Excelente capítulo
del libro “La Iglesia católica y las catacumbas de hoy”, escrito por el
recordado profesor Alberto Caturelli,
sobre la misión metafísica y teológica de Satanás para la perdición de las
almas y el aniquilamiento de la Creación.
La vigencia de Satanás explicaría la maldad, de otro modo incomprensible, que rige la política nacional e internacional;
avanzando hacia el dominio total del Mundo.
(Ed. Almena, 1974, pg. 93).
Alberto Caturelli
3.- EL OLVIDO DE SATANÁS Y SU
PRESENCIA EFECTIVA
a) El
príncipe de este mundo, dios de la secularización absoluta.
La Virgen María menospreciada; el
Vicario de Cristo desobedecido. Dos signos muy expresivos del estado de la
Iglesia Católica en nuestro tiempo. Y existe un tercero que, pese a tantos
avisos, parece pasar inadvertido: la presencia actuante y efectiva de un oscuro
poder negativo hoy desatendido, “olvidado”, sagazmente negado aunque
ocultamente exaltado por el “espíritu del mundo”. El modernismo monofisista lo
relega al consabido ámbito del mito, cuando no niega directamente su
existencia. En cambio, el Señor, que no era experto en demitificación, creía en la existencia de Satanás y los
demonios; sostenía la vigencia de un poder negador que, como una napa
subterránea y misteriosa (misterio de iniquidad) intenta la destrucción del
orden del ser y de todo lo sagrado (desacralización
absoluta).
En efecto, Jesús
creía en Satanás y en la existencia de un reino propio suyo (Mt. 12,26; Mc.
3,23-24); lo ve caer como un relámpago del cielo (Lc.10,18); a Pedro le
advierte “que Satanás os ha reclamado para zarandearos como se hace con el
trigo” (Luc. 22,31); proclama a Satanás “homicida desde el principio” y “padre
de la mentira” (Jn. 8,44); en la tercera tentación en el desierto le da su nombre:
“vete, Satanás” (Mt. 4,1); llámale también “espíritu inmundo” (Mt. 12,43); en
la parábola del sembrador le llama “el maligno” (Mt. 13,19); y a los demonios
que actúan bajo la potestad de Satanás y su “reino”, les ordena con autoridad y
los demonios le reconocen: “¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret?
¿Has venido a perdernos? Te conozco quien eres, el Santo de Dios” (Mc. 1,24);
no solamente Le reconocen sino que, pese a ellos mismos, se prosternan ante Él:
“Y los espíritus inmundos, al verlo se prosternaban delante de Él y gritaban: Tú eres el Hijo de Dios” (Mc.
3,11); y en otra ocasión: “Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios
altísimo?” (Mc. 5,7).
En Satán tiene
su origen el pecado y como el mal no tiene naturaleza, es la negación del ser,
es decir la mentira radical; con el pecado comenzó a actuar la negatividad en
la historia que, como una naturaleza segunda, actúa con el anti-Yavé o el
anti-Creador puesto que intenta la nadificación del ser. Por eso en el demonio
“no hay nada de verdad” (Jn, 8,24) y quiere trocar la verdad de Dios en mentira
(Rom. 1,25); y si pensamos que la verdad de un ser es su conformidad con la
idea divina, Satanás quiere trocar esta idea en su opuesto: la belleza en la
fealdad, la verdad en la mentira, la bondad en la maldad, la luz en las
tinieblas, el ser, pues, en la nada; trátase entonces en una inversión de los trascendentales,
especie de demencia ontológica que ha puesto en la interioridad de la historia
su incoercible tendencia al no-ser. Y como la regla de toda verdad es el Verbo,
el demonio no solamente peca desde el principio y es padre de la mentira sino
que es, por eso mismo verbicida. En
tal carácter (como tan bien lo vieron San Agustín, San Ireneo, Clemente Alejandrino y todos los Padres) el demonio
cumple un papel esencial en la historia del hombre pues Satanás se coloca en lo
contrario del ambiente de Gracia. Alberto Frank-Duquesne dice que Satanás es
“hipóstasis de mentira” y, sobre todo, “en Satán, la luz recibida se levanta
contra la vida y las dos se revelan contra el Ser”; en ese sentido es la misma
“anti-Vida” y, en cuanto tal, es esencialmente homicida desde el principio, como le llama San Juan (Jn. 8,44);
precisamente porque es el padre de la mentira es el gran Adversario del que es
la Verdad; se comporta como tortuoso obstáculo respecto de quien es el Camino;
pero su mentira es ontológica en la
misma medida en la cual es el anti-Creador y porque, siéndolo, debe odiar toda la entidad del ente creado; es
decir, el ser mismo del ente. Podría decirse que si Satanás pudiera, se daría el absurdo de su propia nadificación porque , repito, si el pudiera,
reduciría a nada el mismo ser; pero en cuanto hay orden no en la nada sino sólo donde hay ser, Satanás odia el orden (que es su contrario) y pone en todo lo
que puede el desorden radical. En
cuanto quiere nadificar el ser, es hipócrita consigo y en cuanto desea el desorden es una especie
de suicida que eternamente no concluye de suicidarse. Todo cuanto existe es
asumido por la Mediación del Verbo salvador que es la Verdad y la Vida; por eso
mismo, el padre de la mentira y de la muerte es el mediador de muerte. En cuanto existe pues este “mediador de la muerte” total, al Reino de
Dios él opone su propio “reino”, reino de la negatividad cuyos miembros son todos
aquellos que le están sujetos por el pecado: mientras los miembros vivos del
Cuerpo Místico están unidos por la
caridad, los desolados miembros del anti-Cuerpo satánico están “adicionados” por el odio sobrenatural.
