lunes, 6 de octubre de 2014

Carta Circular
Acerca del Liberalismo
Nos, Pablo Padilla y Bárcena

CANÓNIGO DOCTORAL Y GOBERNADOR ECLESIÁSTICO DEL OBISPADO DE SALTA, EN SEDE VACANTE.

A LOS PÁRROCOS, RECTORES, CAPELLANES DE LAS IGLESIAS Y DEMÁS SACERDOTES.
1885
(Esta magnífica  Carta está extractada; el texto completo se puede leer en: “Padilla y Bárcena, Pablo; Obras Pastorales, Friburgo, B. Herder, 1916)

N
uestro Santo Padre León XIII, accediendo benignamente a los ardientes deseos manifestados por la Comisión Directiva de la ‘Pequeña Sociedad del amor filial hacia el Sumo Pontífice y la Iglesia’, en audiencia del 28 de junio del presente año, se ha dignado abrir una vez más los tesoros de la Esposa de Jesucristo para derramar gracias espirituales sobre sus fieles hijos, con motivo de la solemnidad de la Concepción Inmaculada de María, Madre y Señora nuestra, y en preparación del jubileo sacerdotal de Su Santidad, próximo a celebrarse.

El cúmulo de calamidades que afligen a la Iglesia y amargan el Sagrado Corazón de Jesús, contristando el de su Vicario en la tierra, ha movido a aquellos buenos hijos y fervientes católicos a llamar a todos los hermanos esparcidos por el globo en peregrinación espiritual a la Basílica Vaticana, para implorar a la Madre de Dios y a los santos Apóstoles Pedro y Pablo su valiosa intersección a favor de la Iglesia y de su Cabeza visible, y estrechar también los vínculos de unidad con la Cátedra de Pedro, centro de verdad, de luz, de amor. […]

[Luego de encarecer fervientemente la peregrinación a Roma, continúa con estos piadosos pensamientos]: ¡Oh! ¡Cuántos motivos tenemos para asociarnos a esta peregrinación espiritual  e implorar  en común los auxilios de la gracia!  Además de los que a cada instante nos son necesarios para escapar de las malignas seducciones con que el mundo nos incita a la apostasía, y mantenernos constantes en la fe, firmes en la esperanza y radicados en la caridad ¿qué de tribulaciones  no afligen a la Esposa de Cristo y amenazan a los pueblos y a las naciones? Pero entre todos los males ninguno es comparable al que con el nombre de Liberalismo se ha infiltrado en la sociedad moderna con satánico embozo. Contra él debemos dirigir nuestra cruzada espiritual, por ser la causa de la perdición de muchas almas y de los dolores que afligen a la Iglesia y a todas las naciones católicas, sin exceptuar la nuestra.
 
II

L
a herejía y la impiedad –que en todo tiempo trabajan para destruir la obra de Dios, la Iglesia santa, para levantar sobre sus ruinas el trono de Satanás, su eterno enemigo-, como el Proteo de la fábula, toma, según la época, la forma que mejor cuadra a sus pérfidos propósitos. A fines del  pasado siglo y principios del presente, se presentaba cubierta con el manto de los filósofos y hablando en nombre de la ciencia; la razón orgullosa del hombre llamó a su tribunal a la razón divina, y aquella, deslumbrada por la evidencia y autoridad de esta, tuvo que darse por vencida y abandonar las elevadas regiones de la ciencia, donde jamás puede ni podrás competir. Hoy la impiedad se aleja de los Museos y gabinetes científicos para lanzarse a las calles y plazas, donde, mediante su charlatanería, seduce a los necios con el falso brillo de una libertad siempre prometida y jamás cumplida, para conseguir el gobierno de los pueblos  y alcanzar, en el terreno de la política y por la vía de los hechos, lo que nunca obtuviera en el campo sereno de la ciencia, en el palenque donde se ejercitan los sabios. Ha creído más seguro el triunfo  halagando las bajas pasiones del pueblo que discurriendo científicamente; y he aquí a los filósofos y a los sabios transformados en políticos y demagogos, que ofrecen redimir a los pueblos de la tiranía de la Ley divina, restituyéndoles todas las libertades, que dicen han sido arrebatadas por la Iglesia. El liberalismo ha sustituido a la filosofía volteriana y continúa con más disimulo su tarea destructiva: aquel como ésta  aspiran y trabajan por acabar con el reinado social del Hijo de Dios en los pueblos.

