ARTÍCULO DE NUESTRO QUERIDO Y AÑORADO PADRE LEONARDO CASTELLANI, PUBLICADO
EN LA REVISTA
“ESTUDIOS” DE LA COMPAÑÍA DE
JESÚS, EN EL NÚMERO V, DE MAYO DE 1932.
AÑOS ANTES QUE EL PADRE FUERA INFAMADO POR LOS INFAMES. NARRANDO LA APARICIÓN DE :
Una nueva Roma fascista; y la
vida de los judíos en los ghettos.
LOS JUDÍOS EN ROMA.
C
|
uando
dije a mi compañero –mi exprofesor de hebreo-, que quería ver todos los
recuerdos judíos en Roma, me llevó a lo alto del monumento a Víctor Manuel, y
de plataforma marmórea me mostró al sur tres cosas: primera, la miserable
barriada del Transtévere, más allá del río, asiento de los hebreos en tiempo
del imperio; segunda, más acá la mole cuadrada y amarilla de la moderna
Sinagoga, al lado de las ruinas del teatro Marcelo; tercera: el hormiguero
viejo, irregular y pintoresco (desde lejos) del actual ghetto, condenado a cercana desaparición por las grandes obras de
embellecimiento e higiene de los ediles fascistas: un triángulo rectángulo cuyo
vértice sería el punto desde el cual lo mirábamos. Después bajamos y por el
cateto mayor fuimos a ver las demoliciones comenzadas, que han descubierto un
templo y una casa romana cerca de la
iglesia de San Nicola in Carcere y ofrecido a los romanos el desahogo de una
plazuela donde se amontonaban antes lúridos
conventillos. Es increíble, me dicen, la cantidad de familias pobres que
huyeron al derrumbe de la piqueta, como murciélagos de sus nichos, hacia las nuevas, sanas, elegantes,
estupendas, grandes casas populares, que están apareciendo al mismo tiempo, obra del gobierno y de
empresas particulares combinada, en los cuatro puntos cardinales fuera de Roma,
una nueva Roma modernísima y alegre que renace. Por algo dijo Chesterton hace
poco: “Resurrection of Rome”. Roma, en todos sentidos, ciudad Fénix.
Desde el vértice del ángulo recto
entramos en las estrechas y sucias vías del ghetto, barrio pobrísimo. Calles
curvas o en zigzag, empavesadas ridículamente de cuerdas de ropa blanca a secar
(llamémosla blanca), que lloran sobre el transeúnte. Enormes conejeras de
ladrillo húmedos y roídos, que dan a orines y
a grasa por las escasas ventanas y las estrechas puertas. Chicos
desarrapados que juegan, comadres astrosas que conversan en jarras, eso sí, libres por la estrechura de la atroz persecución
de los autos, martirio de la Roma
moderna. En un momento está todo visto, desde el pórtico de Octavia hasta el
palacio de Beatriz Cenci, menos mal que es pequeño, viene a ser como la zahurda
de la casa. Después finalmente fuimos a la sinagoga.
En el trascurso, podemos poner la
conversación siguiente:
-¡Qué miseria! ¡Mire usted lo que
han hecho los cristianos! (Esta introducción provocativa para que mi compañero
suelte la lengua. Es un hombre meditabundo y reservado, como conviene a los
estudiosos de lenguas semíticas, que sólo es elocuente cuando se enoja).
Efectivamente frunció el ceño, y respondió:
-Esto lo han hecho los judíos.
-Los judíos perseguidos por los
cristianos.
-Es falso. Los cristianos nunca han perseguido
a los judíos. Lo contrario es precisamente lo verdadero.
-¿Qué los judíos han perseguido a los
cristianos?
-También. Y que los no cristianos han
perseguido a los judíos, Mire usted: Roma pagana persiguió a los judíos;
Claudio los expulsó Roma neopagana del 500 humilló a los judíos; Paulo IV los
confinó en el ghetto. ¡Más Roma
medieval los trató más humanamente que nadie en el mundo; y ahí está Zaccagnini
y su libro Il ghetto di Roma, que no
me dejará mentir!
