¡Atención!
Últimos adelantos científicos.
Desde hace años el señor Jack Cassudy, conocido vecino de Harlem, barrio de
Nueva York, está aplicando una terapia asombrosa para curar el trauma de ciertas
muchachas que se sienten frustradas en amores y
vuelcan sus neurosis en exhibir sus tetas siliconadas en público; bajo
pañuelos verdes.
Según se deduce de la lectura del tratamiento, se inspira en las enseñanzas
del prodigioso psicoanalista dr. S. Freud, el que descubrió los misterios del alma
humana; según afirman sus adeptos. El texto del tratamiento fue desarrollado y publicado,
en forma de diálogo, para hacerlo más accesible, por el señor O’Henry,
discípulo, de ese famoso sanador; (aunque esta afirmación no la puedo asegurar).
Sólo por esta vez el blog ofrece, gratuitamente, a sus curiosos lectores,
el maravilloso sistema del señor Cassidy; practicado desde hace siglos por antiquísimas
tribus. Al principio quizá resulte algo
pesadito para las chicas malcriadas, pero en unos pocos días comenzarán a
disfrutarlo y serán plenamente felices, como quería serlo la sra. Fink. Dejo la lectura a vuestra discreción. Les
deseo mucha suerte.
·
La señora Fink estaba de visita en el
departamento de la señora Cassidy, que vivía en el piso de abajo.
¿Verdad que es
hermoso?- dijo la sra. Cassidy
Volvió
orgullosamente la cara para que su amiga lo viera. Uno de sus ojos estaba casi
cerrado, y a su alrededor se veía una gran magulladura de un púrpura verdoso.
Su labio estaba cortado y sangraba un poco, y a ambos lados de su cuello había
rojas marcas de dedos.
-Mi marido no
pensaría siquiera en hacerme eso dijo la sra. Fink disimulando su envidia.
-Yo no soportaría
a un hombre que no me pegara po r lo menos un vez por semana –daclaró la sra.
Cassidy-. Eso revela que la aprecia a
una ¡Vamos! Esta última dosis que me ha dado Jack no ha sido homeopática. Veo
las estrellas aún. Pero Jack será el hombre más encantador de la ciudad durante
el restro de la semana, para compensarlo. Este ojo me valdrá unas entradas para
el teatro y una blusa de seda por lo menos.
-Confío en que el
señor Fink es demasiado caballero para levantarme la mano- dijo la sra. Fink, mostrándose
complacida.
-¡Oh, vamos
Maggie!- dijo la señora Cassidy, riendo-. Sólo estas celosa. Tu viejo es
demasiado ceremonioso y lento para darte un puñetazo. Se limita a quedarse
sentado y practica la cultura física con un periódico cuando viene a casa… ¿No
es así?
-El sr. Fink,
ciertamente, hojea los periódicos cuando vuelve a casa- admitió la sra. Fink
asintiendo-. Pero claro está que no me pega para divertirse… Eso es indudable.
La sra. Cassidy
rió, con la satisfecha risa de la madrina protegida y feliz. Con el aure de una
cornelia que exhibe sus joyas, bajó el cuello de su quimono y puso demanifiesto
otra magulladura que apreciaba como un tesoro, de color pardo con bordes
oliváceos y color anaranjado, una magulladura casi curada ya, pero cara todavía
a la memoria.
La sra. Fink
capituló. Su aire solemne se relajó para dar paso a una envidiosa admiración. Ella y la sra.
Cassidy habían sido compañeras de trabajo en la fábrica de cajas de cartón de
extramuros antes de casarse, un año antes. Ahora, ella y su hombre ocupaban el
departamento de arriba y Maggie vivía abajo. De modo que más le valía no darse
ínfulas con Mame.
-¿No te lastima
cuando te zurra?- preguntó la sra. Fink con curiosidad.
-¡Lastimarme!-
exclamó la sra. Cassidy, con un grito de placer propio de una soprano-. Bueno,
pongamos por caso… ¿Se te desplomó encima alguna vez una casa de ladrillos?...
