Aclaratorios
conceptos sobre la primera de las tres revoluciones que asolaron el mundo
moderno; cuyos principios religiosos y políticos protestantes, desarrollados
hasta casi sus últimas consecuencias, aun
rigen el mundo. Mientras tanto, de esa misma raíz, está madurando una
cuarta y definitiva revolución: la
satánica monarquía humanística y atea, absolutista y globalizadora, que aplastará a los humanos y
sus obras bajo una tiranía que está cortando todos los frenos
morales y religiosos.
EL PROCESO REVOLUCIONARIO INGLÉS.
E
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n
general cuando se habla de revolución (con o sin mayúsculas y adjetivos
toponímicos) tendemos enseguida a poner los ojos en la Francia de 1789. Parecería
que la francesa fue la primera y, luego, el modelo y paradigma de las
siguientes.
Siendo
que Inglaterra fue el único país de Europa que, aparentemente, fue inmune a la
prédica revolucionaria e, inclusive, produjo críticas mordaces como la de
Burke, se tiende a considerar esta nación como un bastión del pensamiento de “derecha”. Sin embargo, se
olvida que, tan solo 50 años antes , los ingleses (y demás británicos) sufrían
también los embates de otra revolución que cambiaría para siempre su faz
cultural, social y política.
En
el presente trabajo buscaremos
desentrañar y exponer
detalladamente lo que fue el proceso revolucionario en la Inglaterra
renacentista y moderna. Hablamos del proceso revolucionario inglés y no
de la “revolución inglesa”, en primer lugar,
porque con este nombre suele
denominarse en los libros de historia a los sucesos acaecidos en 1648
(reservándose el de “Segunda Revolución” a los de 1688). Pero además, porque es
objetivo de este pequeño ensayo demostrar que los hechos de esos años fueron el
resultado lógico de otros que tuvieron lugar desde un siglo antes y que
eventualmente culminarán con la derrota definitiva de la revolución jacobita de
1745.
La
sociedad (y aún la política) británica conserva como un tesoro una serie de
tradiciones y costumbres que suelen
entusiasmar a quienes vivimos en sociedades que han sufrido de alguna manera
los embates directos de la Revolución
Francesa. Incluso la obra de autores liberales británicos nos
puede parecer hasta cierto punto aceptable por estar aparentemente libre del
espíritu ilustrado que castigó a la
Europa continental en el siglo XVIII y se expandió junto a
los ejércitos napoleónicos por todo el territorio y más allá en el siglo
siguiente. Pero ni las apelaciones a un orden natural de carácter racionalista
nos deben confundir con la doctrina tomista de la ley natural, ni las
costumbres que recuerdan hitos
protestantes y radicalmente anti-católicos con las tradiciones
medievales de la Inglaterra cuando aún era parte de la Cristiandad.. Así
tampoco el lejano deísmo de sus principales autores y el Gran Arquitecto de su
masonería tienen que ver con el Dios personal, paternal y providente del
Evangelio.
Esto
lo vieron claramente los dos escritores ingleses quizás más profundos y sagaces
del siglo XX: Gilbert Keith Chesterton y Hilaire Belloc [1]. Pero a veces,
quizás por desconocer la historia del proceso revolucionario británico, no llegamos a entender del todo
sus condenas al panorama político y cultural británico –desde los imperialistas
hasta los fabianos- y los llamados a la restauración de la verdadera
Inglaterra, la verdadera Escocia y la verdadera Irlanda cuya alma tradicional
(y culturalmente católica) aún pervivía en algún pub de la campiña inglesa, en
la cima de alguna colina de las Tierras Altas escocesas y en las sesiones de
los trovadores irlandeses.
Si
este pequeño ensayo histórico (desde una perspectiva que pretende ser católica y tradicional) permite que
comprendamos mejor a estos dos autores habré cumplido ampliamente mi objetivo.
+
L
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a Reforma
inglesa toma características completamente diversas a las de la Reforma luterana y
calvinista en el Continente. Éstas fueron rebeldías teológicas más o menos
diversas que tuvieron un primer arraigo
en territorios que hacía relativamente poco habían sido incorporados a la Cristiandad. Como
sostiene Belloc [2], sin el apoyo oficial inglés, estas rebeliones hubiesen
terminado languideciendo por inanición o pereciendo en manos de las espadas de una Cruzada, como ocurrió en los
siglos anteriores con los albigenses y los husitas, y ocurrirá simultáneamente
con algunas sectas fanáticas refugiadas en las aldeas alpinas.
Podemos
decir que entre 1534 (año de proclamación del Acta de Supremacía) y 1547 (año
de la muerte del rey Enrique) Inglaterra vivió en una especie de catolicismo
cismático. Pero es a partir del advenimiento del débil Eduardo VI y el
predominio de sus ministros calvinistas (1547-53), cuando Inglaterra
comienza a separarse efectivamente de la Cristiandad. Los
años siguientes serán de guerra civil: el brevísimo reinado de Juana Grey y el
intento de restauración de María I (1553), y finalmente, la indecisión de
Isabel I (1558).
