Sarmiento y la Patagonia
PUBLICO ESTE FOLLETO,
QUE CIRCULÓ HACE UNAS CUANTAS DÉCADAS,
DEBIDO A QUE AÚN SUBSISTE LA IGNORANCIA
POPULAR HISTÓRICA
SOBRE LA VIDA Y
OBRAS DEL QUE RENEGÓ DE DIOS Y LA PATRIA.
S
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armiento –el hombre
del homenaje- debe ser previamente conocido por todos los argentinos para poder
luego juzgar si vale la pena honrarle oficialmente en le sesquicentenario de su
nacimiento.
Porque no debemos prestarnos a tributar
loas inconsideradas a cuanto hombre público apareció en el escenario nacional
durante la repartija que siguió a Caseros sin apreciar antes debidamente su
valoración histórica en beneficio real del país.
Si no obramos así nos exponemos, con
nuestra desaprensiva actitud, a pronunciar tácitamente un juicio aprobatorio de
su actuación en bloque, que pudo ser, por momentos desquiciadora para la
nación.
Hay pseudo próceres que sólo merecen el
repudio unánime de sus conciudadanos; no ciertamente por lo bueno que hicieron
y dijeron, lo cual desde luego lo aprobamos y a su tiempo lo señalaremos (pues
no desconocemos los aciertos y hasta las buenas intenciones que pudieron
tener), ni por sus personas, dignas de nuestro respeto y objeto primario de la
caridad cristiana; sino precisamente por todo lo malo, equívoco y tendencioso
que dijeron e hicieron, y de lo cual no
se retractaron.
Por esta sola razón, que todo lo afea y
lo corrompe todo, son execrables; cabalmente por ser hombres públicos de
gravitación nacional, considerados históricamente como paradigmas de la
argentinidad.
Resultan, en consecuencia, personajes
funestos para la formación espiritual de las jóvenes generaciones, que siempre
deberán contemplar en los próceres –dignos de tal nombre- modelos que imitar,
ya sea en sus virtudes ciudadanas como también en el noble arrepentimiento de
sus extravíos.
Si no mediare esta última circunstancia
–que honra toda una vida- se correrá el riesgo de desviar la conciencia nacional por caminos
antipatrióticos, que conducirían irremediablemente a la negación de todos los
valores que nos enorgullecen como argentinos.
Además, debemos precavernos contra la insinceridad
de ciertos homenajes que sólo se realizan en honor de determinados
próceres con el fin premeditado de exaltar los aspecto heterodoxos de su
pensamiento y de su conducta, desestimando deliberadamente lo que aportaron de
auténticamente constructivo par la nacionalidad.
Lamentablemente todo esto se ejecuta con
exclusión de otros próceres, condenados a vivir eternamente anónimos para los
argentinos en los homenajes oficiales, y que merecen, como los demás, y a veces
más que algunos de ellos, nuestro recuerdo y agradecimiento por las grandes
obras que hicieron y por los luminosos ejemplos de virtudes que nos legaron.
En
la primera hora de nuestra historia los próceres de la patria inmolaron su vida
en los campos de batalla para guardar
incólume el patrimonio nacional, y los
que declararon la independencia jurando defender nuestra libertad y la
soberanía del territorio patrio “con sus vidas, haberes y fama”.
Veamos entonces como obró Sarmiento,
siguiendo las huellas de los héroes de Mayo y de Julio; porque esta será la
piedra de toque que nos permitirá reconocer en el compatriota ilustre que
merezca o no el homenaje de los argentinos.
SENSACIONAL
DESCUBRIMIENTO.-
Cuando el gobierno argentino, por intermedio de Rosas y su ministro
Arana, elevó su formal protesta al gobierno de Chile por el atropello
perpetrado en las tierras australes, escribía Sarmiento en su periódico La
Crónica , el 5 de agosto de 1849: “Todos mis esfuerzos de
contracción se circunscribieron al asunto (sobre las ventajas para Chile de
ocupar el Estrecho de Magallanes y fundar allí una población), y una vez seguro
de que la tentativa era posible, inicié la redacción de El Progreso (en 1842) con una serie de estudios que hoy, después de
ocho años, no son del todo estériles”.
