jueves, 29 de octubre de 2020

 

Del excelente libro de

EUGENIO MONTES: “EL VIAJERO Y SU SOMBRA”,

Extraje unos párrafos que dedicó a pintar, con su maestría acostumbrada, la personalidad de un afrancesado español, don José Queraltó, que allá a comienzos del siglo XIX,  llegó a París con tan poca entereza, tan apocado y amedrentado, como pisaron Francia, nuestros afrancesados nativos, el mulato y el sanjuanino. Pero lo interesante, y lo que a nosotros más nos incumbe, es la diferencia anímica entre el español afrancesado y los del Río de la Plata; pues el español, en última instancia, cuando la invasión francesa a su patria, luchó al lado del pueblo, contra los imperialistas.                                                                                                                                                                                                                                                        Por lo cual creo interesantísima estas palabras de Montes, que describen, por similitud, el espíritu de “nuestros próceres” liberales, que lucharon con afán mimético, indigno y vergonzoso, para demoler la identidad argentina; a favor del imperialismo contra la nación y contra el pueblo.                                                                                                                                                                          

El artículo de Montes se llama:

GOYA EN MUNICH

[…] ¡Pobres gentes mías españolas, mendicantes de tierra desolada, con aire desesperado y roñoso de grupo triste en el portal de un consulado! Gentes que yo quisiera repatriar, enviar de nuevo no al suburbio sino al terrón de los orígenes; pero para darles lo que ya no tienen desde hace mucho tiempo, aquello que han perdido –ya sabe Dios hasta cuando-: una verdadera y compasiva patria.

O a las que yo quisiera, más aún que limosnas, darle disciplina, vínculo de unión, fe en su ser y en su valer, para que, jerárquicamente unidas, pudieran resistir y arrollar triunfales esos gestos despectivos de los dandys rubios de Lawrense, o ese gesto lejano y orgulloso con el cual una Diana impúdica –de Rubens- se aparta de su mendicidad de tierra seca, sedienta, sin agua, sin baño.

Pero en la España de Goya, -se dirá- no sólo hay roña y piojos. También don Francisco pintó gentes de pro, damas de altísimo copete, caballeros galoneados, elegantes y finos, como éste don José Queraltó que aquí mismo –y en una tela maravillosa- está como a punto de leer un libro, indiferente al dolor de sus paisanos.

Don José Queraltó. Ni lo sé ni me importa. No sé quién es, qué hace, qué sucesos o anécdotas enredan con su estambre su biografía.  Pero me basta mirarle a los ojos, mirar los brillos de su solapa, mirar la fecha del retrato goyesco, para conocer su vida simbólica, profunda y esencial.

Don José ha traído de mozo un bicornio afrancesado en la cabeza. Y muchas otras cosas, o ideas afrancesadas. Tanto y tanto se afrancesó que ha pensado siempre, como el marqués de la Ensenada, que “los españoles somos todos unos piojosos”. En su juventud ha leído los cuentos chinos de Voltaire y ha ido a París a aprender las novedades ideológicas. Una noche, inolvidable, lo llevaron al salón de madame Du Deffand y se avergonzó mucho de su celtíbera fonética, y se avergonzó más aún cuando le oyó exponer al abate Raynal sus ideas sobre la Inquisición, los jesuitas y la colonización de las Indias. Hubiese dado entonces cualquier cosa por haber nacido en un pueblo de Artois o la Turena y haber sabido enhebrar tres eses líquidas sin delatar su origen. Sé todavía algo más de él. Sé que cuando madame Geoffrin –que era ya un tremendo vejestorio- le dió a besar su mano arrugadísima y le preguntó si era español, se le subieron todos los colores a la cara.

De París trajo D. José al solar una historia del movimiento fisiocrático, unas paparruchas de Diderot, una caja de rapé, un boletín masónico y un gran asco por la plebe indígena que se reunía a oír sermones en la plazuela, que creía en el Santo Oficio y no suspiraba por recibir de Francia las luces de la civilización y del progreso. Y no es que este caballerito de Azcoitía no se sintiera patriota. Sí, quería el bien de su patria. Sólo que pensaba que España era un pueblo inferior de piojosos, con una cultura piojosa y oscurantista.

Un día, aquellos franchutes que él, cayéndosele de admiración la baba, había visto y oído en los salones de madame Delfand y en los salones de la Enciclopedia, un día, esos gabachos, vinieron a Madrid, como de paso, a traición; pero para quedarse y “regenerar la raza decadente”. Todas las fuerzas telúricas y celestes del alma española se levantaron entonces en un arranque genial que hizo temblar los cielos con la tierra.

El caballerito, el enciclopédico, por un último instinto físico de español, se puso al lado del pueblo. Quizá fue con una garrocha a Bailén, o quizá estuvo en Arapiles. Pero cuando España, tras su triunfante guerra, donde declinó para siempre la estrella de Bonaparte, se libró del invasor, D. José no supo hacer otra cosa que meterle sus ideas en la cabeza, con eso de la Constitución, del odio a la Iglesia, de la negación de su Historia y del laicismo. Traspone Pepe Botella la antigüedad pirenaica y ya comienza la guerra civil. Más de cien años, y los que te rondaré, morena- de lucha fratricida, atravesándose el alma,  atravesándose el cuerpo, matándose a dentelladas, hermano a hermano.

Ved, ved estos Goyas que meten pavor y meten frío. Esos que traspasan a los dos españoles acaban de traspasarme a mí. Discordias civiles; parados envueltos en sangre, en polvo, en miseria, bajo la pesadumbre de un destino fatal. Y al lado, los don José intelectuales, displicentes, leyendo un libro de espaldas a las realidades dramáticas, sin acertar a unir, con vínculos sacros, religiosos, a estos españolitos pobres, que, cuando creyeron en Dios y se apretaron en falange, llevaron la grande y general Historia por todos los mares y las tierras del planeta.

Discordias civiles que el propio pintor llevaba dentro, porque el genio democrático de Goya es un genio de España. Ay, pero de una España que ya no es la teológica del Greco ni la imperial y artesana de Velázquez, sino convulsa y rota Revolución francesa.+

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario