martes, 6 de junio de 2017

Aclaratorios conceptos sobre la primera de las tres revoluciones que asolaron el mundo moderno; cuyos principios religiosos y políticos protestantes, desarrollados hasta casi sus últimas consecuencias, aun   rigen el mundo. Mientras tanto, de esa misma raíz, está madurando una cuarta y definitiva revolución:  la satánica monarquía humanística y atea, absolutista y  globalizadora, que aplastará a los humanos y sus obras bajo una tiranía que está cortando todos los  frenos  morales y religiosos.

EL PROCESO REVOLUCIONARIO INGLÉS.
LA REVOLUCIÓN DESCONOCIDA.

E
n general cuando se habla de revolución (con o sin mayúsculas y adjetivos toponímicos) tendemos enseguida a poner los ojos en la Francia de 1789. Parecería que la francesa fue la primera y, luego, el modelo y paradigma de las siguientes.

Siendo que Inglaterra fue el único país de Europa que, aparentemente, fue inmune a la prédica revolucionaria e, inclusive, produjo críticas mordaces como la de Burke, se tiende a considerar esta nación como un bastión  del pensamiento de “derecha”. Sin embargo, se olvida que, tan solo 50 años antes , los ingleses (y demás británicos) sufrían también los embates de otra revolución que cambiaría para siempre su faz cultural, social y  política.

En el presente trabajo buscaremos  desentrañar  y exponer detalladamente lo que fue el proceso revolucionario en   la Inglaterra  renacentista y moderna. Hablamos del proceso revolucionario inglés y no de la “revolución inglesa”, en primer lugar,  porque con este  nombre suele denominarse en los libros de historia a los sucesos acaecidos en 1648 (reservándose el de “Segunda Revolución” a los de 1688). Pero además, porque es objetivo de este pequeño ensayo demostrar que los hechos de esos años fueron el resultado lógico de otros que tuvieron lugar desde un siglo antes y que eventualmente culminarán con la derrota definitiva de la revolución jacobita de 1745.

La sociedad (y aún la política) británica conserva como un tesoro una serie de tradiciones y costumbres  que suelen entusiasmar a quienes vivimos en sociedades que han sufrido de alguna manera los embates directos de la Revolución Francesa. Incluso la obra de autores liberales británicos nos puede parecer hasta cierto punto aceptable por estar aparentemente libre del espíritu ilustrado que castigó a la Europa continental en el siglo XVIII y se expandió junto a los ejércitos napoleónicos por todo el territorio y más allá en el siglo siguiente. Pero ni las apelaciones a un orden natural de carácter racionalista nos deben confundir con la doctrina tomista de la ley natural, ni las costumbres que recuerdan hitos  protestantes y radicalmente anti-católicos con las tradiciones medievales de la Inglaterra cuando aún era parte de la Cristiandad.. Así tampoco el lejano deísmo de sus principales autores y el Gran Arquitecto de su masonería tienen que ver con el Dios personal, paternal y providente del Evangelio.

Esto lo vieron claramente los dos escritores ingleses quizás más profundos y sagaces del siglo XX: Gilbert Keith Chesterton y Hilaire Belloc [1]. Pero a veces, quizás por desconocer la historia del proceso revolucionario  británico, no llegamos a entender del todo sus condenas al panorama político y cultural británico –desde los imperialistas hasta los fabianos- y los llamados a la restauración de la verdadera Inglaterra, la verdadera Escocia y la verdadera Irlanda cuya alma tradicional (y culturalmente católica) aún pervivía en algún pub de la campiña inglesa, en la cima de alguna colina de las Tierras Altas escocesas y en las sesiones de los trovadores  irlandeses.


Si este pequeño ensayo histórico (desde una perspectiva que pretende ser  católica y tradicional) permite que comprendamos mejor a estos dos autores habré cumplido ampliamente mi objetivo.

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L
a Reforma inglesa toma características completamente diversas a las de la Reforma luterana y calvinista en el Continente. Éstas fueron rebeldías teológicas más o menos diversas que tuvieron un primer  arraigo en territorios que hacía relativamente poco habían sido  incorporados a la Cristiandad. Como sostiene Belloc [2], sin el apoyo oficial inglés, estas rebeliones hubiesen terminado languideciendo por inanición o pereciendo en manos de las  espadas de una Cruzada, como ocurrió en los siglos anteriores con los albigenses y los husitas, y ocurrirá simultáneamente con algunas sectas fanáticas refugiadas en las aldeas alpinas.

La Reforma inglesa comenzó como muchas otras rebeliones hacia la autoridad papal en la Edad Media. Frecuentemente se ha magnificado, creo que injustamente, el papel de Enrique VIII. Más allá del martirio de personalidades notorias como el ex canciller Tomás Moro o el obispo Juan Fisher, le rey Enrique trató siempre de contener su cisma dentro de la ortodoxia, posiblemente con la idea de una  futura aceptación por parte de Roma de los hechos consumados. así se explica la feroz persecución que dio a luteranos y calvinistas en sus territorios, al mismo tiempo que gustaba de mostrar el título de “Defensor de la Fe” que los Papas le habían concedido. Comparando con monarcas medievales como Federico II o Felipe el Hermoso, Enrique VIII no fue muy distinto.

