viernes, 27 de agosto de 2021

 

Liberarse para esclavizarse.

Atormentaron a la Iglesia y al pueblo de El Salvador, unos sacerdotes marxistas que profesaban la teología de la liberación; idealistas extraviados que creían en la redención del   proletariado por medio de la implantación de un régimen comunista.                                                                                                                                                                    Continuando con mi intención de publicar artículos con vigencia actual, ofrezco la valiente homilía de Mons. Pedro Aparicio y Quintanilla, pronunciada en la Catedral vicentina el 9 de marzo de 1980; en plena agresión revolucionaria marxista, apoyada por Cuba y Chile, y financiada por capitalistas internacionales, contra la Iglesia y el pueblo salvadoreño.                                                                                                                                         Años antes, con la misma perversidad, agredieron nuestra patria.  Hoy nuevamente el clero marxista está medrando, ante la mirada condescendiente de la ‘intrépida’ jerarquía, que se lava ecuménicamente las manos.

 

Ya en varias oportunidades he explicado que la liturgia de la palabra está ahora alrededor de la fe. El profeta nos dice, nos habla, de que si nos pudiéramos unir haríamos hablar a los mudos y oir a los sordos; San Pablo nos invita a compartir, a ser fraternos, a no fijarnos en las exterioridades, sino en lo que somos cada uno de nosotros. Porque cada quien, desde el mínimo hasta el más poderoso del mundo, puede decir con orgullo: “Yo soy Hijo de Dios”. Un derecho inalienable, desde el momento que el cristiano fue regenerado en las aguas bautismales. Todos, ticos y pobres, podemos decir, con entera verdad y entera satisfacción “Soy Hijo de Dios”. Se ve muchas veces la alegría de quien dice que él es hijo de fulano de tal, del ministro tal, de que tal personaje es su papá, pero un padre que poco se preocupará de é. Nosotros no. Cada uno puede decir como una verdad categórica, teológica y cierta: “Yo soy Hijo de Dios”.

Bajo esa visión, el apóstol San Pablo nos invita a que no hagamos distinciones entre uno y otro, porque perece el pobre que no tiene ni un mendrugo para comer, como también el que despilfarra. Hay distintas categorías. En una familia difícilmente todos los hermanos son iguales. Algunos muy llevaderos y comprensivos con sus padres y considerados en los gastos y en todo, y hay otros, como decimos vulgarmente, botarates; cuando no bolitos, que todo lo de la casa lo van a vender y a empeñar. Pero todos son hijos del mismo padre y de la misma madre. Desgraciadamente, amadísimos en el Señor, no comprendemos bajo el lente de la fe, lo que quiere decir Hijo de Dios. Si nosotros llegáramos a comprender lo que quiere decir Hijo de Dios, estos fieles sabrían que están ante un padre que no puede y no sabe negar nada, cuando se le pide de corazón. Por eso dicen algunos santos y exégetas que la divinidad viviente es la oración, y por eso San Agustín y San Alfonso María de Ligorio aseguran; “El que reza, se salva; el que no reza, se condena.

”¿Creen ustedes que esas personas que ocuparon violentamente la Catedral vicentina creen en Dios? ¿Alguno de ustedes puede asegurar que esa gente tiene fe en Dios y ama a Dios? Conocemos al que sabe orar y al que desprecia la Casa del Señor y la ocupa sin respeto. Esa Casa, donde uno dice repetidas veces que hemos de regresar con caridad, con amor los insultos, las calumnias, las burlas, las afrentas que le hicieron a la catolicidad del pueblo vicentino. Expresé ayer que por discreción no decía nombres. Para no avergonzar familias. Pero sabemos, las autoridades, que esas familias andan buscando la forma de como simular la mala conducta de sus hijos. Hablan mal de la industria, del párroco y del obispo, para justificar la mala acción de esos jóvenes en la Catedral Vicentina.

Pueblo vicentino, campesinos todos, yo espero que no volvías a permitir que se profane la Casa del Señor que, como San Miguel Arcángel, al grito de “Quien como yo”, arrojaréis, no del cielo al infierno, sino del templo. En defensa de nuestros valores debe haber un pueblo que diga: “Creemos en Dios”.

Ya nos habían llegado de diferentes cantones y diferentes ciudades, comunicaciones en las que se nos decía que esperaban una señal nuestra, que estaban listos a defender la Casa del Señor. Pero nosotros no quisimos dar esa señal.

