viernes, 29 de diciembre de 2017

Sarmiento y la Patagonia
PUBLICO ESTE FOLLETO, QUE CIRCULÓ HACE UNAS CUANTAS  DÉCADAS, DEBIDO A QUE AÚN SUBSISTE LA IGNORANCIA POPULAR HISTÓRICA  SOBRE LA VIDA Y OBRAS DEL  QUE RENEGÓ DE DIOS Y LA PATRIA.
S
armiento –el hombre del homenaje- debe ser previamente conocido por todos los argentinos para poder luego juzgar si vale la pena honrarle oficialmente en le sesquicentenario de su nacimiento.
      Porque no debemos prestarnos a tributar loas inconsideradas a cuanto hombre público apareció en el escenario nacional durante la repartija que siguió a Caseros sin apreciar antes debidamente su valoración histórica en beneficio real del país.
      Si no obramos así nos exponemos, con nuestra desaprensiva actitud, a pronunciar tácitamente un juicio aprobatorio de su actuación en bloque, que pudo ser, por momentos desquiciadora para la nación.
      Hay pseudo próceres que sólo merecen el repudio unánime de sus conciudadanos; no ciertamente por lo bueno que hicieron y dijeron, lo cual desde luego lo aprobamos y a su tiempo lo señalaremos (pues no desconocemos los aciertos y hasta las buenas intenciones que pudieron tener), ni por sus personas, dignas de nuestro respeto y objeto primario de la caridad cristiana; sino precisamente por todo lo malo, equívoco y tendencioso que dijeron  e hicieron, y de lo cual no se retractaron.
      Por esta sola razón, que todo lo afea y lo corrompe todo, son execrables; cabalmente por ser hombres públicos de gravitación nacional, considerados históricamente como paradigmas de la argentinidad.
      Resultan, en consecuencia, personajes funestos para la formación espiritual de las jóvenes generaciones, que siempre deberán contemplar en los próceres –dignos de tal nombre- modelos que imitar, ya sea en sus virtudes ciudadanas como también en el noble arrepentimiento de sus extravíos.
      Si no mediare esta última circunstancia –que honra toda una vida- se correrá el riesgo de  desviar la conciencia nacional por caminos antipatrióticos, que conducirían irremediablemente a la negación de todos los valores que nos enorgullecen como argentinos.
      Además, debemos precavernos contra la insinceridad de ciertos homenajes que sólo se realizan en honor de determinados próceres  con el fin premeditado de   exaltar los aspecto heterodoxos de su pensamiento y de su conducta, desestimando deliberadamente lo que aportaron de auténticamente constructivo par la nacionalidad.

      Lamentablemente todo esto se ejecuta con exclusión de otros próceres, condenados a vivir eternamente anónimos para los argentinos en los homenajes oficiales, y que merecen, como los demás, y a veces más que algunos de ellos, nuestro recuerdo y agradecimiento por las grandes obras que hicieron y por los luminosos ejemplos de virtudes que nos legaron.
      En la primera hora de nuestra historia los próceres de la patria inmolaron su vida en los campos de batalla  para guardar incólume  el patrimonio nacional, y los que declararon la independencia jurando defender nuestra libertad y la soberanía del territorio patrio “con sus vidas, haberes y fama”.
      Veamos entonces como obró Sarmiento, siguiendo las huellas de los héroes de Mayo y de Julio; porque esta será la piedra de toque que nos permitirá reconocer en el compatriota ilustre que merezca o no el homenaje de los argentinos.

