¡¡¡ Navidad !!!
“Gloria a Dios en
las alturas y paz a los hombres de buena voluntad”
Retiro de Navidad dado por el
Padre
Mario
José Petit de Murat
E
|
l
Niño nacido en medio de la noche es el misterio final de la Redención. Todo lo
demás, todas las purificaciones, las propias y las otras, aquellas que nos
vienen de Dios, son sólo medios para llegar a descubrir esto: el Niño que se da
es el misterio de la Recompensa. Es
la expresión más cabal del amor de Dios a nosotros.
Estamos en un mundo muerto que nada
puede darnos. Todas las cosas nos claman por vida. Dios nos creó y nos lo ha
dado todo de tal manera lo ha puesto todo en nuestras manos, que se da Él mismo
a nos, para que nosotros lo re-creemos, dándole lo único que a Dios podemos
darle: Dios mismo.
Somos el único núcleo viviente en la
tierra porque sólo nosotros tenemos espíritu. Ningún otro ser puede contener a
Dios: ni los animales, ni las plantas y menos todavía los cielos materiales,
porque no tienen alma. Por eso descansó el séptimo día después de crear al
hombre, porque ya tenía lugar de reposo.
El Niño nos muestra la calidad del amor
divino. No es dureza, por eso no se muestra tirano. No es juicio, por eso no se muestra como juez. No
es soberanía, porque no lo vemos como rey que se impone. Es una cosa blanda,
tan suave, tan entregada a nosotros como un niño. Así se dará Dios a nosotros
en el cielo, para que lo abracemos. Como el niño se adapta al regazo de su
madre, así se dará Dios a nosotros.
Tenemos que llegar por las virtudes y las
purificaciones a ser nuevos en el seno de Dios. como los Reyes, sin trazar
moldes ni caminos, que Dios tiene sendas distintas para cada alma; lo único que
tenemos que cuidar cada día es el deseo de perfección. “He venido porque eres
varón de deseos”, dijo el ángel a Daniel. Labrar cada día como una joya a
nuestra “única”, que tiene que engarzarse en la Jerusalen celestial como
una piedra preciosa. Cada día que amanece es la
inmensa oportunidad de ser mejores.
No basta encontrar a Dios en la Cruz y en la Resurrección.
Tenemos que descubrirlo en el Pesebre, en ese Dios necesitado
de nosotros, entregado a nosotros como un niño pequeño. No temamos a Dios, es
Él quien nos llama. Si hay tan pocas almas que amen a Dios, es porque se lo
conoce como creador, y no como mendigo. Está en mi puerta y me pide le devuelva
la honra. Está como ese niño abandonado en un umbral, sin nombre, esperando lo
levante y lo nutra. Así está Dios. No lo temamos.
No hay que escalar nada para
encontrarlo, sino rendirse a ese amor que se da en silencio, dándonos todos sus
poderes para que nosotros, hechos divinos, nos demos a Él y le devolvamos su
gloria.
Dice San Juan que no se puede amar a Dios
por sí mismo sin amarlo en el hermano.
Hasta hoy no pude comprender esto, pues
me decía: “Cómo no amar a Dios en sí mismo, si es la cumbre de las aspiraciones
de nuestra alma?”.
Pero ahora comprendo: Dios invisible es
algo nuestro, creado por nosotros a nuestra manera, con nuestra mentalidad
humana, por eso es tan fácil errar y se ha errado tanto en esta concepción.
Pero Dios es real y viviente y tenemos
que encontrarlo en su trono que son las almas. Todos lo demás es espuma,
decoración. ¡Cómo amará Dios las almas que ha creado estas maravillas para
ellas! ¡Cómo las ama, con ese amor palpitante que es capaz de hundirse en el
abismo y en la muerte para rescatarla! Aunque esté en el lodo, allí la buscará:
Dios es amor. No es un frío orden del Universo, sino Amor, Sabiduría que sabe
darse. Por eso, para enseñarnos se hizo niño.
Ved esos Magos que corren a ver al Mesías
¡Qué desilusión hubieran tenido si no hubieran vivido de fe, al encontrar ese
chicuelo en la paja! Si buscamos en nuestro hermano el brillo, mil veces se nos
escapará el Niño, porque Él no brilla, ¡está en un pesebre! Está como un niño
necesitado de ese jugador de football, en esa mujer que se cubre de lodo, en
esa otra que nos parece poco inteligente. Porque toda alma es grande y nos
necesita como un niño. ¡Qué maravilla encontrar a Dios como un gemido en las
entrañas del hermano! Y cuanto más hundido está, más gime. ¡Cómo debemos
sonreír y cómo debemos mirar para levantar! Nadie se resistirá si encuentra en
nosotros esa dádiva de Dios.