Podemos decir que entre 1534 (año de proclamación del Acta de Supremacía) y 1547 (año de la muerte del rey Enrique) Inglaterra vivió en una especie de catolicismo cismático. Pero es a partir del advenimiento del débil Eduardo VI y el predominio de sus ministros calvinistas (1547-53), cuando Inglaterra comienza  a separarse efectivamente de la Cristiandad. Los años siguientes serán de guerra civil: el brevísimo reinado de Juana Grey y el intento de restauración de María I (1553), y finalmente, la indecisión de Isabel I (1558).

Pero es con la excomunión solemne de Isabel y el establecimiento de la supremacía de la Iglesia de Inglaterra en 1562 cuando Inglaterra levanta  definitivamente la bandera de la rebeldía y hunde su espada en el corazón de la Cristiandad, abriendo una profunda herida  que irá corroyendo Europa y el mundo hasta la actualidad. Ciertamente, el antropocentrismo renacentista, las guerras de Italia, el bodismo y el maquiavelismo, el protestantismo continental,  el nacionalismo francés y alemán, y un largo etcétera harán lo suyo para destrozar el orden europeo medieval; pero el apoyo inglés fue siempre decisivo.

Conductas impensadas en la Edad Media, como el pacto con herejes e infieles, serán en la Edad Moderna moneda común. Aún en los países que permanecieron católicos, el espíritu de la Reforma se  impuso a la larga, ya sea en sus relaciones con el poder político (galicanismo en Francia, josefinismo en Austria, regalismo en España), ya en la moral y en las costumbres (jansenismo, quietismo, mundanización del clero).  Así, cuando la ilustración dieciochesca –las “novedades francesas”, derivadas antes de las “novedades inglesas”- haga su trabajo de zapa [3], sobrevendrá la siguiente etapa de la Revolución: la llamada francesa, comenzada en París (1789) y llevada al resto de Europa y el mundo de la mano de las bayonetas napoleónicas y su Código Civil a lo largo del siglo XIX.

Pero volvamos a las Islas Británicas. A sólo seis años del establecimiento oficial del Anglicanismo, en 1568, Isabel pacta con los rebeldes presbiterianos que se han hecho con el poder en Escocia tras el derrocamiento de la reina María Estuardo. La célebre “Reina de los Escoceses”, privada de su hijo, (el futuro rey Jaime), es expulsada más allá de la frontera  y recibida por su prima Isabel que la aloja en una celda por el resto de su vida (mandándola ejecutar en 1587, tras casi veinte años de cautiverio).

El caso es que en su largo reinado, Isabel impuso el “régimen monstruoso” de que habla Christopher Hollis en el libro del mismo nombre. La enumeración es larga pero conviene hacerla rápidamente.

A la terrible represión del norte de Irlanda tras el levantamiento de 1579-1601, sigue la concesión de la tierras confiscadas a compañías privadas que “importarán” colonos protestantes y darán  origen así a la “cuestión de Irlanda” [4] que perdurará hasta nuestros días. Dos años después tiene lugar la primera persecución masiva de católicos en Inglaterra, que dejaría cientos de mártires; persecución que se reanudará varias veces, destacándose la muy terrible de 1588, que seguirá a la destrucción de la Armada Invencible española.

 En el exterior Isabel tolera, en cierta forma contribuye y se beneficia, de la piratería, de alguna forma origen del capitalismo anónimo moderno (en 1599 se crea la Compañía de las Indias Occidentales, primera sociedad comercial moderna).

Pero, lo más importante, contribuye decisivamente al sostenimiento del protestantismo continental. Cuando la “Reina Virgen” fallece en 1603, la Revolución protestante está ya encaminada,  reforzada y blindada en todo el continente.

Jaime I de Inglaterra continuará por la senda de su tía con una inmisericordia legendaria. El sobrino II de Isabel, ya rey de Escocia como Jaime VI,  criado por los presbiterianos que lo habían quitado  de manos de su madre mártir siendo un niño, tal vez fue el primer déspota moderno, impulsor de la revolucionaria idea del “derecho divino de los reyes” –a la que intentará enfrentarse  en el terreno intelectual el jesuita español Francisco Suárez-. Al mismo tiempo el rey Jaime dejó en las manos de sus ministros más fanáticos la terrible represión del catolicismo

Al advenir Carlos I (1625), hijo del anterior, el poder del rey parece estar más seguro que nunca. Pero el despotismo del padre costará la cabeza del hijo. La Inglaterra que 200 años antes  eran devastada por las luchas entre distintas ramas de la familia real estaba ahora consolidada y, además, ejerciendo su soberanía sobre todas las Islas Británicas y colonias de ultramar.  Y, lo que es más importante, el rey británico era una especie de protector natural de los protestantes de todo el mundo- como demostró en 1627 dando su apoyo a los hugonotes franceses de la Rochela.