-Pero Roma garibaldina los libertó y los
hizo ciudadanos de Italia.
Y esa es precisamente la causa de la miseria de este rincón que a usted
escandaliza. –dijo mi guía animándose por momentos—Apenas los judíos ricos se vieron sueltos en una sociedad cristiana
indiferentizada (que no fue por Garibaldi, sino por Napoleón I), huyeron a roda
prisa de su circuito para ir a hacer palacios
en los barrios de lujo, abandonando el pobrerío correligionario a su
suerte. Los miserables, los únicos que no pudieron irse, no pueden hacer progresos edilicios, y Cohen el mayorista, Treves el librero, Levi
el banquero, embellecen el regio barrio Parioli; así que el ghetto, en vez de progresar como los
otros cantones, retrogradó más todavía y se estancó y se condensó en su
estrechez y pulguerío. ¡Si el Papa les hubiese prohibido salir, los ricos
hubieran hecho limpiar las calles! Y si quiere que le pruebe lo que digo, aquí están los documentos.
Llamó a un vendedor de postales, compró
las acuarela de Franz Roesler, Roma
Sparita, y me mostró tres vistas del antiguo ghetto. Una gran aldea medieval irregular atrasada, sí, pero
alegre, pero aireada, pero hermosa. Y dijo:
Si quiere más pruebas vaya al Museo
Nacional de Arte Antigua, sala I, cuadro 142 de Van Bloemen, que representa el
barrio que estamos en 1730. ¡Y usted me dirá si aquello es esto que estamos
oliendo!
Comprendí que por ahí no hacía nada, pero
yo no había dicho mi última palabra.
-¡Confinarlos en un ghetto, sólo porque
no creen en Jesucristo, es un atentado contra la libertad!
-Es una necesidad, dijo mi compañero, un
poco triste.
Y envalentonado con mi silencio, me
espetó este monologio:
-¿Qué culpa tenemos nosotros que no crean
en Cristo? Y dada esa desgracia suya, ¿Qué más puede hacer la sociedad cristiana
por ellos que darles hospitalidad cautelosa y ofrecerles conversión generosa:
hospitalidad porque somos cristianos, cautelosa porque son anticristos,
conversión porque fueron la viña y han de ser en los últimos días la guardia
vieja del Cristo… No podemos matarlos ni dejar que nos maten; no tenemos más
remedio que convertirlos, y en el entretanto, aislarlos. lo que decía el Padre
Vizcarra en Ichthys acerca del
judaísmo en la Argentina ,
pensé yo). El “progrom” absolutamente no es católico; la fraternidad liberal (o
sea la mezcolanza) absolutamente no es racional; la expulsión de Fernando el Católico (y Hitler) no es ahora ni justa ni posible. Queda un solo
remedio: alzar de tal manera la temperatura cristiana del ambiente y tender tal
red de precauciones sociales y políticas que la acción siempre disolvente de
este elemento inasimilable quede anquilosada, como una bala de plomo en un
organismo robusto. Esta es la gran
lección de Roma, madre del arte del gobierno y capital de la fe. En
ninguna parte del mundo han estado mejor que en la Roma cristiana del
medioevo, y en ninguna parte han dañado
menos. Obligados a una especial ceremonia de sujeción a la autoridad nacional y
un especial tributo por su racial separatismo, privados de los cargos públicos
por su invencible aislamiento de nación entre nación, gozaron de muchos privilegios,
de altos puestos como médicos y
literatos, y aún de la amistad y el
favor de algunos papas. Judas el romano fue el preceptor de Roberto Guiscardo,
rey de Nápoles; y le regaló su traducción de Aristóteles y su Glosarium; más de doscientos hebreos
eran empleados de la Curia
bajo Alejandro III, y cuando el papa se retiró a Aviñón, muchos espontáneamente
lo siguieron. ¡Cuando Fernando el Católico los echó de España, Alejandro VI el Papa Borgia, los
abrió las puertas, contra la oposición
de sus paisanos de Roma, que temían la competencia de sus más cultos
congéneres! Mire el nombre de esta calle: Vía
Catalana. Donde está aquel gran caserón amarillo, estaba la Scuola (Sinagoga) Castigliana, y al lado la Aragonese.