Existe pues un “cuerpo de muertos” que, para San Agustín forman la ciudad del
mundo, el anti-Reino que constituye el misterio
de iniquidad. Así pues, el que peca desde el principio y es homicida desde
el principio, el padre de la mentira (cabeza del anti-Cuerpo Místico) y
mediador de muerte, es por esencia el que se afinca en el mundo; en cuanto “mundo” significa el mismo ambiente
de pecado donde se absolutiza lo finito y se niega la trascendencia, él es el
“príncipe de este mundo” que induce a
los hombres al mal auto-destrutivo. Por consiguiente, Satanás odia no solamente
la trascendencia sino todo lo sagrado; en el lenguaje de hoy, podemos decir que
es el dios de la inmanencia y el dios de la secularización puesto que, en
cuanto Adversario, debe hacer del “siglo”, del “mundo”, un ab-soluto no ligado a Dios sino autosuficiente. En
este sentido, sin ninguna duda debemos decir que el demonio induce, sugiere, el
inmanentismo total de la vida, el secularismo autosuficiente y la
desacralización de todo lo que es. Tal es el insondable misterio del mal en la
historia y lo que a la historia le ha conferido su carácter dramático y
doloroso. Cierto es que Satanás ha sido ya vencido; el perdió el “derecho” que
había adquirido sobre el hombre por el pecado desde el mismo instante de la
muerte de Cristo; y sin embargo, en la medida en la cual subsiste el reato de pecado, subsiste
su acción negativa y misteriosa; hasta la Parusía, el demonio tiene aún “un poco de tiempo” (Ap. 12,12) y en ese poco
de tiempo sigue siendo “el dios de este
mundo” (Cor. II, 4-4). Dios del tiempo
de la inmanencia del mundo a sí mismo, demiurgo del temporalismo dispersivo y
secular, una suerte de “señor” del vaciamiento del hombre y de la desolación
autodestructora. Invirtiendo la expresión agustiniana, Satán podría decir:
“Derrámate afuera, sal de dentro de ti mismo, porque en el hombre exterior
habita la “verdad”; y si hallares que su naturaleza es mutable, quédate en
ella, pues en la inmanencia de tu ser, llegarás a ser semejante a Dios”. Santo Tomás hace notar que este appetendo esse ut Deus no quiere
decir que se quiera ser igual en naturaleza pues es imposible y el demonio lo
sabe; se trata de ser semejante a Él
(S.Th. I, 63-2); y semejante a El por sí mismo. Induce por ello al hombre a ser
autosuficiente y semejante a Dios no por la Gracia sino por sus propias fuerzas
humanas.
Es proponerle el
secularismo absoluto. Para ser como Dios es menester pasar por la
negatividad del pecado y, desde ella, conquistar (por sí mismos) la verdad. No
puede haber mentira mayor y secularidad más intensa. Como se ve, el mundo, este
mundo clauso en sí, este siglo, el nuestro pero en la inmanencia de sí mismo,
constituye el imperio de Satán o el contra-Reino que intenta afincarse definitivamente en el mundo.
Coherentemente con todo lo dicho, Satanás, así como niega la Creación (es el
anti-Creador) quiere negar a Dios trascendente resolviéndolo todo en la inmanencia
del mundo; es el dios de la secularidad total, de la desacralización absoluta
y, por eso, como un poder subterráneo y demoledor, intenta por un lado sofocar
toda obra sobrenaturalmente buena y, por otro, conducir al hombre a su propia
aniquilación.
b) Las tres tentaciones como intento de
secularización absoluta.
