viernes, 5 de septiembre de 2014



     “De la Cábala al progresismo”
    
Párrafos  del capítulo XII : “La cábala dentro de la Iglesia o el Progresismo Cristiano”, del  libro del  Padre Julio Meinvielle.

S
ería un error entender el progresismo cristiano como efecto de una influencia directa de la  Cábala. No lo creemos; al menos en relación con el sector corriente de teólogos en que se verifica el movimiento impulsor del cambio de la Iglesia, desde la Iglesia tradicional, la de siempre, a la Iglesia nueva, que está en gestación. Pensamos que la influencia es indirecta aunque real y efectiva, a través de la cultura moderna que ha sido ganada totalmente por influencias gnósticas y cabalísticas.

E
stas influencias, a su vez, no se realizan de modo general y total, sino que son influencias parciales sobre cada uno de los elementos doctrinarios y sobre los hechos –litúrgicos, societarios, de vida espiritual y pastoral y de gobierno- tomados separadamente. El cambio que así se produce, en definitiva, va a tomar, si las cosas no cambian su curso, un ritmo global arrollador, de carácter universal, que va a modificar sustancialmente toda la doctrina y vida de la Iglesia Católica.

V
amos a estudiar cada uno de estos cambios para llegar a la conclusión de que está en movimiento y gestación dentro de la Iglesia Católica romana una nueva religión, sustancialmente diversa de la que dejó Cristo, y que adquiere los caracteres de una gnosis pagana y cabalística perfectamente configurada.  (pag.325).

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Y
a hemos entrado en la sexta edad del mundo, en la cual Cristo inició para nosotros el camino nuevo. Después de la ley natural y mosaica, la ley evangélica. Qué curso han de seguir los pueblos en sus desvaríos, no lo puede conocer el hombre. Porque la Revelación sólo le da a conocer  “sólo aquellas cosas que son necesarias para la salvación” (Santo Tomás, S. Th. 1-2, 106, 4, ad 2). El hombre sólo puede vislumbrar generalidades sobre el curso de los acontecimientos y sobre la densidad de la historia. La Historia se ha de acomodar a la tradición cabalística o a la tradición católica. No hace falta mucha sagacidad para ver que desde hace cinco siglos el mundo se está conformando a la tradición cabalística. El mundo del Anticristo se adelanta velozmente. Todo concurre a la unificación totalitaria del hijo de la perdición. De aquí también el éxito del progresismo. El cristianismo se seculariza o se ateiza.

C
omo se hayan de cumplir, en esta edad cabalística, las promesas de asistencia del Divino Espíritu a la Iglesia y como se haya de verificar, que las puertas del infierno no han de prevalecer, no cabe en la mente humana. Pero así como la Iglesia comenzó siendo una semilla pequeñísima (Mt. 13,32), y se hizo árbol y árbol frondoso, así puede reducirse en su frondosidad y tener una realidad mucho más modesta. Sabemos que el mysterium iniquitatis ya está obrando (2 Tes. 2,7); pero no sabemos el límite de su poder. Sin embargo no hay dificultad en admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias, la una de la publicidad, Iglesia magnificada por la propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aún con un Pontífice de actitudes ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que lee sean adictos, esparcidos como ‘pusillus grex’ por toda la tierra. Esta segunda teoría sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que podría defeccionar. Un mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparentemente y exteriormente no serían sino una. El Papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el equívoco. Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería cabeza de la Iglesia de las Promesas, Por otra parte, produciendo hechos equívocos y aún reprobables, aparecería como alentando la subversión y manteniendo la Iglesia gnóstica de la publicidad.

L
a eclesiología no ha estudiado suficientemente la posibilidad de una hipótesis como la que aquí proponemos. Pero si se piensa bien, la Promesa de Asistencia de la Iglesia se reduce a una Asistencia que impida el error introducirse en la Cátedra Romana y en la misma Iglesia, y además que la Iglesia no desaparezca ni sea destruida por sus enemigos. (Las promesas están contenidas de modo particular en : Mt. 16- 13,22: 28- 18,29; Juan 14- 16,26).

N
inguno de los aspectos de esta hipótesis que aquí se propone queda invalidado por las promesas consignadas en los distintos lugares del Evangelio. Al contrario, ambas hipótesis cobran verosimilitud si se tienen en cuenta los pasajes escriturarios que se refieren a la defección de la fe. Esta defección, que será total, tendrá que coincidir con la perseverancia de la Iglesia hasta el fin. Dice el Señor en el Evangelio: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará fe en la tierra? (Lc. 18-8).

S
an Pablo (II Tes. 2,3) llama apostasía universal a esta defección de la fe, que ha de coincidir con la manifestación del ‘hombre de la iniquidad, del hijo de perdición’.

Y
 esta apostasía universal es la secularización o ateización total de la vida pública y privada en la que está en camino el mundo actual.

L
a única alternativa al Anticristo será Cristo, quien lo disolverá con el aliento de su boca. Cristo cumplirá entonces el acto final de liberar la Historia. El hombre no quedará alienado bajo el inicuo. Pero no está anunciado que Cristo salvará a la muchedumbre. Salvará si a su Iglesia, ‘pusillius grex’ (Lc. 2-32), rebañito pequeño, a
quien el Padre se ha complacido en darle el Reino.+ (pag. 462).

LA  ASISTENCIA   DEL  ESPÍRITU  SANTO  A  LA  IGLESIA  NO EVITARÁ  LA  DEFECCIÓN  DE  LA  FE.



Esta denuncia profética del padre Meinvielle fue escrita en el libro “De la Cábala al Progresismo”, impreso por editorial Calchaquí en enero 1970. Hoy día nos da  razón a los que tenemos fundamentos para creer que luego del  Vaticano II reina soberana la Iglesia de la publicidad, neo-modernista, desacralizada y mundanizada, democratizada, colegiada, ecuménicamente demagógica, mimada por el periodismo y complaciente con las adulaciones de los incrédulos obstinados,  enemigos de Cristo.