Queda todavía una sinagoga española en el Trastévere y muchas
palabras españolas en el dialecto romanojudaico, el yergo. Oiga un momento:
Cosa
chai, cosa chai, la búa, la búa, dove, cuaió, belleza mía, dillo a mammita…
(Una mujer besuqueaba a su bebé gritón). ¿Ha oído mammita? Eso no es italiano.
Mi compañero alzó la mano hacia el monte Aventino y me mostró retratado en el Tíber fulvo y
recortado en el cielo ceniciento el viejo convento dominicano de Santa Sabina, sonde durmieron Santo Domingo, Santo Tomás y San
Pío V.
-Allí, dijo, el Padre maestro fray Reginaldo tradujo al hebreo
la Suma contra
gentes para ver de convertir a los judíos doctos. Aquí pasó
San Ignacio acompañando al célebre rabino Abraham, cuya conversión alborotó a
Roma. Y allá en frente sobre el puente tiene usted la estatua de nuestro gran
Gioachino Belli, que juntó en este soneto los celos de los romanachos viendo la benevolencia de
Gregorio XVI hacia los judíos en general y el docto rabino de Roma Moysés
Sabbato Been en particular:
La
morte der rabino.
E ito in paradiso oggi er
Rabbino,
(che ssaría com’er véscovo del
ghetto)
e stasera a li Scoli (1) y‘hanno
detto
l’uffizio de li morti e’r
matutino.
Era amico der Papa; anzi perzino
et giorno stesso ch’er papa fu
eletto
piyó la penna e ye stampó un zonetto
scritto mezzo un ebbreo, mezzo in
latino.
Dunque a la morte sua nostro
Siggnore
cciá pianto a gocce, bbé che sia
sovrano,
e cce s’e inteso portá via er
core.
Si campava un pó ppiú, te lo dico
io,
o noi vedemio er Rabbino
cristiano
er
Papa annava a termina ggiudío…
(1)
En la Sinagoga ,
llamada por los hebreos, Escuela.
-¿El
Belli has nombrado? –dije yo-. Contra ti hablaste. Entonces usted no ignora
que hay otro soneto de él en romanacho,
acerbamente motejando la brutal diversión del pueblo del renacimiento durante
el carnaval, de hacer correr carreras a los muchachos judíos en la plaza Navona
(antes circo Naumáquico), semidesnudos, entre gritos, silbidos y pellas de lodo,
el cual terminaba en este sarcasmo:
E
sta curza, abbellita da sto pisto
l’inventó
un Papa, inmemoria e in onore
della
flaggellazion di Ggesú Cristo!
-Esa
“curza de li marrani”, - dijo mi
compañero-, fue un abuso sin nombre, y está bien empicotarla; pero el Belli
calumnia. No lo inventó ningún Papa, eso es absurdo a priori, la inventó el
populacho, que asistía a las diversiones de los hebreos primero, comenzó a
tomar parte activa después, y finalmente retirándose ellos los obligó. Antes
bien, un Papa la prohibió y los gobernadores de Roma emanaron bandos severísimos contra “chi
ardisse sotto qualsivoglisa pretesto offendere Hebrei et Hebree tanto con
inmondizie et levargli le berrette et robbe che portano et offese personale”,
con gran descontento y quejas de la plebe, que no se recataba de fijar
pasquines como éste:
Fiore
d’ajetto!
Papa Leone é diventato matto
ché
strigne li cristiani e allarga il ghetto.
Hubo un Papa culpable en este caso, la
debilidad de Paulo II, que “per ristaurare
la pubblica hilaritá”, volvió a hacerlos correr a lo largo de Vía Lata,
procurando evitarles las ofensas, como si no fuera la mayor esta humillación de
ser público espectáculo y chacota. Pero usted no lo mire con la sensibilidad
moderna, y repare que gente como esta la que corría, encallecida y callejera, y
verá que el pecado momentáneo del Papa veneciano no fue tan mortal como las guías tudescas e
inglesas exageran. ¡No hubiesen hecho otro que éste los papas renacentistas!