Pues eso es precisamente lo que se siente… Como cuando a una la sacan de entre
los escombros. Jack tiene una izquierda que vale por dos matinés y un par de
vestidos de algodón nuevos… y su derecha -¡bueno!- para compensarla, se require
un viaje a Coney Islad y seis pares de piezas de seda estampada de Lila.
-Pero… ¿Por qué
te pega?- preguntó la sra. Fink con los ojos muy abiertos.
-¡Tonta!- dijo la
sra. Cassidy con aire indulgente-. Pues porque está borracho. Eso le sucede
generalmente los sábados por la noche.
-Pero… ¿Qué
motivo le das?- insistió la buscadora de conocimientos.
-¿Acaso no
me he casado con él? Jack llega lleno de
licor y yo estoy ahí…¿Acaso no basta con eso? ¿A quien tiene derecho de pegarle
Jack sino a mi? ¡Me gustaría sorprenderlo pegándole a otra! A veces, es porque
la cena no está pronta; y a veces porque lo está. Jack no es exigente en
materia de motivos. Bebe hasta recordar que esta casado y entonces vuelve a
casa y me ajusta las cuentas. Los sábados por la noche me limito a apartar del
camino los muebles con puntas afiladas, para no lastimarme la cabeza cuando él
empiece su trabajo. ¡Tiene un swing de izquierda que le sacude a una de lo
lindo! A veces me doy por vencida en el primer round; pero cuando quiero
divertirme durante la semana o deseo unos trapos nuevos, vuelvo en busca demás
castigo. Eso fue lo que huci anoche. Jack sabe que desde hace un mes, deseo una blusa de seda negra;y no
creía que bastara un ojo megro para conseguirla. Mira Mag. Te apuesto el helado
a que la trae esta noche.
La señora Fink
estaba abismada profundas cavilaciones.
-Mi Mart nunca me
dio una zurra –dijo-. Es como dices, Mame: vuelve malhumorado y ya no tiene ganas
de hablar y nunca me lleva a ninguna parte. Se lo pasa en casa, calentando la
silla. Me compra cosas, pero con un aire tan sombrío que apenas las aprecio.
-¡Pobrecita!
–dijo-. Pero no todas pueden tener un marido como Jack. El matrimonio no sería
un fracaso si todos fueran como él. Lo que necesitan esas esposas descontentas
de las cuales se oye hablar es un hombre que vuelva a casa y les de una paliza
una vez por semana, y lo compensen luego con besos y bombones. Eso, les daría
algún interés por la vida. Lo que quiero yo es un hombre dominador que la
aporree a una cuando esté borracho y la abrace cuando no esté bebido. ¡Dios me
libre del hombre que no tiene agallas para hacer ambas cosas”
La señora Fink
suspiró.
Repentinamente los pasillos se llenaron de
sonidos. Un puntapié del señor Cassidy abrió la puerta. Sus brazos estaban cargados
de paquetes. Meme se precipitó hacia él y se colgó del cuello. Su ojo bueno
irradiaba la luz del amor que brilla en la mirada de la doncella maorí cuando
recobra el conocimiento en la cabaña del galán que la ha aturdido de un golpe y
la a arrastrado allí.
-¡Hola vieja!- gritó el sr. Cassidy,
desembarazándose de sus paquetes y levantando a su consorte del suelo con un
poderoso abrazo-. Tengo entradas para la función del Barnum y Bailey, y creo
que si rompes el bramante de uno de esos paquetes, hallarás la blusa de seda…
¡Oh, buenas noches sra. Fink! No la había visto. ¿Cómo va ese viejo Mart?
-Muy bien, sr.
Cassidy- dijo la sra. Fink-. Gracias. Ahora, tengo que irme. Mart no tardará en
venir a cenar. Mañana te traeré el modelo que necesitas, Mame.
La sra. Fink subió
a su departamento y lloró un poco. Su llanto carecía de objeto, era uno de esos
llantos que sólo conoce una mujer, sin razón alguna, totalmente absurdo: el llanto más efímero e irremediable
del repertorio de la pena. ¿Porqué no la habríanzurrado nunca Martín? Era tan
grande y fuerte como Jack Cassudy. ¿Sería quizá porque no la amaba? Martín
jamás reñía. En casa holgazaneaba yendo de un lado al otro, silencioso,
malhumorado, ocioso. Era un excelente ganapán, pero desconocía los placeres de
la vida.
