viernes, 31 de julio de 2020


El  ABC de  la política del Régimen destructor.
    
TRES MANERAS EMPLEAN LOS GOBIERNOS DEMO/LIBERALES, AMEDRENTADOS POR EL IMPERIALISMO –CON O SIN ‘PANDEMIA’-, PARA DISGREGAR NUESTRA NACIÓN, REMATANDO AL MEJOR SOBORNADOR NUESTROS TERRITORIOS SOBERANOS.

CONSPIRA A FAVOR DEL IMPERIALISMO EL CONTUBERNIO MAFIOSO DE LOS POLÍTICOS UNITARIOS/LIBERALES/PROGRESISTAS DEL RÉGIMEN, QUE JAMÁS IMAGINARON NI IMAGINAN NI ACEPTARÍAN LA IDEA DE LA GLORIOSA MISIÓN DE LA ARGENTINA SOBERANA EN LA HISTORIA UNIVERSAL. 

Y CON ELLOS LOS PARTIDOS POLÍTICOS. Y LOS SINDICATOS INCITANDO A LA LUCHA DE CLASES; Y El  PERIODISMO COMERCIAL, POR SU PARTE, DESINFORMA,  ENGAÑANDO AL PUEBLO, Y DEFENESTRANDO A LOS REBELDES.                                                                                   
SIMULTÁNEAMENTE IMPONEN AL PUEBLO LA FALSA CONVICCIÓN QUE ESTAS TRES LACRAS DEL RÉGIMEN QUE ENFERMAN AL PAÍS DE RESENTIMIENTO Y DE FRUSTRACIÓN, SON EL VERDADERO Y EL ÚNICO CAMINO “DEMOCRÁTICO” AL BIEN COMÚN. AUNQUE EN REALIDAD CONDUCEN AL PAÍS POR UN CAMINO QUE LLEVA AL HEDONISMO INDIGNO,  LA COBARDÍA Y LA  MISERIA.

ASÍ ACONTECIÓ EN LA ESPAÑA DEL ’36, COMO CONTINÚA SUCEDIENDO EN LA ARGENTINA DE HOY.  

José Antonio Primo de Rivera.

                                                                                                           Párrafos del discurso pronunciado por el inolvidable Jefe falangista en el Teatro Calderón, de Valladolid, el 4 de marzo 1934, donde  expresa su indignación patriótica ante la República.

P
 orque si nosotros nos hemos lanzado por los campos y por las ciudades de España con mucho trabajo y con algún peligro, que esto no importa, a predicar esta buena nueva, es porque, como os han dicho ya todos los camaradas que hablaron antes que yo, estamos sin España. Tenemos a España partida en tres clases de secesiones: los separatismos locales, la lucha entre los partidos y la división entre las clases.

El separatismo local es signo de decadencia, que surge cabalmente cuando se olvida que una Patria no es aquello inmediato, físico, que podemos percibir hasta en el estado más primitivo de la espontaneidad. Que una Patria no es el sabor del agua de esta fuente, no es el color de la tierra de estos sotos; que una Patria es una misión en la historia, UNA MISIÓN EN LO UNIVERSAL. La vida de todos los pueblos es una lucha trágica entre lo espontáneo y lo histórico. Los pueblos en estado primitivo saben percibir casi vegetalmente las características de la tierra. Los pueblos, cuando superan este estado primitivo, saben ya que lo que los configura no son las características terrenas, sino la misión que en lo universal lo diferencia de los demás pueblos. Cuando se produce la época de decadencia de ese sentido de la misión universal, empiezan a florecer otra vez los separatismos, empieza otra vez la gente a volverse a su suelo, a su tierra, a su música, a su habla, y otra vez se pone en peligro esta gloriosa integridad, que fue la España de los grandes tiempos.





Pero, además, estamos divididos en partidos políticos. Los partidos están llenos de inmundicias; pero por encima y por debajo de esas inmundicias hay una honda explicación de los partidos políticos, que es la que debiera bastar para hacerlos odiosos.


Los partidos políticos nacen el día en que se pierde el sentido de que existe sobre los hombres una verdad, bajo cuyo signo los pueblos y los hombres cumplen su misión de la vida. Estos pueblos y estos hombres, antes de nacer los partidos políticos, sabían que sobre su cabeza estaba la eterna verdad, y en antítesis con la eterna verdad, la absoluta mentira. Pero llega un momento en que se les dice a los hombres que ni la mentira ni la verdad son categorías absolutas, que todo puede discutirse, que todo puede resolverse por los votos, y entonces se puede decidir a votos si la Patria debe seguir unida o debe suicidarse, y hasta si existe o no existe Dios. Los hombres se dividen en bandos, hacen propaganda, se insultan, se agitan y, al fin, un domingo colocan una caja de cristal sobre una mesa, y empiezan a echar pedacitos de papel en los cuales se dice si Dios existe o no existe, y si la Patria se debe o no se debe suicidar.

