Remarqué
en varias oportunidades la concomitancia
entre ciertos acontecimientos ocurridos años atrás, con situaciones actuales,
en tanto ambos estén descriptos por los
maestros nacionalistas con honestidad y realismo. Asi es como se entiende eso de que, para saber que ocurre en
el mundo, no se debe leer el diario sino
a Homero o Virgilio.
Asimismo
en alguna oportunidad destaqué que el estilo agradable, en ocasiones campechano, que caracteriza al Padre Castellani no debe
interpretarse como superficialidad o ligereza, sino profundidad irónica. Ferrari
Nicolai varias décadas atrás ya había vislumbrado esta posible errada
interpretación de algunos ignorantes o maliciosos.
En
tercer lugar, :con el propósito de aclararla, satisfago mi manía de desempolvar
viejos escritos seguramente ya inaccesibles, para que los nacionalistas más
jóvenes disfruten la cultura del verdadero Castellani, insobornable sacerdote y patriota, como debería ser todo buen
sacerdote.
Y
decididamente para que el pensamiento del Padre Castellani no pase al olvido,
como sería el propósito de los enemigos de la nacionalidad.
A continuación el artículo
publicado en la década del ’40 en la revista Estudios de los Padres Jesuitas:
LEONARDO CASTELLANI
Y su
crítica literaria
Hemos
tenido en nuestras manos y leído detenidamente el volumen de 487 páginas que,
con el nombre de Crítica Literaria
acaba de sacar a luz Leonardo Castellani S.J. En una tipografía agradable,
quedan reunidos muchos ensayos, críticas y notas bibliográficas del polígrafo
compatriota. Ni que decir que antes que nada nos hemos alegrado de ver
realizado un sostenido anhelo, que en tres o cuatro oportunidades se lo
manifestáramos personalmente al autor: que reuniera su nutrida labor de crítica
literaria para que no naufragara en el relativo anonimato de la dispersión.
Aunque
nuestro fuerte crítico no sea la literatura no podemos negar que sus
manifestaciones siempre nos han atraído, sobre todo hoy que ella merced a una abultada producción que
ve luz casi siempre sin norte ideológico, con lo que resulta palestra de
improvisación o de libre mentidero, se hace vehículo del mayúsculo desorden de
la inteligencia contemporánea que no es, a la postre, sino el inequívoco signo
de estos tiempos. Y como la crítica, además de velar por la primacía de la
inteligencia, con lo que debe atender a todo cuanto se publica, es, como dijimos,
una vieja y honda vocación personal, embestimos directamente este nuevo libo de
Leonardo Castellani.
Digamos,
en primer lugar, que. Castellani se lo toma como él es, inmensamente rico de
ideas, señor de amplio señorío en los más opuestos –en apariencia- campos de la
altura, digamos mejor del saber culto,
o se corre el riesgo de no entenderlo en absoluto. Porque lo cierto, lo
indiscutible para quien no sea un miope con pretensión de vigía, es que Castellani
es lo que es por lo que es. Y no se vea en esto perogrullada. Expliquémonos
mejor: Castellani es difuso, dicen unos; Castellani toca todos los temas, dicen
otros. Y ni unos ni otros demuestran, con lo que dicen entender, ni en
principio, a Castellani. Porque Castellani no puede encerrarse –embretarse,
cabe decir mejor—en ningún género. Si él
profesor no puede quedar en profesor. Si hace crítica literaria no se queda en
la apoltronada comodidad del simple crítico.
Si hace periodismo no naufraga en la deformación del oficio. En fin,
haga lo que haga Castellani es más que personal, es personalísimo. Y ésta es la
piedra del escándalo para quienes tienen trazado un marco mental para encerrar
en él, como en casillero sellado, una peregrina teoría de la personalidad que
es, a la postre, la muerte de la misma.
Castellani
ha sido, es y será, cada día más alto, mejor un altísimo valor de nuestras
letras y de nuestra filosofía y, en fin, de nuestra cultura. La misma teoría de
críticas a su modo de ser, de escribir y de hablar, y hasta de actuar, que él
despierta, es señal perentoria de cuanto decimos. Hay en Castellani talento,
enorme talento para ver lo que nosotros, los que no rayamos a su altura , o no
vemos o no sabemos ver. Por eso Castellani es discutido, es rechazado cuando no
olvidado deliberadamente por los que, leyendo en secreto sus nutridos trabajos,
críticas, estudios, ensayos y apostillas periodísticas, no por ello dejan de
enriquecerse con su saber y con sus mismas rarezas que tan personal lo exhiben
en cualquiera de sus líneas.