El calvinismo en ropajes católicos que es el Anglicanismo no podía sostenerse por mucho tiempo unificado. La semilla de la rebelión había fructificado y los “partidos” su multiplicaban, enfrentándose entre sí, incluso con violencia. Por su parte la burguesía enriquecida primero con la rapiña de los bienes de los “papistas” y la piratería a costa de las potencias católicas pretendía su porción del poder político. ¿No era la riqueza signo evidente de predilección divina según una particular interpretación de Calvino?

En 1628 comienza efectivamente la puja entre  el Parlamento y el Rey. Es así que a tan  sólo años de ocupar el trono Carlos debe  prometer la Petición de Derechos que los parlamentarios le ponen delante.

Mientras tanto, en Escocia , los presbiterianos  lo desafían levantándose contra  los obispos anglicanos que  Carlos I les envía. Es así que en 1637 llegan a saquear la catedral de Edimburgo y forman el “Covenant”, -una alianza para resistir el supuesto “cripto-papismo” de los ministros anglicanos enviados desde Londres-. Los fanáticos presbiterianos alcanzan a invadir el norte de Inglaterra para forzar  la firma de ese Covenant por parte del rey.

Dos años después se reúne en Westminster  (Londres) el Parlamento “largo” ya en abierto desafío al rey, y se permite el lujo de juzgar a Lord Strafford, mano derecha del monarca.

Mientras se suceden los problemas en Inglaterra y  Escocia, los católicos de Irlanda pretenden ingenuamente aprovechar la ocasión y se producen levantamientos [5]. El “temor” al papismo, unifica el Parlamento que amonesta solemnemente al rey por una supuesta falta de reacción, al tiempo que interviene en la organización del Ejército. Enviada una expedición a la Isla Esmeralda, nuevamente los católicos son rápida y cruelmente reprimidos.

En un intento desesperado por conservar el poder, Carlos I detiene a los jefes parlamentarios de la oposición; pero el descontento popular alentado por el Partido Parlamentario lo obliga a abandonar Londres a los seis días. Se da   inicio así a la llamada “Guerra Civil Inglesa”.

Para poner a los escoceses de su lado, los parlamentarios ingleses se apresuraron a firmar el “Covenant” con los presbiterianos. El Parlamento cuenta con los dineros y la simpatía de la burguesía y de los nuevos nobles, mientras que, con algunas excepciones notables, la vieja aristocracia –en general rural y empobrecida- toma el partido del rey.

En 1644 tiene lugar la batalla de la colina de Marston. Los “costillas de hierro” de Cromwell, un regimiento fanático de la secta independentista, hacen la diferencia que obtiene la victoria para los parlamentarios. Así el Parlamente decide imitar el modelo de Cromwell para todo el Ejército. Un año después, el “Ejército Modelo”, ahora bajo la jefatura de Cromwell, entonando salmos y con una ferocidad descomunal destroza a Carlos I en Naseby.

El rey escapa a Escocia donde es “hospedado” por los presbiterianos. Éstos lo venden seis meses después al Parlamento inglés (enero de 1647).  Durante un tiempo, los presbiterianos no saben bien que hacer con su rey preso, en nombre de quien curiosamente gobiernan.

La Caja de Pandora revolucionaria estaba abierta y el 6 de diciembre de 1648 estalla la llamada “Primera Revolución inglesa”, que –como digo más arriba- fue sólo una etapa de un proceso revolucionario iniciado casi un siglo antes. El Ejército Modelo de Cromwell da un golpe de Estado y detiene a 140 miembros del Parlamente sospechosos de entendimiento con el rey. El 9 de febrero del año siguiente Carlos I, quien se consideraba  “rey por derecho divino”, pierde su cabeza.

Siguen cuatro años de gobierno parlamentario. Rápidamente el Parlamento “paga sus deudas” y para ello vota el Acta de Navegación estableciendo el monopolio marítimo;  monopolio que defiende duramente (y con éxito) en guerra con los Países Bajos. También se encarga de los católico irlandeses que son masacrados en Drogheda (1649), “para mayor gloria de Dios” según escribió Cromwell en carta al Parlamento [6].

Las intrigas y una amenaza de una restauración encabezada por Carlos II en el exilio desde 1651 (primero en Escocia y luego en Holanda), llevan al Parlamento a otorgar el poder supremo a Oliverio Cromwell –verdadero precursor de los dictadores (Robespierre, Napoleón, Stalin, Hitler) que cíclicamente la Revolución necesitará para encauzar sus avances y evitar la anarquía que su propia fuerza centrífuga impulsa.

