Apuntes para sexólogos.
*Murió Oyarbide
El ballet está de luto. No he conocido
plenamente las promocionadas condiciones
profesionales de Oyarbide en la jurisprudencia, por lo que sólo me referiré a
sus destacadas cualidades artísticas. Lo he visto danzar –en la TV- apasionadamente,
tan enajenado por la danza, como la Pavlova haciendo de cisne. Pero
lamentablemente, pese a sus deseos de calzarse una mallita rosa ajustadita y
una mini faldita, para excitar a la muchachada, por la grasa que lo rodeaba y
la estatura que lo achataba nunca pudo ser un cisne majestuoso, ni siquiera el
patito feo del cuento de Andersen, sino más bien una cría de buitre bufón brincando
retozón. Lo que, en definitiva, cuadraba con su especie moral de pajarraco de
cuidado.
*Políticamente
afeminados.
Yo no soy perito en
sexología, pero como el sexo tiene implicancias en todos los ordenes de la
vida, me referiré a sus connotaciones políticas.
Como es sabido actualmente
preponderan las características políticas femeninas; pero este desorden viene
de antaño. Ya nuestros ‘próceres’ unitarios de pacotilla con un anhelo
irreprimible, soñaban con anglosajones rubios y fortachones, No insinúo que
todos eran sexualmente afeminados, pero, repelían a los gauchos melenudos, ansiando
tutores, papitos pulcros y perfumados. Fueron,
y son sus descendientes liberales, políticamente
afeminados.
Y Oyarbide es la floración
más repugnante que surgió de esos próceres que se sentían necesitados de apoyo
viril, bajo el disfraz de imponer la civilización y el Progreso anglosajón. Es
la obscena culminación de la política y la diplomacia marchatrás de los
unitarios/liberales.
*De barbas y
bigotes.
Un fulano muy versado en opinar sobre
sociología y costumbres, de esos que emiten cualquier disparate con el fin de
llamar la atención, sabiendo que serán promocionados por el periodismo, expresó:
aquellos que no quieran vacunarse contra el bicho pandémico deberían llevar a
la vista alguna seña que los identifique.
Eso parecería bien, pues todo
el mundo que tiene una personalidad característica la manifiesta, como los
militares el uniforme, los sacerdotes la sotana, los judíos el quipá, los
médicos el guardapolvo, etc.
Pero también las machorras feministas
deberían ser consecuentes con la ‘distinta’ inclinación sexual de su alterada
personalidad y manifestarla públicamente.
Al respecto, estas muchachas
trabajadoras sociales, repudian a los hombres, pero pretenden asemejarse a ellos,
y en vez de mostrar las tetas en los desfiles, destacando su feminidad, -y su
desvergüenza-, deberían ostentar provocativamente unos imponentes mostachos
negros al estilo Vittorio Emanuelle o Dali;
acicalándolos con afeites y perfumes adecuados para placer de sus parejitas.
Luego, para ser consecuentes, recomiendo hacerse brotar unas frondosas barbas
patriarcales modelo Teodoro Hertz. Si al principio la timidez cohíbe a las
pipiolas, podrían dejarlas crecer bajo los barbijos.
¡Muchachas, trabadoras
sociales, exhíbanse abiertamente! ¡Vamos machorras, ánimo! ¡Que no se trate
solamente de atacar la moral cristiana para vivir en el libertinaje! ¡No
oculten su personalidad, no sean falsas, no se queden a mitad camino, no
renieguen de las barbas y los bigotes! ¡En caso de necesidad fertilicen el cutis
terso con algún menjunje para que vayan creciendo unas repugnantes barbas
simiescas! ¡Sean perfectas marimachos!
Además, y por último,
consideren los beneficios económicos que obtendrán mostrándose, ante el asombro
y la repugnancia popular, como las
mujeres barbudas en las barracas del antiguo Parque Japonés.
¿Se animará el sociólogo opinante
a proponérselo a las feministas?
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