Reconoce más adelante “haber inducido y
aconsejado con singular tesón al gobierno de Chile a dar aquel paso”; y
defiende luego “la colonia, a cuya fundación –dice- había yo contribuido con
mis escritos”.
Estas referencias se relacionaron con los
ocho artículos que publicó en aquel periódico, desde el 11 hasta el 28 de
noviembre de 1842, y que casualmente no se encuentran en ninguna de las
ediciones de sus Obras Completas,
pero que pueden leerse en la transcripción del abogado secretario de la Dirección General
de Bibliotecas, Archivos y Museos de Santiago de Chile, publicada por el autor
de Unión Nacional.
El 22 de noviembre de 1942 afirmaba:
“Creemos haber dicho hasta ahora lo suficiente para hacer sensible la necesidad
absoluta en que nos hallamos de tomar medidas oportunas para asegurarnos lo que
podría pasar a otras manos”.
Y como no daba puntada sin nudo, ya había
sugerido en El Progreso el 15 de
noviembre: “En recompensa de nuestros esfuerzos nos prometemos ser nombrados
diputados, cuanto menos a alguna
legislatura por la provincia de Magallanes, cuyos principios y población
habremos favorecido tanto”.
He aquí la primera cuota del precio de la
traición.
Finalmente el 28 de noviembre de 1842
incitaba al gobierno de Chile a decidirse ya; pues “esta habilitación del Estrecho –decía- ha de
acarrearnos inmensas ventajas y nos asegurará un porvenir colosal. ¿Quedan
acaso dudas, después de todo lo que hemos dicho sobre la posibilidad de hacer
segura la navegación del Estrecho y establecer allí poblaciones chilenas? Pero
¿qué se haría para aclararlas o desvanecerlas? ¿Permanecer en la inacción meses
y meses? Nada sería dar el primer paso. Para Chile basta en el asunto de que tratamos decir: ¡Quiero!, y el
Estrecho de Magallanes se convertirá en un foco de comercio y de civilización…
Creemos haber tocado cuanto estaba a nuestro alcance para la prosperidad del
país y su futuro engrandecimiento”
Hecho el sensacional descubrimiento: que
casi toda la Patagonia
argentina pertenecía a Chile, y habiendo iniciado Sarmiento en 1842 una tenaz
campaña para que aquel país ocupara ese territorio, era lógico que el gobierno
de Chile se decidiera finalmente a proceder según sus consejos, y organizara la
expedición que partió el 21 de mayo de 1843 y ocupó, en nombre de Chile, el 21
de septiembre de ese año, aquellas tierras que la Argentina consideró
siempre suyas.
El historiador chileno Diego Barros Arana
expresó una gran verdad cuando escribió
en su texto de historia: “La ocupación de Magallanes había sido pedida muchas
veces por la prensa”.
EL RENEGADO.- En esos
mismos días Sarmiento había renegado de su patria. Era natural que trabajara
para hacerse méritos ante la nueva patria adoptiva.
En efecto. El 11 de enero de 1843
declaraba en el Heraldo Argentino: “Los argentinos residentes en Chile pierden
desde hoy su nacionalidad. (Determinación tomada por despecho al producirse la
derrota unitaria de Arroyo Grande). Los que no se resignan a volver a la Argentina deben
considerarse chilenos desde ahora. Chile puede ser en adelante
nuestra patria querida. Todo será para desde hoy para Chile, pues el
americano se halla en todas partes en su misma patria. Debemos vivir solamente
para Chile, y en esa nueva afección deben ahogarse las antiguas afecciones
nacionales”.
Sarmiento reclamó para sí la divisa de
Pacuvio: “Ubi bene, ibi patria” (donde estoy cómodo esa es mi patria). Así
piensan también los egoístas que profesan el individualismo liberal y masónico,
y los anarquistas y marxistas del comunismo y socialismo: enemigos declarados
del verdadero patriotismo.