He repetido muchas veces a los padres de familia que tengan mucho cuidado con sus hijos y con sus hijas. Hoy los voy a alertar sobre una campaña que numerosos muchachos del Instituto Nacional realizan con las alumnas, aunque estén en el Colegio Eucarístico. Empiezan a contarles los problemas, los programas, las facilidades y todo lo demás del movimiento Estudiantil Revolucionario de Secundaria (MERS) y del Frente Popular de Liberación (FPL) y a las chicas que se ven interesadas, una vez que les han referido todo, les dicen claramente: “No puedes volverte atrás, tienes que seguir adelante; si retrocedes estás en peligro de morir”. Así han caído muchas jóvenes, especialmente del campo. Que las madres de familia prefieran que sus hijos no sepan nada indebido para que no sean criminales el día de mañana y vayan a terminar en las cárceles o en esas batidas que, en este caso, con justa razón tienen que hacer las autoridades.

Todos nos hemos dado cuenta hoy del aumento de la criminalidad. Lo informan los periódicos, la Guardia Nacional, la Policía de Hacienda. Hemos visto los hechos cometidos. Pero sepan y entiendan que la mitad, por lo menos, de las víctimas, fueron matadas por los mismos grupos, como es el FPL. Porque tuvieron miedo de dar un paso atrás. Porque tuvieron miedo de que los fueran a descubrir. Podemos ver claramente que el Padre Rutilio Grande fue víctima de esos mismos grupos. Porque tuvieron miedo que el Padre Grande descubriera a los compañeros jesuitas, que tramaban la insubordinación del campesino contra el Estado, contra el Gobierno y contra la Iglesia. El Padre Navarro, de la Colonia Miramonte, fue eliminado por ellos mismos. El Padre Palacios fue eliminado por  ellos mismos. El Padre Macías fue víctima también de las mismas agrupaciones. No ha sido el Gobierno. Pero algunos dicen: “Conocimos al guardia, lo vimos allí…”, más cuando se trata de testificar, nadie sabe decir nada.

Siento mucho en el alma decirles a todos ustedes que a varios de los sacerdotes de la Diócesis no los podré salvar, no podré hacer nada por ellos, expresado lo que declaró una señora de la Cayetana: “Maldito una y mil veces el Padre tal, que nos ha arrojado en esto y ya no podemos volvernos atrás”. También hay otros sacerdotes que han caído víctimas y no pueden volverse atrás. Si vuelven hacia atrás, caen bajo las balas de los mismos grupos y si siguen adelante caerán también en manos de la justicia. Lo digo con tiempo, lo hablo con tiempo. Están avisados los sacerdotes. Se les ha notificado con toda claridad, de modo que si algo pasa en adelante, no será sorpresa. Están avisados. Sobre lo que sí quiero llamar la atención de madres y padres de familia, es que si sus hijos están en el Instituto o en otros colegios y escuelas, se hallan al borde del peligro. Y como les dije en una oportunidad, mañana, a raíz de un enfrentamiento con los Cuerpos de Seguridad, pueden encontrar el cadáver de su hija o el de su hijo. Sin saber por qué y cómo ha sido.

Después que pasó la guerra en Honduras, se habló de un encuentro de Cristianos para el Socialismo. Vino a El Salvador, como a toda Centroamérica y América Latina, un mensaje de corrupción, un mensaje de ataque a la Iglesia. El proyecto era dividir a los obispos, dividir a los sacerdotes, dividir al Gobierno, y la Iglesia. En nuestra Diócesis hubo un sacerdote engañándome. Según él me dijo que iba a un curso al Brasil, y viajó directamente a Santiago de Chile, a hacer ese curso de Cristianos para el Socialismo. De Buenos Aires voló un domingo para enviar tarjetas desde la ciudad más cercana al Brasil, Porto Alegre. Para que yo y muchos sacerdotes creyéramos que estaba en Brasil. Y es él quien ha sido el encargado de envenenar al pueblo vicentino, encargado de envenenar al puesto de los Naranjos, de envenenar el alma del campesino. Yo quiero llamar la atención de los campesinos, para que no crean que por ese camino van a obtener el gobierno.