La dictadura republicana de Cromwell duró sólo cinco años pero dejó marcas imborrables en la cultura británica. Su estatua ecuestre aún se venera en las afueras del edificio del Parlamente en Londres: curiosamente el feroz dictador que fue Cromwell es el prócer de las libertades democráticas británicas.

La llamada “restauración” de 1660 no será tal realmente. La vieja aristocracia casi ha desaparecido o se ha amoldado a las nuevas circunstancias. Carlos II tiene deudas y “perdona” la vida  (y la hacienda) de los asesinos de su padre. La mentalidad racionalista, que dominaba la Academia Real fundada ese año, se extendía a medida que “el  interés popular por artefactos, máquinas e inventos de todas clases pronto [se convertía] en una obsesión nacional” [7].

El rey Carlos pretende restablecer algunas de las costumbres de la vieja Inglaterra, pero vacila entre el absolutismo de su padre  y las libertades parlamentarias que había jurado respetar. Su reinado es largo, pero es poco lo que puede hacer sin apoyos.

Carlos II no tiene hijos varones y la corona recaerá a su muerte en su hermano Jaime, el duque de York, que era católico desde 1671. Como previendo lo que pudiese suceder, y con la farsa de un supuesto complot jesuita para incendiar el Parlamento, en 1678 se ordena la detención de unos dos mil supuestos cripto-católicos, muchos de los cuales son ejecutados.

Al año siguiente, el rey disuelve el Parlamento en un último intento por restaurar el absolutismo. Pero el predominio liberal es ya un hecho. Cuando en 1685 adviene al trono británico el católico Jaime II de nada le valdrán sus promesas de libertad de cultos [8]-

Los protestante no desesperan, saben bien que las hermanas del rey y sus herederas son protestantes. Pero cuando el 21 de junio de 1688 nace el hijo varón de Jaime II, los hechos se precipitan. Estalla la llamada “Segunda  Revolución Inglesa”.

 El 5 de noviembre desembarca en Torbay con catorce mil mercenarios Guillermo de Orange, invitado por el Parlamento y con el apoyo de los financistas de Amsterdam [9]. Tras el cambio de mandos del general John Churchill, entran los orangistas en Londres prácticamente sin oposición y a tan sólo 22 días del desembarco.

En Edimburgo la turba “antipapista” toma la antigua Abadía de Holyrood, la saquea, quema los ornamentos católicos y profana las tumbas de los antiguos reyes de Escocia.

Jaime II parte al exilio. Recibido por Luis XIV  de Francia que le promete ayuda, su reinado se limitará por el resto de su vida al Palacio de Saint Germain, que le cede el “Rey Sol” –más preocupado por su política continental que por las legitimidades.

En febrero del año siguiente, Guillermo III y María II son coronados conjuntamente tras jurar la llamada “Declaración de Derechos”. Trece años más tarde toca el turno a Ana II, hermana menos de María y de Jaime, el “Viejo Pretendiente”.

Mientras tanto en Irlanda las fuerzas jacobitas resisten ocupando casi toda la isla, excepto la protestante Londonberry. Entre abril y junio de 1689 fuerzas navales inglesas arriban para “liberar” a los protestantes irlandeses. Al año siguiente Guillermo III desembarca en persona derrotando definitivamente a los católicos en Boyne [10] y Aughrim. En 1691 las últimas fuerzas jacobitas irlandesas al mando de Patrick Sarsfield [11] se rinden en Limerick.

Mientras tanto el Parlamento hace y deshace a discreción. En 1701, salteándose al menos una docena de candidatos con mejor derecho pero católicos, se sanciona el Acta de Establecimiento que fija al Elector de Hanover, Jorge, heredero. Seis años después tiene lugar el  “Acta de Unión” de las coronas inglesa y escocesa –lo que significará la postración socio económica de la Escocia interior de las Tierras Altas y las Islas, siempre sospechosa de simpatías jacobitas-.

Como dice Chesterton, “cuando llegamos a Ana y el primer Jorge sin rasgos característicos, ya no es el rey el que cuenta. Príncipes mercaderes han reemplazado a todos los príncipes; Inglaterra se ha entregado al comercio y al desarrollo capitalista; y vemos establecer sucesivamente, la Deuda Nacional, el Banco de Inglaterra, el Medio Penique de Word, la Burbuja de los Mares del Sur y todas las instituciones típicas del gobierno comercial. Aquí no discutiré si es buena o mala la secuela moderna con sus monopolios metropolitanos, su control financiero complejo y prácticamente secreto, se marcha de maquinarias y su destrucción de la propiedad privada y de la libertad personal. Sólo expresaré que intuyo  que aunque sea muy bueno, alguna otra cosa podría haber sido mejor” [12].

