Desbrozando el erial,
para que crezca la verdad histórica.
La democracia liberal
crea desocupación laboral y miseria; y una escandalosa burocracia sindical
adinerada.
Notas internacionales, publicadas en
La Nueva República ,
5/V/1928, escritas por
Julio
Irazusta
EL FASCISMO Y LOS OBREROS
En
lo últimos días del mes pasado llegaron a Roma diez mil obreros milaneses, que
fueron magníficamente recibidos por la población, las autoridades locales y el
jefe del gobierno italiano. Nadie ignoraba que el régimen fascista ha
favorecido enormemente a los obreros, y que éstos le están reconocidos. Pero la
manifestación del 29 ha servido para poner magníficamente de relieve aquel
estado de cosas. En el discurso que
dirigió desde el podium a la multitud
congregada en el Coliseo, el señor Mussolini recordó lo que el fascismo ha
hecho por las clases pobres: la construcción de casas baratas, el
establecimiento de la jornada de ocho horas, la colocación en un mismo plano
del capital y el trabajo, y la creación de una magistratura del trabajo. Esa
enumeración, perfectamente cierta, es una muestra de lo que puede hacer por los
obreros un gobierno fuerte, sustraídos a los azares de la elección.
En
efecto, en un régimen que por naturaleza obliga a las asociaciones gremiales a
desarrollar una acción política, la defensa de los intereses profesionales
degenera forzosamente en lucha de clases.
Donde
la lucha electoral es el medio de constituir el gobierno, cada clase trata de
conquistar el poder para llegar a ser juez en los litigios en que es parte, y
la coincidencia que se produce entre esas dos condiciones vicia esencialmente
la justicia impartida por los gobiernos salidos de la urna en los conflictos
del capital con el trabajo.
Un
árbitro, para ser imparcial, tiene que ser absolutamente independiente de las
partes litigantes. Esa condición no la puede llenar un gobierno electivo. Y una
u otra de las clases que se afrontan en lucha tiene que ser lesionada hasta en
sus intereses más legítimos.
Un
gobierno fuerte e independiente de la elección es el único que puede proteger a
los trabajadores de las arbitrariedades que el capital puede ser llevado a
cometer en la legítima gestión de sus intereses, y viceversa. Toda fuerza
natural tiende a extenderse hasta
encontrar un límite exterior a ella. Si no lo encuentra más que en otras
fuerzas el choque tiende a hacerse violento. La existencia de un poder
independiente evita la violencia del
choque y hace posible la solución pacífica de los conflictos sociales.
Lo
que hay de bueno en el socialismo –la idea de organización- no sólo no es
incompatible con un gobierno fuerte e independiente, sino que sólo por este
medio se puede realizar. La organización supone el orden; y el orden no se
puede obtener por medio del desorden de la lucha electoral erigido en sistema
de gobierno.
Los
países de gobierno fuerte y personal han sido aquellos que han dado un estatuto
mejor a los trabajadores. El imperio alemán y la Italia fascista les han
asegurado condiciones de vida con que ninguna democracia puede ni siquiera
soñar. Donde han facciones los obreros serán siempre víctimas, porque cuando no
tengan que sufrir el yugo del capital, no sujeto a contralor tendrán que sufrir
el de los mangoneadores que se sirven de ellos para escalar el poder. Y en el
desorden a que aspira toda la estúpida
política revolucionaria del socialismo, nadie sufrirá más que los obreros. Los capitalistas pueden ponerse al abrigo de
las revoluciones, porque el capital es casi intangible y se muda con una
facilidad asombrosa; pero lo obreros no encuentran trabajo en una sociedad
revolucionada. Eso se ha visto en Francia durante la última década del siglo XVIII, y en Rusia
desde 1917 hasta hoy.
La
excelente organización del trabajo en Italia es una consecuencia inmediata de
los principios de orden que inspiran al
régimen fascista.+