miércoles, 7 de diciembre de 2022

 

“La esencia es la cifra de eternidad, es el reflejo en las cosas de la palabra de Dios. Ese es el nombre que Dios ha depositado en la intimidad, en la entraña de cada cosa”. J. B. Genta.

 

A continuación un artículo tomado de la revista ‘Histonium’,  Nº 52, enero 1958.

La Nueva Sofística

FAUSTO LUXICH

 

L

a palabra sofista en su origen no era denigratoria. Denotaba al maestro de música, de retórica, etc. A los ojos de los griegos perdió dignidad  al cobrar honorarios por sus lecciones. Como vemos la mentalidad del sofista  ha hecho camino entre nuestros intelectuales. El utilitarismo solo cosechó desprecio y reprobación.

 

Gorgias enseñó que nada existe y que si existe no puede ser conocido, y que si alguna cosa existe y es conocida, no puede ser expresada. ¿Qué enseñaban, pues? Estos sofistas eran maestros de retórica y de moral dudosa, con la cual engatusaban a los  crédulos, que en esa época eran mayoría.

 

Decía Aristóteles “ El sofista es aquel que gana dinero  prometiendo una ciencia aparente y no real”.

 

Hoy como ayer, la sofística lo inunda todo, de manera que nuestra inteligencia está consustancialmente unida a la de los sofistas. A llegado a ser “el modo de ser” del hombre moderno.

 

La obra del sofista ha sido definida como “la búsqueda de la verdad relativa, de lo verosímil o aún de lo falso, con miras a lo útil”. ¿Qué mejor definición del pensamiento moderno? ¿Quién se preocupa hoy de la Verdad en sí, de la esencia misma de la Verdad?

 

La ciencia moderna ha progresado enormemente, pero no por cierto en el campo del pensamiento  sino sola y exclusivamente en el campo del utilitarismo. Protágoras afirmaba que “ el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son  por el modo en que son,  y de las que no son por el modo en que no son”.  En nuestra época, más categóricamente, James lo confirmó así: “Si los efectos son buenos, los principios son verdaderos; y si los efectos son malos, los principios son falsos”.

 

El bien y el mal han perdido así su valor al no reconocer la esencia de que están constituidas; su valor absoluto, y con esto son destruidas. Lo  que es verdadero para unos es falso para otros. La verdad es así inalcanzable.

 

Como el hombre debe creer en algo, se conformó con sofismas. Así Protágoras sostenía: “las peores razones, si presentadas como buenas lo son”: y en (norte)américa moderna James: “Si los efectos disgustan terminarán por destruir el principio, sea verdadero o falso”.

 

Nuevamente vemos la similitud  de estos sofismas con el pensamiento moderno. La dialéctica define la verdad. La única Verdad es la  palabra que exprese o no una verdad; será verdadera con tal de que sea bien empleada. Ya no tiene valor  lo que ella expresa sino como lo expresa. Resulta, por consecuencia,  que la Verdad es la que creen los demás, pues es la mejor expresada; y los demás son siempre los peores.  En el mundo es mayor el número de los que ignoran, y por consecuencia, los que creen en lo mejor expresado; no en la cosa en sí, no en la esencia, sino en la forma. Una mentira bien dicha es una verdad, con tal que las peores razones sean bien presentadas.

 

Hoy impera el relativismo absoluto, no sólo en el campo moral, sino en la materia, en el trabajo, etc.

 

Todo tiene el valor que el hombre le atribuye.

 

Ningún otro estímulo que la utilidad inmediata y práctica incentiva la actividad humana. Hasta la misma ciencia ha resultado ser un auxiliar  de la industria, del comercio, de las finanzas, al abandonar su cometido que era descubrir la Verdad.

 

¿Quién piensa hoy en lo que es la vida? Basta saber cómo alargarla. ¿Qué es el pensamiento? Basta saber utilizarlo para los fines prácticos de la vida. ¿Qué importa que el pensamiento sea malo si da ganancias? ¿Quien puede aspirar a ser bueno si no da ninguna utilidad?

 

Principalmente desde el siglo pasado la mentalidad humana ha ido evolucionando hasta el punto de que la sofística triunfa sobre la Verdad.

 

Pero por más que se disfrace y si esconda a los ojos del hombre durante siglos, la Verdad es “una” y absoluta”. Los hombres podrán ignorar los orígenes de la vida y del pensamiento, pero no por eso dejarán de existir. Cuanto más reprimida sea la Verdad más pujante será su reacción.

 

La vida quiere vivir según sus leyes vitales; colocada en un mundo de hipocresía y de creencias no puede sino morir o degenerar, pues la esencia del hombre está conformada por una Verdad que ignoramos pero ella es una prueba palpable de tal realidad y como tal aspira a vivir de conformidad con las leyes creadoras en las cuales tiene origen. La conciencia ignora tales verdades, pero el subconsciente las desea ardientemente, pues  en ese inexplorado dominio del hombre  es donde se hacen sentir sus más  naturales aspiraciones. El subconsciente es el órgano por el cual acogemos las inquietudes  y sentimientos que nuestra inteligencia no puede comprender todavía.

 

Lo que llevamos en el subconsciente tiene efectos más eficaces que cuando lo llevamos en la conciencia.  Con conceptos falsos e hipotéticos  acentuamos cada vez más el contraste existente entre nosotros y la realidad, entre lo que creemos y lo que es cierto, entre la conciencia y la subconciencia.

 

Tales contradicciones interiores  no pueden ser soportadas  por el hombre sin  ocasionar conflictos interiores que rompen su equilibrio anímico-espiritual. Tales conflictos interiores se contagian rápidamente  y se transforman en conflictos  entre individuos, entre grupos y entre pueblos.

 

Solo la Verdad  nos puede imponer la paz interior. Solo ella eliminará los conflictos existentes en nosotros y entre nosotros.

 

Solo con la Verdad que es  una, única y universal podrán los hombres comprenderse y amarse. Solo con la Verdad real y existente.+

 

 

 

 

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