A fines de 1692 tiene lugar lo que Belloc califica el “acontecimiento más notorio… desde la Reforma y la destrucción de la monarquía” [13], cuando un grupo de financistas, presenta el proyecto  que dos años después dará nacimiento al Banco de Inglaterra. A cambio de un préstamo al rey de un millón y medio de libras al 8%  anual, el Banco adquiría el derecho a emitir papel moneda. Al mismo tiempo, para el pago de esa deuda, se creaba un nuevo impuesto al tonelaje marítimo. En 20 años la deuda pública británica alcanzaría los 50 millones de libras. Se creaba de esa forma el sistema financiero moderno.

En 1714,  tras fallecer Ana. Asume entonces Jorge I el Elector de Hanover. Tanto el como su hijo Jorge II (1727), estarán más preocupados por la situación de sus dominios alemanes que por los de la Gran Bretaña. Aquí es el Parlamento el que gobierno, no el rey quien se convierte en mera figura decorativa.

La pacificación revolucionaria no fue fácil, especialmente en las Islas exteriores y en las Tierras Altas de Escocia donde existía mayoría católica y profundas lealtades jacobitas. En mayo de 1690 una flotilla norirlandesa bombardea el Clanranald en la pequeña isla de Eigg, asesinando a todos los sobrevivientes. En febrero de 1962 un destacamento gubernamental toma el Glencoe en las Tierras Altas escocesas, masacrando completamente a dos pequeños clanes locales, los Maclain y los MacDonald, atacados por sorpresa. Entre los muertos de Glencoe se contaron  500 “no combatientes” (ancianos, mujeres y niños).

Así fue que en 1715 cuando Lord Mar, ex ministro de Ana decidió levantar la bandera de los Estuardo en el exilio, desembarcó en Escocia. Pero, poco enterado de la verdadera situación erróneamente buscó apoyo en las Tierras Bajas, que siendo de mayoría presbiteriana , se lo privaron. Jaime III (VIII de Escocia) llegó a desembarcar, sólo para tener que huir a las apuradas poco más de un mes después. Los jacobitas del norte de Inglaterra también se rebelaron sin éxito. Mal parado, el jacobinismo inglés, que tan necesario será sólo treinta años después, terminó exterminado por el gobierno londinense en los meses siguientes

Y llegamos así al `45. El 23 de julio de ese mítico año desembarcaba en Eriskay (Islas Exteriores) el príncipe Carlos Eduardo, hijo de Jaime, dando origen a la última y quizás la más célebre de las rebeliones jacobitas. El “buen príncipe Carlitos” como fue llamado por el pueblo escocés [14] congregó a su alrededor a los principales clanes de las Tierras Altas [15] y con ellos marchó hacia Edimburgo [16]. Tomada la capital escocesa, cruzó al poco tiempo la frontera y llegó hasta Derby a sólo 127 millas de Londres el 4 de diciembre.

Pero sin noticias confiables sobre las defensas de la capital ni del apoyo prometido por los franceses que en realidad nunca penaron que tuviese éxito, los jefes jacobitas y el Príncipe deciden regresar a Escocia a toda velocidad. En el día de 16 de abril  del año de Nuestro Señor 1746, en las Tierras Altas Grampianas, en la colina de Culloden, los últimos jacobitas se plantaron frente  al ejército del duque de Cumberland, hijo menor del rey hanoveriano, para intentar unas última “carga”. Superados en número y en armamento, más de mil “highlanders” dejaría su vida en el campo. Más del doble serían  literalmente cazados. Por los soldados “leales” y mercenarios contratados al efecto en los años venideros. El príncipe Carlos emprende un mítico escape por la tierra escocesa, las Tierras Altas y las Islas Exteriores. Nunca más un Estuardo volverá a Gran Bretaña. [17].

Tras Culloden, la Revolución queda asegurada en Gran Bretaña. Las peripecias  de los últimos jacobitas pasarán a la leyenda de la mano de tonadas tradicionales de gaita [18].

Culminado el proceso revolucionario, consolidada la paz en las Islas, extirpado el Jacobitismo [19] y minimizado el Papismo, el poderío económico y militar británico tiene así las manos libres para comenzar a intervenir directamente en el escenario europeo. Los historiadores fijan el ’45 como el inicio del Imperio británico. Derrotada la sociedad tradicional de las Islas Británicas, los agentes del nuevo Imperio comenzaron su tarea apostólica para “civilizar” al mundo.

Gran Bretaña, entonces, mira a la Francia de Luis XV  e interviene en apoyo de María Teresa en la Guerra de Sucesión Austríaca (1744). Tiempo después, temiendo el poderío de la Emperatriz, hace causa común con Prusia (1756) contra ella, sin descuidar a los franceses a quienes –mientras tanto- arrebata la India y el Canadá (1763).

La Independencia de los Estados Unidos de América del Norte (1773/83) será un traspié momentáneo, de lo cual el levantamiento del bloque de Gibraltar (1779) es muestra evidente. Tan sólo diez años después, estalla la Revolución Francesa que desparramará las “ideas inglesas” (20) –ahora “ideas  francesas”- primero con las bayonetas de Napoleón y, luego, mediante el Congreso de Viena,  que consolidará el poderío británico ganado en los campos de Waterloo.