Pero casi todos los otros los defendían
contra el populacho. Inocencio VIII, para sustraerlos a los insultos les permitió ocupar las almenas del Castel
Santángelo durante la ceremonia del
cortejo pontificio; el severísimo Sixto V reprimió fuertemente los excesos de
la plebe y autoridades; Pío IX, entre otros muchos beneficios, los eximió del
deber de la “prédica”. Desde tiempo inmemorial estaban obligados a oír una
prédica cristiana al año, pero ellos acudían con algodones en los oídos y era inútil. Fue el emperador
Justiniano, a lo que parece, el inventor de este uso, como fué el Senado romano
el inventor de la odiosa ceremonia del homenaje y del calcio. Fue Santo Tomás, en cambio, con toda la tradición, el que
proclamó que no se puede bautizar ni convertir a los niños judíos sin consenso
de sus padres. Y fue Pablo III quien prohibiendo las constricciones, fundó para los espontáneamente
convertidos la Casa
de los Catecúmenos.
-Entonces quita usted la culpa de los
abusos a los papas y la hecha sobre el pueblo cristiano, que es peor.
No, sino sobre el populacho poco
cristiano ¡Pero usted póngase en todos los casos! ¿Usted cree que eran los
cristianos solos? Se ha olvidado de San Dominguito de Val, del niño crucificado
de Roma, de la usura y de los envenenamientos? Usted ponga conviviendo dos
pueblos antagónicos, abrasados en dos
credos ardorosos que no se pueden
asimilar, no por culpa nuestra, sino de ellos; verá que es un verdadero milagro
que no haya sido diez veces peor, matanzas y expoliaciones como en los pueblos cismáticos.
Estos creen que los otros han matado
nada menos que a Dios ¡y de qué manera!; los otros abominan a los Goim
(contra los cuales según el Talmud les
es permitido “todo”), que quieren robarles su última, su única esperanza, su
razón de ser… a los idólatras, que adoran
nefandamente a un impostor enclavado y cadáveres y estatuas de animales
y de mujeres semidesnudas! Usted se quejaba que los confinaron; son ellos
quienes se confinaron con horror, ya en tiempo de Augusto, y ahora no quieren
dejar el ghetto!
-Y entonces, según usted ¿Qué hay que
hacer con ellos?
Nada. Ni matarlos ni dejarnos matar.
Tener caridad y prudencia y paciencia. La fórmula de San Pablo:
Secundum Evangelium quidem
inimici propter vos
Secundum electionem vero charisimi
propter patres,
que en la
Edad Media los Papas tradujeron tan bien en
la ceremonia del Tributo. Al pasar
con gran pompa del Vaticano a Letrán, el Papa electo, el gran rabino le salía
al encuentro y le regalaba un Pentateuco copiado en pergamino, en terciopelo y
gemas. El Papa respondía:
Legem probo sed improbo gentem
es decir: “propter patres y propter vos”;
y mandaba darles veinte sueldos de oro, mientras ellos debían dar como tributo
unas libra de pimiento y dos de canela.
Y para que vea que este es el espíritu
cristiano, mira a San Ignacio. Propter vos, prohibió recibir judíos en la Compañía de Jesús; Propter
patres, deseaba tener en las venas sangra judía para ser consanguíneo de
Cristo. Ojo, hemos llegado.
La gran sinagoga es un edificio cuadrangular,
de balconaje amarillento y cúpula de aluminio, que recuerda un templo caldeo.
Un rabino barbado nos acoge y nos dice que nos cubramos, porque en este templo
no está Dios (“pur troppo”), pues Ël no cabe en templos hechos de manos. El
interior es deslumbrante de colores y de arabescos; una lujosa ornamentación
oriental sin una sola figura. Un sacristán nos muestra los libros de preces,
los reclinatorios, la enrejada tribuna de las mujeres, la lamparita del
Santísimo delante de la Biblia
en su sagrario, el púlpito, los cartelitos: “Casa de Dios, no escupir en el
suelo” (¿Le pregunto qué opina de Jesucristo? –No sea animal, me responde mi
compañero.) Entonces le digo:
Hay muchos recuerdos judíos en Roma.