      SENSACIONAL DESCUBRIMIENTO.-   Cuando el gobierno argentino, por intermedio de Rosas y su ministro Arana, elevó su formal protesta al gobierno de Chile por el atropello perpetrado en las tierras australes, escribía Sarmiento en su periódico La Crónica, el 5 de agosto de 1849: “Todos mis esfuerzos de contracción se circunscribieron al asunto (sobre las ventajas para Chile de ocupar el Estrecho de Magallanes y fundar allí una población), y una vez seguro de que la tentativa era posible, inicié la redacción de El Progreso (en 1842) con una serie de estudios que hoy, después de ocho años, no son del todo estériles”.
      Reconoce más adelante “haber inducido y aconsejado con singular tesón al gobierno de Chile a dar aquel paso”; y defiende luego “la colonia, a cuya fundación –dice- había yo contribuido con mis escritos”.
      Estas referencias se relacionaron con los ocho artículos que publicó en aquel periódico, desde el 11 hasta el 28 de noviembre de 1842, y que casualmente no se encuentran en ninguna de las ediciones de sus Obras Completas, pero que pueden leerse en la transcripción del abogado secretario de la Dirección General de Bibliotecas, Archivos y Museos de Santiago de Chile, publicada por el autor de Unión Nacional.
      El 22 de noviembre de 1942 afirmaba: “Creemos haber dicho hasta ahora lo suficiente para hacer sensible la necesidad absoluta en que nos hallamos de tomar medidas oportunas para asegurarnos lo que podría pasar a otras manos”.
      Y como no daba puntada sin nudo, ya había sugerido en El Progreso el 15 de noviembre: “En recompensa de nuestros esfuerzos nos prometemos ser nombrados diputados, cuanto menos  a alguna legislatura por la provincia de Magallanes, cuyos principios y población habremos favorecido tanto”.
      He aquí la primera cuota del precio de la traición.
      Finalmente el 28 de noviembre de 1842 incitaba al gobierno de Chile a decidirse ya; pues  “esta habilitación del Estrecho –decía- ha de acarrearnos inmensas ventajas y nos asegurará un porvenir colosal. ¿Quedan acaso dudas, después de todo lo que hemos dicho sobre la posibilidad de hacer segura la navegación del Estrecho y establecer allí poblaciones chilenas? Pero ¿qué se haría para aclararlas o desvanecerlas? ¿Permanecer en la inacción meses y meses? Nada sería dar el primer paso. Para Chile basta en el asunto   de que tratamos decir: ¡Quiero!, y el Estrecho de Magallanes se convertirá en un foco de comercio y de civilización… Creemos haber tocado cuanto estaba a nuestro alcance para la prosperidad del país y su  futuro engrandecimiento”
      Hecho el sensacional descubrimiento: que casi toda la Patagonia argentina pertenecía a Chile, y habiendo iniciado Sarmiento en 1842 una tenaz campaña para que aquel país ocupara ese territorio, era lógico que el gobierno de Chile se decidiera finalmente a proceder según sus consejos, y organizara la expedición que partió el 21 de mayo de 1843 y ocupó, en nombre de Chile, el 21 de septiembre de ese año, aquellas tierras que la Argentina consideró siempre suyas.
      El historiador chileno Diego Barros Arana expresó  una gran verdad cuando escribió en su texto de historia: “La ocupación de Magallanes había sido pedida muchas veces por la prensa”. 

      EL  RENEGADO.- En esos mismos días Sarmiento había renegado de su patria. Era natural que trabajara para hacerse méritos ante la nueva patria adoptiva.
      En efecto. El 11 de enero de 1843 declaraba en el Heraldo Argentino: “Los argentinos residentes en Chile pierden desde hoy su nacionalidad. (Determinación tomada por despecho al producirse la derrota unitaria de Arroyo Grande). Los que no se resignan a volver a la Argentina deben considerarse chilenos desde ahora. Chile puede ser  en adelante  nuestra patria querida. Todo será para desde hoy para Chile, pues el americano se halla en todas partes en su misma patria. Debemos vivir solamente para Chile, y en esa nueva afección deben ahogarse las antiguas afecciones nacionales”.
      Sarmiento reclamó para sí la divisa de Pacuvio: “Ubi bene, ibi patria” (donde estoy cómodo esa es mi patria). Así piensan también los egoístas que profesan el individualismo liberal y masónico, y los anarquistas y marxistas del comunismo y socialismo: enemigos declarados del verdadero patriotismo.
      Cuando intentó tomar la carta de ciudadanía chilena se interpuso su compañero Juan Bautista Alberdi que, mientras Sarmiento renegaba de su patria, rehusó mancharse con tal ignominia; y escribió entonces esas patrióticas palabras: “Hoy más que nunca el que ha nacido en el hermoso país situado entre la Cordillera de los Andes y el Río de la Plata tiene el derecho de exclamar con orgullo: soy argentino”.
      Cuarenta años más tarde, en un banquete en Santiago de Chile, recordará Sarmiento su renuncia a la nacionalidad  argentina al afirmar en el brindis del 5 de abril de 1884: “Fui chileno, señores, os consta a todos”. Esta misma declaración la repetirá en ministro de Chile en la Argentina en el acto de inauguración de la estatua de Sarmiento en Palermo el 25 de mayo de 1900: “Yo soy declarado por unanimidad bueno y leal chileno –dijo Sarmiento- ¿Ay del que persista en llamarme extranjero!”.