El barco de los
sueños de la señora Fink estaba encalmado.
Su capitán oscilaba entre la torta de pasas y su hamaca. ¡Si al menos
hiciera temblar sus cuadernas o golpeara con el pie el alcazar de vez en
cuando! ¡Y ella que había esperado un viaje tan alegre, tocando en los puertos
de las Islas deliciosas! Pero ahora, para variar la metáfora, la sra.Fink
estaba pronta a tirar la esponja,
exhausta, sin poder exhibir un sólo razguño como rastro de aquellos tranquilos
rounds de la pelea con su sparring partner. Por un momento casi odió a Mame,
con sus cortes y sus magulladuras, su bálsamo de regalos y besos, su borrascoso
viaje con su piloto peleador, brutal, cariñoso.
El sr. F ink
volvió a casa a las siete. Lo impregnaba la maldición de la domesticidad. No le
interesaba vagabundear fuera de las puertas de su cómodo hogar. Era el hombre
que había alcanzado el tranvía, la anaconda que se había tragado a su presa, el
árbol que estaba tendido tal como cayera.
-¿Te gusta la
cena, Mart?- pregunto la sra. Fink, que había
dedicado sus buenos esfuerzos a prepararla.
-Hum… Si –gruñó
el sr. Fink.
Después de la
cena reunió sus periódicos para leer y se sentó, después de quitarse los
zapatos.
Que surja algún
nuevo Dante, y me cante un círculo de perdición digno del hombre que se queda
sentado en su casa sin zapatos. Hermanas de la Paciencia que a causa de los vínculos
o los deberes habéis soportado las medias de seda, de algodón, de hilo o de
lana… ¿Verdad que ese nuevo canto se justifica perfectamente?
El día siguiente era el Día del Trabajo. Las
tareas del sr. Cassidy y del sr. Fink se
interrumpían por un tránsito del sol. Los trabajadores, triunfantes,
desfilaban y se divertían en otras formas.
La sra. Fink le
llevó temprano su modelo a la sra. Cassidy. Mame se había puesto su blusa
nueva. Hasta su ojo lastimado lograba emitir un centelleo festivo. Jack se
mostraba fructíferamente arrepentido y ambos tenía un proyecto divertido para
aquel día, con parques y picnics y cerveza por delante.
Un tempestuoso e
indignado sentimiento de envidia se apoderó de la sra.Fink cuando subió a su
departamento. ¡Oh,feliz Mame, con sus magulladuras y su rápido bálsamo! Pero…
¿Debía acaso tener Mame el monopolio de la felicidad? Ciertamente Martín Fink
era tan hombre como Jack Cassidy. ¿Debía privarse siempre su esposa de palizas
y de caricias? Una repentina y brillante idea dejó sin aliento a la sra. Fink.
Ella le probaría a Mame que había maridos tan capaces de usar sus puños como
cualquier Jack y quizás de ser tan tierno como él después.
La fiesta
prometía ser nominal para los Fink. La sra. Fink tenía llenas las artesas de la
cocina de ropa de dos semanas, que había
estado en remojo toda la noche. El sr. Fink estaba sentado sin zapatos leyendo
un periódico. Así prometía trascurrir el Día del Trabajo.
La envidia
conmovió tumultuosamente el pecho de la sra. Fink y surgió con más ímpetu
todavía una audaz decisión. Si su hombre no la quería golpear… si no había
probado aún su virilidad, sus prerrogativas y su interés por los asuntos
conyugales, debía incitársele a cumplir su deber.
El sr. Fink
encendió su pipa y se frotó pacíficamente un tobillo con el pie. Reposaba en el
estado matrimonial como un terrón de grasa sin derretir en una torta. Aquellos
eran sus modestos Campos Elíseos: quedarse sentado, abarcando a modo de
sucedáneo el mundo con la palabra impresa entre las conyugales salpicaduras de
jabonaduras y los agradables olores de los platos del desayuno que se iban y
los del almuerzo que venían. No pensaba en muchas cosas: pero en lo que menos
pensaba era en pegarle a su mujer.
