miércoles, 12 de julio de 2017


TRATANDO DE LIMPIAR LA BASURA  DE LA HISTORIA ESCRITA “A LA BARTOLA”
Replicando una  infame conferencia de M. Vedia y Mitre, el señor Alfredo Ortiz de Rosas,  bisnieto del prócer de la argentinidad, dictó una excelente titulada: “Rosas y el odio mitrista”, en la cual refuta  claramente los bajos, insolentes e infundados agravios contra el Restaurador, quedando al descubierto  la bajeza moral de esos figurones logistas, sectarios y desvergonzados,  flor y nata de la “Historia oficial” liberal, escrita “a la bartola”. Inclusive  la escrita por el revisionismo apócrifo,  marxista o peronista. Y así desfilan en esta historia bastarda, la alevosía de: B. González Arrili, S. María del Carril, Gutierrez, Rivera Indarte, la exaltación indigna de M. Vedia y Mitre, M. Pelliza, Ángel J. Carranza, E. Seguí, …
 Todos respaldándose en  el más descarado historiador, falsificador bartolero, asesino y ladrón: 
Bartolomé Mitre.
Publicada en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas,  Nº 11, de marzo/abril de 1943. Debido a su extensión, reproduzco, a continuación,  sólo algunos párrafos, suficientemente elocuentes, que animan a leerla íntegramente.

Rosas y el odio mitrista.
Rosas es un hombre a quien le tocó desempeñar su papel después de un mito y antes de otro. Para que Rosas pueda tener jueces en su Patria, es preciso que Rivadavia y Mitre recobren su naturaleza de seres mortales y falibles.
[Carlos Pereyra].

      […] Los adversarios de Rosas, los unitarios de entonces, que ahora se llaman mitristas  o pseudo-mitristas, luchaban por otra cosa: “la libertad”, palabra engañosa que ha servido para encubrir muchas iniquidades; y luchaban a costa, precisamente, de la independencia, de la soberanía y del honor de la Nación, valores estos que, con criminal inconciencia, hicieron peligrar porque para ellos nada valían mientras se salvaran los principios.
      ¿Qué principios? No otros que los que les permitieron conseguir lo que han conseguido; también lo dijo Alberdi al comparar su acción con la de Rosas: “sus pobres sucesores -sostuvo- que sólo han  brillado en el talento bufón de ganar su rango y su pan”.
En el caso de los unitarios la pasión no tiene el mismo significado porque no la encendía el fuego que animara a la de Rosas; el bien indiscutido de la Patria. La pasión de sus enemigos no fue ni cristiana  ni patriótica; para ellos la pasión encubría un empeño desmedido por satisfacer ambiciones de predominio y de riqueza, aunque se le envolviera con nobles palabras, siguiendo los consejos de Salvador María del Carril.

[…]He dicho que Mitre era uruguayo por consanguinidad de varias generaciones.

[…] ¿POR QUE EL ODIO MITRISTA?
Aquí, y casi al término de mi exposición, séame permitido plantear un interrogante: ¿Porqué el odio implacable de Mitre a Rosas? ¿Porqué el de sus descendientes?
Mitre, como queda demostrado, ni su familia, estuvo  radicado  en nuestro país durante los años del gobierno de Rosas.
Mitre no fue emigrado ni proscripto.
Mitre no tuvo parientes, ni arraigo en el país, ni en la sociedad argentina.
Mitre no luchó jamás en las filas argentinas comandadas  por jefes argentinos, como lo fueron Paz y Lavalle.