      LA  TRAICIÓN.-  Cuando el gobierno de Buenos Aires, salió en defensa de nuestra soberanía patagónica escribió Sarmiento en su periódico La Crónica del 11 de marzo de 1849; “Esta querella internacional suscitada por el gobierno argentino “por intereses frívolos y tan a deshora y que se invierten fondos, tiempo y atención, y que es movida sólo por gobiernos engañados por un falsa gloria, es ociosa e improductiva para el gobierno que la provoca, y acaso puede desencadenar una guerra por cosas que no merecería cambiar dos notas… Tales derechos (de Chile) el gobierno de Buenos Aires por decoro debe tratar de no atropellar”.
      Así afirmaba –dice Manuel Gálvez- la pérdida para su patria de territorios de formidable valor estratégico: una de las grandes rutas del mundo.
      Y continúa Sarmiento: “Un territorio limítrofe pertenecía a aquel de dos estados a quien aproveche su ocupación sin dañar ni menoscabar los intereses del otro… Para Buenos Aires es una posesión inútil. ¿Qué haría el gobierno de Buenos Aires con el Estrecho de Magallanes; país remoto, frígido, inhospedable? ¿Y para qué? ¡Que pueble el Chaco y el sur hasta el Colorado y el Negro y deje el Estrecho a quien lo posee con provecho!... Magallanes, por lo tanto, pertenece a Chile por el principio de conveniencia propia sin daño de tercero”.
      Y no sólo el Estrecho, sino toda la Patagonia correspondería a Chile según Sarmiento, pues agrega a renglón seguido: “Quedaría por saber aún si el título de erección del Virreinato de Buenos Aires expresa  que las tierras al sur de Mendoza entraron en su demarcación; que, a no serlo, Chile pudiera reclamar todo el territorio que media entre Magallanes y las Provincias de Cuyo”.
      De esta manera, mientras la  Argentina protestaba contra el injusto agresor de la patria, y en el Litoral se desangraban sus hijos ante la prepotencia del imperialismo anglo-francés, Sarmiento –aprovechando la angustia nacional- alentaba al invasor para avanzar impunemente en sus posesiones; ocupando no sólo el Estrecho sino toda la Tierra del Fuego y la Patagonia hasta La Pampa y el límite con Mendoza.
      Al aparecer en La Crónica un nuevo artículo, el 29 de abril de 1849, sus amigos de Buenos Aires se lo criticaron acerbamente, y Bernardo de Irigoyen, desde Mendoza lo trató de “traidor a la patria”.
      Él respondió entonces: “Traten antes de reconquistar sus propias casa amenazadas por los salvajes” y luego preocúpense por conquistar lejanas tierras que son “sin provecho próximo ni futuro”. Luego añadió: “En los mapas de Europa la Patagonia figura como  tierra no ocupada. Y ponen los límites a la República Argentina el río Negro al Sur, demarcando separadamente la Patagonia como país distinto… En 1842 insistimos para que Chile colonizase aquel punto. Entonces como ahora tuvimos la convicción de que aquel territorio era útil a Chile e inútil a la República Argentina; y no sabemos si sería obra de caridad arrebatar el terreno, para poblarlo, a un gobierno como el argentino que no es capaz de conservar poblado el que le dejó sometido  y pacífico la España”.
      Más tarde, como presidente, despotricará contra “esos chilenos guapetones” a quien se les fue la mano en sus pretensiones. Pero ¿quién los azuzó para avanzar en la conquista de la tierra que, según él, no pertenecía a nadie?

