Carta
Circular
Acerca
del Liberalismo
Nos,
Pablo Padilla y Bárcena
CANÓNIGO
DOCTORAL Y GOBERNADOR ECLESIÁSTICO DEL OBISPADO DE SALTA, EN SEDE VACANTE.
A LOS
PÁRROCOS, RECTORES, CAPELLANES DE LAS IGLESIAS Y DEMÁS SACERDOTES.
1885
(Esta
magnífica Carta está extractada; el
texto completo se puede leer en: “Padilla y Bárcena, Pablo; Obras Pastorales,
Friburgo, B. Herder, 1916)
N
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uestro Santo
Padre León XIII, accediendo benignamente a los ardientes deseos manifestados
por la Comisión
Directiva de la ‘Pequeña Sociedad del amor filial hacia el
Sumo Pontífice y la Iglesia ’,
en audiencia del 28 de junio del presente año, se ha dignado abrir una vez más
los tesoros de la Esposa
de Jesucristo para derramar gracias espirituales sobre sus fieles hijos, con
motivo de la solemnidad de la Concepción
Inmaculada de María, Madre y Señora nuestra, y en preparación
del jubileo sacerdotal de Su Santidad, próximo a celebrarse.
El cúmulo de
calamidades que afligen a la
Iglesia y amargan el Sagrado Corazón de Jesús, contristando
el de su Vicario en la tierra, ha movido a aquellos buenos hijos y fervientes
católicos a llamar a todos los hermanos esparcidos por el globo en
peregrinación espiritual a la Basílica
Vaticana , para implorar a la Madre de Dios y a los santos Apóstoles Pedro y
Pablo su valiosa intersección a favor de la Iglesia y de su Cabeza visible, y estrechar
también los vínculos de unidad con la Cátedra de Pedro, centro de verdad, de luz, de
amor. […]
[Luego de
encarecer fervientemente la peregrinación a Roma, continúa con estos piadosos
pensamientos]: ¡Oh! ¡Cuántos motivos tenemos para asociarnos a esta
peregrinación espiritual e implorar en común los auxilios de la gracia! Además de los que a cada instante nos son
necesarios para escapar de las malignas seducciones con que el mundo nos incita
a la apostasía, y mantenernos constantes en la fe, firmes en la esperanza y
radicados en la caridad ¿qué de tribulaciones
no afligen a la Esposa
de Cristo y amenazan a los pueblos y a las naciones? Pero entre todos los males
ninguno es comparable al que con el nombre de Liberalismo se ha infiltrado en la sociedad moderna con
satánico embozo. Contra él debemos dirigir nuestra cruzada espiritual, por ser
la causa de la perdición de muchas almas y de los dolores que afligen a la Iglesia y a todas las
naciones católicas, sin exceptuar la nuestra.
II
L
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a herejía y
la impiedad –que en todo tiempo trabajan para destruir la obra de Dios, la Iglesia santa, para
levantar sobre sus ruinas el trono de Satanás, su eterno enemigo-, como el Proteo
de la fábula, toma, según la época, la forma que mejor cuadra a sus pérfidos
propósitos. A fines del pasado siglo y
principios del presente, se presentaba cubierta con el manto de los filósofos y
hablando en nombre de la ciencia; la razón orgullosa del hombre llamó a su
tribunal a la razón divina, y aquella, deslumbrada por la evidencia y autoridad
de esta, tuvo que darse por vencida y abandonar las elevadas regiones de la
ciencia, donde jamás puede ni podrás competir. Hoy la impiedad se aleja de los
Museos y gabinetes científicos para lanzarse a las calles y plazas, donde,
mediante su charlatanería, seduce a los necios con el falso brillo de una
libertad siempre prometida y jamás cumplida, para conseguir el gobierno de los
pueblos y alcanzar, en el terreno de la
política y por la vía de los hechos, lo que nunca obtuviera en el campo sereno
de la ciencia, en el palenque donde se ejercitan los sabios. Ha creído más
seguro el triunfo halagando las bajas
pasiones del pueblo que discurriendo científicamente; y he aquí a los filósofos
y a los sabios transformados en políticos y demagogos, que ofrecen redimir a
los pueblos de la tiranía de la Ley
divina, restituyéndoles todas las libertades, que dicen han sido arrebatadas
por la Iglesia. El
liberalismo ha sustituido a la filosofía volteriana y continúa con más
disimulo su tarea destructiva: aquel como ésta
aspiran y trabajan por acabar con el reinado social del Hijo de Dios en
los pueblos.
