anonimato de la dispersión.

 

Aunque nuestro fuerte crítico no sea la literatura no podemos negar que sus manifestaciones siempre nos han atraído, sobre todo hoy  que ella merced a una abultada producción que ve luz casi siempre sin norte ideológico, con lo que resulta palestra de improvisación o de libre mentidero, se hace vehículo del mayúsculo desorden de la inteligencia contemporánea que no es, a la postre, sino el inequívoco signo de estos tiempos. Y como la crítica, además de velar por la primacía de la inteligencia, con lo que debe atender a todo cuanto se publica, es, como dijimos, una vieja y honda vocación personal, embestimos directamente este nuevo libo de Leonardo Castellani.

 

Digamos, en primer lugar, que. Castellani se lo toma como él es, inmensamente rico de ideas, señor de amplio señorío en los más opuestos –en apariencia- campos de la altura, digamos mejor del saber culto, o se corre el riesgo de no entenderlo en absoluto. Porque lo cierto, lo indiscutible para quien no sea un miope con pretensión de vigía, es que Castellani es lo que es por lo que es. Y no se vea en esto perogrullada. Expliquémonos mejor: Castellani es difuso, dicen unos; Castellani toca todos los temas, dicen otros. Y ni unos ni otros demuestran, con lo que dicen entender, ni en principio, a Castellani. Porque Castellani no puede encerrarse –embretarse, cabe decir mejor—en ningún género.  Si él profesor no puede quedar en profesor. Si hace crítica literaria no se queda en la apoltronada comodidad del simple crítico.  Si hace periodismo no naufraga en la deformación del oficio. En fin, haga lo que haga Castellani es más que personal, es personalísimo. Y ésta es la piedra del escándalo para quienes tienen trazado un marco mental para encerrar en él, como en casillero sellado, una peregrina teoría de la personalidad que es, a la postre, la muerte de la misma.

 

Castellani ha sido, es y será, cada día más alto, mejor un altísimo valor de nuestras letras y de nuestra filosofía y, en fin, de nuestra cultura. La misma teoría de críticas a su modo de ser, de escribir y de hablar, y hasta de actuar, que él despierta, es señal perentoria de cuanto decimos. Hay en Castellani talento, enorme talento para ver lo que nosotros, los que no rayamos a su altura , o no vemos o no sabemos ver. Por eso Castellani es discutido, es rechazado cuando no olvidado deliberadamente por los que, leyendo en secreto sus nutridos trabajos, críticas, estudios, ensayos y apostillas periodísticas, no por ello dejan de enriquecerse con su saber y con sus mismas rarezas que tan personal lo exhiben en cualquiera de sus líneas.

 

Hemos mencionado sus rarezas. ¡Y vaya que las tiene este religioso que profesor, literato, crítico y muchas cosas más que domina por la esplendencia meridiana de una vocación sin mengua! Sería prueba de mezquindad en acto querer retacearle a Castellani –a quien con razón alguna vez en rueda de  amigos denominamos la encarnación del cura gaucho, para sintetizar así lo que consideramos sus virtudes de vocero de la verdad a los cuatro vientos—sus méritos porque tiene rarezas. Si, las tiene y personalmente se las conocemos todas, como que, al fin y al cabo, de entre sus muchos amigos y admiradores, tenemos el privilegio de haberle acompañado, como secretario de redacción, cuando él dirigió estas mimas páginas de ESTDUOS. Pero, precisamente por todo eso, acerca de lo cual tendríamos mucho que decir dirigido a los que no conocen la estremecida gestación espiritual de sus trabajos, que se le capta en sus más mínimos gestos, como ser  en sus famosas distracciones o en sus incontenibles explosiones, de las cuales vuelve luego más cordial y sereno que nunca, insistimos en que Castellani es grande.

 

Claro está que hay por ahí un núcleo no pequeño  de resentidos contra Castellani que, sin atreverse a disminuir sus méritos, obra que bien saben es imposible de emprender porque sería intento vano, se apegan a señalarle esto o aquello, diciendo que está bien, que aceptan que es conocedor de muchas cosas y a fondo, que lo saben al día –y vaya si él lo está en múltiples disciplinas--; pero… Y estos peros son los que a la larga, y a la corta, refirman en quienes no somos resentidos contra Castellani, el juicio incontrovertible que su obra nos impone. Porque si es cuestión de hablar de su llaneza –léase merodeo de chabacanerías según los engolados del saber, sobre todo si han conocido inciensos académicos—mejor  es ser llano al modo de Castellani que no almidonados de relumbrón, acostumbrados  entonar su voz quejumbrosa, inactual por lo demás, mientras que con un oído se escuchan a sí mismos y con el otro atisban anhelantes el hipar del trombón crítico que salmodia sus menguados méritos reales.

