TRATANDO
DE LIMPIAR LA BASURA DE LA HISTORIA
ESCRITA “A LA BARTOLA”
Replicando una infame conferencia de M. Vedia y Mitre, el
señor Alfredo Ortiz de Rosas, bisnieto
del prócer de la argentinidad, dictó una excelente titulada: “Rosas y el odio
mitrista”, en la cual refuta claramente
los bajos, insolentes e infundados agravios contra el Restaurador, quedando al
descubierto la bajeza moral de esos figurones
logistas, sectarios y desvergonzados,
flor y nata de la “Historia oficial” liberal, escrita “a la bartola”. Inclusive la escrita por el revisionismo apócrifo, marxista o peronista. Y así desfilan en esta
historia bastarda, la alevosía de: B. González Arrili, S. María del Carril,
Gutierrez, Rivera Indarte, la exaltación indigna de M. Vedia y Mitre, M.
Pelliza, Ángel J. Carranza, E. Seguí, …
Todos respaldándose en el más descarado historiador, falsificador
bartolero, asesino y ladrón:
Bartolomé
Mitre.
Publicada en
la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de
Rosas, Nº 11, de marzo/abril de 1943. Debido
a su extensión, reproduzco, a continuación,
sólo algunos párrafos, suficientemente elocuentes, que animan a leerla
íntegramente.
Rosas y el odio
mitrista.
Rosas es un hombre a quien le tocó
desempeñar su papel después de un mito y antes de otro. Para que Rosas pueda
tener jueces en su Patria, es preciso que Rivadavia y Mitre recobren su
naturaleza de seres mortales y falibles.
[Carlos Pereyra].
[…] Los adversarios de Rosas, los
unitarios de entonces, que ahora se llaman mitristas o pseudo-mitristas, luchaban por otra cosa:
“la libertad”, palabra engañosa que ha servido para encubrir muchas
iniquidades; y luchaban a costa, precisamente, de la independencia, de la
soberanía y del honor de la Nación, valores estos que, con criminal
inconciencia, hicieron peligrar porque para ellos nada valían mientras se
salvaran los principios.
¿Qué principios? No otros que los que les
permitieron conseguir lo que han conseguido; también lo dijo Alberdi al
comparar su acción con la de Rosas: “sus
pobres sucesores -sostuvo- que sólo
han brillado en el talento bufón de
ganar su rango y su pan”.
En el caso de
los unitarios la pasión no tiene el mismo significado porque no la encendía el
fuego que animara a la de Rosas; el bien indiscutido de la Patria. La pasión de
sus enemigos no fue ni cristiana ni
patriótica; para ellos la pasión encubría un empeño desmedido por satisfacer
ambiciones de predominio y de riqueza, aunque se le envolviera con nobles
palabras, siguiendo los consejos de Salvador María del Carril.
[…]He dicho
que Mitre era uruguayo por consanguinidad de varias generaciones.
[…] ¿POR QUE
EL ODIO MITRISTA?
Aquí, y casi
al término de mi exposición, séame permitido plantear un interrogante: ¿Porqué
el odio implacable de Mitre a Rosas? ¿Porqué el de sus descendientes?
Mitre, como
queda demostrado, ni su familia, estuvo
radicado en nuestro país durante
los años del gobierno de Rosas.
Mitre no fue
emigrado ni proscripto.
Mitre no tuvo
parientes, ni arraigo en el país, ni en la sociedad argentina.
Mitre no luchó
jamás en las filas argentinas comandadas
por jefes argentinos, como lo fueron Paz y Lavalle.
Mitre sirvió
como uruguayo y como oficial uruguayo primero en los ejércitos de Oribe,
después con los de Rivera, del país independiente uruguayo, que luchaba por su
hegemonía en contra de la Argentina; y no por ideales argentinos.
Mitre, al ser
derrotado su jefe uruguayo Rivera, se pasa a Suárez, vencedor; pero vuelto al
poder el Pardejón, se ve obligado a
abandonar el Uruguay. Huye, entonces, y
en los barcos anglo-franceses que remontan el Paraná pretende unirse al general
Paz. La derrota de las escuadras extranjeras en Quebracho y Tonelero le obligan
a regresar, y al no poder hacerlo a Montevideo, se siente desligado de las
luchas del Río de la Plata y se retira a Bolivia y Chile, precisamente cuando
se agrava en su “patria” la guerra internacional por la acción conjunta de Francia
e Inglaterra.
