martes, 29 de noviembre de 2016

¿ SACERDOTISAS ?
¡¡¡ NO !!!
¿Porqué la mujer no puede ser sacerdote ?

Por el padre Luigi Villa
RESÚMEN DE UN ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA
‘CHIESA VIVA’.
(Nº 251 y 252, mayo y junio 1984; tradujo HAB.)


Esta pregunta la hemos leído en muchas revistas y diarios, inclusive católicos, como por ejemplo en ‘Familia Cristiana’, (nº 46 de 1976), en aquel tiempo dirigida por  don Giuseppe Zilli quien, unos meses antes, había hecho diseñar en la carátula un Jesucristo como un joven beat.

[Luego de exponer citas de eclesiásticos y teólogos modernistas apoyando el sacerdocio femenino, continúa el padre Villa diciendo]:
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[…] Asimismo famosos ‘teólogos’, como el holandés Schillebeeckx, el francés Chenu y el suizo Küng, cantaron en ese coro. En su discutido libro: ‘Essere cristiani’ (1974) Küng, por ejemplo, escribió: “Las mujeres deberían tener en la Iglesia, al menos, la dignidad, libertad y responsabilidad que les asegura la sociedad contemporánea: paridad jurídica en el derecho canónico, en los órganos deliberativos y en la Iglesia, y además, la posibilidad práctica de acceder a los estudios teológicos y a las ordenaciones”  [De manera semejante se expidieron Suenens y Danielou, durante el Concilio].

[…] La actualidad de esta problema se actualizó luego del escándalo luterano, cuando, el 24 febrero 1994, siete obispos (?), más de setecientos sacerdotes (?) y diáconos anglicanos anunciaron que iban a pasar conjuntamente a la Iglesia Católica…  Hoy día el Sínodo general de la Iglesia de Inglaterra alentó esta revuelta al admitir las ordenaciones femeninas… Más adelante la gran mayoría de las cristianas evangélicas –no católicas- abrieron las puertas a las ordenaciones femeninas… las primeras fueron las  ‘provincias autónomas’ del anglicanismo (Estados Unidos, Canadá, Hong Kong) luego en la misma iglesia de Inglaterra. En un informe publicado por el ‘Concilio Nacional de las Iglesias’, en 1978, se registraban  ya  10.470 mujeres admitidas en diversas funciones sacerdotales en 76 iglesias  de USA (Metodistas, Bautistas, Episcopales,  etc)

De esta manera, mientras las   Iglesias ortodoxas y orientales, todavía separadas de la católica,  prohíben a las damas acceder a cualquier forma de ministerio, sobretodo al sacerdocio; por el contrario, de las  239  denominaciones de  iglesias separadas de Roma afiliadas al Consejo Mundial de las Iglesias de Ginebra, 72  de ellas admiten  mujeres en el ministerio; inclusive la ‘Sinagoga’  tiene hoy día una décima parte  de ‘mujeres-rabinos’.

Luego de lo dicho sobre la admisión de las damas al ministerio pastoral en el campo protestante, se puede   pensar  que no causarán problemas  propiamente teológicos, dado que esas Comunidades ya no poseen el sacramento del Orden, luego de la separación de Roma. Pero sí existirían cuando una Comunidad conservara  la sucesión apostólica del Orden.

Esta nueva orientación, puesta en práctica,  suscitó alarma, primeramente del Arzobispo  ortodoxo de Gran Bretaña, Atenagora di Tiatira, luego del mismo Pablo VI, como se comprueba en las dos cartas que le envió al Arzobispo de Canterbury.

 En 1975 con los auspicios de la ONU, se realizó el ‘Año Internacional de la Mujer; con la participación  también de  la Santa Sede con una  ‘’Comisión para el Año Internacional de la Mujer’, que incluía miembros de la ‘Comisión de estudio acerca de la función de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. Obviamente estaba respaldada por el Decreto ‘Apostolicam actuositatem’, nº 9, del Vaticano II, que observaba: “Ya que en nuestros días las mujeres participan más activamente en toda la vida social, es de gran importancia una más extensa participación de ellas en las variadas  actividades  del apostolado de la Iglesia”.