 

Y aquí ya nos libramos de algunas reticencias y decimos todo lo que hemos albergado entre pecho y espalda ha mucho tiempo, y hoy hallamos confirmado plenamente con la lectura  soledosa del volumen de crítica literaria que comentamos. Castellani tiene un puesto y muy alto en la literatura nacional, reconózcanlo o no los que  por ahí hablan de él y de su obra con reservas, no siempre producto de un  juicio que se  deja en suspenso por falta de antecedentes.

 

Claro está que si por una parte, sus críticos no lo conocieran, o no estuvieran por otra al tanto del pesado elenco  de falsas producciones nacionales en todas las disciplinas que él cultiva, en mas casos se podría disculparlos. Pero, no es así. Saben y conocen una y otra cosa. Con lo que, abreviando, son partícipes de una solapada  campaña de desprestigio, o mejor de disminución de los méritos de Castellani, porque lo primero, desprestigiarlos sería lo mismo que querer encerrar el viento huracanado en una bolsa. Y no se diga que la nuestra es imagen falsa. No, no lo es, si dejando de lado  lo que pueda tener Castellani hombre uno se enfrenta, con mente despierta y voluntad sin ataderos, con lo que hoy se exhibe por ahí con el campanudo nombre de cultura nacional. Sobre esto habría tela para cortar todo un año en largos ensayos. El hecho concreto es que Castellani, enamorado de su tierra, nuestra tierra que de tanto ser campo de luchas foráneas va en tren de olvidarse de sus mandatos más  íntimos, ha tomado su lanza y ha salido al campo. ¿Qué ha encontrado? Simulación, improvisación, extranjerismo obsecuente, sin olvidarnos del libre macaneo –usamos una expresión suya tomada  del coloquial popular que tanto interpreta—o, y esto es grave, catolicismo desteñido.  Aquí, en este elenco de auténticos males nacionales, que nos quitan el sueño a los hombres ya hombres de toda una generación, hay que situar a Castellani. Y como él es bandera, paladín de amplísimo sector de gente estudiosa, bien informada, criteriosa a pesar de que  para los acostumbrados al perpetuo equilibrio no lo sea, la emprenden secretamente contra Castellani. Porque a él no se atreven a enfrentarlo, sabedores, como son, que saldrían maltrechos, llenos de picaduras de su acerada pluma.

 

Y según lo tenemos muy meditado, no se nos venga con que ya que Castellani es sacerdote sería mejor que… y aquí todas las resabidas critiquillas. No somos nosotros, es cierto, los designados para dirimir la cuestión de si un sacerdote debe ser así o de la otra manera. Pero, porque llevamos estas cosas muy conversadas con quienes visten sotana y lucen cruz pectoral, podemos decir que Castellani no desentona, ni mucho menos, entre el nutrido  núcleo  de sacerdotes, aún mismo religiosos,  que saben que estos tiempos, para Argentina y el mundo –mejor dicho para la Iglesia que por algo es católica,  y universal-- son decisivos, y que si el sacerdote se recluye voluntariosamente en el confesionario o el templo se divorcia del mundo, al que debe salvar por mandato apostólico.

 

Y hemos hablado a propósito de salvar. Pero ¿puede olvidarse de que no se inicia o consolida la salvación de los hombres, que son los concretos reales de la obra salvífica por la que clama este mundo putrefacto que convivimos después de cinco siglos de protéica apostasía, usando siempre el mismo expediente y obrando de una sola manera? Quizás en ciertos fieles que defienden la unidad de procedimientos en el sacerdote, frente a los diversos y dilatados campos de su acción, haya enraizado un oculto brote de liberalismo que en cuestión religiosa siempre se refugia en el sentimentalismo, que a la postre es el naufragio de la caridad, porque se vuelve fariseísmo.