ABOGADO  DE  UN  GOBIERNO  EXTRANJERO: Para que no quedasen dudas sobre lo que Sarmiento llama “derechos de Chile” resumió todos los antecedentes del asunto en La Crónica  del 4 de agosto de 1849 para sacar luego la siguiente conclusión: “No me ocurre en mi simplicidad de espíritu cómo se atreve el gobierno de Buenos Aires, en vista de estas demostraciones, a sostener ni mentar siquiera sus derechos al estrecho de Magallanes; si bien sé que una vez que toma el freno  no suele largarlo si no le rompen las quijadas a golpes. Pero, para Chile, para los argentinos y para mí [¡qué! ¿no era argentino?] bástenos la seguridad de que ni sombra ni pretexto de controversia le queda con los documentos y razones que dejo colacionado”.
      El patriotismo de los argentinos  resulta ser para Sarmiento un simple problema de tozudez equina..
      En Recuerdos de Provincia –primera edición de 1850- se gloriará de su gran hazaña patriótica manifestando que: “La ocupación de Magallanes ha salido de los trabajos de El Progreso; como la reivindicación de  los títulos de posesión de Chile salió después de las investigaciones de La Crónica”.
      La Nación Argentina, diario mitrista, le recordaba a Sarmiento el 4 de octubre de 1868: “Usted  ha sostenido en Chile contra su patria los pretendidos derechos de un país extranjero  pata despojarle de su territorio… No creo que haya ningún hombre, cualquiera sea su nacionalidad, que intente justificar al señor Sarmiento, pues, hasta hoy, todos los pueblos del mundo han condenado del modo más terrible al que atenta contra  la integridad del territorio de su país en beneficio de un gobierno extranjero”.
      Y el 6 de octubre presentaba las pruebas de su acusación y reproducía el artículo de La Crónica encabezándolo con estas palabras: “Sarmiento ha sido abogado de un gobierno extranjero contra su propio país. Él ha sugerido, ha probado y ha hecho  triunfar la idea de  hacer despojar a la República Argentina de su territorio. Él inició en la prensa la tarea de probar que no pertenecían a la República Argentina sino a Chile los territorios de la Patagonia”.
      Sus amigos, entonces,  salen por su defensa  desde las columnas de El Nacional, afirmando que lo hizo para atacar a Rosas. Pero La Nación les contesta: “El aconsejar a los gobiernos extranjeros que le arrebaten sus territorios ¿es atacar a Rosas o a la República Argentina? ¿Son acaso de Rosas las tierras magallánicas o de la República Argentina?.

SARMIENTO  PRESIDENTE.-  Cuando en 1873, al fin de su presidencia, se renovó entre los dos países la querella diplomática sobre los derechos a tales tierras, Sarmiento dijo que era una pretensión torpe  querer basarse en aquellos artículos de joven emigrado: y en tal sentido  le escribe  al ministro plenipotenciario argentino en Chile, Félix Frías, el 20 de mayo de ese año: “ Los escritos anónimos  de un diario chileno que se proponían hacer útiles y cuya redacción se atribuye a un joven emigrado argentino , hoy presidente de esta república (no pueden utilizarse) para comprometerlo (en su cargo, no se debe) suponer que el jefe de un Estado lo liguen ideas que pertenecieron a otro país… Es verdad que un diario sostuvo estas ideas, pero ellas no llevan nombre de autor. Yo, López (Vicente) Fidel y Vial redactábamos el diario. Eran anónimos los artículos y no pueden citarse como doctrina de autor aquellos que no llevan su nombre. Todo argumento sacado de allí contra mí es simplemente contra un diario chileno”.
      Luego, en su ingenua cobardía, le ruega que no muestre a nadie  la carta, y termina suplicándole que por favor lo defienda de sus enemigos.
      Sarmiento se olvidó añadir que él siempre reconoció estos artículos como suyos, que los reprodujo varias veces con suma fruición sin negarles su paternidad, y que les agregó otros nuevos argumentos  para demostrar mejor los derechos de Chile.
      Además, al principio de su presidencia, en 1868, el comandante Luis Piedrabuena –paladín de la causa argentina en las regiones australes e incansable, como Félix Frías, en su patriótica actitud- se había presentado  a Sarmiento expresándole sus intenciones de ocupar las costas magallánicas, aprovechando su amistad con los indígenas, y recuperar para la nación lo que  por consejo del actual presidente argentino se había perdido en mala hora. ¿Qué le contestó Sarmiento? La respuesta se halla consignada en las Memorias del Teniente coronel de la Armada Argentina dictadas a su hijo el 13 de enero de 1872; “Sarmiento me dijo que no teníamos marina, que éramos pobres, que ese territorio era un desierto, y más bien les convenía a los chilenos por ser el paso para el Pacífico. Que si poblaba con la guardia proyectada, los guardias nacionales tendrían que vivir como perros y gatos con los chilenos; y por último, que no había gente para darme”.
      A pesar de tan desabrida y desalentadora respuesta el intrépido capitán llegó por sus propios medios a Punta Arenas en 1869, pero nada se pudo hacer oficialmente por no contar con la ayuda de un gobierno que, por otra parte, gastaba millones en guerras fraticidas –contra el Chaco, el Paraguay y López Jordán-. Con respecto a la Marina el mismo Sarmiento diría el 7 de junio de 1879 desde El Nacional: “Las costas del sur no valdrán nunca la pena de crear para ellas una marina. Líbrenos Dios de ello, y guardémonos nosotros de intentarlo”.