Y bien, ¿A dónde se llegará con esta ‘participación’ de las mujeres en  las actividades apostólicas? Entonces se inició el estudio de la investigación histórica, a los estudios de la psicología, de las instituciones y de las costumbres; y no pocos sostuvieron que no existía  “ninguna objeción teológica fundamental ante la eventual ordenación   de mujeres-sacerdotisas”. Para apoyarlos aparecieron varios grupos de presión, inclusive una Conferencia en USA, 1975: “Women un fitire: Priesthood now, a call for action”.

 Entonces se hizo necesaria, al fin, que el Magisterio interviniese. El arzobispo de Cincinnati, Mons. Bernardin, Presidente de la Conferencia Episcopal de los EEUU, el 7 octubre 1975, , se pronunció diciendo que:  “estaba obligado  a reafirmar la doctrina de la Iglesia, según la cual las mujeres no deben acceder al sacerdocio… los responsables de la Iglesia no deben dar la impresión de  animar la esperanza,  aún con su silencio, en una  espera irracional”.

Pablo VI ya había reafirmado en su ‘Alocución por el Año Internacional  de la Mujer’: “Si bien las mujeres no reciben el llamado al apostolado de los Doce, o sea a la ordenación ministerial, son invitadas a seguir a Cristo como discípulas y colaboradoras… NOS NO PODEMOS CAMBIAR LA ACTITUD DE NUESTRO SEÑOR RESPECTO A SU LLAMADO A LAS MUJERES”… Seguidamente en un intercambio de cartas con el Arzobispo de Canterbury le escribió: “Vuestra Gracia está evidentemente bien informado  de la posición de la Iglesia  católica en esta materia: la cual  sostiene que  es inadmisible ordenar a las mujeres en el sacerdocio, por razones verdaderamente fundamentales”.

A continuación una rápida síntesis del problema:

LA TRADICIÓN.

La iglesia católica nunca admitió que las mujeres podrían recibir válidamente las ordenaciones presbiterales o episcopales. Sólo algunas sectas, especialmente gnósticas, confiaron a las mujeres un falso poder para el ministerio sacerdotal; pero inmediatamente los ‘Padres de la Iglesia’, juzgaron tal actitud inaceptable, y acordando ser fieles al ejemplo del Fundador, escrupulosamente conservada por los Apóstoles… Desde entonces esta cuestión fue aceptada pacífica y universalmente.


También la teología medieval continúa con ese rechazo, aunque ciertos maestro de la Escolástica tentaron de aclarar esta cuestión,    con la ‘razón’ y datos de la Fe, empleando  argumentos que inclusive el pensamiento moderno no admite, y  replica. Desde ese entonces nunca se suscitó la cuestión, pues  esa  praxis era pacífica y universalmente aceptada. El Magisterio no intervenía para defender un principio que nadie contestaba. Esta misma Tradición fue seguida unánimemente por la Iglesia de Oriente, que aún resiste las pretensiones de ordenar mujeres a los santos ministerios.

El teólogo, padre Gino Concetti escribió en ‘L’Osservatore Romano’: “Ni exigencias pastorales, ni la promoción de la mujer pueden infringir una norma que forma parte de la ‘disciplina apostólica’, y que por lo tanto nunca será reformada… La argumentación de los promotores del sacerdocio femenino no se sostiene. Cristo, como autor del sacerdocio, transmitió ese poder a los Apóstoles, que lo han participado a sus sucesores y colaboradores, o sea, a toda la Iglesia, El sacerdocio es, entonces, una potestad espiritual que se transmite con la sucesión apostólica… Históricamente resulta incontestable que ni Cristo ni los Apóstoles ni sus sucesores en la línea apostólica transmitieron el sacerdocio jerárquico a las mujeres. Y eso que en la comunidad había mujeres con mayor dignidad aún que la de los apóstoles, como por ejemplo la Santísima Virgen. Las mismas diaconisas, como referimos a menudo, no estaban incorporadas al clero… El sacerdocio, según la concepción bíblica, se reserva únicamente a los hombres”.