¡Cómo está la humanidad! El hombre
desconoce su grandeza, pisotea sus prerrogativas. Está tan embotado que no sabe
lo que hace. ¡El hombre y la mujer ya no
son hombre y mujer! ¡Cuánta carne entremezclada y descompuesta!
Pensemos que Jesús está aquí, ha venido
expresamente a esta capillita para nos. En Nazareth estaba por dos: la Virgen y San José. Aquí,
está sólo para nosotros, y está para
algo. Yo me encargo de José, pero ustedes tienen que ser María. María engendró
a Jesús y el Niño creció magnífico en sus manos. Un grupo de ustedes tienen la
dicha de estar en un completo silencio de adoración. Pero las otras, las que
deben ir a los salones, deben ser una Presencia constante. Estoy aquí, sé lo
que quiero, lo que pienso, lo que hago, y todo en un gran reposo. El hombre es
soberano de todas las cosas.
Todas fueron creadas para él, y debe usarlas como soberano y como
dueño, jamás como mendigo, ya que ellas nada pueden darle.
Un gran vigor–longanimidad, que tanto falta en estos días. Los santos
atravesaban por pruebas tensas, prolongadísimas, sin desfallecer, manteniéndose
íntegros, serenos. Cuando el agua llegue hasta el cuello, que no cubra la cabeza. Mantener la paz.
Olvido de sí mismo. Los Reyes eran reyes
y olvidaron sus reinos para correr por el desierto, al Pesebre. Si soy
susceptible es que todavía soy esclavo.
Mirar cada día con simplicidad a Dios y
ver lo que quiere de nosotros. Ser una pupila límpida, potente.
E
|
l
día se caracteriza por un despertar de todo a la vida La aurora es un
levantarse a la variedad. Con el sol se levanta y vida en sus más variadas
manifestaciones. Estamos en medio de
ellas; por eso nos pueden absorber las cosas pequeñas, aún en el orden
espiritual.
En la noche, cuando todo calla, el hombre
puede palpar su alma. La noche es eminentemente espiritual. Es esa danza de estrellas que son música y
ese canto del agua que sube en el silencio.
En el alma, el día es la multitud de
deseos que se encienden. La pasión es el resultado del torbellino de las cosas
en nosotros. Las cosas exteriores no nos dañan jamás, sino las pasiones que se
levantan a su contacto cuando les abrimos las puertas de nuestra alma.
Cuando todo se aquieta, y aún la
imaginación se ha apagado, aparece el esplendor de una noche radiante. Noche
llena de luz. Los animales quedan no sólo sometidos, sino entregados. Por eso
el Niño nace en la noche. Cuando las cosas oscurecen vemos al que está cerca de
nos. Está esperándonos allí, en lo más íntimo de nuestra alma, en esa alma
aterida que no conocemos. ¡Si supiéramos lo que somos jamás nos derramaríamos
en las criaturas!
Es por eso que el punto final es el
Pesebre.
No somos ni tristeza, ni ira, ni
sensualismo. Todo lo puso Dios para servirnos, no para servirlas.
Allí no
somos nosotros. Nosotros somos mucho más que lo temporal. Todo esto pasará,
pero nosotros permaneceremos. Este enjambre tarda en desaparecer para que se
haga la noche clara. Cuando lleguemos a esa noche, veremos que es oscura,
porque no se ven las cosas concretas, pero es luz porque vemos que hay una
realidad frente a nos. Hay que vivir
la fe. Antes obedecíamos la fe.
Decíamos: Haré esto, aquello, porque el Señor lo ha mandado. Pero ahora gustamos la fe. Aquella misma obediencia
nos llevó a ello. Ya no nos movemos por las virtudes sino mediante la Gracia. Por la Gracia la inteligencia
convirtió los apetitos en animales sumisos. Luego la misma inteligencia se
rinde a los dones de la Gracia y ésta sola actúa y
reina. Es la noche en que todo se aquieta y se ve la unidad. El hombre oye el
vagido de ese Dios Niño en el centro de su alma. Estaba allí gimiendo fervoroso
mientras lo buscábamos fuera. Cuando llegamos a ese encuentro, el alma reposa
siempre. No se fatiga nunca, aun en medio de la mayor actividad, porque todo lo
hace obedeciendo a Aquel que está dentro. Simeón llevaba al Niño en sus brazos, pero el Niño conducía a Simeón.
En el Niño está la plenitud de Dios, como
una dádiva de Dios, como una resurrección: Dios quiere hacernos dioses.