Mientras tanto en Londres, el liberalismo [21], con figuras descollantes como el primer ministro William Pitt (1757) y su hijo del mismo nombre veinte años después (1782), será el artífice de la política británica y –a lo largo del siglo XIX- de la historia del mundo. Como ha visto Canals Vidal [22], el caso de los Pitt, padre liberal e hijo conservador, fue bastante paradigmático; lo que sucedió en esa segunda mitad del siglo XVIII fue el corrimiento “había la izquierda” de la política británica.

Por su parte, los enriquecidos de la “Segunda Revolución” y la ética calvinista impulsarán la llamada “Primera Revolución Industrial” (1764) que coadyuvará, a la larga, a convertir a Gran Bretaña en un imperio mundial.

Al mismo tiempo, en los Estados Unidos, el fanatismo puritano de los colonos que, en conjunto con las ideas de la Ilustración, fundó esa nación, se trasformará con el tiempo en un fanatismo de religión civil (que algunos autores denominan Americanismo) que se extenderá por todo el mundo a lo largo del siglo XX. Como han advertido muchos, el Imperio Estadounidense no es más que la prolongación temporal del Imperio Británico [23].

Con su sagacidad para la teología de la historia, el autor antes citado recuerda como ya Cromwell hablaba del “quinto reino” en referencia a Gran Bretaña. Según la interpretación tradicional –seguida tanto por protestantes como por católicos- de la profecía de Daniel (2-7)), las cuatro piezas de la estatua de oro y pies de barro y las cuatro bestias que vienen del mar fueron los imperios babilónicos, persa, helénico y romano. Que vienen a coincidir con los siete reinos del Apocalipsis, de los cuales cinco  cayeron, uno es, y el otro no ha llegado aun. Y cuando llegue habrá de durar poco tiempo, -dice el autor que seguimos- tal vez sea el Imperio Británico (/o mejor, británico-americano). Tal vez, porque creo probable que se trate de los dominios mundiales con los que ha tenido que ver la historia del pueblo de Israel”. Recordemos que el Hogar Nacional Judío (precursor del Estado de Israel) restableció contemporáneamente al fin del Imperio británico o, mejor, su pase de `posta al  “Imperio” estadounidense, sin el cual Israel no subsistiría políticamente.

“Los poderes mundiales están embriagados de la sangre de los mártires y sobre ellos ha descansado la gran ciudad. El poder político orgulloso, no cristiano, ha sido siempre anticristiano. Y ahora lo es también. Descristianiza y hace idolatrar como algo absoluto y definitivo lo humano, mediante un humanismo idolátrico y antiteístico ante el cual sucumbe –como un Molok ante el cual se hacía sacrificios humanos- la existencia reducida de la persona individual y su libertad de albedrío” [24].

En eso estamos. Qui potest, capiat.*

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NOTAS.