Juan Pablo II en su Encíclica “Mullieris dignitatem”, continuando la Tradición  católica,  decretó “no adecuarse las mujeres a la función sacerdotal y su  absoluta exclusión del  ejercicio sacerdotal”. La misma postura se lee  en la ‘Declaración’ del 28 enero 1977, de Sagrada  Congregación para la Doctrina de la fe, donde se afirma: “Cristo no ha llamado a ninguna mujer a formar parte de los doce Apóstoles”.

LA  POSICIÓN  DE  JESÚS.

Este problema de las damas-sacerdotisas, por lo tanto, no tendría  razón de ser ni motivo de discusión, pues la verdadera doctrina fue formulada y  definitivamente clausurada  por el mismo Jesucristo, y luego por la Iglesia docente. La discriminación sexual no influye  para nada, pues es un tema ateniente a la constitución misma de la Iglesia. ¡Y el comportamiento de Jesús  es indiscutiblemente claro y decisivo! Él no ha llamado a ninguna mujer a su séquito, ni  a formar parte junto a los Doce. Y esto no lo hizo para conformarse a la usanza de su tiempo, como lo demuestran todas sus actitudes respecto a las mujeres, contrastando con las costumbres de esa época; por el contrario, ante el estupor de sus discípulos se dejó ver conversando públicamente con  la Samaritana (Jn. 4,4); permitió a una pecadora pública acercarse a Él en casa de Simón, el fariseo (Lu.7,37);  no le importó el estado de impureza  legal de la hemorroísa (Mt. 9,20); perdonó a la mujer adúltera, poniéndola en igualdad a los hombres (Jn 8,11); afirmó la igualdad de derechos de mujeres y hombres, alejándose así de la ley de Moisés en cuanto al vínculo matrimonial (Mc. 10 2,11 y Mt. 19,3,9). En sus viajes apostólicos se hacía acompañar  también con mujeres “María Magdalena, de la que hizo expulsar siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana, y muchas  más, que lo asistían con sus bienes” (Lu.8,2). Además, en contraste con el derecho hebreo, que no aceptaba gran valor al testimonio de las mujeres, Jesús, por el contrario, se mostró primeramente a ellas, luego de su Resurrección, antes que a sus discípulos, y a ellas confió llevar el mensaje pascual a los Once.                                                                      (Mt.28,7; Lu. 24,9; Ju. 20,11).

Ciertamente estas constataciones no son suficientes para afirmar que Jesús emparejó hombres con mujeres, pues de facto, Él  no confió a las mujeres lo que sí, en cambio, confió a los Doce. (La intención esencial al elegir   a los Doce los obligaba en la totalidad de su misión, Mc. 3/14, pues debían representar a Cristo ante todos   los pueblos, continuando Su obra). Así sucedió con  la Santísima Virgen, aunque dignísima, y asociada como estaba al misterio de Su Divino Hijo,  Jesús no la inviste con el ministerio apostólico; lo que dio ocasión a todos los Padres de la Iglesia a presentarlo como ejemplo de la voluntad de Cristo.

De manera que cuando Cristo quiso elegir a sus ‘ministros’ para otorgarles la función sagrada y jerárquica, sólo eligió  los de sexo masculino. Y Él mismo los eligió, uno por uno (‘a los que quiso’), llamándolos por su nombre.  Y cuando uno de ellos, Judas, el traidor, se ahorcó, el sitio vacante en los Doce  lo restituyó inmediatamente con Matías, ya ‘asociado’ a los Doce. (Act. 1,25).

Si bien estaba rodeado por mujeres santas, Cristo no eligió a ninguna, -¡ni siquiera a su Madre!-  para el Colegio Apostólico; y cuando instituyó el sacerdocio -en la última Cena- eligió directamente a los Apóstoles, ¡los únicos presentes! Los Evangelistas son más que precisos, Marcos 14,17 y Mat. 26,20. Aquí sobretodo tiene valor el ‘facto’: porque  ¡“ contra facttum non valet argumentum!

Por estas decisiones, la enorme mayoría de exégetas y teólogos hasta nuestros días, siempre reconocieron en este gesto del Señor, un criterio autónomo e irreformable, de manera que la exclusión del sexo femenino del Orden Sagrado fue siempre considerada como una ‘elección divina’, que  absolutamente no se puede discutir.