La más pequeña de las gracias, es mayor
que todas las concupiscencias, es suficiente para re-crearnos. Cada día dejarse
renovar y estar lleno de alegría.
Cada virtud que avanza da una nueva
alegría y una nueva gracia. No descuidar la fortaleza para estar de pie en esta
reconquista. Levantarnos cada mañana para trabajar esa gracia. Entonces
llevaremos a todos lo que el mundo no puede dar.
H
|
ay
dos apreciaciones de la Fe.
: el obedecer porque el Seños habló y el
alcanzar la posesión de la Fe ,
que es presencia de lo que amamos. Lo poseemos no sensible, sino
espiritualmente. El gran descubrimiento es que Dios no está en el cielo sino en
nos, en medio de la noche, cuando los animales duermen y los pastores velan:
Nuestra pupila y nuestra voluntad que velan. Allí descansa, reposa.
Las notas del cristiano son: Primero un
gran entusiasmo: nada le arredra, cada día amanece. La vida no lo hiere porque
las pasiones están sosegadas. Es creador con Dios. Crea con la sonrisa que
dirige a quien lo hiere. Crea con la
paciencia con aquel que lo molesta. Es la eternidad misma que fluye de aquella
criatura. Es nueva siempre.
Cada día digamos: ¿Qué quieres hoy de mí?
E imitemos al molino que siempre mira
cara a cara al viento. Tiene una sensibilidad, está siempre volviéndose a él.
Nosotros, pongámonos de cara al viento de Dios. No esperemos caminos trazados.
Las cosas pequeñas de todos los días: asistir a nuestro hermano en donde está, sin preocupaciones. ¡Cómo pueden
existir cristianos preocupados! Si Dios cuida de nosotros ¿Qué podemos temer?
Todo pensamiento que se repite es nocivo, no se mueve, es muerte. Poner las
cosas en Dios y esperar, al día siguiente surgirán luces nuevas. Ser esas
criaturas vigorosas, serenas. ¿Qué es la tribulación de hoy? Pasará como pasó
la de ayer, y yo permaneceré.
Cada día ser virgen. En el alma no tienen
que entrar las cosas que pasan.
En el cristiano no hay padecimientos de
muerte, sino de alumbramiento: “Si abrazo esta cruz, hago brotar flores. No sé
donde, pero sé que el algún lugar, quizá en la remota China, se encendió una
luz”. Desde este rincón podemos estar sosteniendo al Papa.
¡Qué júbilo trae la eternidad incoada en
nosotros. Como lo repite Cristo: “Os he dicho estas cosas para que vuestro gozo
sea cumplido y nada pueda arrebatároslo”. Para eso vino.
Muchos creen que la Resurrección es
tristeza. No comprenden que si hay cruz es para llegar a la resurrección.
Somos el asiento de Dios, el reposo de
Dios ¡entiéndanlo! Cuidad el júbilo que es el síntoma que Dios está en
nosotros. Eludid la tristeza que es abatimiento, que es comienzo de la
desesperación, el más grave de los pecados. Es una blasfemia sentirse
abandonado. Es blasfemia el abatimiento.
La tristeza ardiente y confiada, el
ruego, el reproche por los pecados, le gusta mucho a Dios, pero no el
abatimiento. No tenemos que ofrecer a Dios nuestros consuelos: estos son dones
de Dios a nosotros. Nuestras miserias son para Él, nuestras sequedades,
nuestros pecados para perdonarlos.
La segunda dote del cristiano, del que
recibió al Niño que reposa en él, es la sencillez. Cuando Dios invade esa
criatura lo armoniza todo de tal modo, que todo parece una unidad, todo es
dócil al espíritu.
Es
lo que ansía el mundo. Hoy Juan se llama ira, luego gula, luego indigestión.
¿Donde está Juan? Hoy lo atrajo tal comida, luego tal paseo: cine, reunión.
¿Dónde era Juan?
En cambio el santo permanece en la
unidad, en la vida, en la mansedumbre. Las almas se pegan como moscas, es un
alivio, una bendición para todos. Si hay un problema, él dará soluciones
justas; si tristeza, levantará los ánimos. Las cosas se entregan porque
allí pueden beber.
Estas dos cosas no son virtudes, sino
fruto de la virtud ¡Cómo reposan las cosas en la sencillez!
Y como corona poseemos lo que hubo en los
ojos de Jesús; aquello que no pudieron quitarle los fariseos. Lo que hubo en la Virgen , que no contestó a
la ira con la ira. Lo que hubo en los mártires: la Paz , corona de todas las
bienaventuranzas. “Bienaventurados los
pacíficos porque serán llamados hijos de Dios”, (San Mateo).