Mitre sirvió como uruguayo y como oficial uruguayo primero en los ejércitos de Oribe, después con los de Rivera, del país independiente uruguayo, que luchaba por su hegemonía en contra de la Argentina; y no por ideales argentinos.
Mitre, al ser derrotado su jefe uruguayo Rivera, se pasa a Suárez, vencedor; pero vuelto al poder el Pardejón, se ve obligado a abandonar el Uruguay. Huye, entonces,  y en los barcos anglo-franceses que remontan el Paraná pretende unirse al general Paz. La derrota de las escuadras extranjeras en Quebracho y Tonelero le obligan a regresar, y al no poder hacerlo a Montevideo, se siente desligado de las luchas del Río de la Plata y se retira a Bolivia y Chile, precisamente cuando se agrava en su “patria” la guerra internacional por la acción conjunta de Francia e Inglaterra.
Mitre, ausente, aparece recién en Caseros como oficial uruguayo y de la mano de los brasileros; pero hasta entonces su acción contra Rosas no ha alcanzado celebridad porque  no obraba como jefe ni como caudillo, sino como simple subalterno.
Mitre, hasta entonces no ha ejercitado contra Rosas su arma plumífera, se ha dedicado a hacer malos versos y a escribir ensayos.
Mitre, después de Caseros no ataca a Rosas, sino a Urquiza. El dictador podrá ser el pretexto, pero destruir al general entrerriano es el objetivo fundamental. “Usemos de Urquiza para librarnos de Rosas; pero caído éste, nos será fácil librarnos del vencedor”. Es el credo liberal. (Tomo V, pág. 108, Alberdi).
Mitre descarga su fobia rosista después que adquiere predominio  en Buenos Aires, y recién entonces Rosas le sirve de escudo.
Mitre es el hombre que tenía menos agravios contra Rosas, pues no tenía ninguno. Siendo niño, Rosas le salvo la vida.
En estas condiciones podría decirse, que Rosas a Mitre no le hizo ningún daño y si mucho bien. Nunca le atacó porque le fue totalmente desconocido como hombre de acción dirigente, pues no lo era entonces. En cambio, al venir al país sirviéndose del nombre de Rosas, hizo política, habló y escribió más que luchó, se sirve de su nombre para exaltar a los enemigos y a los que traicionan la amistad del dictador y sirviéndose de forajidos uruguayos y de los dineros del tesoro público, se encumbra y llega a la más alta posición que un argentino puede aspirar, y por añadidura se le viste de “prócer”. ¿Qué más se puede pedir? ¿De no haber existido Rosas hubiera llegado a tanto? Con toda seguridad   que no.
Pero si tal cosa le ha acontecido a Mitre personalmente con el dictador, no menos favorecido lo fue con sus familiares.

GERVASIO ORTIZ DE ROSAS, PATERNAL PROTECTOR DE MITRE.
Don Gervasio Ortiz de Rosas fue un verdadero protector de Mitre. Hombre joven, vigoroso, de ideas liberales, acaudalado por ser uno de los estancieros más ricos del Sur, que no admitía sin protesta la influencia superior de su hermano el dictador, de carácter seco y a veces áspero por su  naturaleza enérgica, fue, sin embargo un buen amigo de la casa de doña Josefa, como lo fue del hogar de Mitre, y paternal con el niño Bartolito.
A los treinta años, soltero, independiente, se echa encima la molesta tarea reencaminar al niño Mitre tratando de hacer de él “un hombrecito”. Le lleva consigo al campo, le enseña las prácticas corrientes de la vida de estancia, no como preceptor, que sería estúpido afirmarlo, sino paternalmente, con bondad, que en el seco “Cardo” constituye una excepción en su trato habitual.
Don Gervasio  era hombre de alguna cultura, mayor que la corriente en la época. Posee una buena biblioteca; es  allí donde Mitre inicia sus lecturas. Un escritor, aparentemente unitario, dice que en vez de dedicarse a las tareas del campo, el niño Mitre daba preferencia a la lectura de los libros que esta oportunidad puso a su alcance.
Pues bien, cuando Mitre llega a hombre, olvida a su benefactor, al amigo de su hogar, y en el curso de toda su vida no exterioriza, que yo conozca, una sola palabr4a de recuerdo o de agradecimiento por don Gervasio Ortiz de Rosas.

[…] Es un descendiente del general Bartolomé Mitre quien reedita las leyendas olvidadas por los verdaderos historiógrafos y sólo recordadas por aquellos, que, sin más miras que el odio de familia y la pasión, bregan todavía con pertinaz empeño por hacer creer que Rosas es un personaje definitivamente juzgado y que bastan los “atroces crímenes”, imputados por ellos mismos, para que su nombre se borre de un período de más de treinta años en que su personalidad se destaca con rasgos extraordinarios.
Y no ha estado errado el conferencista. Mitre es el verdadero culpable de ese odio implacable a Rosas y es él el verdadero causante de que la comunidad argentina tenga todavía que discutir a diario sobre los hombres, los hechos y las cosas de ese pasado histórico. Mitre y Rivadavia son la barrera que perturba y altera toda la verdad argentina. […].






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