Y a la verdad que esta nueva faz de la herejía es más peligrosa que la antigua: la primera, atacando de frente a la religión, conseguía sembrar el error; la segunda, con sus  transacciones criminales  condescendencias, da por resultado la indiferencia religiosa. ¿Y quien no ve que esto último es, en mucho, más temible que lo primero? […]

El liberalismo, calificado de impío y absurdo por Su Santidad pío IX como sistema, fue herido de muerte por el Augusto Pontífice en la Encíclica Quanta Cura; sin embargo, todavía logra cegar a muchos católicos, que no temen poner por las nubes esas libertades de perdición, por el siglo llamadas preciosas conquistas, y la Iglesia, por boca de sus Pontífices, delirio pernicioso. El liberalismo presiente que, una vez conocido en su vergonzosa desnudez, despojado, como lo ha sido por el Syllabus, de los falsos oropeles con que ocultaba la serie de negaciones  que constituyen su esencia, no podría ya continuar sembrando cizaña en el campo católico. ¿Y qué hace? Adueñarse de la dirección y administración de los Estados; quiere tener en sus manos, con las riendas del gobierno, los destinos de los pueblos, para alcanzar por medio de la violencia lo que ha sido impotente conseguir por la persuasión. Y a este fin, y para quedar dueño absoluto del campo, maliciosamente presenta los trabajos políticos como incompatibles con los deberes que el catolicismo impone a sus hijos; y las grandes y trascendentales cuestiones de gobierno de los pueblos como ajenas a los intereses religiosos, como si unas y otras no estuviesen íntimamente ligadas, hasta el punto que la buena conservación de los últimos dependa, en la época presente, de la solución que se de a las primeras. […]

Aun pretende el liberalismo ocultarse bajo el manto del  catolicismo, aparentando amar y respetar la fe, favoreciendo al propio tiempo la libertad de conciencias; más, como escribía Su Santidad Pío IX al Círculo de San Ambrosio de Milán, “fácilmente podréis evitar las acechanzas de estos hombres, teniendo presente aquel aviso divino: por sus frutos los conoceréis., y observando como les repugna todo cuanto indica previa, plena y absoluta adhesión  a los preceptos y consejos de la Santa Sede, a la cual casi no mencionan sino con el desdeñoso nombre de Curia Romana, prontos siempre de motejarla de imprudente o de inoportuna en sus actos,  y a calificar, en son de apodo, a sus más solícitos y obedientes hijos con los apelativos de ultramontanos, jesuitas o clericales; en resumen, a tenerse, hinchados del viento de la soberbia, por más discretos que aquella Santa Sede a quien está por Dios prometida especial y perpetua asistencia”.

III

C
omo vosotros, Hermanos muy  amados, lo sabéis, no hay consejo contra Dios; y el infierno, por embozado que opere, jamás prevalecerá contra la esposa de Jesucristo, induciéndola a error o engaño. Mediante la asistencia divina, la Iglesia, por el oráculo infalible de sus Pontífices, ha descubierto y condenado las acechanzas de un enemigo tanto más temible cuanto más solapado e insidioso se presentaba. […]

Las dos ciudades descritas por el genio del Obispo de Hipona cada día se deslindan mejor; la ciudad del naturalismo, donde reina el amor terreno, y la ciudad vivificada por el Espíritu divino, donde impera el amor de Dios: el liberalismo y el catolicismo verdadero. Y el deber de nuestro ministerio es propender a que no se confundan cosas tan opuestas como son la libertad de los hijos de Dios y la libertad sin freno que persiguen los adoradores del ídolo babilónico; y no tolerar, bajo ningún pretexto, que se acuerden al error derechos que no posee y que son propiedad exclusiva de la verdad.

Desde el momento que el liberalismo se arroga el derecho de escoger en las verdades reveladas, enseñadas por la Iglesia, las que le agrada y conviene para acatarlas, pierde la fe divina, que es una e indivisible, reduciéndose a un sistema humano más o menos completo sin eficacia para santificar al hombre, levantandole del lodo en que yace y haciéndole triunfar de sus propias pasiones. El liberalismo, que no es más que naturalismo, tampoco puede dar a los pueblos la paz y las libertades que promete; porque comienza por desterrar de las almas al Autor de la Paz y romper el equilibrio que la gracia conserva en las relaciones del hombre con Dios.  Jesucristo, que trajo la paz al mundo protesta que éste no puede darla y que jamás existirá para los impíos que sacuden el yugo de la obediencia a la ley del Señor. De la misma manera, los pueblos que, seducidos por los goces de una civilización sensual, se sustraen al reinado social del Hijo de Dios, tarde o temprano caen en el abismo de desórdenes que perdió a Babilonia y prostituyó a Roma. Alguien a definido la paz  diciendo que es la tranquilidad en el orden; y mal puede concebirse allí donde el liberalismo lleva el desorden más espantoso, cual es sujetar la verdad revelada  al estrecho criterio de la razón humana, para concederle iguales derechos a la verdad y al error.[…]