      [1] Ciertamente Belloc era francés de nacimiento, de padre también francés y  madre irlandesa, pero vivió toda su vida en Inglaterra, allí estudió y ejerció su actividad académica, intelectual y periodística, y allí se destacó no sólo por sus obras históricas y políticas, sino también por su poesía en inglés. Llegó a dominar como pocos la lengua de Shakespeare, dándose incluso el lujo de publicar  sobre gramática con autoridad reconocida. Prueba de esto es el artículo de Belloc que, el pasado 16 de enero de 2006, el diario The New Statesman reproducía (publicado originalmente en ese mismo medio el 28 de junio de 1930): “On Spelling”, donde critica la rigidez de ciertas convenciones ortográficas y gramaticales adoptadas principalmente por la prensa y que quitan libertad y naturalidad al lenguaje.
      2] Hilaire Belloc dedica un artículo, el IX, de su “Europa y la Fe” (Europe and the Faith, Londres: 1920) a desarrollar esta tesis –una de las principales de toda su obra historiográfica. En el cap. IV de “Así ocurrió la Reforma” (How the Reformation Happened, Londres : 1828) explica el “Accidente inglés” y la motivación económica de la Reforma inglesa: en los capítulos VI al IX, destaca el papel fundamental de Inglaterra en la consolidación del Protestantismo.
      [3] Este accionar es excelentemente explicado en uno de los últimos del R.P. Alfredo Sáenz, La Revolución Francesa: La revolución cultural (Buenos Aires, Gladius, 2007).
      [4] En 1607 Isabel I expropia los condados irlandeses de Donegal, Tyrone, Derry, Armagh, Cavan y Fermanagh. A partir de 1619 estos condados del antiguo reino del Ulster (Norte de Irlanda) son objeto del primer proyecto de colonización a gran escala  de la historia moderna, la llamada Plantación del Ulster: la Corona otorga en concesión  territorios a compañías privadas fundadas casi todas  ellas en la Ciudad de Londres, la “City” financiera. Si bien las Compañías buscaban colonos anglicanos y episcopalistas, tuvieron mayor éxito con los presbiterianos escoceses. Así, aún hoy, la población protestante norirlandesa es mayoritariamente de origen escocés y muy fanatizada con su peculiar calvinismo. CF. Robert Kee, Ireland: A history (Londres, Abacus, 1994, 21 edición) pp. 39-40.
      [5] En noviembre de 1641 en un Puente de Portadown unos cien protestantes, incluyendo mujeres y niños, son masacrados por los católicos. El hecho tomó características de leyenda y aún hoy es recordado durante las marchas orangistas en Belfast como sinónimo de la “monstruosidad del papismo”.
      [6] Y agrega: “Pienso que pasamos por la espada unos 2000 hombres”. En el condado irlandés de Wexford se masacró un número similar, incluyendo 200 niños y mujeres. Confróntese este número con los cien muertos en Portadown a manos de los católicos. Antes de la expedición irlandesa de  Cromwell de 1649, la mayoría católica de Irlanda tenía 59% de la tierra; después tendrá sólo el 22%. El proceso se acelerará a partir de allí: en 1695 la tenencia católica de la tierra estaba en 14% y en 1714 en tan sólo 7%. Cf. Kee, op.cit., pp. 44-48.
      [7] Robert L. Hellbroner, La formación de la sociedad económica (México: FCE, 1964), citado por Aníbal D’Ángelo Rodriguez, Aproximación a la posmodernidad (Buenos Aires: Educa 1998), p 75.
      [8]  La principal oposición a la libertad de cultos provino de los protestantes. El Parlamento de Escocía, por ejemplo, dominado por los presbiterianos de las Tierras Bajas (las Tierras Altas de mayoría católica o episcopal –anglicana- no tenían casi representación parlamentaria), rechazó en 1686 la tolerancia a pesar de la muy tentadora oferta de libertad de comercio para los puertos escoceses. Cfr. Michael Lynch, Scotland: A new history (Londres: Pimlico, 1994), cap. 17, p.297.
      [9] El primer barón de Avernas de Gras, Isaac Antonio López Suasso, prestó dos millones de coronas sin intereses a Guillermo de Orange para la expedición a Inglaterra y, tras la revolución, se convirtió en el principal accionista de la Compañía de las Indias Occidentales. Otro judío de Ámsterdam, Salomón de Medina, fue quien “compró” la voluntad de John Churchill, general de Jaime II que se pasó a las fuerzas orangistas. Guillermo III nombró a Churchill primer duque de Marlborough, y a Medina, caballero. “Sir Salomón” fue luego uno de los principales contratistas del Ejército británico (se decía que cada victoria contribuía tanto a su fortuna personal como a la gloria del Imperio), mientras que Marlborough se haría célebre en las guerras europeas de los años venideros (es el Mambrú de la canción). Por su parte, otro financista de la Casa de Orange, Isaac Pereira, fue nombrado  comisario general del Ejército de Irlanda. Cfr. Michel de Penfentenyo, Capitalismo, Catolicismo y expansión económica (Buenos Aires: Forum, 1975) pp.53 y ss.  Datos contrastados con información disponible en la Jewish Virtual Library, The Jewish Encyclopedia y Jewish Heraldry, también el clásico de Montefiore Hyamson. A History of de Jewish in England (1908). Dice Hyamson: “Indudablemente la revolución dio un ímpetu considerable a la inmigración judía, al principio desde Holanda y más tarde desde otras regiones al este de aquel país…”.
      [10] Todos los doce de julio las logias orangistas desfilan por Belfast y otras ciudades norirlandesas en conmemoración de la batalla que “salvó” al protestantismo del peligro papista.
      [11] Patrick Sarsfield, con algunos de sus hombres, consiguieron que se les permitiera exilarse en Francia, Allí conformarán la célebre Legión Irlandesa, los “Gansos Salvajes”.
