EL RÉGIMEN.
Con ese término el
nacionalismo siempre identificó al oprobioso sistema político liberal que tomó
el poder luego del aciago día de Caseros. Desde ese entonces, los gobiernos,
sometidos por la masonería, se fueron sucediendo, pero manteniendo incólume,
sin discrepancias, la entrega del país a favor de la política imperialista
británica.
Para concretar esa
ignominiosa política anti-argentina, el Régimen organizó, con el apoyo de
radicales, conservadores, socialistas, etc., el gran fraude ‘patriótico’,
logrando convencer al pueblo de que seremos un dulce país floreciente amparados
y adheridos al imperialismo de turno. Sólo
era necesario cumplir con un insignificante detalle: ¡entregar nuestra
Soberanía nacional! Que el Régimen realizó estrictamente.
¿Cómo es posible que los
gobiernos, ininterrumpidamente, hayan sido convencidos para entregar el país a
los imperialistas? Dos palabritas lo explican:
¡masonería y sobornos!
Ellos, los dandis
elegantes, los lores y las ladys ensoberbecidas, las reinas ‘virtuosas’, integran
el mundo inglés de hipocresías, morales y religiosas, donde resplandecen la
templanza y las ‘buenas’ maneras. Pero bajo el frac que lucen los oligarcas
ingleses que dominan el mundo, según denunciaba un preclaro dictador, se atisba
la piel de animales de rapiña con las que se cubrían los bárbaros; pues nunca
fueron plenamente civilizados; y menos aún cristianizados.
Verdaderos animales de
rapiña, sin vestigios éticos, políticos imponentes y formales, convencidos de
estar predestinados para dominar el mundo, empleando los recursos más indignos
de una nación civilizada: los sobornos, las coimas, la extorsión, las drogas, la
intimidación, para corromper y dominar, antes de lanzar sus bombas
civilizadoras a los recalcitrantes que defienden sus bienes.
José Luis Torres en “La
patria y su destino”, 1947, describe acertadamente, a continuación, la política
del Régimen cipayo en nuestro país, allá por la década del ’40; situación
agravada enormemente en nuestros días; por lo que debe ser eliminado de raíz.
“Cambiaban los gobiernos, se turnaban los partidos en el
poder, caían y subían ministros pero
sobre toda esa agitación aparente de la vida política nacional reinaban
imperturbables los monopolios, las oligarquías, los señores de la alta finanza,
como en un régimen despótico, sin que nadie osara arrebatarles el cetro. Sobre
Congresos con mayoría radical y sobre Congresos con mayoría conservadora, se hacían sentir las mismas altas decisiones
que imponían desde las sombras la sanción apresurada de leyes ignominiosas a
favor del super-capitalismo, mientras dormían en las gavetas de las comisiones
los clamores provocados por la iniquidad
reinante y las más legítimas ansiedades
del pueblo, y se tiraban al canasto las
reclamaciones de quienes tenían hambre y sed de justicia […]. Y todo , ante la
impavidez de los congresos, ante la mudez culpable de la prensa, ante la
ceguera de los jueces y de los fiscales, con la complicidad activa de hombres
importantes que después de robarse hasta la fama, invadían los atrios de la
universidad, los ministerios públicos, los estrados de la justicia, las ramas
todas de la administración pública, mientras en el interior del vasto
territorio argentino legiones famélicas vivían la terrible angustia del hambre
sin alientos para la protesta, ni siquiera para el lamento”.
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