Uno de estos exégetas-teólogos, Gryson escribe: “No encontramos jamás en la Iglesia mujeres-obispo o mujeres-sacerdote… No se encuentra mujeres que ejerzan un ministerio oficial de enseñanza. No se ven jamás mujeres que bauticen y celebren la Eucaristía, ni mujeres-obispos o mujeres-presbíteros. El hecho principal es que Jesús no confirió a las mujeres el mandato de predicar el Evangelio con autoridad apostólica”. Pues fue una constante Tradición eclesiástica, tanto en Oriente como en Occidente. Por el contrario, fueron solamente poquísimas sectas de fanáticos, -como los Marcionistas y Montanistas- que con ese feminismo –un verdadero ludibrio- sólo cosecharon irrisión. (En estas sectas que ofrecieron el sacerdocio a las mujeres, sucedieron  turbias prácticas inmorales,  conocidas  por los Padres y Escritores eclesiásticos de la época).

Luego de unos siglos,  el protestantismo, al fin, contestó esta ‘exclusión’ de las mujeres a los misterios sagrados, afirmando que ¡Cristo  fue determinado por los criterios discriminatorios de su época! Además, los protestantes repudiaron   el anti-feminismo de  San Pablo, inequívocamente expuesto en sus Cartas: “Como en todas las iglesias de los santos, las mujeres callensen  en las asambleas, porque no les toca a ellas hablar, sino vivir sujetas, como dice la Ley.  Si quieren aprender algo, que en casa pregunten a sus maridos, porque no es decoroso para la mujer hablar en la iglesia ¿Acaso creéis que la Palabra del Señor ha tenido origen en vosotros o que sólo a vosotros ha sido comunicada? Si alguno cree ser profeta o estar dotado de algún carisma, reconocerá que esto que os escribo es precepto del Señor. Si alguno lo desconoce, será él desconocido.” (I Cor. 14/38; Nácar-Colunga).

Luego el Apóstol agrega: “¿Acaso creéis  que la palabra del Señor  ha tenido origen en vosotros, o que sólo a vosotros ha sido comunicada? Si alguno cree ser profeta o estar dotado de algún carisma, reconocerá que esto que  os escribo es precepto del Señor. Si alguno se desconoce , será él desconocido”  (I Cor. 36/38).

Palabras similares las repite  San Pablo en  I Tim. 2 11/12: “La mujer aprenda en silencio, con plena sumisión. No consiento  que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, pues Adán fue formado el primero, después Eva, Y no fue Adán el seducido sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión”.

Es de notar, entonces, que la ‘Iglesia docente’ siempre siguió las enseñanzas de San Pablo hasta el Vaticano II, y que ningún Papa osó violar. Por esto, es extraño que los protestantes, que nos acusaron siempre de ‘mariolatría’, hoy día, junto a la ponzoña progresista, acusan a la Iglesia de despreciar a las mujeres, sólo porque no las admite en la Jerarquía.   

LA  POSICIÓN  DE  LOS  APÓSTOLES.

La constante posición de la Iglesia católica siempre consideró este comportamiento, esta acción de Cristo y de los Apóstoles como una ‘norma’ que la Iglesia no podía anular.

En efecto, esta voluntad de Cristo fue siempre respetada por los Apóstoles desde los comienzos; la ‘sucesión apostólica fue siempre sólo a varones’. Nunca fue interrumpida ni existieron excepciones. Los Apóstoles, entonces, jamás otorgaron poderes sacerdotales a las mujeres, ‘aunque la exigencia de multiplicar a los sacerdotes, sea para la difusión del Cristianismo, sea para asistir pastoralmente a los conversos, hubiera sido apropiado’. [¡Este pensamiento de San Pablo forma parte de la Divina Revelación! Pero los  exégetas y teólogos modernistas  lo rechazan, alegando que ese anti-feminismo era común con los rabinos de su época. ¡Inútil, entonces, que esos admitan una concreta y clara   actitud del Señor! Nosotros, en cambio, creemos que este discurrir racionalista reniega de la Fe cristiana, uno  de cuyos pilares es la inspiración sobrenatural de toda la Biblia.].