Muchísimos –responde el sacristán, joven
judío de Venecia.
(Muchos más de lo que tu piensas, pensé
yo). El pensaba, en efecto, en el ghetto, en las dos viejas sinagogas, en el
barrio de la Pesquería ,
la calle Catalana, la plaza Judea, la placa que el prefecto Nathán puso a
escarnio en los muros vaticanos, las escuelas primarias del Trastévere, el
recordatorio de los muertos en la guerra, la universidad israelita. Y yo pienso
en las catacumbas hebraicas de la Vía Apia
Vieja, en la casa de los catecúmenos fundada
por San Ignacio en Santa María
del Monte, en la casa de las Damas de Sión, en el Yanículo, en la iglesia de
San Claudio, donde se convirtió Luis de Ratisbonne; pienso en el cuerpo del
judío Pablo de Tarso, en un inmenso cofre
de nácar y madreperla, en los huesos y la cátedra del cafarnaíta Simón
Baryona, en la iglesia mayor del mundo, en que el hombre parece haber hecho más
de los que puede, en el cuerpo de Bartolomé aquí en la vecina isla del Tíber,
en el cuerpo de Juan en el Laterano, en las reliquias de Judas y Simeón, de
Andrés y Mateo en la iglesia vecina a mi universidad, en la cuna pesebre donde
abandonó el dulcísimo fruto de su puro seno aquella “niña hebrea”, como la
llamó Manzoni, que veneramos en Santa María la Mayor ; pienso en el judío que fue Dios, en los
aquí conservados leños, lanza, columna y espinas…
Atardece sobre Roma vieja. Mi compañero
se va a ver el manuscrito de la
Biblia más antiguo del mundo… (según el sacristán. No es
verdad: el más antiguo es el Códice Alef Sinaítico de Petesburgo, que han
destruido, según dicen, los bolcheviquistas). Me quedo solo en el inmenso
ámbito radiante y callado. Es un día de tormenta, ha soplado siroco y el cielo sofocante se enciende
en escarlatas furiosos. Unos niños que juegan en el puente apenas interrumpen
gritando el silencio cansino, el Tíber gruñe cerca, se borra el mundo. Yo no sé
qué ocurrencia ésta de decorar un templo de este ardiente color naranja y esas
vidrieras amarillas, las paredes se diluyen
en una luz de sangre y oro, parece la tez lívida y lustrosa de un
muerto, parece un vacío cofre de bronce dorado, un sepulcro adornado, el
sepulcro de piedra derelicto de un resucitado. Todo alrededor las sombras de la
vieja raza testaruda, cabezas blancas y
luengas barbas en todos los bancos, que se curvan en la adoración obstinada, en
el culto tenaz y desesperante, en la esperanza cruel adherida como una maldición a los huesos, en la
plegaria sacrílega del que habiendo rechazado una vez el don de Dios, el único,
el suyo, el prometido implora veinte siglos desesperadamente ¡otro!
Fidelidad al revés, más dura que la muerte, porque los dones de Dios son
sin arrepentimiento y el carácter sacerdotal más imborrable que una marca
candente. La luz disminuye, la luz de seda cuelga de los vitrales laterales
como los dos pedazos de un velo partido. No acaban nunca de volver los otros,
iría a buscarlos, pero van a creer que he tenido miedo. Miedo del mundo de
sombras que se ciernes invisibles en la oquedad
amarilla, los perseguidos, los infamados, los inquebrantables, pasados por el
hierro y por el fuego, hoy libres. ¡Nosotros dos ahora, oh Goim, oh pueblo del
Nazareno! ¡Ahora no nos toca más luchar con la usura, la intriga, y la pócima,
he aquí la universidad abierta, he aquí la alta finanza, la políticas, el gran
periodismo, Heine, Rostschild, Freud, Marx, Trotsky, las arma nuevas, cheque,
cátedra y linotipo! Los reflejos de las vidrieras mueren. Rechina una puerta.
Pasos mansos y firmes deliberadamente se acercan…+
Jerónimo
del Rey