Pero
es con la excomunión solemne de Isabel y el establecimiento de la supremacía de
la Iglesia de
Inglaterra en 1562 cuando Inglaterra levanta definitivamente la bandera de la rebeldía y
hunde su espada en el corazón de la Cristiandad , abriendo una profunda herida que irá corroyendo Europa y el mundo hasta la
actualidad. Ciertamente, el antropocentrismo renacentista, las guerras de
Italia, el bodismo y el maquiavelismo, el protestantismo continental, el nacionalismo francés y alemán, y un largo
etcétera harán lo suyo para destrozar el orden europeo medieval; pero el apoyo
inglés fue siempre decisivo.
Conductas
impensadas en la Edad Media, como el pacto con herejes e infieles, serán en la Edad Moderna moneda común. Aún
en los países que permanecieron católicos, el espíritu de la Reforma se impuso a la larga, ya sea en sus relaciones
con el poder político (galicanismo en Francia, josefinismo en Austria,
regalismo en España), ya en la moral y en las costumbres (jansenismo,
quietismo, mundanización del clero).
Así, cuando la ilustración dieciochesca –las “novedades francesas”,
derivadas antes de las “novedades inglesas”- haga su trabajo de zapa [3],
sobrevendrá la siguiente etapa de la Revolución : la llamada francesa, comenzada en
París (1789) y llevada al resto de Europa y el mundo de la mano de las
bayonetas napoleónicas y su Código Civil a lo largo del siglo XIX.
Pero
volvamos a las Islas Británicas. A sólo seis años del establecimiento oficial
del Anglicanismo, en 1568, Isabel pacta con los rebeldes presbiterianos que se
han hecho con el poder en Escocia tras el derrocamiento de la reina María
Estuardo. La célebre “Reina de los Escoceses”, privada de su hijo, (el futuro
rey Jaime), es expulsada más allá de la frontera y recibida por su prima Isabel que la aloja
en una celda por el resto de su vida (mandándola ejecutar en 1587, tras casi
veinte años de cautiverio).
El
caso es que en su largo reinado, Isabel impuso el “régimen monstruoso” de que
habla Christopher Hollis en el libro del mismo nombre. La enumeración es larga
pero conviene hacerla rápidamente.
A
la terrible represión del norte de Irlanda tras el levantamiento de 1579-1601,
sigue la concesión de la tierras confiscadas a compañías privadas que “importarán”
colonos protestantes y darán origen así
a la “cuestión de Irlanda” [4] que perdurará hasta nuestros días. Dos años
después tiene lugar la primera persecución masiva de católicos en Inglaterra,
que dejaría cientos de mártires; persecución que se reanudará varias veces,
destacándose la muy terrible de 1588, que seguirá a la destrucción de la Armada Invencible española.
En el exterior Isabel tolera, en cierta forma
contribuye y se beneficia, de la piratería, de alguna forma origen del
capitalismo anónimo moderno (en 1599 se crea la Compañía de las Indias
Occidentales, primera sociedad comercial moderna).
Pero,
lo más importante, contribuye decisivamente al sostenimiento del protestantismo
continental. Cuando la “Reina Virgen” fallece en 1603, la Revolución protestante
está ya encaminada, reforzada y blindada
en todo el continente.
Jaime
I de Inglaterra continuará por la senda de su tía con una inmisericordia
legendaria. El sobrino II de Isabel, ya rey de Escocia como Jaime VI, criado por los presbiterianos que lo habían
quitado de manos de su madre mártir
siendo un niño, tal vez fue el primer déspota moderno, impulsor de la
revolucionaria idea del “derecho divino de los reyes” –a la que intentará
enfrentarse en el terreno intelectual el
jesuita español Francisco Suárez-. Al mismo tiempo el rey Jaime dejó en las
manos de sus ministros más fanáticos la terrible represión del catolicismo
Al
advenir Carlos I (1625), hijo del anterior, el poder del rey parece estar más
seguro que nunca. Pero el despotismo del padre costará la cabeza del hijo. La Inglaterra que 200 años
antes eran devastada por las luchas
entre distintas ramas de la familia real estaba ahora consolidada y, además, ejerciendo
su soberanía sobre todas las Islas Británicas y colonias de ultramar. Y, lo que es más importante, el rey británico
era una especie de protector natural de los protestantes de todo el mundo- como
demostró en 1627 dando su apoyo a los hugonotes franceses de la Rochela.