Hemos
mencionado sus rarezas. ¡Y vaya que las tiene este religioso que profesor,
literato, crítico y muchas cosas más que domina por la esplendencia meridiana
de una vocación sin mengua! Sería prueba de mezquindad en acto querer
retacearle a Castellani –a quien con razón alguna vez en rueda de amigos denominamos la encarnación del cura gaucho, para sintetizar así lo que consideramos
sus virtudes de vocero de la verdad a los cuatro vientos—sus méritos porque tiene rarezas. Si, las tiene y
personalmente se las conocemos todas, como que, al fin y al cabo, de entre sus
muchos amigos y admiradores, tenemos el privilegio de haberle acompañado, como
secretario de redacción, cuando él dirigió estas mimas páginas de ESTDUOS.
Pero, precisamente por todo eso, acerca de lo cual tendríamos mucho que decir
dirigido a los que no conocen la estremecida gestación espiritual de sus
trabajos, que se le capta en sus más mínimos gestos, como ser en sus famosas distracciones o en sus
incontenibles explosiones, de las cuales vuelve luego más cordial y sereno que
nunca, insistimos en que Castellani es grande.
Claro
está que hay por ahí un núcleo no pequeño
de resentidos contra Castellani que, sin atreverse a disminuir sus
méritos, obra que bien saben es imposible de emprender porque sería intento
vano, se apegan a señalarle esto o aquello, diciendo que está bien, que aceptan
que es conocedor de muchas cosas y a fondo, que lo saben al día –y vaya si él
lo está en múltiples disciplinas--; pero… Y estos peros son los que a la larga,
y a la corta, refirman en quienes no somos resentidos contra Castellani, el
juicio incontrovertible que su obra nos impone. Porque si es cuestión de hablar
de su llaneza –léase merodeo de chabacanerías según los engolados del saber,
sobre todo si han conocido inciensos académicos—mejor es ser llano al modo de Castellani que no
almidonados de relumbrón, acostumbrados
entonar su voz quejumbrosa, inactual por lo demás, mientras que con un
oído se escuchan a sí mismos y con el otro atisban anhelantes el hipar del
trombón crítico que salmodia sus menguados méritos reales.
Y aquí ya
nos libramos de algunas reticencias y decimos todo lo que hemos albergado entre
pecho y espalda ha mucho tiempo, y hoy hallamos confirmado plenamente con la
lectura soledosa del volumen de crítica
literaria que comentamos. Castellani
tiene un puesto y muy alto en la literatura nacional, reconózcanlo o no los
que por ahí hablan de él y de su obra
con reservas, no siempre producto de un
juicio que se deja en suspenso
por falta de antecedentes.
Claro
está que si por una parte, sus críticos no lo conocieran, o no estuvieran por
otra al tanto del pesado elenco de
falsas producciones nacionales en todas las disciplinas que él cultiva, en mas
casos se podría disculparlos. Pero, no es así. Saben y conocen una y otra cosa.
Con lo que, abreviando, son partícipes de una solapada campaña de desprestigio, o mejor de
disminución de los méritos de Castellani, porque lo primero, desprestigiarlos
sería lo mismo que querer encerrar el viento huracanado en una bolsa. Y no se
diga que la nuestra es imagen falsa. No, no lo es, si dejando de lado lo que pueda tener Castellani hombre uno se enfrenta, con mente
despierta y voluntad sin ataderos, con lo que hoy se exhibe por ahí con el
campanudo nombre de cultura nacional. Sobre esto habría tela para cortar todo
un año en largos ensayos. El hecho concreto es que Castellani, enamorado de su
tierra, nuestra tierra que de tanto ser campo de luchas foráneas va en tren de
olvidarse de sus mandatos más íntimos,
ha tomado su lanza y ha salido al campo. ¿Qué ha encontrado? Simulación,
improvisación, extranjerismo obsecuente, sin olvidarnos del libre macaneo
–usamos una expresión suya tomada del
coloquial popular que tanto interpreta—o, y esto es grave, catolicismo
desteñido. Aquí, en este elenco de auténticos
males nacionales, que nos quitan el sueño a los hombres ya hombres de toda una
generación, hay que situar a Castellani. Y como él es bandera, paladín de amplísimo
sector de gente estudiosa, bien informada, criteriosa a pesar de que para los acostumbrados al perpetuo equilibrio
no lo sea, la emprenden secretamente contra Castellani. Porque a él no se
atreven a enfrentarlo, sabedores, como son, que saldrían maltrechos, llenos de
picaduras de su acerada pluma.
Y según
lo tenemos muy meditado, no se nos venga con que ya que Castellani es sacerdote
sería mejor que… y aquí todas las resabidas critiquillas. No somos nosotros, es
cierto, los designados para dirimir la cuestión de si un sacerdote debe ser así
o de la otra manera. Pero, porque llevamos estas cosas muy conversadas con
quienes visten sotana y lucen cruz pectoral, podemos decir que Castellani no
desentona, ni mucho menos, entre el nutrido
núcleo de sacerdotes, aún mismo religiosos, que saben que estos tiempos, para Argentina y
el mundo –mejor dicho para
Y hemos
hablado a propósito de salvar. Pero ¿puede olvidarse de que no se inicia o
consolida la salvación de los hombres, que son los concretos reales de la obra
salvífica por la que clama este mundo putrefacto que convivimos después de
cinco siglos de protéica apostasía, usando siempre el mismo expediente y
obrando de una sola manera? Quizás en ciertos fieles que defienden la unidad de
procedimientos en el sacerdote, frente a los diversos y dilatados campos de su
acción, haya enraizado un oculto brote de liberalismo que en cuestión religiosa
siempre se refugia en el sentimentalismo, que a la postre es el naufragio de la
caridad, porque se vuelve fariseísmo.
