lunes, 25 de julio de 2022

 

ES LO MISMO UN BURRO QUE UN GRAN PROFESOR.

 

Vivimos en el mundo de lo opinable. Todos, siguiendo a Lutero, se animan a hablar de cualquier tema sin conocerlo mayormente. -Yo opino tal cosa, y mañana la  contraria, improviso. Es una opinión fútil, variable, elaborada sobre impulsos o sensaciones Y en el peor de los casos, el más común, como carece de criterio propio repite simplemente las imbecilidades que oyó en la TV.; trasmitidas abundantemente por el periodismo.

 

Pero hay un modo válido de opinar, fundado sobre certezas, del que expresa: -Opino, según las enseñanzas de San Agustín o de Platón, o de mis estudios. Esta modestia intelectual  permite  disfrutar de una conversación fluida, satisfactoria, educativa, placentera, seria, donde cada interlocutor  expone, y   escucha  respetuosamente, abriendo su personalidad.

 

¡Pero al televidente no lo retruques, pues lo que dice la TV es palabra santa. Madre y Maestra de los tilingos.

 

 SE TRAGÓ EL ORGULLO.

 

Me hubiera gustado verle la cara al tío Joe, -como llamaban cariñosamente los  yanquis a Stalin-, cuando el Ejército alemán avanzaba incontenible en su busca. Su disyuntiva era de vida o muerte. El patíbulo alemán o llorar por su orgullo pisoteado ante la  indefensión soviética, y el apoyo ofrecido por los miles de voluntarios europeos para acabar con el comunismo.

 

Como la ideología comunista  no enfervorizó al pueblo para la defensa de la URSS,  estuvo obligado a apelar a lo que más debe haber en furecido a esa bestia asesina, renegó de su ateísmo, y repuso la ortodoxia, los sagrados íconos de Jesús y de María, que eran el alma y la vida espiritual del pueblo ruso. Le fue bien y salvó su vida, con el apoyo material y moral de Roosevelt y de la banca judía. Pero  su abjuración del materialismo quizá haya sido el comienzo del fin de la farsa comunista y el mentís más deslumbrante a la ‘patria’ del proletariado.

 

Pese a todo debo confesar un pecadillo,- uno más, dirán mis amigos-, el tío Joe me resulta un pizquitín simpático, no por su siniestra política, sino por su picardía de zorro viejo cuando, en Yalta, emborrachó a Roosevelt y a Churchild, para apropiarse fácilmente de medioa Europa. ¡Bien  tío Joe! Eran tres canallas, y triunfó el único lúcido.

 

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