EL  EXPRESIDENTE  SARMIENTO.- Para corroborar la persistencia de su posición ideológica afirmará en el discurso sobre Darwin pronunciado el 30 de mayo de 1881: “Nunca me mostré muy celoso de nuestras posesiones australes porque no las creía dignas de  quemar un barril de pólvora en su defensa”
      Igual despreocupación había manifestado en El Progreso del 28 de noviembre de 1842 con respecto a las islas Malvinas : “La Inglaterra –dice- se estaciona en las Malvinas para ventilar después el derecho  que para ello tenga… seamos francos: esta invasión es útil a la civilización y al progreso”.
      Con tal antecedente de usurpación pretendía cohonestar la invasión chilena en territorio argentino.
      Sobre este atropello británico reconocen los admiradores de Sarmiento que existe justo motivo de  permanente indignación; pero sobre el otro, calla la historia oficial, pues el principal instigador y causante fue Sarmiento.
      Acertado estuvo el escritor chileno José Miguel Irarrazábal Larráin cuando apellidó a Sarmiento: El antiguo campeón de los derechos de Chile a la región de Magallanes”, porque, a la verdad, no le faltaron razones para afirmarlo.
      Acosado por todas partes el expresidente de los argentinos escribió en El Nacional del 19 de julio de 1878: “En el Archivo de Buenos Aires existen millares de piezas en que se declara, como cosa corriente y sabida, que el Estrecho pertenece al virreinato de Buenos Aires… En presencia de tales documentos –confiesa- no hay cuestión posible, pues ha desaparecido toda duda”.
      Pero, entonces, ¿Porqué jamás quiso reconocer su error y su traición? ¿Porqué no elogió el patriotismo de Rosas y de Arana: excomulgados hasta hoy del santoral patrio, que prefiere venerar a un impostor? ¿Porqué no ayudó a Piedrabuena en su intento patriótico para evitar la penetración chilena?
      Su arrepentimiento es tardío porque tales tierras jamás volverán a ser nuestras; y causa grima porque en su orgullo mezcla  el embuste con la terquedad –como veremos enseguida- imitando a Simón en casa de Caifás cuando decía: “No sé de qué me habláis. Jamás vi a tal hombre. No lo conozco”. Pero al instante cacareó La Crónica y  cantó El Progreso.
      En ese mismo artículo de El Nacional vuelve a las andadas, pues no quiere dar su brazo a torcer:: “Chile –dice- podía establecer una colonia., España se lo reconoció en 1846… Si hubiera sido un error de mi juventud merecería el perdón por el bien que posteriormente hice al país; si error hubiera, que no lo hubo”… El Estrecho es inútil, la Patagonia inhospitalaria, la distancia enorme. ¿A qué vendría obstinarse en llevar adelante una ocupación nominal?
      Su arrepentimiento no es sincero. Se ve a las claras. Porque, a pesar de que por momentos, parece rectificarse, inmediatamente recae en sus prístinos errores y traiciones juveniles  de 1842 y 1849, ciando afirmaba que toda la Patagonia pertenecía a Chile, o por lo menos hasta el río Santa Cruz.
      Félix Frías tuvo que enrostrárselo en el recinto mismo del Senado Nacional en estos términos: “Sarmiento, al fin de sus años, vuelve  a sus primeros amores chilenos, cuando tuvo la liviandad de sostener con suma ligereza en la prensa de Santiago que el Estrecho de Magallanes no era argentino”.
      Lo mismo le echará en cara el diputado Pedro Goyena en 1883: “Sarmiento, asalariado por Chile, sostuvo que las tierras australes de la República Argentina pertenecían al que arrojaba la moneda a su rostro de escritor venal”.
      Sarmiento, entonces, contestará en El Nacional del 6 de octubre de 1879, con un ataque injurioso al gran patriota y ferviente católico, Félix Frías, que defendía a todo trance  nuestros derechos sobre la Patagonia: “Los más imbuidos del dogma  del cristianismo –dice- son los más tercos y los más rencorosos… (Frías) se mantiene en su rencoroso patriotismo por un despunte de tierras estériles”.