Adán había sido tentado por el
demonio; el segundo Adán debía ser “tentado” a su vez para quitar al hombre del dominio del demonio. El
“seréis como dioses”, significaba la rebelión total, el des-ligamiento de
Dios y el sometimiento bajo el poder del
príncipe de este mundo; por eso, las
tres tentaciones a Jesucristo, tienen el mismo significado, pues en el fondo, el demonio quiere invertir la
misión salvífica de Jesus que acaba de ser proclamado como Hijo de Dios en el Jordán. En la
primera tentación, luego del ayuno de cuarenta días, el “tentador” le dice: “Si
tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se vuelvan panes” (Mt.4,3). No
se trata aquí de meras visiones interiores o de alucinaciones producidas por el
hambre como hace mucho tiempo se viene
diciendo desde la crítica racionalista del siglo pasado hasta los actuales
expertos en demitificación, sino un hecho objetivo; Satán habló efectivamente
con Jesús y le propuso o le invitó (que
tal es el sentido de la tentación) a
ceder a las exigencias corporales; es decir, a la primera solicitación del mundo en el orden de la corporalidad sensible.
Pero, más abajo todavía, hay una tentación mayor que es producir un milagro
para saciar el hambre corporal; en tal caso el demonio lograría invertir el orden natural anteponiendo el
orden sensible a la palabra de Dios. No se trata de una mera antelación
cronológica sino de naturaleza. Repito: Satán quiere invertir el orden anteponiendo el orden sensible al orden espiritual,
que es, precisamente, el predominio del “espíritu del mundo”. Por eso el Señor
le responde con la Escritura: “Está escrito: no de pan sólo vivirá el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt.4,4).
Defraudado, el demonio intenta avanzar
en profundidad: “Entonces lo llevó el diablo a la Ciudad Santa y lo puso sobre
el pináculo del Templo; y le dijo: Si tú eres el Hijo de Dios, échate abajo,
porque está escrito: “El dará órdenes a sus ángeles acerca de TI, y te llevarán
en palmas, para que no lastimes tu pie contra alguna piedra” (Mt. 4,5).
Satanás, docto en Escritura, distorsiona su sentido y quiere que Jesús obre un milagro desligado
de la voluntad del Padre; el condicional si eres Hijo de Dios muestra
cierta inseguridad en cuanto al conocimiento exacto de Quien es Jesús; pero
intenta nada menos que desligar su Voluntad de la voluntad del Padre pues, de
ese modo, si fuera el Mesías comenzaría su misión con un milagro propio, hecho en su propio nombre,
autónomo, perdiendo así todo sentido salvífico la acción de Jesús; Satán, en
verdad, quiere impedir de ese
modo el rescate del hombre que está bajo
su dominio; homicida desde el principio,
quiere matarlo en su propia fuente de vida sobrenatural tentando el mismo Jesús. De ahí la respuesta más directa: “También
está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios” (4,7).
Satanás se quita la careta y hace el
último intento: “De nuevo le llevó el diablo a una montaña muy alta, y
mostrándole todos los reinos del mundo y de su gloria, le dijo: “Yo te daré
todo esto si postrándote me adoraras” (Mt.4,8-9). Ante todo Satán miente porque
promete dar aquello que no le pertenece pero su verdadera intención es
profundísima; aunque el Reino del Mesías ha sido anunciado como un Reino
espiritual, interior, logrado a través de la pasión dolorosa del Hijo de Dios
(Is 49-4; 53-1 y ss.) Satanás quiere trocarlo en un Reino secular, exterior;
por eso Jesús dice a los fariseos “vosotros sois del diablo” en cuanto se
oponen al Reino que él anuncia y sueñan con la “liberación” del reino
secular de Israel y luego con su dominio
puramente terreno. No piensan en la única liberación legítima dentro del plan
de Dios que es la liberación del pecado, es decir del dominio destructor del
demonio. Del mismo modo el padre de la mentira quiere trocar el Reino de Dios en el reino del mundo del cual él es
el Jefe, “el príncipe de este mundo” (Jn. 16,11). Todos los reinos del mundo y
de su gloria (nada a los ojos de Dios)
sometidos a Satanás constituyen el anti-Reino, la inmanencia del mundo a sí
mismo, la secularización absoluta de toda
la existencia, lo cual significa, como consecuencia implícita, la desacralización total de todo cuanto
existe. Por eso Satanás requiere, lógicamente, un acto definitivo de Cristo
para transformarlo en una suerte de
anti-Cristo: “Yo te daré todo esto si postrándote me adoras”. Sustituyese a Dios
y propone a Jesús un reino totalmente de
este mundo, la tentación suprema, en el cual sea el poder secular el instrumento del absoluto desorden definitivo. Propone lo mismo que el neomodernismo: la secularización
total de la existencia. Por eso, al mostrarse abiertamente, abiertamente le rechaza
Jesús: ”Vete Satanás, porque está escrito ‘Adorarás al Señor tu Dios y a Él
sólo servirás” (Mt. 4,10).
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