El problema de El Salvador no es el mismo que el de Nicaragua. Acabo de regresar de allá. Estuve reunido con varios obispos, estuvimos estudiando la situación de Nicaragua y el colmo, está ya arrepentida de haber dado el paso.  Porque Cuba y Rusia están cayendo sobre ella. Y eso es lo que quieren estos traidores. Les prometen a los campesinos que todos serán dueños de casas, de palacios y de terrenos. Yo creo, hermanos míos, que lo que todos anhelan, lo que nuestros campesinos quieren es que les tendamos la mano generosa, que les ayudemos, que les paguemos justos salarios, que les demos todas las prestaciones sociales, que les facilitemos salud, que hagamos posible la educación de sus hijos, que les abramos fuentes de trabajo, que les demos sacerdotes y fe y esperanza, juntamente con la virtud tan hermosa de la caridad.

Eso es lo que el pueblo espera de nosotros los sacerdotes. Que lleguemos hasta ellos para enseñarles cómo se ama a Dios, cómo se engrandece la esperanza, cómo tenemos que ayudarnos y amarnos los unos a los otros.

El campesino está esperando la palabra sacerdotal, para que se les diga cómo vivamos los cristianos y cómo vivieron los primeros cristianos.

Por eso, también, no nos cansamos de tocar y tocar fuertemente la conciencia de todos los terratenientes, para que se decidan a compartir con sus trabajadores las ganancias, Que no sean sólo para su bolsillo. Que sepan distribuir entre sus colaboradores los beneficios. Dice el Apóstol San Pablo: “Todos somos hijos de Dios, todos tenemos derecho al pan de cada día, todos tenemos derecho al destino honesto, todos tenemos derecho a una humilde pero cómoda casita, donde puedan vivir tranquilamente los hijos”. A esto estamos obligados todos, Gobierno, Sociedad, Pueblo y Maestros, los cuales en lugar de envenenar la conciencia de los estudiantes, deben enseñarles cómo se maneja la cuchara y el martillo, cómo se pegan los ladrillos, cómo se pueden hacer los muebles de la casa, con los mismos arbolitos que tienen en sus laderas. Eso es lo que quiere de nosotros el campesinado. Pero el campesinado que no esté engañado de que pronto tendrá el poder.

En Nicaragua era, con razón, todo un pueblo contra una familia, pero un pueblo que no supo distinguir, sino solamente ver el odio contra aquella familia, y ahora se encuentra en un revoltijo tremendo: comunistas, socialistas, patriotas y toda clase de gente. Aquí, en El Salvador, es muy distinta la situación, mis queridos campesinos. Aquí, en El Salvador, es muy distinto, mis queridos terratenientes. Aquí, en El Salvador, es muy distinto, capitalistas que me escucháis. Aquí en El Salvador, es muy distinto, Cuerpos de Seguridad. Las autoridades lo saben también, perfectamente bien.

Yo quisiera pedir un momento de cordura, un momento de reflexión, un momento de meditación. Que no se les crea a esos embusteros que lucen un traje de calle en la ciudad y buscan un vestido harapiento para ir al campo a engañar a los campesinos. ¡Campesinos, abran los ojos! Lo que estamos diciendo, de rancho a rancho. Platicar con todos y decir a la gente que la están engañando. No importa que el engañador haya tenido en algún tiempo sotana y ahora no la lleve. Yo les dije que uno de ellos trajo la ponzoña desde Chile. Pero de hoy en adelante, si hace falta, diré hasta nombres, porque el enemigo tenemos que señalarlo. Al que quiera corromper las almas hay que desenmascararlo. ¡Bendito una y mil veces quien cumpla con su deber, que dé el ejemplo! Porque irá al cielo cargado de méritos y rodeado de un tropel de almas que ha salvado.

Pero, ¡ay del sacerdote desgraciado que llegue a caer en las llamas del infierno! Llevará arrastrando tras sí a millares y millares de engañados.

Más claro no les puedo hablar, mis buenos hermanos. Estoy volcando mi alma con ustedes. No importa lo que me pueda suceder. Lo que me importa es que no estén engañados, lo que me importa es desenmascarar al enemigo, lo que me importa es decir lo que el infierno está haciendo para arrastrar a estas comunidades. Oigamos la voz del Arcángel San Miguel, en el mismo Paraíso Terrenal, quién como Dios, y al pronunciar sus palabras blandió la espada y se abrió el infierno. Hermanos, hijos queridísimos, que Dios Nuestro Señor abra nuestras inteligencias, abra nuestros corazones. Una palabra al tiempo puede servir de mucho para salvar a muchos. +

 

(VERBO, Nº 203, junio 1980)

 

 

 

 

 

 

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