      SENTENCIADO A MUERTE.- Cuando Sarmiento fue, en 1845, a visitar a San Martín creyó que el Libertador lo apoyaría  en sus apreciaciones sobre la política de Rosas; pero quien fue por lana salió esquilado.
     ¿Qué le respondió San Martín? “Sobre todo tiene para mí en su favor el general Rosas –le dijo- que ha sabido defender con energía y en toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después del combate de Obligado, tentado estuve de mandarle la espada con que contribuí a fundar la independencia americana por aquel acto de entereza en que, con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra anglofrancesa que los argentinos saben siempre defender su independencia”.
      En carta del 10 de mayo de 1846 escribía San Martín a Rosas en confirmación de estas palabras: “Su obra en defensa de la patria es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. Y el 2 de noviembre de 1848 añadía: “Mi respetado general y amigo: Sus triunfos son un gran consuelo a mi achacosa vejez… Jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante, presidiendo usted sus destinos… Por tales acontecimientos reciba usted y nuestra patria mis más sinceras enhorabuenas”.
      Mientras el Héroe de los Andes proclamaba como ideal de toda su vida la independencia nacional a toda costa, Sarmiento, y sus parciales disentían con el fundador de la patria. Prefería, como ellos, unirse al extranjero, desmembrar la nación y depender de Inglaterra, Estados Unidos y de Francia con tal de gozar, a lo francés o a lo yanqui, de comodidad, de riqueza, de bienestar material y de discutible civilización.
      Para tal ralea de pseudo próceres Moreno, en el famoso decreto de la Primera Junta del 6 de diciembre de 1810, había dictado ya la sentencia de muerte: “Ningún habitante ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su país. Quien ataca los derechos de la Patria debe perecer en el cadalso”.
      Años después el Gran Capitán , don José de San Martín, confirmaba la sentencia  cuando escribió  el 10 de julio de 1839: “Lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria… Una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.+

BILIOGRAFÍA PRINCIPAL.-

1.- Obras Completas de Sarmiento. Editorial Luz del Día, Buenos Aires, 1948/1956. Tomos VI, XXXII, XXXV, XLI (pássim).
2.- Vida de Sarmiento, Manuel Gálvez, Editorial Tor, 3º edición, Buenos Aires, 1957; p. 85/9, 140/8, 345, 395/ 418..
3.-  Unión Nacional, Ricardo Font Ezcurra, 3º ed. Buenos Aires, 1941.
4.- El Progreso y La Crónica: transcripción autenticada de Ernesto Galliano del 21 de agosto de 1937. (Colección de 1842 y 1849).
5.- La Nación y El Nacional. Museo Mitre. (Biblioteca Nacional).
6.- Un decenio de la Historia de Chile, Diego Barros Arana, tomo 1, p.365.
7.- Pequeña Historia Patagónica, Armando Braum Menéndez, Editorial Emecé, Buenos Aires, 3º ed. 1959, p. 227 (Memorándum de Piedrabuena).
8.- Pastor D. Obligado, en La Nación, del 9 de julio de1894.
9.- Gazeta de Buenos Aires, del 8 de diciembre de 1810.
10.-Correspondencia, de San Martín (1823/1850).
11.-La Patagonia, José Miguel Irarrazábal Larráin, capítulo: Sarmiento y sus variaciones.
     

      

No hay comentarios:

Publicar un comentario