Y a la verdad
que esta nueva faz de la herejía es más peligrosa que la antigua: la primera,
atacando de frente a la religión, conseguía sembrar el error; la segunda, con
sus transacciones criminales condescendencias, da por resultado la indiferencia
religiosa. ¿Y quien no ve que esto último es, en mucho, más temible que lo
primero? […]
El
liberalismo, calificado de impío y
absurdo por Su Santidad pío IX como sistema, fue herido de muerte por el
Augusto Pontífice en la Encíclica Quanta Cura; sin embargo, todavía logra cegar
a muchos católicos, que no temen poner por las nubes esas libertades de
perdición, por el siglo llamadas preciosas conquistas, y la Iglesia , por boca de sus
Pontífices, delirio pernicioso. El
liberalismo presiente que, una vez conocido en su vergonzosa desnudez,
despojado, como lo ha sido por el Syllabus,
de los falsos oropeles con que ocultaba la serie de negaciones que constituyen su esencia, no podría ya
continuar sembrando cizaña en el campo católico. ¿Y qué hace? Adueñarse de la
dirección y administración de los Estados; quiere tener en sus manos, con las
riendas del gobierno, los destinos de los pueblos, para alcanzar por medio de
la violencia lo que ha sido impotente conseguir por la persuasión. Y a este
fin, y para quedar dueño absoluto del campo, maliciosamente presenta los
trabajos políticos como incompatibles con los deberes que el catolicismo impone
a sus hijos; y las grandes y trascendentales cuestiones de gobierno de los
pueblos como ajenas a los intereses religiosos, como si unas y otras no
estuviesen íntimamente ligadas, hasta el punto que la buena conservación de los
últimos dependa, en la época presente, de la solución que se de a las primeras.
[…]
Aun pretende
el liberalismo ocultarse bajo el manto del
catolicismo, aparentando amar y respetar la fe, favoreciendo al propio
tiempo la libertad de conciencias; más, como escribía Su Santidad Pío IX al
Círculo de San Ambrosio de Milán, “fácilmente podréis evitar las acechanzas de
estos hombres, teniendo presente aquel aviso divino: por sus frutos los conoceréis., y observando como les repugna todo
cuanto indica previa, plena y absoluta adhesión
a los preceptos y consejos de la Santa
Sede , a la cual casi no mencionan sino con el desdeñoso
nombre de Curia Romana, prontos siempre de motejarla de imprudente o de
inoportuna en sus actos, y a calificar,
en son de apodo, a sus más solícitos y obedientes hijos con los apelativos de ultramontanos, jesuitas o clericales; en
resumen, a tenerse, hinchados del viento de la soberbia, por más discretos que
aquella Santa Sede a quien está por Dios prometida especial y perpetua
asistencia”.
III
C
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omo vosotros,
Hermanos muy amados, lo sabéis, no hay
consejo contra Dios; y el infierno, por embozado que opere, jamás prevalecerá
contra la esposa de Jesucristo, induciéndola a error o engaño. Mediante la
asistencia divina, la Iglesia ,
por el oráculo infalible de sus Pontífices, ha descubierto y condenado las
acechanzas de un enemigo tanto más temible cuanto más solapado e insidioso se
presentaba. […]
Las dos
ciudades descritas por el genio del Obispo de Hipona cada día se deslindan
mejor; la ciudad del naturalismo, donde reina el amor terreno, y la ciudad
vivificada por el Espíritu divino, donde impera el amor de Dios: el liberalismo
y el catolicismo verdadero. Y el deber de nuestro ministerio es propender a que
no se confundan cosas tan opuestas como son la libertad de los hijos de Dios y
la libertad sin freno que persiguen los adoradores del ídolo babilónico; y no
tolerar, bajo ningún pretexto, que se acuerden al error derechos que no posee y
que son propiedad exclusiva de la verdad.
