martes, 2 de mayo de 2017

Desbrozando el erial, para que crezca la verdad histórica.
La democracia liberal crea desocupación laboral y miseria; y una escandalosa burocracia sindical adinerada.
Notas internacionales, publicadas en La Nueva República, 5/V/1928, escritas por
Julio Irazusta
EL FASCISMO Y LOS OBREROS

En lo últimos días del mes pasado llegaron a Roma diez mil obreros milaneses, que fueron magníficamente recibidos por la población, las autoridades locales y el jefe del gobierno italiano. Nadie ignoraba que el régimen fascista ha favorecido enormemente a los obreros, y que éstos le están reconocidos. Pero la manifestación del 29 ha servido para poner magníficamente de relieve aquel estado de cosas.  En el discurso que dirigió desde el podium a la multitud congregada en el Coliseo, el señor Mussolini recordó lo que el fascismo ha hecho por las clases pobres: la construcción de casas baratas, el establecimiento de la jornada de ocho horas, la colocación en un mismo plano del capital y el trabajo, y la creación de una magistratura del trabajo. Esa enumeración, perfectamente cierta, es una muestra de lo que puede hacer por los obreros un gobierno fuerte, sustraídos a los azares de la elección.

En efecto, en un régimen que por naturaleza obliga a las asociaciones gremiales a desarrollar una acción política, la defensa de los intereses profesionales degenera forzosamente en lucha de clases.

Donde la lucha electoral es el medio de constituir el gobierno, cada clase trata de conquistar el poder para llegar a ser juez en los litigios en que es parte, y la coincidencia que se produce entre esas dos condiciones vicia esencialmente la justicia impartida por los gobiernos salidos de la urna en los conflictos del capital con el trabajo.

Un árbitro, para ser imparcial, tiene que ser absolutamente independiente de las partes litigantes. Esa condición no la puede llenar un gobierno electivo. Y una u otra de las clases que se afrontan en lucha tiene que ser lesionada hasta en sus intereses más legítimos.

Un gobierno fuerte e independiente de la elección es el único que puede proteger a los trabajadores de las arbitrariedades que el capital puede ser llevado a cometer en la legítima gestión de sus intereses, y viceversa. Toda fuerza natural tiende a extenderse  hasta encontrar un límite exterior a ella. Si no lo encuentra más que en otras fuerzas el choque tiende a hacerse violento. La existencia de un poder independiente evita  la violencia del choque y hace posible la solución pacífica de los conflictos sociales.

Lo que hay de bueno en el socialismo –la idea de organización- no sólo no es incompatible con un gobierno fuerte e independiente, sino que sólo por este medio se puede realizar. La organización supone el orden; y el orden no se puede obtener por medio del desorden de la lucha electoral erigido en sistema de gobierno.

Los países de gobierno fuerte y personal han sido aquellos que han dado un estatuto mejor a los trabajadores. El imperio alemán y la Italia fascista les han asegurado condiciones de vida con que ninguna democracia puede ni siquiera soñar. Donde han facciones los obreros serán siempre víctimas, porque cuando no tengan que sufrir el yugo del capital, no sujeto a contralor tendrán que sufrir el de los mangoneadores que se sirven de ellos para escalar el poder. Y en el desorden a que aspira toda la estúpida  política revolucionaria del socialismo, nadie sufrirá más que los obreros.  Los capitalistas pueden ponerse al abrigo de las revoluciones, porque el capital es casi intangible y se muda con una facilidad asombrosa; pero lo obreros no encuentran trabajo en una sociedad revolucionada. Eso se ha visto en Francia durante  la última década del siglo XVIII, y en Rusia desde 1917 hasta hoy.

La excelente organización del trabajo en Italia es una consecuencia inmediata de los principios  de orden que inspiran al régimen fascista.+