Y así se produce eso que culmina en el Congreso de los Diputados.

       Yo he venido aquí, entre otras razones, para respirar este ambiente puro, pues tengo en mis pulmones demasiados miasmas del Congreso de los Diputados. ¡Si vierais vosotros, en esta época de tantas angustias; si vosotros, los que vivís en el campo, los que labráis el campo, vierais lo que es aquello! ¡Si vierais, en aquellos pasillos, los corros formados por lo más conocido y viejo haciendo chistes! ¡Si vierais que el otro día, cuando se discutía  si un trozo de España se desmembraba, todo eran discursos de retórica leguleya sobre si el artículo tantos o el artículo cuantos de la Constitución, sobre si el tanto o el cuanto por ciento del plebiscito autorizaba el corte!¡Y si hubierais visto que cuando un vasco, muy español y muy vasco, enumeraba las glorias españolas de su tierra, hubo un sujeto, sentado en los bancos que respaldaban al Gobierno del señor Lerroux, que se permitió tomar la cosa a broma y agregar irónicamente el nombre de Uzcudum a los nombres de Loyola y Elcano.


por si nos faltara algo, ese siglo que nos legó el liberalismo y con él los partidos del Parlamento, nos dejó también esa herencia de la lucha de clases. Porque el liberalismo económico dijo que todos los hombres estaban en condiciones de trabajar como quisieran: se había terminado la esclavitud: ya a los obreros no se los manejaba a palos: pero como los obreros no tenían para comer sino lo que se les diera, como lo obreros estaban desasistidos, inermes frente al poder del capitalismo, era el capitalismo el que señalaba las condiciones, y los obreros tenían que aceptar estas condiciones o resignarse a morir de hambre. Así se vio como el liberalismo, mientras escribía maravillosas declaraciones de derechos en un papel que apenas leía nadie, entre otras causas porque al pueblo ni siquiera se le enseñaba a leer; mientras el liberalismo escribía estas declaraciones, nos hizo asistir al espectáculo más inhumano que se haya presenciado nunca: en las mejores ciudades de Europa, en la capitales de Estados con instituciones liberales más finas, se hacinaban seres humanos, hermanos nuestros, en casas informes, negras, rojas, horripilantes, aprisionados entre la miseria y la tuberculosis y la anemia de los niños hambrientos, y recibiendo de cuando en cuando el sarcasmo  de que se les dijera cómo eran libres y, además, soberanos.

Claro está que los obreros tuvieron que revolverse un día contra esa burla, y tuvo que estallar la lucha de clases. La lucha de clases tuvo un móvil justo, al principio, una razón justa, y nosotros no tenemos para que negar esto. Lo que pasa es que el socialismo, en vez de seguir su primera ruta de aspiración a la justicia social entre los hombres, se ha convertido en una pura doctrina de escalofriante frialdad y no piensa, ni poco ni mucho, en la liberación de los obreros. Por ahí andan los obreros orgullosos de sí mismos, diciendo que son marxistas. A Carlos Marx le han dedicado ya muchas calles en muchos pueblos de España, pero Carlos Marx era un judío alemán que desde su gabinete observaba con impasibilidad terrible los más dramáticos acontecimientos de su época. Era un judío alemán que, frente a las factorías inglesas de Manchester, y mientras formulaba leyes implacables sobre la acumulación del capital; mientras formulaba leyes implacables sobre la producción y los intereses de los patronos y de los obreros, escribía cartas a su amigo Federico Engels diciéndole que los obreros son una plebe y una canalla, de la que no había de ocuparse sino en cuanto sirviera para la comprobación de sus doctrinas.

El socialismo dejó de ser un movimiento de redención de los hombres, y pasó a ser, como os digo, una doctrina implacable, y el socialismo, en vez de querer establecer una justicia, quiso llegar en la injusticia, como represalia, a donde había llegado la injusticia burguesa en su organización.  Pero, además estableció que la lucha de clases no cesaría nunca, y además afirmó que la Historia ha de interpretarse materialistamente; es decir, que para explicar la Historia no cuentan sino los factores económicos. Así cuando el marxismo culmina en una organización como la rusa, se les dice a los niños, desde las escuelas, que la Religión es un opio del pueblo; que la Patria es una palabra inventada para oprimir, y que hasta el pudor y el amor de los padres a los hijos son prejuicios burgueses que hay que desterrar a todo trance.

El socialismo ha llegado a ser eso. ¿Creéis que si los obreros lo supieran sentirían simpatía por una cosa como esa, tremenda, escalofriante, inhumana, que concibió en su cabeza aquel judío que se llamaba Carlos Marx?

(Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera, pg.191/3, Madrid, 1952).







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