El
calvinismo en ropajes católicos que es el Anglicanismo no podía sostenerse por
mucho tiempo unificado. La semilla de la rebelión había fructificado y los
“partidos” su multiplicaban, enfrentándose entre sí, incluso con violencia. Por
su parte la burguesía enriquecida primero con la rapiña de los bienes de los
“papistas” y la piratería a costa de las potencias católicas pretendía su
porción del poder político. ¿No era la riqueza signo evidente de predilección
divina según una particular interpretación de Calvino?
En
1628 comienza efectivamente la puja entre
el Parlamento y el Rey. Es así que a tan
sólo años de ocupar el trono Carlos debe
prometer la Petición
de Derechos que los parlamentarios le ponen delante.
Mientras
tanto, en Escocia , los presbiterianos
lo desafían levantándose contra
los obispos anglicanos que Carlos
I les envía. Es así que en 1637 llegan a saquear la catedral de Edimburgo y
forman el “Covenant”, -una alianza para resistir el supuesto “cripto-papismo”
de los ministros anglicanos enviados desde Londres-. Los fanáticos
presbiterianos alcanzan a invadir el norte de Inglaterra para forzar la firma de ese Covenant por parte del rey.
Dos
años después se reúne en Westminster (Londres) el Parlamento “largo” ya en
abierto desafío al rey, y se permite el lujo de juzgar a Lord Strafford, mano
derecha del monarca.
Mientras
se suceden los problemas en Inglaterra y
Escocia, los católicos de Irlanda pretenden ingenuamente aprovechar la
ocasión y se producen levantamientos [5]. El “temor” al papismo, unifica el
Parlamento que amonesta solemnemente al rey por una supuesta falta de reacción,
al tiempo que interviene en la organización del Ejército. Enviada una
expedición a la Isla
Esmeralda , nuevamente los católicos son rápida y cruelmente
reprimidos.
En
un intento desesperado por conservar el poder, Carlos I detiene a los jefes
parlamentarios de la oposición; pero el descontento popular alentado por el
Partido Parlamentario lo obliga a abandonar Londres a los seis días. Se da inicio así a la llamada “Guerra Civil
Inglesa”.
Para
poner a los escoceses de su lado, los parlamentarios ingleses se apresuraron a
firmar el “Covenant” con los presbiterianos. El Parlamento cuenta con los
dineros y la simpatía de la burguesía y de los nuevos nobles, mientras que, con
algunas excepciones notables, la vieja aristocracia –en general rural y
empobrecida- toma el partido del rey.
En
1644 tiene lugar la batalla de la colina de Marston. Los “costillas de hierro”
de Cromwell, un regimiento fanático de la secta independentista, hacen la
diferencia que obtiene la victoria para los parlamentarios. Así el Parlamente
decide imitar el modelo de Cromwell para todo el Ejército. Un año después, el
“Ejército Modelo”, ahora bajo la jefatura de Cromwell, entonando salmos y con
una ferocidad descomunal destroza a Carlos I en Naseby.
El
rey escapa a Escocia donde es “hospedado” por los presbiterianos. Éstos lo
venden seis meses después al Parlamento inglés (enero de 1647). Durante un tiempo, los presbiterianos no
saben bien que hacer con su rey preso, en nombre de quien curiosamente
gobiernan.
Siguen
cuatro años de gobierno parlamentario. Rápidamente el Parlamento “paga sus
deudas” y para ello vota el Acta de Navegación estableciendo el monopolio
marítimo; monopolio que defiende
duramente (y con éxito) en guerra con los Países Bajos. También se encarga de
los católico irlandeses que son masacrados en Drogheda (1649), “para mayor
gloria de Dios” según escribió Cromwell en carta al Parlamento [6].
Las
intrigas y una amenaza de una restauración encabezada por Carlos II en el
exilio desde 1651 (primero en Escocia y luego en Holanda), llevan al Parlamento
a otorgar el poder supremo a Oliverio Cromwell –verdadero precursor de los
dictadores (Robespierre, Napoleón, Stalin, Hitler) que cíclicamente la Revolución necesitará
para encauzar sus avances y evitar la anarquía que su propia fuerza centrífuga
impulsa.
La
dictadura republicana de Cromwell duró sólo cinco años pero dejó marcas
imborrables en la cultura británica. Su estatua ecuestre aún se venera en las
afueras del edificio del Parlamente en Londres: curiosamente el feroz dictador
que fue Cromwell es el prócer de las libertades democráticas británicas.
La
llamada “restauración” de 1660 no será tal realmente. La vieja aristocracia
casi ha desaparecido o se ha amoldado a las nuevas circunstancias. Carlos II
tiene deudas y “perdona” la vida (y la
hacienda) de los asesinos de su padre. La mentalidad racionalista, que dominaba
la Academia Real
fundada ese año, se extendía a medida que “el
interés popular por artefactos, máquinas e inventos de todas clases
pronto [se convertía] en una obsesión nacional” [7].