Desde el
momento que el liberalismo se arroga el derecho de escoger en las verdades
reveladas, enseñadas por la
Iglesia , las que le agrada y conviene para acatarlas, pierde
la fe divina, que es una e
indivisible, reduciéndose a un sistema humano más o menos completo sin eficacia
para santificar al hombre, levantandole del lodo en que yace y haciéndole
triunfar de sus propias pasiones. El liberalismo, que no es más que
naturalismo, tampoco puede dar a los pueblos la paz y las libertades que
promete; porque comienza por desterrar de las almas al Autor de la Paz y romper el equilibrio que
la gracia conserva en las relaciones del hombre con Dios. Jesucristo, que trajo la paz al mundo protesta
que éste no puede darla y que jamás existirá para los impíos que sacuden el
yugo de la obediencia a la ley del Señor. De la misma manera, los pueblos que,
seducidos por los goces de una civilización sensual, se sustraen al reinado
social del Hijo de Dios, tarde o temprano caen en el abismo de desórdenes que
perdió a Babilonia y prostituyó a Roma. Alguien a definido la paz diciendo que es la tranquilidad en el orden; y mal puede concebirse allí donde el
liberalismo lleva el desorden más espantoso, cual es sujetar la verdad
revelada al estrecho criterio de la
razón humana, para concederle iguales derechos a la verdad y al error.[…]
Una voz más
autorizada que la nuestra, por la autoridad de que goza como escritor de seso,
se encarga de hacer el análisis sobre el liberalismo en sus relaciones con la
libertad. “El liberalismo, dice, no solamente no es la libertad, sino que no
puede serlo. Idéntico a la revolución, de quien es verbo y ministro, por donde
quiera que pasa, va negando con sus teorías y suprimiendo con sus prácticas
todo género de libertad. Es negación de la libertad política; porque el
liberalismo, como su historia lo enseña, no vive sino en la demagogia o en la
dictadura, o en la oligarquía; es decir, poniendo a las naciones, o bajo el
dominio de las turbas, o bajo la tiranía del sable, o bajo el yugo de una
facción. Es negación de la libertad civil; porque el liberalismo, con su
centralización gigantesca, aplicada a todos los ramos del gobierno y de la
administración pública, con su odio de raza toda jerarquía, con sus leyes de
desvinculación y desamortización, con sus sistemas tributarios, con la inmensa
red que por medio de sus innumerables empleados y su manía reglamentadora tiene
tendida sobre las esferas de la vida privada; en una palabra, con su tendencia
constante y universal a establecer la omnipotencia del Estado (que es la
esencia del cesarismo), absorbe necesariamente todos los derechos individuales
y acaba por ser el dominador único, absoluto, de todas las inteligencias, de
todas las conciencias, de todas las bolsas y aún de todo movimiento material
del ciudadano”. (Gabino Tejada, “El Catolicismo Liberal”). […]
Escrito está
que la verdad es quien hace a los hombres libres: veritas liberabit vos; pero
es la verdad íntegra, abrazada y confesada sin restricciones ni ambigüedades; no
los mal hilvanados fragmentos de verdad, recogidos al gusto del liberalismo y
de la manera más conveniente para el logro de sus propósitos.
IV
¡Ah!
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Nuestra querida nación experimenta también los
estragos del liberalismo y, extenuada por los embates de este enemigo cruel de
Dios y de los pueblos, necesita del auxilio y del apoyo de los hombres de buena
voluntad y creyentes francos y sinceros para rehacerse y curar las heridas que
aún sangran. […]
Entre
nosotros también vemos al liberalismo
empeñado por arrojar a Jesucristo de la escuela, de las leyes, de todos los
actos de la vida pública y del gobierno de la sociedad, para mañana gozarse con
impía satisfacción, al verle alejado del entendimiento, del corazón y hasta de
la memoria de los ciudadanos, y de que la influencia social de la Iglesia no exista más para nosotros que para las tribus
salvajes: esto quiere, a esto camina sin desviarse un punto, por más que trate
de ocultarlo con palabras huecas y pomposas.
No escasean
en nuestra patria católicos ilusos que se encasillan en los falsos principios
del liberalismo, creyendo poder agradar y servir a dos señores, y conciliar la
luz con las tinieblas, la justicia con la iniquidad; se dicen católicos, más
proceden como si no lo fueran, y pactan con el enemigo y se entregan a él en
cuerpo y alma conservando tan sólo el nombre, al cual en el corazón nada
responde. Están en la penumbra, ni en la luz ni en la sombra; son agua tibia
que, según expresión del Profeta de Patmos, causa náuseas a Dios; no son ni fríos
ni calientes […]”Estos enemigos domésticos y a medias, escribía Pío IX, son en
mucho más peligrosos y funestos que los enemigos declarados […]; doctrina para
alucinar a los imprudentes amadores de la conciliación, y seducir a las gentes
honradas que habrían combatido el error manifiesto; con todo lo cual suscitan
discordias en los ánimos, despedazan la unidad y amenguan fuerzas que aunadas, deberían oponerse a los
adversarios. […] Y finaliza exhortando,
mediante oración y la gracia de los sacramentos a peregrinar para que “cesen
los males que afligen a la
Iglesia y las calamidades que azotan a los pueblos”. […]
Dada en
Salta, en la Secretaría
del Obispado, a 23 de noviembre del año del Señor de 1885.+
Esta extraordinaria Carta Apostólica fue descubierta
por el profesor de Historia Alfredo Cazalás;
quien la cedió para que lo publique en este espacio.
Comentario nacionalista: nada queda por decir luego
de las palabras definitivas de este
extraordinario Obispo y patriota jujeño.
Para leer y meditar lentamente; porque describe
ya en ese entonces, lo que posteriormente aconteció, que el liberalismo político, el ‘Régimen’ corrupto,
se consolidó en nuestra patria agonizante; el papel indigno de los ‘católicos’ demócratas
liberales, que, como los protestantes, aceptan de la Doctrina de la Iglesia lo que les
conviene; y el progresismo pseudo-católico, degradando y escandalizando, hasta
su triunfo en el Vaticano II, apestando a los Papas desde Juan 23 hasta
nuestros días.