¡En la elección de Matías, por ejemplo, sólo estaban presentas dos discípulos, cuyos nombres  el Evangelio no menciona! También en Pentecostés, aunque  el Espíritu Santo descendió sobre todos, hombres y mujeres,  (Act. 2,1; 1,14)  fueron solamente ‘Pedro y los Doce’ quienes declararon públicamente el cumplimiento de las profecía de Cristo (Act. 2,14).

Y después, cuando Pablo y los Apóstoles partieron  hacia los confines del mundo judío y rechazaron, aunque dolorosamente, las prácticas mosaicas, jamás soñaron conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, no obstante que en el mundo helenístico muchos cultos divinos eran  confiados a las sacerdotisas. Sin embargo,  sabemos por las ‘Actas’  y Cartas de San Pablo, que algunas mujeres colaboraban con los Apóstoles  con el Evangelio (Rom. 16; 3/12; Fil. 4,3); como Priscila (Act. 18/26); Lidia y Febe, al servicio de la Iglesia de Cencres (Rom. 16/1);  y otras más; pero nunca se trató  de conferirles la Ordenación sacerdotal. San Pablo, más bien, usa dos fórmulas: en una llama tanto a hombres como a las mujeres ‘mis colaboradores’ (Rom. 16/3; Fil. 4,2/3);  la otra fórmula la reserva a los ‘colaboradores de Dios’ (1 Cor.3/9; 1 Tes. 3/2); o sea a Timoteo, Apolo, y demás porque estaban directamente ‘consagrados’ al ministerio apostólico y a la predicación de la Palabra de Dios. La colaboración de las mujeres se limita siempre a la ‘misión apostólica’.

[…] También la  ‘Teología’, de todas las épocas y escuelas,  siempre consideró ‘sentencia común’ de ‘derecho divino’, que sólo los hombres podían recibir válida y lícitamente el sacramento del Orden, y que las mujeres siempre  estaban incapacitadas para  recibirlo.

[…] En consecuencia, podemos afirmar que todo movimiento favorable al sacerdocio femenino siempre tuvo naturaleza sectaria y herética, como  los ramificados del montanismo, hacia la mitad del siglo IV, contra los cuales combatió San Epifanio, quedando inalterable la disposición de Cristo, pues: “ninguno puede modificarla por carecer de la autoridad necesaria”. ¡Ni siquiera el Papa!

VALOR  PERMANENTE   DE  LA  DISPOSICIÓN   DE  JESÚS Y  DE  LOS  APÓSTOLES.

Es obvio que ante esta precisa disposición  de Jesús y de los Apóstoles,  la Iglesia católica no puede desviarse. Vanas son, entonces. las razones aducidas  respecto al condicionamiento  socio-cultural de aquel tiempo; grave es la actual disposición de la Jerarquía contra la prohibición de San Pablo de que las mujeres hablen en la asamblea; “porque la Iglesia no tiene ningún poder sobre la sustancia de los Sacramentos; vale decir sobre todo lo que el Señor Cristo dispuso se mantenga con tal signo sacramental, según el testimonio de las fuentes de la Revelación (Pío XII, “Const. Apostólica ‘Sacramentum Ordinis’). Por tanto, esta práctica de la Iglesia de no admitir mujeres en el sacerdocio tiene carácter normativo. Para no admitirlas, la Iglesia se apoya en los hechos realizados por Cristo, en Su ejemplo; por lo que no puede dejar de imitarla, siendo la voluntad de Dios

[…] De acuerdo a estos argumentos,  San Pío X, el 21 noviembre de 1903, declaró : “la  mujer no se adecua  para ejercer cualquier oficio litúrgico”. También el actual Código de Derecho Canónico, canon 968, decretó: “Solamente recibe la sagrada Ordenación el hombre bautizado”.