Cuando intentó tomar la carta de
ciudadanía chilena se interpuso su compañero Juan Bautista Alberdi que,
mientras Sarmiento renegaba de su patria, rehusó mancharse con tal ignominia; y
escribió entonces esas patrióticas palabras: “Hoy más que nunca el que ha
nacido en el hermoso país situado entre la Cordillera de los Andes
y el Río de la Plata
tiene el derecho de exclamar con orgullo: soy argentino”.
Cuarenta años más tarde, en un banquete
en Santiago de Chile, recordará Sarmiento su renuncia a la nacionalidad argentina al afirmar en el brindis del 5 de
abril de 1884: “Fui chileno, señores, os consta a todos”. Esta misma
declaración la repetirá en ministro de Chile en la Argentina en el acto de
inauguración de la estatua de Sarmiento en Palermo el 25 de mayo de 1900: “Yo
soy declarado por unanimidad bueno y leal chileno –dijo Sarmiento- ¿Ay del que
persista en llamarme extranjero!”.
Así afirmaba –dice Manuel Gálvez- la
pérdida para su patria de territorios de formidable valor estratégico: una de
las grandes rutas del mundo.
Y continúa Sarmiento: “Un territorio limítrofe
pertenecía a aquel de dos estados a quien aproveche su ocupación sin dañar ni
menoscabar los intereses del otro… Para Buenos Aires es una posesión inútil.
¿Qué haría el gobierno de Buenos Aires con el Estrecho de Magallanes; país
remoto, frígido, inhospedable? ¿Y para qué? ¡Que pueble el Chaco y el sur hasta
el Colorado y el Negro y deje el Estrecho a quien lo posee con provecho!...
Magallanes, por lo tanto, pertenece a Chile por el principio de conveniencia
propia sin daño de tercero”.
Y no sólo el Estrecho, sino toda la Patagonia correspondería
a Chile según Sarmiento, pues agrega a renglón seguido: “Quedaría por saber aún
si el título de erección del Virreinato de Buenos Aires expresa que las tierras al sur de Mendoza entraron en
su demarcación; que, a no serlo, Chile pudiera reclamar todo el territorio que
media entre Magallanes y las Provincias de Cuyo”.
De esta manera, mientras la
Argentina protestaba contra el injusto agresor de la
patria, y en el Litoral se desangraban sus hijos ante la prepotencia del
imperialismo anglo-francés, Sarmiento –aprovechando la angustia nacional-
alentaba al invasor para avanzar impunemente en sus posesiones; ocupando no
sólo el Estrecho sino toda la
Tierra del Fuego y la Patagonia hasta La Pampa y el límite con
Mendoza.
Al aparecer en La
Crónica un nuevo artículo, el 29 de abril de 1849, sus
amigos de Buenos Aires se lo criticaron acerbamente, y Bernardo de Irigoyen,
desde Mendoza lo trató de “traidor a la patria”.
Él respondió entonces: “Traten antes de
reconquistar sus propias casa amenazadas por los salvajes” y luego preocúpense
por conquistar lejanas tierras que son “sin provecho próximo ni futuro”. Luego
añadió: “En los mapas de Europa la
Patagonia figura como
tierra no ocupada. Y ponen los límites a la República Argentina
el río Negro al Sur, demarcando separadamente la Patagonia como país
distinto… En 1842 insistimos para que Chile colonizase aquel punto. Entonces
como ahora tuvimos la convicción de que aquel territorio era útil a Chile e
inútil a la
República Argentina ; y no sabemos si sería obra de caridad
arrebatar el terreno, para poblarlo, a un gobierno como el argentino que no es
capaz de conservar poblado el que le dejó sometido y pacífico la España ”.
Más tarde, como presidente, despotricará
contra “esos chilenos guapetones” a quien se les fue la mano en sus pretensiones.
Pero ¿quién los azuzó para avanzar en la conquista de la tierra que, según él,
no pertenecía a nadie?
ABOGADO DE UN
GOBIERNO EXTRANJERO: Para que no quedasen dudas sobre lo que Sarmiento llama “derechos de
Chile” resumió todos los antecedentes del asunto en La
Crónica del 4 de agosto de 1849 para sacar luego la
siguiente conclusión: “No me ocurre en mi simplicidad de espíritu cómo se
atreve el gobierno de Buenos Aires, en vista de estas demostraciones, a
sostener ni mentar siquiera sus derechos al estrecho de Magallanes; si bien sé
que una vez que toma el freno no suele
largarlo si no le rompen las quijadas a golpes. Pero, para Chile, para los
argentinos y para mí [¡qué! ¿no era argentino?] bástenos la seguridad de que ni
sombra ni pretexto de controversia le queda con los documentos y razones que
dejo colacionado”.