Porque
Castellani es como es, porque escribe como escribe, porque muchas veces obra
como obra, nosotros, simples seglares, hemos de ir hasta la última consecuencia
de nuestra posición crítica y católica para decir que hoy, aquí en Argentina,
como en todas partes, o se embiste la general apostasía con carácter de
cruzada, o no se cumple con el deber de salvar a nuestros hermanos, sean
quienes sean y hagan lo que hagan en el hormiguero social. Y salvar mediante
bien calculadas cataplasmas a los infautados, a los amigos de las mediatintas,
a los falsos doctores, los voceros del
error y del vicio, llevándolos a la irreductible posición de que tengan al fin
que verse como son, al desnudo, desprovistos de las falsas retóricas que
ahuecan sus voces sin vida, es también –misión
de sacerdote, pero no de todos los sacerdotes. Ahí radica la cuestión
delicada, si alguna hay, pero simple cuestión de acento.
No cabe
duda que la aparición de Castellani en las letras, la crítica y la enseñanza
argentina fue primero una sorpresa, luego una molestia y hoy una pesadilla para
los que se creían a cubierto de una crítica sostenida, inteligente y sobre todo
valiente, como que se le hace en nombre de
No
podemos rehuir una última consecuencia de todo cuanto llevamos dicho. Y es que
guardadas las distancias, pasa con Castellani lo que pasara con Juan Enrique
Newman cuando se le atacaba desde su mismas filas porque tenía su concepción acerca de la universidad
católica, que es como decir del saber culto –que en
Por todo eso
Castellani es combatido Porque está
a la altura de los tiempos, como
diría Ortega: porque busca restituir el brillo de
¿Y el
volumen de Crítica Literaria? Dirá el lector. El volúmen, le contestamos, es
nutrido, sólido, categórico. Hacía rato que sus ensayos sobre Paul Claudel,
Gilberto K. Chesterton, Leopoldo Lugones, León de Grandmaison, Dante, Víctor
Delhez, Abel Bonnard, Juan Alfonso Carrizo y los demás que valorizan el
volumen, exigían ser reunidos para dar la general tónica de su crítica. A
Castellani quizás le ha entrado bien adentro el reclamo que de muchos lados
sabemos se le ha hecho: que reuniera sus trabajos dispersos. Por eso es que,
siguiendo el reclamo nos entrega este volumen y nos promete otros, como es el
caso de sus Ensayos pedagógicos que
muchos han saqueado para cotarlos, olvidándose en el tintero el nombre del
autor.
No
queremos cometer la imprudencia de citar
detalles o señalar méritos de cual o tal de sus ensayos que integran el
volumen. A su tiempo, estos marcaron época para los que realmente siguen el
movimiento cultural vernáculo. Y merecieron entonces los juicios aprobatorios
como alguna discrepancia que sería torpe reeditar ahora. Eso sí, como entonces,
estarán ahora los que los estarán ignorando para su culpa y, también, para su
perjuicio. Porque no lo olvidemos, Castellani es señal de combate espiritual. Y,
como acontece con los que sobresalen, a pesar de no tener de su parte el coro
de las alabanzas académicas –posición la suya que es aumento de méritos
personalísimos—cuanto más se los quiere olvidar más se imponen y acreditan para
el futuro mayor destaque.
Hernán
Benítez abre el volumen con un vibrante palique preliminar de incruenta página
que para nuestro juicio es un acierto, aunque a veces lo traicione el amigo. Y
con esto, de paso, decimos que si en el
caso Castellani se usa aunque más no sea
un poco de sesuda pedagogía, que no en poca medida enseña la misma vida y el trato con los hombres de
talento, leyendo esta Introducción a
Castellani, hombre y escritor, que no otra cosa es aquel Palique preliminar ya mentado, se verá como hemos hablado de
Castellani como lo hemos hecho, sin esperar por ello a conocer ahora a
Castellani a través de Benítez.
Castellani
polígrafo, pasados sus años de entrada en combate, tiene todavía mucho que
decirnos. Estamos seguro que los que vengan serán para él, y cada día más, años
de laborar hondo, profícuo y quizá
--¿porqué no?—más remansado, menos urticante, pero no por ello menos valedero,
constructivo y clarificador de la oscura medianía que, por estos tiempos, es el
signo desgraciadamente identificatorio de la llamada cultura nacional.+
Mauricio
Ferrari Nicolay
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