Y Pablo VI, durante la ceremonia en la cual elevó a Santa Teresa de Ávila a ‘doctora de la Iglesia’ dijo: “Tampoco hoy la mujer  está destinada a tener en la Iglesia funciones jerárquicas de magisterio y ministerio”. De la misma manera,  se expidió el actual Papa Juan Pablo II en su Documento ‘Mulieris dignitatem’, escribiendo que Cristo no ha llamado a alguna mujer a formar parte del Colegio  de los Apóstoles; y no lo hizo por un prejuicio cultural contra las mujeres, porqué “en su manera de comportarse no se encuentra reflejada la habitual discriminación propia de ese tiempo”;  pues “Cristo, llamando  sólo hombres como sus Apóstoles, lo hizo de manera libre y soberana”. Y explicando el comportamiento de Jesús, que es normativo’ para la Iglesia de todos los tiempos, aclara que en el momento central de la acción sacerdotal, que es la celebración de la Misa, sólo el hombre puede ser una imagen adecuada del Cristo; que no puede ser simplemente un ser humano, sino un hombre varón.  Y prosigue: “Sobretodo en la Eucaristía se expresa, en modo sacramental, el acto redentor de Cristo-esposo en relación con la Iglesia-esposa.  Y esto se torna transparente y unívoco cuando  el servicio sacramental de la Eucaristía –en la cual el sacerdote  procede en  la persona de Cristo- es realizado por un hombre.

La misma Constitución conciliar ‘Gaudium et Spes’ afirma que: bajo todos los cambios hay muchas cosas que no cambian, pues tienen su último fundamento en Cristo, que es siempre el mismo, ayer, hoy y por los siglos. Esperar, pues,  que el Papa pueda modificar lo que ha dicho, mutaría fundamentalmente los ‘valores inmutables’ designados por el Fundador del Cristianismo.

Esperar, pues, que el Papa pueda contradecir sus palabras apoyadas en la Tradición sería  mutar totalmente  los “valores inmutables” designados por el Fundador  del Cristianismo.  Por esto, la respuesta del  cardenal Ratzinger al ser interrogado  si consideraba  excluir de modo absoluto la ordenación sacerdotal de las mujeres, contestó: “No existe una definición infalible sobre este punto; según la situación doctrinal hoy día; pero, en cuanto conocemos la enseñanza permanente de la Iglesia católica –católica-romana y también la ortodoxa- no se ve como un día podría cambiar esta praxis”;  está claro que diciendo que “no existe una definición infalible”,  adopta un punto de vista que  no excluye el sacerdocio de las mujeres en absoluto (‘Il  Giornale’ 1º-oct.-1988). Ahora bien; nos permitimos recordar al ‘Prefecto de la Congregación para la Fe’ que los problemas de eclesiología y sacramentaria, no puede encontrar soluciones sino a la luz de la Revelación. La ciencia humana, en efecto, no puede alcanzar la realidad de la Fe, porque el contenido sobrenatural excede su competencia. Y quisiera, por esta razón, recordar a Su Eminencia, que no es de esperar una ‘definición infalible’ de parte del Magisterio respecto a este problema  (para los enfermos de ‘feminismo’), porque como ya hemos dicho “contra facttum non valet argumentum”; por tanto, los hechos del Fundador de la Iglesia católica  son más evidentes  y valederos que una ‘definición infalible’. Jesús llamó a los que quiso (Mc. 3,13); y esta decisión fue refrendada con estas palabras bien precisas:  “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Jn. 15, 16- Heb. 5,4). Y entonces, Eminencia, ¿como es posible que diga que  “no hay una definición infalible sobre este punto”, cuando, por el contrario Cristo se expresó con ‘infalibilidad absoluta’ ¿Es posible, entonces que su ‘Vicario’ se permita contestar, discutir y  hasta anular Su explícita Voluntad?

Continuando con nuestro análisis teológico recordamos que  la enseñanza constante de la Iglesia sobre este tema  fue inclusive renovado y precisado por el Vaticano II, y refrendado por el Sínodo de Obispos en 1971; y además por la Congregación para la Doctrina de la Fe, en su declaración del 24 junio 1973.

Y bien, esta enseñanza consiste exactamente en que los Obispos y Presbíteros, en el ejercicio de sus respectivos ministerios, no actúan en nombre propio, “por cuenta propia”, sino que representan a Cristo, quien actúa a través de ellos. Ya en el siglo II San Cipriano escribió: “el sacerdote cumple realmente las veces de Cristo”. Es tan primordial el valor de la representatividad de Cristo, que San Pablo la consideraba como característica de su unción apostólica (2 Cor.5,20- Gal. 4,14); que adquiere su máxima expresión  en la celebración de la Eucaristía,  centro de la unidad de la  Iglesia. Y aquí, el sacerdote que sólo él tiene poder para hacerlo,  actúa “in persona Christi”, y se convierte en su imagen viva cuando pronuncia las palabras de la consagración (S. Tomás, p. III, q.83,).