El patriotismo de los argentinos resulta ser para Sarmiento un simple problema
de tozudez equina..
En Recuerdos
de Provincia –primera edición de 1850- se gloriará de su gran hazaña
patriótica manifestando que: “La ocupación de Magallanes ha salido de los
trabajos de El Progreso; como la
reivindicación de los títulos de
posesión de Chile salió después de las investigaciones de La
Crónica ”.
Y
el 6 de octubre presentaba las pruebas de su acusación y reproducía el artículo
de La Crónica encabezándolo con estas palabras:
“Sarmiento ha sido abogado de un gobierno extranjero contra su propio país. Él
ha sugerido, ha probado y ha hecho
triunfar la idea de hacer
despojar a la República
Argentina de su territorio. Él inició en la prensa la tarea
de probar que no pertenecían a la República Argentina
sino a Chile los territorios de la
Patagonia ”.
Sus amigos, entonces, salen por su defensa desde las columnas de El Nacional, afirmando que lo hizo para atacar a Rosas. Pero La
Nación les contesta: “El aconsejar a los gobiernos
extranjeros que le arrebaten sus territorios ¿es atacar a Rosas o a la República Argentina ?
¿Son acaso de Rosas las tierras magallánicas o de la República Argentina ?.
SARMIENTO
PRESIDENTE.- Cuando en 1873, al fin de su presidencia, se renovó entre los dos
países la querella diplomática sobre los derechos a tales tierras, Sarmiento
dijo que era una pretensión torpe querer
basarse en aquellos artículos de joven emigrado: y en tal sentido le escribe
al ministro plenipotenciario argentino en Chile, Félix Frías, el 20 de
mayo de ese año: “ Los escritos anónimos
de un diario chileno que se proponían hacer útiles y cuya redacción se
atribuye a un joven emigrado argentino , hoy presidente de esta república (no
pueden utilizarse) para comprometerlo (en su cargo, no se debe) suponer que el
jefe de un Estado lo liguen ideas que pertenecieron a otro país… Es verdad que un
diario sostuvo estas ideas, pero ellas no llevan nombre de autor. Yo, López
(Vicente) Fidel y Vial redactábamos el diario. Eran anónimos los artículos y no
pueden citarse como doctrina de autor aquellos que no llevan su nombre. Todo
argumento sacado de allí contra mí es simplemente contra un diario chileno”.
Luego, en su ingenua cobardía, le ruega
que no muestre a nadie la carta, y
termina suplicándole que por favor lo defienda de sus enemigos.
Sarmiento se olvidó añadir que él siempre
reconoció estos artículos como suyos, que los reprodujo varias veces con suma
fruición sin negarles su paternidad, y que les agregó otros nuevos
argumentos para demostrar mejor los derechos
de Chile.
Además, al principio de su presidencia,
en 1868, el comandante Luis Piedrabuena –paladín de la causa argentina en las
regiones australes e incansable, como Félix Frías, en su patriótica actitud- se
había presentado a Sarmiento
expresándole sus intenciones de ocupar las costas magallánicas, aprovechando su
amistad con los indígenas, y recuperar para la nación lo que por consejo del actual presidente argentino
se había perdido en mala hora. ¿Qué le contestó Sarmiento? La respuesta se
halla consignada en las Memorias del
Teniente coronel de la Armada Argentina
dictadas a su hijo el 13 de enero de 1872; “Sarmiento me dijo que no teníamos
marina, que éramos pobres, que ese territorio era un desierto, y más bien les
convenía a los chilenos por ser el paso para el Pacífico. Que si poblaba con la
guardia proyectada, los guardias nacionales tendrían que vivir como perros y
gatos con los chilenos; y por último, que no había gente para darme”.
