René Ghénon,
explica que la civilización moderna, en sus variantes marxista y capitalista, nos
esclaviza, tanto a los individuos como a la Nación, en un consumismo
absurdo, en una embriagues por lo nuevo y artificial. Generalmente, baratijas y
chirimbolos extranjeros generalmente prescindibles, ansiados como principal y
único fin de la vida.
La solución nacionalista, argentina y patriótica, aunque dolorosa e
inadmisible para la sensibilidad burguesa, la expresó el Padre Castellani en su artículo: “Arreglarse solos”, que publiqué anteriormente.
Las siguientes palabras las
extraje del libro: “La Crisis del Mundo Moderno”, ed. Huemul, capítulo VII;
pág. 143.
RENÉ GHÉNON
“…Sin embargo, coloquémonos por un instante en el punto de vista de los
que cifran su ideal en el “bienestar” material y que a ese título se regocijan
de todo el mejoramiento que el “progreso” moderno ha significado para la
existencia: ¿están muy seguros de que no se los ha embaucado? ¿Es cierto que
los hombres de hoy son más felices que antes
porque disponen de medios de comunicación más veloces y de otras cosas
de esa índole, porque tienen una vida más agitada y complicada? Nos parece que
es todo lo contrario: el desequilibrio no puede ser condición de verdadera
felicidad; por otra parte, cuanto más necesidades tenga un hombre, más riesgo
correrá de que siempre le falte algo y, por lo tanto, de sentirse desdichado.
La civilización moderna aspira a multiplicar las necesidades artificiales, y,
como ya dijimos antes, siempre creará más necesidades que las que pueda satisfacer, pues una vez que se
entra por ese camino, es muy difícil detenerse y ni siquiera hay razón de
detenerse en un punto determinado. Los hombres no podían sufrir por estar
privados de cosas que no existían y con las que jamás habían soñado. Ahora, por
el contrario, sufren forzosamente cuando esas cosas les falta, porque se han
acostumbrado a considerarlas necesarias y, de hecho, se les han vuelto
verdaderamente necesarias. De ese modo se esfuerzan por todos los medios en
adquirir lo que puede procurarles todas las satisfacciones materiales, las
únicas que son capaces de apreciar; ya no se trata más que de “ganar dinero”
porque eso es lo que les permite conseguir esas cosas y cuanto más se tiene,
más se quiere tener todavía, porque continuamente se descubren necesidades
nuevas; y esta pasión se convierte en el único fin de la vida. De ahí esa
competencia feroz que ciertos “evolucionistas”
han elevado a la dignidad de ley científica con el nombre de “lucha por la
vida” y cuya consecuencia lógica es que los más fuertes, en el sentido más
estrechamente material de la palabra, son los únicos que tienen derecho a la
existencia. De ahí también la envidia y hasta el odio hacia los que poseen la
riqueza que sienten los que no la poseen. Esos hombres a los que se les ha
predicado las teorías “igualitarias” ¿Cómo no habrían de rebelarse al comprobar
a su alrededor la desigualdad en la forma que debe resultar la más sensible
puesto que es la más grosera?...”. *
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