El
rey Carlos pretende restablecer algunas de las costumbres de la vieja
Inglaterra, pero vacila entre el absolutismo de su padre y las libertades parlamentarias que había
jurado respetar. Su reinado es largo, pero es poco lo que puede hacer sin
apoyos.
Carlos
II no tiene hijos varones y la corona recaerá a su muerte en su hermano Jaime,
el duque de York, que era católico desde 1671. Como previendo lo que pudiese
suceder, y con la farsa de un supuesto complot jesuita para incendiar el
Parlamento, en 1678 se ordena la detención de unos dos mil supuestos
cripto-católicos, muchos de los cuales son ejecutados.
Al
año siguiente, el rey disuelve el Parlamento en un último intento por restaurar
el absolutismo. Pero el predominio liberal es ya un hecho. Cuando en 1685
adviene al trono británico el católico Jaime II de nada le valdrán sus promesas
de libertad de cultos [8]-
Los
protestante no desesperan, saben bien que las hermanas del rey y sus herederas
son protestantes. Pero cuando el 21 de junio de 1688 nace el hijo varón de Jaime
II, los hechos se precipitan. Estalla la llamada “Segunda Revolución Inglesa”.
El 5 de noviembre desembarca en Torbay con
catorce mil mercenarios Guillermo de Orange, invitado por el Parlamento y con
el apoyo de los financistas de Amsterdam [9]. Tras el cambio de mandos del
general John Churchill, entran los orangistas en Londres prácticamente sin
oposición y a tan sólo 22 días del desembarco.
En
Edimburgo la turba “antipapista” toma la antigua Abadía de Holyrood, la saquea,
quema los ornamentos católicos y profana las tumbas de los antiguos reyes de
Escocia.
Jaime
II parte al exilio. Recibido por Luis XIV
de Francia que le promete ayuda, su reinado se limitará por el resto de su
vida al Palacio de Saint Germain, que le cede el “Rey Sol” –más preocupado por
su política continental que por las legitimidades.
En
febrero del año siguiente, Guillermo III y María II son coronados conjuntamente
tras jurar la llamada “Declaración de Derechos”. Trece años más tarde toca el turno a Ana II,
hermana menos de María y de Jaime, el “Viejo Pretendiente”.
Mientras
tanto en Irlanda las fuerzas jacobitas resisten ocupando casi toda la isla,
excepto la protestante Londonberry. Entre abril y junio de 1689 fuerzas navales
inglesas arriban para “liberar” a los protestantes irlandeses. Al año siguiente
Guillermo III desembarca en persona derrotando definitivamente a los católicos
en Boyne [10] y Aughrim. En 1691 las últimas fuerzas jacobitas irlandesas al
mando de Patrick Sarsfield [11] se rinden en Limerick.
Mientras
tanto el Parlamento hace y deshace a discreción. En 1701, salteándose al menos una
docena de candidatos con mejor derecho pero católicos, se sanciona el Acta de
Establecimiento que fija al Elector de Hanover, Jorge, heredero. Seis años
después tiene lugar el “Acta de Unión”
de las coronas inglesa y escocesa –lo que significará la postración socio económica
de la Escocia
interior de las Tierras Altas y las Islas, siempre sospechosa de simpatías
jacobitas-.
Como
dice Chesterton, “cuando llegamos a Ana y el primer Jorge sin rasgos característicos,
ya no es el rey el que cuenta. Príncipes mercaderes han reemplazado a todos los
príncipes; Inglaterra se ha entregado al comercio y al desarrollo capitalista;
y vemos establecer sucesivamente, la Deuda
Nacional , el Banco de Inglaterra, el Medio Penique de Word, la Burbuja de los Mares del
Sur y todas las instituciones típicas del gobierno comercial. Aquí no discutiré
si es buena o mala la secuela moderna con sus monopolios metropolitanos, su
control financiero complejo y prácticamente secreto, se marcha de maquinarias y
su destrucción de la propiedad privada y de la libertad personal. Sólo
expresaré que intuyo que aunque sea muy bueno, alguna otra cosa podría
haber sido mejor” [12].
A
fines de 1692 tiene lugar lo que Belloc califica el “acontecimiento más notorio…
desde la Reforma
y la destrucción de la monarquía” [13], cuando un grupo de financistas,
presenta el proyecto que dos años después
dará nacimiento al Banco de Inglaterra. A cambio de un préstamo al rey de un
millón y medio de libras al 8% anual, el
Banco adquiría el derecho a emitir papel moneda. Al mismo tiempo, para el pago
de esa deuda, se creaba un nuevo impuesto al tonelaje marítimo. En 20 años la
deuda pública británica alcanzaría los 50 millones de libras. Se creaba de esa
forma el sistema financiero moderno.