A pesar de tan desabrida y desalentadora
respuesta el intrépido capitán llegó por sus propios medios a Punta Arenas en
1869, pero nada se pudo hacer oficialmente por no contar con la ayuda de un
gobierno que, por otra parte, gastaba millones en guerras fraticidas –contra el
Chaco, el Paraguay y López Jordán-. Con respecto a la Marina el mismo Sarmiento
diría el 7 de junio de 1879 desde El
Nacional: “Las costas del sur no valdrán nunca la pena de crear para ellas
una marina. Líbrenos Dios de ello, y guardémonos nosotros de intentarlo”.
EL
EXPRESIDENTE SARMIENTO.- Para corroborar la persistencia de su posición ideológica afirmará en
el discurso sobre Darwin pronunciado el 30 de mayo de 1881: “Nunca me mostré muy
celoso de nuestras posesiones australes porque no las creía dignas de quemar un barril de pólvora en su defensa”
Igual despreocupación había manifestado
en El Progreso del 28 de noviembre
de 1842 con respecto a las islas Malvinas : “La Inglaterra –dice- se
estaciona en las Malvinas para ventilar después el derecho que para ello tenga… seamos francos: esta
invasión es útil a la civilización y al progreso”.
Con tal antecedente de usurpación
pretendía cohonestar la invasión chilena en territorio argentino.
Sobre este atropello británico reconocen
los admiradores de Sarmiento que existe justo motivo de permanente indignación; pero sobre el otro,
calla la historia oficial, pues el principal instigador y causante fue
Sarmiento.
Acertado estuvo el escritor chileno José
Miguel Irarrazábal Larráin cuando apellidó a Sarmiento: El antiguo campeón de
los derechos de Chile a la región de Magallanes”, porque, a la verdad, no le
faltaron razones para afirmarlo.
Acosado por todas partes el expresidente
de los argentinos escribió en El
Nacional del 19 de julio de 1878: “En el Archivo de Buenos Aires existen
millares de piezas en que se declara, como cosa corriente y sabida, que el
Estrecho pertenece al virreinato de Buenos Aires… En presencia de tales
documentos –confiesa- no hay cuestión posible, pues ha desaparecido toda duda”.
Pero, entonces, ¿Porqué jamás quiso
reconocer su error y su traición? ¿Porqué no elogió el patriotismo de Rosas y
de Arana: excomulgados hasta hoy del santoral patrio, que prefiere venerar a un
impostor? ¿Porqué no ayudó a Piedrabuena en su intento patriótico para evitar
la penetración chilena?
Su arrepentimiento es tardío porque tales
tierras jamás volverán a ser nuestras; y causa grima porque en su orgullo
mezcla el embuste con la terquedad –como
veremos enseguida- imitando a Simón en casa de Caifás cuando decía: “No sé de
qué me habláis. Jamás vi a tal hombre. No lo conozco”. Pero al instante cacareó
La Crónica y
cantó El Progreso.
En ese mismo artículo de El
Nacional vuelve a las andadas, pues no quiere dar su brazo a torcer::
“Chile –dice- podía establecer una colonia., España se lo reconoció en 1846… Si
hubiera sido un error de mi juventud merecería el perdón por el bien que
posteriormente hice al país; si error hubiera, que no lo hubo”… El Estrecho es
inútil, la Patagonia
inhospitalaria, la distancia enorme. ¿A qué vendría obstinarse en llevar
adelante una ocupación nominal?
Su arrepentimiento no es sincero. Se ve a
las claras. Porque, a pesar de que por momentos, parece rectificarse,
inmediatamente recae en sus prístinos errores y traiciones juveniles de 1842 y 1849, ciando afirmaba que toda la Patagonia pertenecía a
Chile, o por lo menos hasta el río Santa Cruz.
Félix Frías tuvo que enrostrárselo en el
recinto mismo del Senado Nacional en estos términos: “Sarmiento, al fin de sus
años, vuelve a sus primeros amores
chilenos, cuando tuvo la liviandad de sostener con suma ligereza en la prensa
de Santiago que el Estrecho de Magallanes no era argentino”.