      [12] “Si Don Juan de Austria se hubiese casado con  la Reina María de Escocia”. El hombre común (Buenos Aires: Heroica, 1958; trad. Ada Franco) original de Sheed & Ward (1950), capítulo reproducido en Eduardo B. M. Allegri, Aproximación a Chesterton (Buenos Aires, Educa, 1996) p. 171.
      [13] A Shorter History of England (Nueva York, MacMillan, 1934) p.455.
      [14] Bonnie Prince Charlie en Scots (el ingles hablado en Escocia). Bonnie  no tiene traducción exacta al castellano, es un adjetivo dado a alguien joven, saludable, bueno y atractivo.
      [15] En el Glenfinnan el 19 de agosto se le unieron 500 hombres de los MacDonald del Glengarry, Morar y Keppoch y 700 de los Cameron del Lochiel. Al entrar en el Gran Glen se le sumaron 800 de los MacDonnell del Glengarry y los Steward de Appin. El 4 de septiembre al llegar a Perth el apoyo al Príncipe era ya general. (Lynch. ob. cit., p.335).
      [16] Entre los miembros de los Defensores Voluntarios de Edimburgo que hicieron frente al Príncipe Eduardo figuró David Hume –todo un símbolo de los dos mundos que se enfrentaron en el mítico ’45-. Su querido amigo, Adam Smith, se encontraba en ese momento en Francia informándose de las “nuevas ideas” de la Ilustración.
      [17]  Al menos desde 1648 se establece un vínculo entre los Estuardo y la francmasonería escocesa. Se tiene constancia de que los futuros Carlos II y Jaume III revistaron en sus logias. Sin embargo, la masonería británica siempre destacó el papel desempeñado por ella en la revolución de 1688 en pro de la causa orangista. Es más, Guillermo III había presidido logias en los Países Bajos, y sus sucesores hanoverianos tendrán orgullo en pertenecer a la masonería. Tras el exilio de Jaime III, numerosos masones supuestamente jacobitas marcharon al Continente, donde fundaron logias en Francia, Italia, Alemania y España. Entre 1688 y 1745 se produjeron varios intentos de restauración jacobita que fueron prontamente detectados y extirpados por las autoridades. ¿Habrán cooperado los masones continentales con sus “hermanos” en Albión?
      [18] Entre las joyas de la tradición jacobita que aún se tocan con fervor, encontramos Bonny Prince Charlie (Buen Príncipe Carlitos). The White Cockade (la cucarda blanca, insignia Jacobita) y –la más conocida de todas-. Over the Sea to Skye (también conocida como Skye Boot Song) que recuerda el escape en bote del Príncipe hasta la isla de Skye.
      [19] El nacionalismo irlandés que aparecerá en ese tiempo (mediados del siglo XVIII) será originariamente un fenómeno protestante y liberal que reclamará, igual que los americanos veinte años después, mayor poder de decisión (y oposición) en cuestiones tributarias. Recién un siglo después, a propósito de la hambruna de la papa, el nacionalismo prenderá entre los católicos, sin pretender una continuidad con el jacobinismo. Más allá de alguna excepción, el nacionalismo irlandés será hasta hoy un fenómeno liberal.
      [20] Bien ha notado Julián Marías la relación entre ida y vuelta  entre las “ideas inglesas” y las “ideas francesas” –se refiere a novedades filosóficas- a lo largo de la Edad Moderna, influyéndose mutuamente a pesar de la natural desconfianza. Cf. Historia de la Filosofía, prólogo de Xavier Zubiri y epílogo de José Ortega y Gasset (Madrid; Revista de Occidente, numerosas ediciones desde 1941 hasta 2008)). No es Marías el único ni el primero que lo ha notado, pero lo traigo a colación por su posicionamiento liberal.
      [21] Hasta los “Tories” (conservadores) serán liberales a partir de la Segunda revolución. Una actitud demasiado “conservadora” podía culminar en una acusación de  jacobitas y, por lo tanto, de traición. Un caso paradigmático fue la entrevista en marzo de 1715 de lord Bolingbroke, ex ministro de la reina Ana y líder “Tory”, con Jaime III en Francia para intentar convencerlo de abjurar del Catolicismo a cambio del apoyo de su partido para recuperar el trono.
      [22] Este ejemplo característico es utilizado por Francisco Canals Vidal en numerosos trabajos. Puede verse en Política Española (publicado en 1977 pero que recoge escritos de la década de 1940) hasta Mundo histórico y Reino de Dios (2005).
      [23]Esto lo veían claramente muchos de quienes llevaban adelante el Imperio Británico a fines del siglo XIX; Cecil Rodhes, Lord Alfred Miller, Lord Albert Grey, Lord Walter Rothschild, Reginal Brett (Lord Esher), Sir Henry Johnston, William T. Stead, Lord Arthur Balfour, Arnold Toynbee y otros. Entre ellos conformaron la Mesa Redonda (Round Table), una especie de sociedad secreta de notables que pretendía la constitución de un gran Imperio gobernado por blancos anglosajones protestantes (white Anglo-Saxon protestants –WASPs-). Para 1915 esta sociedad secreta contaba ya con delegaciones en seis países, además de la sede británica: los Estados Unidos, Canadá, Sudáfrica, la India, Australia y Nueva Zelanda. El grupo publicaba:  The Round Table Journal: A Quarterly Review of the British Empire.

      [24] Francisco Canal Vidal, Mundo histórico y Reino de Dios (Barcelona, Scire, 2005). Aunque los estadounidenses tienen cierto prejuicio al uso del término “Imperio” para designarse; lo cierto es que quien haya visitado la ciudad de Washington (DC) no puede negar sus características que recuerdan la Roma Imperial con sus arcos triunfales, panteones, columnatas, águilas de piedra, su capitolio, sus templos. Los “padres fundadores”, entre ellos especialmente Jefferson, consideraban que los Estados Unidos estaban destinados a portar la antorcha para el mundo del conocimiento y la sabiduría de la antigüedad clásica.*

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