ROMA
Comentario del Padre José A. de
Laburu S.J. al pedido del Santo Padre
Pío XII, para que los aliados no conviertan
El Papa admitió conmocionado la
posibilidad de un ataque aniquilador, considerando que para los protestantes
Roma es la sede de la abominación, y para los judíos la cátedra del
anti-semitismo; lanzando su angustioso pedido a la humanidad para salvar a Roma
de la barbarie.
Ahora bien, ¿Qué sucederá cuando
A continuación el Padre Laburu:
¡Roma! Ninguna otra
capital ni población del mundo, dice lo que Roma. Ninguna
Todas las otras
capitales y poblaciones de la tierra suenan a particular, suenan a nacional.
Roma es la única
ciudad del mundo que lo es del mundo entero.
Roma trasciende a lo
particular, trasciende a lo nacional.
A ninguna población
del mundo se la llama la “Ciudad eterna”, a ninguna se la reconoce con el
apelativo de la “Urbe”,
Roma la milenaria,
la que ocho siglos antes del nacimiento de Jesús ya existía.
Roma la de Pompeyo y
Julio César, la de Virgilio y Horacio, la de Cicerón y Quintiliano.
Roma la de los
monumentos del Palatino, la de los Foros, la de los Arcos triunfales.
Roma la una del
derecho y la fuente perenne de las artes.
Roma la “única”, la
que fue Cabeza del mundo “Caput mundi”, cuando los confines del mundo conocido
occidental, coincidía con los confines del Imperio romano.
Roma la de la lengua
latina, madre de tantas ricas y variadas lenguas, y la de la lengua que pasó a
ser la lengua oficial de la religión única verdadera.
Roma la que toda
ella es un museo, que atesora lo que no puede encontrarse en las colecciones de
ningún otro museo.
Roma la que es un
monumental, archivo de
Roma la que es la
sede episcopal de aquel a quien Jesucristo dejó como representante suyo en la
tierra.
Roma la de las
catacumbas, en la que como en relicario venerando, se conservan los sepulcro de
San Pedro y San Pablo, orlados por millares de cuerpos de santos y de mártires.
Roma la de las
Basílicas monumentales y la de las
Iglesias joyeles de arquitectura.
Roma de Rafael y de
Miguel Ángel, la de Bernini y de Borromini y la mecenas de los artistas que en el mundo han logrado la consagración
universal en las artes.
Roma la que en su recinto anida esa “Ciudad
Vaticana”, símbolo sublime de lo que vale el derecho, en oposición al poder
material de la fuerza bruta.
Roma, Ciudad del
Vaticano, donde vive ese representante de Jesucristo, que es el padre de todos,
sin distinción de clases, ni de nacionalidades, ni de razas.
Roma la casi tres
veces milenaria; Roma la universal; Roma la de todos; Roma la cuna del derecho;
Roma al de la lengua madre de las lenguas; Roma la mecenas del arte; Roma la
del catolicismo: Roma, tú Roma, no es posible que desaparezcas arrasada.
El Cauro y Atenas
merecieron ser respetadas.
Y tú, Roma, ¿será
posible que siendo lo que tú eres…?
Con el corazón
transido del dolor más lacerante, pide el Papa que Roma sea respetada.
Es el padre
acongojado que pide por sus hijos infortunados.
Pide. Porque el
Vicario de Jesucristo no dispone, ni le hace falta, de fuerzas de armamentos.
Pide, con el augusto
derecho del que aunque inerme y desvalido de toda fuerza material, siente en
plenitud conciente la posesión más perfecta de sus derechos a no ser
atropellado por fuerza de nadie.
Pío XII pide.
Ese suplicar y ese
pedir del indefenso y desvalido de fuerzas materiales, pero revestido de la
suma autoridad y sumo derecho, es un pedido que suena a conjuro. Tal es la
fuerza del derecho desvalido atropellado.
Y Pío XII, con una
ecuanimidad cuajada de Prudencia, al pedir que no se violen sus sagrados
derechos, al pedir por Roma, dirige su petición a los hombres responsables de
los campos beligerantes
¡Qué lección nos da
a todos el Papa!.
Él que tanto sabe y
tanto nos pudiera decir, no especifica a quien se debe el haber sido Roma
convertida en teatro de la guerra, y quien es el responsable de su posible
ruina.
¡Qué sublime lección
para todos nosotros que nos vamos distribuyendo responsabilidades, según
nuestras cargas afectivas!
Donde hay corazón,
se tiene que sentir una profunda emoción
ante ese dolor y ante esa petición del
Vicario de Cristo.
Si es que no hay
corazón en quienes la oyen, entonces se comprende el desdén y la conducta
exclusivamente utilitaria.
Y sean las que sean, las ventajas materiales
que proporcionen el desoir al Papa, si es que no hay corazón en los que así
proceden, a esos tales les falta lo más noble del ser humano, el ser compasivos
y el ser buenos.
El Papa pide por
Roma, no porque tema que las ruinas de
Roma menoscaben en lo más mínimo la misión
sobrenatural de la sede romana.
Bien conocen los vicarios
de Cristo lo que son las violencias y los atropellos.
Desde San Pedro, el
que escogió Roma como sede del
Pontificado, y el que sufrió la muerte en Cruz, martirizado por Nerón, hasta
Pío VII, desterrado de Roma y preso cautivo por Napoleón, han ido desfilando
por el Pontificado Papas hechos esclavos y condenados a trabajos forzados en
las minas y a trabajos humillantes de servir de mozos de cuadra en las caballerizas.
De atropellos y
martirios sabe mucho el Pontificado.
Pero como sabe de
todo eso, sabe también el Pontificado, que mientras sus verdugos y opresores
desaparecieron en el baldón de la ignominia, y mientras los poderes de las
naciones más poderosas han desaparecido del marco de
Siente con íntima
persuasión el Pontificado la razón de este milagro de
Seguro está de Quien
es aquel que dijo “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y
todos los poderes de los infiernos jamás prevalecerán contra ella”.
Por eso, al pedir el
Papa por Roma, no pide por temores personales, no por temores sobre el valor y
la duración de la misión que por Jesucristo le fue confiada, sino que pide por
Roma, para que ella sea conservada para
Roma. Ninguna otra capital
o población del mundo dice lo que dice “Roma”. Ninguna.
Todas las otras
capitales y poblaciones de la tierra
suenan a particular, suenan a nacional.
Roma es la única
ciudad del mundo que lo es del mundo entero.
Roma trasciende a lo
particular, trasciende lo nacional.
¡Qué sentido tan
humano y tan profundo, tiene la petición del Papa, al pedir por la conservación
de Roma!+
Padre José
A. de Laburu, S. J.
l
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