Lo mismo le echará en cara el diputado
Pedro Goyena en 1883: “Sarmiento, asalariado por Chile, sostuvo que las tierras
australes de la
República Argentina pertenecían al que arrojaba la moneda a
su rostro de escritor venal”.
Sarmiento, entonces, contestará en El Nacional del 6 de octubre de 1879,
con un ataque injurioso al gran patriota y ferviente católico, Félix Frías, que
defendía a todo trance nuestros derechos
sobre la Patagonia :
“Los más imbuidos del dogma del
cristianismo –dice- son los más tercos y los más rencorosos… (Frías) se
mantiene en su rencoroso patriotismo por un despunte de tierras estériles”.
SENTENCIADO A
MUERTE.- Cuando Sarmiento fue, en 1845, a visitar a San
Martín creyó que el Libertador lo apoyaría
en sus apreciaciones sobre la política de Rosas; pero quien fue por lana
salió esquilado.
¿Qué le respondió San Martín? “Sobre todo
tiene para mí en su favor el general Rosas –le dijo- que ha sabido defender con
energía y en toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después del combate
de Obligado, tentado estuve de mandarle la espada con que contribuí a fundar la
independencia americana por aquel acto de entereza en que, con cuatro cañones,
hizo conocer a la escuadra anglofrancesa que los argentinos saben siempre
defender su independencia”.
En carta del 10 de mayo de 1846 escribía
San Martín a Rosas en confirmación de estas palabras: “Su obra en defensa de la
patria es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España ”. Y el 2 de
noviembre de 1848 añadía: “Mi respetado general y amigo: Sus triunfos son un
gran consuelo a mi achacosa vejez… Jamás he dudado que nuestra patria tuviese
que avergonzarse de ninguna concesión humillante, presidiendo usted sus
destinos… Por tales acontecimientos reciba usted y nuestra patria mis más
sinceras enhorabuenas”.
Mientras el Héroe de los Andes proclamaba
como ideal de toda su vida la independencia nacional a toda costa, Sarmiento, y
sus parciales disentían con el fundador de la patria. Prefería, como ellos,
unirse al extranjero, desmembrar la nación y depender de Inglaterra, Estados
Unidos y de Francia con tal de gozar, a lo francés o a lo yanqui, de comodidad,
de riqueza, de bienestar material y de discutible civilización.
Para tal ralea de pseudo próceres Moreno,
en el famoso decreto de la Primera Junta
del 6 de diciembre de 1810, había dictado ya la sentencia de muerte: “Ningún
habitante ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su
país. Quien ataca los derechos de la
Patria debe perecer en el cadalso”.
Años después el Gran Capitán , don José
de San Martín, confirmaba la sentencia
cuando escribió el 10 de julio de
1839: “Lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno
espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria… Una tal
felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.+
BILIOGRAFÍA PRINCIPAL.-
1.- Obras Completas de Sarmiento. Editorial
Luz del Día, Buenos Aires, 1948/1956. Tomos VI, XXXII, XXXV, XLI (pássim).
2.- Vida de Sarmiento, Manuel Gálvez,
Editorial Tor, 3º edición, Buenos Aires, 1957; p. 85/9, 140/8, 345, 395/ 418..
3.- Unión
Nacional, Ricardo Font Ezcurra, 3º ed. Buenos Aires, 1941.
4.- El Progreso y La Crónica :
transcripción autenticada de Ernesto Galliano del 21 de agosto de 1937.
(Colección de 1842 y 1849).
5.- La Nación
y El Nacional. Museo Mitre.
(Biblioteca Nacional).
6.- Un decenio de la Historia de Chile,
Diego Barros Arana, tomo 1, p.365.
7.- Pequeña Historia Patagónica, Armando
Braum Menéndez, Editorial Emecé, Buenos Aires, 3º ed. 1959, p. 227 (Memorándum
de Piedrabuena).
8.- Pastor D. Obligado, en La Nación , del 9 de julio
de1894.
9.- Gazeta de Buenos Aires, del
8 de diciembre de 1810.
10.-Correspondencia, de San Martín
(1823/1850).
11.-La
Patagonia , José Miguel Irarrazábal Larráin, capítulo: Sarmiento y sus variaciones.
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