En
1714, tras fallecer Ana. Asume entonces
Jorge I el Elector de Hanover. Tanto el como su hijo Jorge II (1727), estarán
más preocupados por la situación de sus dominios alemanes que por los de la Gran Bretaña. Aquí es el
Parlamento el que gobierno, no el rey quien se convierte en mera figura
decorativa.
La
pacificación revolucionaria no fue fácil, especialmente en las Islas exteriores
y en las Tierras Altas de Escocia donde existía mayoría católica y profundas
lealtades jacobitas. En mayo de 1690 una flotilla norirlandesa bombardea el
Clanranald en la pequeña isla de Eigg, asesinando a todos los sobrevivientes.
En febrero de 1962 un destacamento gubernamental toma el Glencoe en las Tierras
Altas escocesas, masacrando completamente a dos pequeños clanes locales, los
Maclain y los MacDonald, atacados por sorpresa. Entre los muertos de Glencoe se
contaron 500 “no combatientes”
(ancianos, mujeres y niños).
Así
fue que en 1715 cuando Lord Mar, ex ministro de Ana decidió levantar la bandera
de los Estuardo en el exilio, desembarcó en Escocia. Pero, poco enterado de la
verdadera situación erróneamente buscó apoyo en las Tierras Bajas, que siendo
de mayoría presbiteriana , se lo privaron. Jaime III (VIII de Escocia) llegó a
desembarcar, sólo para tener que huir a las apuradas poco más de un mes
después. Los jacobitas del norte de Inglaterra también se rebelaron sin éxito.
Mal parado, el jacobinismo inglés, que tan necesario será sólo treinta años
después, terminó exterminado por el gobierno londinense en los meses siguientes
Y
llegamos así al `45. El 23 de julio de ese mítico año desembarcaba en Eriskay (Islas
Exteriores) el príncipe Carlos Eduardo, hijo de Jaime, dando origen a la última
y quizás la más célebre de las rebeliones jacobitas. El “buen príncipe
Carlitos” como fue llamado por el pueblo escocés [14] congregó a su alrededor a
los principales clanes de las Tierras Altas [15] y con ellos marchó hacia
Edimburgo [16]. Tomada la capital escocesa, cruzó al poco tiempo la frontera y
llegó hasta Derby a sólo 127 millas de Londres el 4 de diciembre.
Pero
sin noticias confiables sobre las defensas de la capital ni del apoyo prometido
por los franceses que en realidad nunca penaron que tuviese éxito, los jefes
jacobitas y el Príncipe deciden regresar a Escocia a toda velocidad. En el día
de 16 de abril del año de Nuestro Señor
1746, en las Tierras Altas Grampianas, en la colina de Culloden, los últimos
jacobitas se plantaron frente al
ejército del duque de Cumberland, hijo menor del rey hanoveriano, para intentar
unas última “carga”. Superados en número y en armamento, más de mil
“highlanders” dejaría su vida en el campo. Más del doble serían literalmente cazados. Por los soldados
“leales” y mercenarios contratados al efecto en los años venideros. El príncipe
Carlos emprende un mítico escape por la tierra escocesa, las Tierras Altas y
las Islas Exteriores. Nunca más un Estuardo volverá a Gran Bretaña. [17].
Tras
Culloden, la Revolución
queda asegurada en Gran Bretaña. Las peripecias
de los últimos jacobitas pasarán a la leyenda de la mano de tonadas
tradicionales de gaita [18].
Culminado
el proceso revolucionario, consolidada la paz en las Islas, extirpado el Jacobitismo
[19] y minimizado el Papismo, el poderío económico y militar británico tiene
así las manos libres para comenzar a intervenir directamente en el escenario
europeo. Los historiadores fijan el ’45 como el inicio del Imperio británico.
Derrotada la sociedad tradicional de las Islas Británicas, los agentes del
nuevo Imperio comenzaron su tarea apostólica para “civilizar” al mundo.
Gran
Bretaña, entonces, mira a la
Francia de Luis XV e
interviene en apoyo de María Teresa en la Guerra de Sucesión Austríaca (1744). Tiempo
después, temiendo el poderío de la Emperatriz , hace causa común con Prusia (1756)
contra ella, sin descuidar a los franceses a quienes –mientras tanto- arrebata la India y el Canadá (1763).
Mientras
tanto en Londres, el liberalismo [21], con figuras descollantes como el primer
ministro William Pitt (1757) y su hijo del mismo nombre veinte años después
(1782), será el artífice de la política británica y –a lo largo del siglo XIX-
de la historia del mundo. Como ha visto Canals Vidal [22], el caso de los Pitt,
padre liberal e hijo conservador, fue bastante paradigmático; lo que sucedió en
esa segunda mitad del siglo XVIII fue el corrimiento “había la izquierda” de la
política británica.
Por
su parte, los enriquecidos de la “Segunda Revolución” y la ética calvinista
impulsarán la llamada “Primera Revolución Industrial” (1764) que coadyuvará, a
la larga, a convertir a Gran Bretaña en un imperio mundial.