Una voz más autorizada que la nuestra, por la autoridad de que goza como escritor de seso, se encarga de hacer el análisis sobre el liberalismo en sus relaciones con la libertad. “El liberalismo, dice, no solamente no es la libertad, sino que no puede serlo. Idéntico a la revolución, de quien es verbo y ministro, por donde quiera que pasa, va negando con sus teorías y suprimiendo con sus prácticas todo género de libertad. Es negación de la libertad política; porque el liberalismo, como su historia lo enseña, no vive sino en la demagogia o en la dictadura, o en la oligarquía; es decir, poniendo a las naciones, o bajo el dominio de las turbas, o bajo la tiranía del sable, o bajo el yugo de una facción. Es negación de la libertad civil; porque el liberalismo, con su centralización gigantesca, aplicada a todos los ramos del gobierno y de la administración pública, con su odio de raza toda jerarquía, con sus leyes de desvinculación y desamortización, con sus sistemas tributarios, con la inmensa red que por medio de sus innumerables empleados y su manía reglamentadora tiene tendida sobre las esferas de la vida privada; en una palabra, con su tendencia constante y universal a establecer la omnipotencia del Estado (que es la esencia del cesarismo), absorbe necesariamente todos los derechos individuales y acaba por ser el dominador único, absoluto, de todas las inteligencias, de todas las conciencias, de todas las bolsas y aún de todo movimiento material del ciudadano”. (Gabino Tejada, “El Catolicismo Liberal”). […]

Escrito está que la verdad es quien hace a los hombres libres: veritas liberabit vos;  pero es la verdad íntegra, abrazada y confesada sin restricciones ni ambigüedades; no los mal hilvanados fragmentos de verdad, recogidos al gusto del liberalismo y de la manera más conveniente para el logro de sus propósitos.

IV

¡Ah!
 Nuestra querida nación experimenta también los estragos del liberalismo y, extenuada por los embates de este enemigo cruel de Dios y de los pueblos, necesita del auxilio y del apoyo de los hombres de buena voluntad y creyentes francos y sinceros para rehacerse y curar las heridas que aún sangran. […]

Entre nosotros  también vemos al liberalismo empeñado por arrojar a Jesucristo de la escuela, de las leyes, de todos los actos de la vida pública y del gobierno de la sociedad, para mañana gozarse con impía satisfacción, al verle alejado del entendimiento, del corazón y hasta de la memoria de los ciudadanos, y de que la influencia social de la Iglesia no exista  más para nosotros que para las tribus salvajes: esto quiere, a esto camina sin desviarse un punto, por más que trate de ocultarlo con palabras huecas y pomposas.

No escasean en nuestra patria católicos ilusos que se encasillan en los falsos principios del liberalismo, creyendo poder agradar y servir a dos señores, y conciliar la luz con las tinieblas, la justicia con la iniquidad; se dicen católicos, más proceden como si no lo fueran, y pactan con el enemigo y se entregan a él en cuerpo y alma conservando tan sólo el nombre, al cual en el corazón nada responde. Están en la penumbra, ni en la luz ni en la sombra; son agua tibia que, según expresión del Profeta de Patmos, causa náuseas a Dios; no son ni fríos ni calientes […]”Estos enemigos domésticos y a medias, escribía Pío IX, son en mucho más peligrosos y funestos que los enemigos declarados […]; doctrina para alucinar a los imprudentes amadores de la conciliación, y seducir a las gentes honradas que habrían combatido el error manifiesto; con todo lo cual suscitan discordias en los ánimos, despedazan la unidad y amenguan fuerzas  que aunadas, deberían oponerse a los adversarios. […] Y finaliza  exhortando, mediante oración y la gracia de los sacramentos a peregrinar para que “cesen los males que afligen a la Iglesia y las calamidades que azotan a los pueblos”. […]

Dada en Salta, en la Secretaría del Obispado, a 23 de noviembre del año del Señor de 1885.+


Esta extraordinaria Carta Apostólica fue descubierta por el profesor de Historia Alfredo Cazalás;  quien la cedió para que lo publique en este espacio.


Comentario nacionalista: nada queda por decir luego de las  palabras definitivas de este extraordinario  Obispo y patriota jujeño. Para leer y meditar lentamente; porque describe  ya en ese entonces, lo que posteriormente  aconteció, que  el  liberalismo político, el ‘Régimen’ corrupto, se consolidó en nuestra patria agonizante;  el papel indigno de los ‘católicos’ demócratas liberales, que, como los protestantes, aceptan de la Doctrina de la Iglesia lo que les conviene; y el progresismo pseudo-católico, degradando y escandalizando, hasta su triunfo en el Vaticano II, apestando a los Papas desde Juan 23 hasta nuestros días.