La sra. Fink hizo funcionar el grifo del agua
caliente y colocó la tabla de lavar entre las jabonaduras. Del departamento de
abajo llegó la alegre risa de la sra. Cassidy. Aquello parecía un insulto, una
ostentación de su felicidad ante la no aporreada esposa del departamento de
arriba. Ahora, le había llegado la hora a la sra. Fink.
Repentinamente
ella se volvió como una fiera hacia el hombre que leía.
-¡Holgazán!-gritó-.
¿Debo romperme lo huesos trabajando y afanándome para adefesios como tú? ¿Eres
un hombre o un perro de cocina?
El sr. Fink dejó caer el periódico petrificado
por la sorpresa. Su esposa temió que no la golpeara… que la provocación hubiese
sido insuficiente. Saltó sobre él y lo golpeó de un modo salvaje en el rostro,
con la mano cerrada. En ese instante sintió por él un escalofrío de amor, tal
como no sintiera desde hacía mucho tiempo. ¡Levántate, Martín Fink, y ven a tu
reino! ¡Oh, ahora ella sentiría el peso de la mano marital… nada más que para
demostrarle que se interesaba por ella…
El sr. Fink se
levantó de un salto, y Maggie volvió a propinarle un amplio swing en la
mandíbula con la otra mano. La sra. Fink cerró los ojos en el terrible y feliz
instante que precedió al inevitable golpe… murmuró el nombre de Mart… y se
inclinó hacia el esperado vapuleo, ávida de recibirlo.
En el departamento de abajo el sr. Cassidy,
con aire avergonzado y contrito, le empolvaba el ojo a Mamie preparando la
francachela. Del departamento de arriba llegaron una aguda voz femenina, un
ruido sordo, uno tropezones y un forcejeo, una illa derribada… los inconfundibles
sonidos de un conflicto doméstico.
¿Mart y Mag están
riñendo? –dijo el sr. Cassidy a guisa de conjetura-. No sabía que solían reñir.
¿Subo a ver si necesitan un segundo para la pelea?
Uno de los ojos
de la sra. Cassidy fulguró como un diamante. El otro parpadeaba por lo menos
como si fuera de pasta.
Oh, oh, -dijo en
voz baja y sin intención aparente-. Me pregunto si… ¡si!… Espera Jack, a que
suba y mire.
La sra Cassidy
subió a la carrera las escaleras. Cuando ponía el pie en el pasillo del piso de
arriba, la sra. Fink salía como una exhalación de la cocina de su departamento.
-Oh, Maggi!-
exclamó la sra. Cassidy, con deleitado murmullo-. ¿Te pegó? ¡Oh! ¿Te pegó?
La sra. Fink
corrió hacia su amiga y abandonó el rostro contra su hombro y sollozó
desesperadamente.
La sra Cassidy tomó
entre sus manos la cara de Maggie y la alzó con dulzura. Aunque estaba cubierto
de lágrimas, sonrojado y descolorido, su superficie aterciopelada,
blanquirosada y adecuadamente pecosa no ostentaba un solo rasguño, una sola
magulladura, un solo golpe del cobarde
puño del sr. Fink.
-Dímelo, Maggie,
o iré allí yo y averiguaré yo misma –rogó Mame-. ¿Qué pasó? ¿Te lastimó…? ¿Qué
hizo?
El semblante de
la sra. Fink volvió a abandonarse desesperadamente sobre el pecho de su amiga.
-¡No abras esa puerta, Mame, por amor de Dios! –sollozó-. Y no se lo diga nunca
a nadie…, consérvalo en secreto. Mart… no me tocó siquiera y…, está…, oh, Dios
mío…, está lavando la ropa…, ¡está lavando la ropa! +
O´Henry
En: “Tragedia en Harlem”
“Cuentos de Nueva York” (Austral).
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