Al
mismo tiempo, en los Estados Unidos, el fanatismo puritano de los colonos que,
en conjunto con las ideas de la
Ilustración , fundó esa nación, se trasformará con el tiempo
en un fanatismo de religión civil (que algunos autores denominan Americanismo)
que se extenderá por todo el mundo a lo largo del siglo XX. Como han advertido
muchos, el Imperio Estadounidense no es más que la prolongación temporal del
Imperio Británico [23].
Con
su sagacidad para la teología de la historia, el autor antes citado recuerda
como ya Cromwell hablaba del “quinto reino” en referencia a Gran Bretaña. Según
la interpretación tradicional –seguida tanto por protestantes como por
católicos- de la profecía de Daniel (2-7)), las cuatro piezas de la estatua de
oro y pies de barro y las cuatro bestias que vienen del mar fueron los imperios
babilónicos, persa, helénico y romano. Que vienen a coincidir con los siete
reinos del Apocalipsis, de los cuales cinco
cayeron, uno es, y el otro no ha llegado aun. Y cuando llegue habrá de
durar poco tiempo, -dice el autor que seguimos- tal vez sea el Imperio Británico
(/o mejor, británico-americano). Tal vez, porque creo probable que se trate de
los dominios mundiales con los que ha tenido que ver la historia del pueblo de
Israel”. Recordemos que el Hogar Nacional Judío (precursor del Estado de Israel)
restableció contemporáneamente al fin del Imperio británico o, mejor, su pase
de `posta al “Imperio” estadounidense,
sin el cual Israel no subsistiría políticamente.
“Los
poderes mundiales están embriagados de la sangre de los mártires y sobre ellos
ha descansado la gran ciudad. El poder político orgulloso, no cristiano, ha
sido siempre anticristiano. Y ahora lo es también. Descristianiza y hace idolatrar
como algo absoluto y definitivo lo humano, mediante un humanismo idolátrico y
antiteístico ante el cual sucumbe –como un Molok ante el cual se hacía
sacrificios humanos- la existencia reducida de la persona individual y su
libertad de albedrío” [24].
En
eso estamos. Qui potest, capiat.*
+
NOTAS.
[1] Ciertamente Belloc era
francés de nacimiento, de padre también francés y madre irlandesa, pero vivió toda su vida en
Inglaterra, allí estudió y ejerció su actividad académica, intelectual y
periodística, y allí se destacó no sólo por sus obras históricas y políticas,
sino también por su poesía en inglés. Llegó a dominar como pocos la lengua de
Shakespeare, dándose incluso el lujo de publicar sobre gramática con autoridad reconocida. Prueba
de esto es el artículo de Belloc que, el pasado 16 de enero de 2006, el diario The New Statesman reproducía (publicado
originalmente en ese mismo medio el 28 de junio de 1930): “On Spelling”, donde
critica la rigidez de ciertas convenciones ortográficas y gramaticales
adoptadas principalmente por la prensa y que quitan libertad y naturalidad al
lenguaje.
2] Hilaire Belloc dedica un
artículo, el IX, de su “Europa y la
Fe ” (Europe and the
Faith, Londres: 1920) a desarrollar esta tesis –una de las principales de
toda su obra historiográfica. En el cap. IV de “Así ocurrió la Reforma ” (How the Reformation Happened, Londres :
1828) explica el “Accidente inglés” y la motivación económica de la Reforma inglesa: en los
capítulos VI al IX, destaca el papel fundamental de Inglaterra en la consolidación
del Protestantismo.
[3] Este accionar es
excelentemente explicado en uno de los últimos del R.P. Alfredo Sáenz, La
Revolución
Francesa : La revolución
cultural (Buenos Aires, Gladius, 2007).
[4] En 1607 Isabel I expropia
los condados irlandeses de Donegal, Tyrone, Derry, Armagh, Cavan y Fermanagh. A
partir de 1619 estos condados del antiguo reino del Ulster (Norte de Irlanda)
son objeto del primer proyecto de colonización a gran escala de la historia moderna, la llamada Plantación
del Ulster: la Corona
otorga en concesión territorios a
compañías privadas fundadas casi todas
ellas en la Ciudad
de Londres, la “City” financiera. Si bien las Compañías buscaban colonos
anglicanos y episcopalistas, tuvieron mayor éxito con los presbiterianos
escoceses. Así, aún hoy, la población protestante norirlandesa es
mayoritariamente de origen escocés y muy fanatizada con su peculiar calvinismo.
CF.
Robert Kee, Ireland : A history (Londres, Abacus, 1994, 21
edición) pp. 39-40.
