TEXTOS DE DOCTRINA POLÍTICA.
PRÓXIMA LA ‘PREMIER’ DEL GRAN SAINETE ELECTORAL ARGENTINO, LOS MISMOS ACTORES DE SIEMPRE ENSAYAN PRESUROSOS LOS
MISMOS PAPELES DE SIEMPRE, Y TAMBIÉN SUS
SONRISAS CAUTIVANTES DE SIEMPRE, FRE NTE
AL ESPEJO, BUSCANDO ENCANDILAR AL SOBERANO.
José
Antonio Primo de Rivera
ESCRIBIÓ SARCÁSTICAMENTE, CON SU MAESTRÍA HABITUAL, UNAS
PALABRAS SIEMPRE VIGENTES.
(A continuación el artículo,
publicado en ARRIBA, 28/XI/1935, cuando ya la Cruzada maduraba. Obras Completas,
pg. 737)
EN VÍSPERAS DEL
BAILE DE MÁSCARAS.
U
|
no
de los más curiosos fenómenos de la política es aquel –tantas veces señalado-
que obliga a los profesionales a tener dos caras: la que lucen en público y la
que ocultan en la intimidad. Es frecuentísimo ver a quienes se increpan en el
hemiciclo saludarse afablemente en el salón de conferencias y reprimir –por
cierto resto de pudor, no por falta de gusto ni de apetito- los deseos de
merendar juntos en el bar.
Esta disciplina de los movimientos
espontáneos es, desde cierto punto de vista, plausible. La exhibición en
público de toda espontaneidad resultaría
indecente. Así, la educación es un triunfo sobre el humor nativo. Pero estas
correcciones de lo elemental son dignas de alabanza cuando obedecen a un
principio superior –religioso, moral, estético- acatado en la convivencia. La
sujeción impuesta a la sinceridad salvaje por una razón moral no es compatible
con la insinceridad que no tiene justificación o que la busca en razones menos
respetables: insinceridad misma.
Tal es exactamente el caso de los políticos:
deponen sus luchas, ocultan las verdades, deforman la expresión de su espíritu,
no por servir con sacrificio un alto deber, sino por mantener vivo el juego en
que la política medra, sin el cual la mayor parte de sus actores tendrían que replegarse
al oscuro medio familiar de donde no debió salir nunca. Porque esta es la cuestión:
quizá el disimulo pudiera tener disculpa si se encaminara a no comprometer algún
grave interés del Estado; pero no es eso lo que ocurre; los políticos, al
observar sus pactos de silencio, no se han propuesto una gran tarea colectiva,
sino sólo pueden asegurar la perduración
del juego mismo.
De ahí que quienes están fuera del juego se miren
con estupor entre sí, y a menudo con cólera, cuando observan como se volatizan
las grandes palabras por las cuales ellos, los de fuera, acaso se
sintieron enardecidos hasta comprometer
su paz, mientras que los dicentes que las lanzan a voz en cuello por todos los ámbitos
ya han pasado tranquilamente a hablar de otra cosa. Es decir, han recogido la
baraja, y se disponen a dar de nuevo.
Cuando se barrunta vecindad de elecciones, las
componendas llegan a lo inverosímil. Al gusto habitual por el fingimiento se
une, en tales trances, una fuerte dosis de terror. Todos empiezan a temer
quedarse sin los puestos, y para conservarlos se sienten capaces de vender el
alma al demonio. Los que se insultaron hasta la víspera empiezan a decirse
cosas tiernas. Otros alaban sin regateo a personas a quien hubo que desmontar
de lugares de mando por graves sospechas de inmoralidad. Aquellos a quienes se
acusó de ladrones empiezan a ser llamados personas honorables, cuya lealtad y patriotismo
no se pueden poner en duda. Se cambia hasta el tono de voz, como en Carnaval. La
política se convierte en un baile de máscaras.
Y así se va estrangulando el alma popular,
elemental y fuerte, inclinada a decidir por razones claras. Las gentes sufridas
del pueblo, las que labran y callan, las que huellan con sus pies los agrios
caminos de la tierra, tienen que ceder una vez y otra en su manera llana de
entender para plegarse a explicaciones sutiles. De esta manera no suben a la
política las cualidades de la entraña popular, sino que se van introduciendo en
el pueblo los malos usos de la política como un contrabando de estupefacientes.
En cada villorrio se monta como un remedo del gran baile de máscaras nacional.
Y si alguien, de pronto, pusiera fin al baile y
empezara a llamar las cosas por sus nombres, ¿Qué pasaría? ¿Qué se hundiría
quien mereciera permanecer? ¿Y si no pasaba nada? ¿Y si sencillamente entraba
un aire nuevo, incontaminado, a depararnos una atmósfera respirable? Quizá estemos
envenenados de sabiduría y necesitemos una recia cura de espontaneidad. Tirar
las caretas y salir a los campos con las
verdaderas caras y con las palabras verdaderas. Nosotros lo hacemos y lo
haremos más cada día. No nos concederemos descanso en ir de tierra en tierra,
con el oído despierto para las viejas venas sepultadas y vivas. Los bailes de máscaras
no son para nosotros. Quizá falte muy
poco para que, cuando los demás apresten
sus disfraces, nosotros, junto a las hogueras campesinas, celebremos la austera
alegría de una libertad recobrada.+
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