El sacerdocio cristiano, entonces, es de naturaleza sacramental, y el sacerdote es un ‘signo’ de eficacia sobrenatural. Ahora, el signo sacramental representa una natural semejanza (S. Tomás); y esta ‘natural semejanza’ entre Cristo y su ministro sólo es posible respecto al hombre; pues Cristo fue y es un ‘hombre’. En una palabra:  el Verbo se encarnó en el sexo masculino; cuestión de facto, inseparable de la economía de la salvación.

PUNTOS FIRMES DE LA TEOLOGÍA POSITIVA.

En el ‘Diccionario enciclopédico de teología moral’ (Ed. Paulinas) –para nada recomendable- se lee:  “El problema es muy simple, se trata de saber si la exclusión de las mujeres (si esto fuera investigable) fue un simple hecho o fue un principio. Admitiendo que sea cierto que Cristo ordenó sólo a hombres, según los textos paulinos, ¿fue decidido según el ambiente cultural de la época, o inició una norma absoluta válida en todo tiempo y lugar? ¿Puede ser un principio teológico, válido hasta hoy día, que no admite reclamos ideológicos, o debe ser reducido a   un simple acto  empírico?”

Esta propuesta confusa del problema, o sea  si Cristo se dejó condicionar por las costumbres de su tiempo, o si en cambio, su opción por los varones fue una norma absoluta, válida para todo tiempo y lugar, que puede, por tanto ser definida teológicamente, pudiéndose reducir a  una simplicidad empírica, o bien rechazarse  totalmente por falsa y maligna.  En verdad, si fuese cierta la elección de sólo hombres hecha por Jesús obligaba a la Iglesia de todos los siglos, también debería ser vinculante la solo elección de hebreos para los ministerios sacros, pues Cristo eligió hebreos desechando a los paganos.

Ciertamente, en los inicios de la predicación del Evangelio, Jesús ordenó: “Id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt. 10,6); o sea, durante su vida terrena excluyó a los paganos tanto de los ministerios sacros como de la evangelización; pero luego, antes de subir al cielo, dijo claramente a sus discípulos:  “Y les dijo: Id por todo el mundo  y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc. 16,15). De  manera que la exclusión de los gentiles fue   ‘provisoria’;  mientras ¡desafiamos a todos los biblistas a demostrar que la exclusión de las mujeres de los ministerios sagrados deba considerarse como una decisión ‘provisoria’!

Confirmando la voluntad explícita de Cristo de otorgar solamente a los hombres los ministerios sagrados,  hay que tener en cuenta que en su tiempo, en los cultos paganos, griegos u orientales,  las sacerdotisas eran  muy numerosas.  Hubiera sido normal entonces, que  adaptándose a ese ambiente, Cristo hubiese entregado a las mujeres ese poder. ¡Pero no lo hizo! Por lo tanto, podemos concluir que está bien fundada en la Revelación, la exclusión de las mujeres al sacerdocio católico.  Hasta el teólogo protestante Bartmann escribió: “El sexo femenino no  está capacitado  de recibir ningún orden sacramental”. Y agregó: “La razón no se encuentra ciertamente en la naturaleza femenina, sino que es una orden positiva”; por lo cual la ordenación de mujeres serán inválidas, pues contrarian la Voluntad del que  instituyó el Sacramento del Orden, Cristo, en cuanto  a la forma, la materia y el sujeto.

Además, la historia de la Iglesia testimonia que hasta fines del siglo XVIII, la exclusión de las mujeres de los ministerios sagrados era prácticamente admitida por todos; incluyendo las    declaraciones de los ‘Padres’, todas a favor de la Tradición, o sea  de la praxis impuestas  con la autoridad de San Pablo.  San Epifanio, por lo tanto, escribió: “Desde que el mundo es mundo, jamás una mujer sirvió al Señor como sacerdote”.

Y añadió: “Si existió en la Iglesia el orden de las diaconisas, este no incluyó la función sacerdotal, o  algún  servicio similar, sino  fue impuesto para salvaguardar las buenas costumbres del sexo femenino” +