Mitre,
ausente, aparece recién en Caseros como oficial uruguayo y de la mano de los
brasileros; pero hasta entonces su acción contra Rosas no ha alcanzado
celebridad porque no obraba como jefe ni
como caudillo, sino como simple subalterno.
Mitre, hasta
entonces no ha ejercitado contra Rosas su arma plumífera, se ha dedicado a
hacer malos versos y a escribir ensayos.
Mitre, después
de Caseros no ataca a Rosas, sino a Urquiza. El dictador podrá ser el pretexto,
pero destruir al general entrerriano es el objetivo fundamental. “Usemos de
Urquiza para librarnos de Rosas; pero caído éste, nos será fácil librarnos del
vencedor”. Es el credo liberal. (Tomo V, pág. 108, Alberdi).
Mitre descarga
su fobia rosista después que adquiere predominio en Buenos Aires, y recién entonces Rosas le
sirve de escudo.
Mitre es el
hombre que tenía menos agravios contra Rosas, pues no tenía ninguno. Siendo
niño, Rosas le salvo la vida.
En estas
condiciones podría decirse, que Rosas a Mitre no le hizo ningún daño y si mucho
bien. Nunca le atacó porque le fue totalmente desconocido como hombre de acción
dirigente, pues no lo era entonces. En cambio, al venir al país sirviéndose del
nombre de Rosas, hizo política, habló y escribió más que luchó, se sirve de su
nombre para exaltar a los enemigos y a los que traicionan la amistad del
dictador y sirviéndose de forajidos uruguayos y de los dineros del tesoro
público, se encumbra y llega a la más alta posición que un argentino puede
aspirar, y por añadidura se le viste de “prócer”. ¿Qué más se puede pedir? ¿De
no haber existido Rosas hubiera llegado a tanto? Con toda seguridad que no.
Pero si tal
cosa le ha acontecido a Mitre personalmente con el dictador, no menos
favorecido lo fue con sus familiares.
GERVASIO ORTIZ
DE ROSAS, PATERNAL PROTECTOR DE MITRE.
Don Gervasio
Ortiz de Rosas fue un verdadero protector de Mitre. Hombre joven, vigoroso, de
ideas liberales, acaudalado por ser uno de los estancieros más ricos del Sur,
que no admitía sin protesta la influencia superior de su hermano el dictador,
de carácter seco y a veces áspero por su naturaleza enérgica, fue, sin embargo un buen
amigo de la casa de doña Josefa, como lo fue del hogar de Mitre, y paternal con
el niño Bartolito.
A los treinta
años, soltero, independiente, se echa encima la molesta tarea reencaminar al
niño Mitre tratando de hacer de él “un hombrecito”. Le lleva consigo al campo,
le enseña las prácticas corrientes de la vida de estancia, no como preceptor,
que sería estúpido afirmarlo, sino paternalmente, con bondad, que en el seco
“Cardo” constituye una excepción en su trato habitual.
Don
Gervasio era hombre de alguna cultura,
mayor que la corriente en la época. Posee una buena biblioteca; es allí donde Mitre inicia sus lecturas. Un
escritor, aparentemente unitario, dice que en vez de dedicarse a las tareas del
campo, el niño Mitre daba preferencia a la lectura de los libros que esta
oportunidad puso a su alcance.
Pues bien,
cuando Mitre llega a hombre, olvida a su benefactor, al amigo de su hogar, y en
el curso de toda su vida no exterioriza, que yo conozca, una sola palabr4a de
recuerdo o de agradecimiento por don Gervasio Ortiz de Rosas.
[…] Es un
descendiente del general Bartolomé Mitre quien reedita las leyendas olvidadas
por los verdaderos historiógrafos y sólo recordadas por aquellos, que, sin más
miras que el odio de familia y la pasión, bregan todavía con pertinaz empeño por
hacer creer que Rosas es un personaje definitivamente juzgado y que bastan los “atroces
crímenes”, imputados por ellos mismos, para que su nombre se borre de un período
de más de treinta años en que su personalidad se destaca con rasgos
extraordinarios.
Y no ha estado
errado el conferencista. Mitre es el verdadero culpable de ese odio implacable
a Rosas y es él el verdadero causante de que la comunidad argentina tenga todavía
que discutir a diario sobre los hombres, los hechos y las cosas de ese pasado
histórico. Mitre y Rivadavia son la barrera que perturba y altera toda la
verdad argentina. […].
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