 

Porque Castellani es como es, porque escribe como escribe, porque muchas veces obra como obra, nosotros, simples seglares, hemos de ir hasta la última consecuencia de nuestra posición crítica y católica para decir que hoy, aquí en Argentina, como en todas partes, o se embiste la general apostasía con carácter de cruzada, o no se cumple con el deber de salvar a nuestros hermanos, sean quienes sean y hagan lo que hagan en el hormiguero social. Y salvar mediante bien calculadas cataplasmas a los infautados, a los amigos de las mediatintas, a los falsos doctores,  los voceros del error y del vicio, llevándolos a la irreductible posición de que tengan al fin que verse como son, al desnudo, desprovistos de las falsas retóricas que ahuecan sus voces sin vida, es también –misión de sacerdote, pero no de todos los sacerdotes. Ahí radica la cuestión delicada, si alguna hay, pero simple cuestión de acento.

 

No cabe duda que la aparición de Castellani en las letras, la crítica y la enseñanza argentina fue primero una sorpresa, luego una molestia y hoy una pesadilla para los que se creían a cubierto de una crítica sostenida, inteligente y sobre todo valiente, como que se le hace en nombre de la Verdad y quien la hace nada tiene que perder, puesto que todo lo ha rendido, en cuanto religioso y sacerdote, a los pies de Cristo.

 

No podemos rehuir una última consecuencia de todo cuanto llevamos dicho. Y es que guardadas las distancias, pasa con Castellani lo que pasara con Juan Enrique Newman cuando se le atacaba desde su mismas filas porque tenía  su concepción acerca de la universidad católica, que es como decir del saber culto –que en la Iglesia siempre ha tenido su custodia y su mejor gestora—frente a  las necesidades de los tiempos.

 

Por todo eso Castellani es combatido Porque está a  la altura de los tiempos, como diría Ortega: porque busca restituir el brillo de la Verdad ahí donde debe lucir; porque, en fin, tiene mucha cabeza y le sobra vocación para atender muchas disciplinas a un tiempo, se lo combate, o con el silencio, o con la reticencia.

 

¿Y el volumen de Crítica Literaria? Dirá el lector. El volúmen, le contestamos, es nutrido, sólido, categórico. Hacía rato que sus ensayos sobre Paul Claudel, Gilberto K. Chesterton, Leopoldo Lugones, León de Grandmaison, Dante, Víctor Delhez, Abel Bonnard, Juan Alfonso Carrizo y los demás que valorizan el volumen, exigían ser reunidos para dar la general tónica de su crítica. A Castellani quizás le ha entrado bien adentro el reclamo que de muchos lados sabemos se le ha hecho: que reuniera sus trabajos dispersos. Por eso es que, siguiendo el reclamo nos entrega este volumen y nos promete otros, como es el caso de sus Ensayos pedagógicos que muchos han saqueado para cotarlos, olvidándose en el tintero el nombre del autor.

 

No queremos cometer la imprudencia  de citar detalles o señalar méritos de cual o tal de sus ensayos que integran el volumen. A su tiempo, estos marcaron época para los que realmente siguen el movimiento cultural vernáculo. Y merecieron entonces los juicios aprobatorios como alguna discrepancia que sería torpe reeditar ahora. Eso sí, como entonces, estarán ahora los que los estarán ignorando para su culpa y, también, para su perjuicio. Porque no lo olvidemos, Castellani es señal de combate espiritual. Y, como acontece con los que sobresalen, a pesar de no tener de su parte el coro de las alabanzas académicas –posición la suya que es aumento de méritos personalísimos—cuanto más se los quiere olvidar más se imponen y acreditan para el futuro mayor destaque.

 

Hernán Benítez abre el volumen con un vibrante palique preliminar de incruenta página que para nuestro juicio es un acierto, aunque a veces lo traicione el amigo. Y con esto, de paso, decimos  que si en el caso Castellani se usa  aunque más no sea un poco de sesuda pedagogía, que no en poca medida enseña la  misma vida y el trato con los hombres de talento, leyendo esta Introducción  a Castellani, hombre y escritor, que no otra cosa es aquel Palique preliminar ya mentado, se verá como hemos hablado de Castellani como lo hemos hecho, sin esperar por ello a conocer ahora a Castellani a través de Benítez.

 

Castellani polígrafo, pasados sus años de entrada en combate, tiene todavía mucho que decirnos. Estamos seguro que los que vengan serán para él, y cada día más, años de laborar hondo, profícuo  y quizá --¿porqué no?—más remansado, menos urticante, pero no por ello menos valedero, constructivo y clarificador de la oscura medianía que, por estos tiempos, es el signo desgraciadamente identificatorio de la llamada cultura nacional.+

 

Mauricio Ferrari Nicolay

 

 

 

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