[5] En noviembre de 1641 en un
Puente de Portadown unos cien protestantes, incluyendo mujeres y niños, son
masacrados por los católicos. El hecho tomó características de leyenda y aún
hoy es recordado durante las marchas orangistas en Belfast como sinónimo de la
“monstruosidad del papismo”.
[6] Y agrega: “Pienso que
pasamos por la espada unos 2000 hombres”. En el condado irlandés de Wexford se
masacró un número similar, incluyendo 200 niños y mujeres. Confróntese este
número con los cien muertos en Portadown a manos de los católicos. Antes de la
expedición irlandesa de Cromwell de
1649, la mayoría católica de Irlanda tenía 59% de la tierra; después tendrá
sólo el 22%. El proceso se acelerará a partir de allí: en 1695 la tenencia católica
de la tierra estaba en 14% y en 1714 en tan sólo 7%. Cf. Kee, op.cit., pp.
44-48.
[7] Robert L. Hellbroner, La formación de la sociedad económica
(México: FCE, 1964), citado por Aníbal D’Ángelo Rodriguez, Aproximación a la posmodernidad (Buenos Aires: Educa 1998), p 75.
[8] La principal oposición a la libertad de cultos provino
de los protestantes. El Parlamento de Escocía, por ejemplo, dominado por los
presbiterianos de las Tierras Bajas (las Tierras Altas de mayoría católica o
episcopal –anglicana- no tenían casi representación parlamentaria), rechazó en
1686 la tolerancia a pesar de la muy tentadora oferta de libertad de comercio
para los puertos escoceses. Cfr. Michael Lynch, Scotland : A new history (Londres: Pimlico,
1994), cap. 17, p.297.
[9] El primer barón de Avernas
de Gras, Isaac Antonio López Suasso, prestó dos millones de coronas sin
intereses a Guillermo de Orange para la expedición a Inglaterra y, tras la
revolución, se convirtió en el principal accionista de la Compañía de las Indias
Occidentales. Otro judío de Ámsterdam, Salomón de Medina, fue quien “compró” la
voluntad de John Churchill, general de Jaime II que se pasó a las fuerzas
orangistas. Guillermo III nombró a Churchill primer duque de Marlborough, y a
Medina, caballero. “Sir Salomón” fue luego uno de los principales contratistas
del Ejército británico (se decía que cada victoria contribuía tanto a su
fortuna personal como a la gloria del Imperio), mientras que Marlborough se haría
célebre en las guerras europeas de los años venideros (es el Mambrú de la
canción). Por su parte, otro financista de la Casa de Orange, Isaac Pereira, fue nombrado comisario general del Ejército de Irlanda.
Cfr. Michel de Penfentenyo, Capitalismo,
Catolicismo y expansión económica (Buenos Aires: Forum, 1975) pp.53 y ss. Datos contrastados con información disponible
en la Jewish Virtual
Library, The Jewish Encyclopedia y Jewish Heraldry, también el clásico de
Montefiore Hyamson. A History of de Jewish
in England (1908). Dice Hyamson: “Indudablemente la revolución dio un
ímpetu considerable a la inmigración judía, al principio desde Holanda y más
tarde desde otras regiones al este de aquel país…”.
[10] Todos los doce de julio
las logias orangistas desfilan por Belfast y otras ciudades norirlandesas en
conmemoración de la batalla que “salvó” al protestantismo del peligro papista.
[11] Patrick Sarsfield, con
algunos de sus hombres, consiguieron que se les permitiera exilarse en Francia,
Allí conformarán la célebre Legión Irlandesa, los “Gansos Salvajes”.
[12] “Si Don Juan de Austria
se hubiese casado con la Reina María de Escocia”.
El hombre común (Buenos Aires:
Heroica, 1958; trad. Ada Franco) original de Sheed & Ward (1950), capítulo
reproducido en Eduardo B. M. Allegri, Aproximación
a Chesterton (Buenos Aires, Educa, 1996) p. 171.
[13] A Shorter History of England
(Nueva York, MacMillan, 1934) p.455.
[14] Bonnie Prince Charlie en Scots (el ingles hablado en Escocia).
Bonnie no tiene traducción exacta al castellano,
es un adjetivo dado a alguien joven, saludable, bueno y atractivo.
[15] En el Glenfinnan el 19 de
agosto se le unieron 500 hombres de los MacDonald del Glengarry, Morar y
Keppoch y 700 de los Cameron del Lochiel. Al entrar en el Gran Glen se le
sumaron 800 de los MacDonnell del Glengarry y los Steward de Appin. El 4 de
septiembre al llegar a Perth el apoyo al Príncipe era ya general. (Lynch. ob. cit.,
p.335).
[16] Entre los miembros de los
Defensores Voluntarios de Edimburgo que hicieron frente al Príncipe Eduardo
figuró David Hume –todo un símbolo de los dos mundos que se enfrentaron en el
mítico ’45-. Su querido amigo, Adam Smith, se encontraba en ese momento en
Francia informándose de las “nuevas ideas” de la Ilustración.
[17] Al menos desde 1648 se establece un vínculo
entre los Estuardo y la francmasonería escocesa. Se tiene constancia de que los
futuros Carlos II y Jaume III revistaron en sus logias. Sin embargo, la
masonería británica siempre destacó el papel desempeñado por ella en la
revolución de 1688 en pro de la causa orangista. Es más, Guillermo III había
presidido logias en los Países Bajos, y sus sucesores hanoverianos tendrán
orgullo en pertenecer a la masonería. Tras el exilio de Jaime III, numerosos
masones supuestamente jacobitas marcharon al Continente, donde fundaron logias
en Francia, Italia, Alemania y España. Entre 1688 y 1745 se produjeron varios
intentos de restauración jacobita que fueron prontamente detectados y
extirpados por las autoridades. ¿Habrán cooperado los masones continentales con
sus “hermanos” en Albión?
[18]
Entre las joyas de la tradición jacobita que aún se tocan con fervor,
encontramos Bonny Prince Charlie
(Buen Príncipe Carlitos). The White
Cockade (la cucarda blanca, insignia Jacobita) y –la más conocida de
todas-. Over the Sea to Skye (también
conocida como Skye Boot Song) que recuerda el escape en bote del Príncipe hasta
la isla de Skye.
[19] El nacionalismo irlandés
que aparecerá en ese tiempo (mediados del siglo XVIII) será originariamente un
fenómeno protestante y liberal que reclamará, igual que los americanos veinte
años después, mayor poder de decisión (y oposición) en cuestiones tributarias.
Recién un siglo después, a propósito de la hambruna de la papa, el nacionalismo
prenderá entre los católicos, sin pretender una continuidad con el jacobinismo.
Más allá de alguna excepción, el nacionalismo irlandés será hasta hoy un
fenómeno liberal.
[20] Bien ha notado Julián
Marías la relación entre ida y vuelta
entre las “ideas inglesas” y las “ideas francesas” –se refiere a
novedades filosóficas- a lo largo de la Edad Moderna , influyéndose mutuamente a pesar de
la natural desconfianza. Cf. Historia de la Filosofía , prólogo
de Xavier Zubiri y epílogo de José Ortega y Gasset (Madrid; Revista de
Occidente, numerosas ediciones desde 1941 hasta 2008)). No es Marías el único
ni el primero que lo ha notado, pero lo traigo a colación por su
posicionamiento liberal.
[21]
Hasta los “Tories” (conservadores) serán liberales a partir de la Segunda revolución. Una
actitud demasiado “conservadora” podía culminar en una acusación de jacobitas y, por lo tanto, de traición. Un
caso paradigmático fue la entrevista en marzo de 1715 de lord Bolingbroke, ex
ministro de la reina Ana y líder “Tory”, con Jaime III en Francia para intentar
convencerlo de abjurar del Catolicismo a cambio del apoyo de su partido para
recuperar el trono.
[22] Este ejemplo característico
es utilizado por Francisco Canals Vidal en numerosos trabajos. Puede verse en Política Española (publicado en 1977
pero que recoge escritos de la década de 1940) hasta Mundo histórico y Reino de Dios (2005).
[23]Esto
lo veían claramente muchos de quienes llevaban adelante el Imperio Británico a
fines del siglo XIX; Cecil Rodhes, Lord Alfred Miller, Lord Albert Grey, Lord
Walter Rothschild, Reginal Brett (Lord Esher), Sir Henry Johnston, William T. Stead,
Lord Arthur Balfour, Arnold Toynbee y otros. Entre ellos conformaron la Mesa Redonda (Round
Table), una especie de sociedad secreta de notables que pretendía la
constitución de un gran Imperio gobernado por blancos anglosajones protestantes
(white Anglo-Saxon protestants –WASPs-). Para 1915 esta sociedad secreta contaba
ya con delegaciones en seis países, además de la sede británica: los Estados
Unidos, Canadá, Sudáfrica, la India ,
Australia y Nueva Zelanda. El grupo publicaba: The
Round Table Journal: A Quarterly Review of the British
Empire .
[24]
Francisco Canal Vidal, Mundo histórico y
Reino de Dios (Barcelona, Scire, 2005). Aunque los estadounidenses tienen
cierto prejuicio al uso del término “Imperio” para designarse; lo cierto es que
quien haya visitado la ciudad de Washington (DC) no puede negar sus características
que recuerdan la Roma Imperial
con sus arcos triunfales, panteones, columnatas, águilas de piedra, su
capitolio, sus templos. Los “padres fundadores”, entre ellos especialmente
Jefferson, consideraban que los Estados Unidos estaban destinados a portar la
antorcha para el mundo del conocimiento y la sabiduría de la antigüedad
clásica.*
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