¡Qué lástima que esta palabra esté tan
gastada! La paz es una cosa tan preciosa que no debía tocarse. Los hebreos no
se atrevía a nombrar directamente a Yavé, lo nombraban dando rodeos. Así,
rodear la palabra Paz de silencio, como
una meta. Es Dios mismo y sólo se la conoce cuando se la gusta. Todos los
trabajos de Cristo son para darnos el gozo y la paz. Paz activa que se da.
Esta es la paz que enfurecía a los
fariseos. No podían quitar a Cristo ese sello divino que atestiguaba su
divinidad. Se lo habían arrebatado todo,
hasta su sangre, pero no pudieron arrebatarle la paz. ¡Y la Santísima Virgen !
¡Ver a su hijo ultrajado, abofeteado, maltratado por los soldados, y no perder
la paz! ¡Ni una queja, ni un reproche se escapó de sus labios! Ustedes, las que
son madres, pueden medir la magnitud de esa prueba.
Tengamos esa paz activa, viviente, que no
es detenida.
Esa paz que más se destaca, cuando más
quieren destruirla. Ser sal de la tierra. “Y la paz que excede a todo
sentimiento guarde vuestras almas”.
En la medida que tengamos paz somos
señores, andamos sobre las aguas, lo
poseemos todo.
T
|
ratemos
las almas con gran respeto, con suma reverencia. No han visto ustedes asomar a
unos ojos esa mirada asombrada, incrédula que expresa: “¿Cómo me habla así?”, ¿No
sabía quién soy?. Descubramos al Niño que gime desolado. El gime en cada
pecador, aun en el más empedernido. Una cosa es la costra y otra es el alma,
donde siempre el pecador gime. Vemos la carcajada y no el malestar, pero tarde
o temprano se hará la luz y comprenderá que ese malestar provenía de su pecado.
La Gracia
prende en las almas más imprevistas.
Nuestra misión es despertar con nuestra
presencia. Estamos frente a las almas en un continuo llamamiento. Jamás juzgar.
En cuanto menos pensemos, llamará Dios a las almas.
Induzcamos con nuestro llamamiento a que
sean lo que llamamos: “No crea, es un mentiroso”. Nosotros mismo lo estamos
produciendo. No es Pedro sólo un mentiroso. ¡No! La virtud, como los defectos
no están inmovilizados. Provoquemos el crecimiento de ese Niño enterrado,
traicionado.
En cada hombre, por gigantón, por
terrible que parezca, hay un Niño que debemos descubrir. Más que malicia hay
ingenuidad. Siempre el fondo es mayor que los defectos.
Nada ha envejecido. Sólo las pasiones que
constantemente están en acción. En cambio, el espíritu está nuevo, descansado,
porque nadie lo usa. Pero si lo ponemos
en ejercicio, crece como un gigante. Tenemos inteligencia y voluntad, y la Gracia que puede mover
montañas.
El Cura de Ars cambíó él solo una región de Francia. Todavía
se nota allí su influencia. Tal es el poder de un alma llena de Dios. Lo mismo
sucedió con el Cura Brochero en Córdoba.
Hay que saber descubrir, ser un aliado
del que está dentro. Si no encuentro el alma de tal persona tengo que cambiar
de procedimiento, estoy en la costra.
Es culpa mía que no encontré el resquicio
para encontrar al Niño que está dentro.
El que da alma recibe alma, el que da
espíritu recibe espíritu, el que da pasión provoca pasión. La ira provoca ira.
Si las cosas están muertas es que no
supimos extendernos en el Pesebre.: “Cuidado que este es un antipático, con
aquel que hace perder el tiempo”. El resultado es que quedamos aislados y muertos.
Nutrir a Cristo que está en nosotros. El
mundo romano cambió con doce. Cambia el que es portador de espíritu.
El pecador no se emplea todo en el
pecado. El pecado es mucho menor que su alma. Siempre queda una región
original. Nuestra misión es asistir esa bondad interna, poner luz. Seamos palabra viviente que abra
cauce, nutra, desarrolle ese germen que está allí. Mostrar que es posible su
cumplimiento.
El mundo y el demonio se encargan de
desanimar: “¡Pobre muchacho! Eres joven, por eso tienes ideales, esas
ilusiones: con el tiempo verás que es imposible cumplirlas”. ¡Y qué decir
cuando se trata de vocaciones!... Eso es matar, abatir, desanimar.
Nosotros, mostrar cómo pueden realizarse
las cosas en todos los ordenes. Enseñar a las almas que son capaces de locuras.
El hombre no nació para vulgaridades: Periodismo, comercio ¡no! Es constructor
del mundo. Pero hoy todos se han hecho “prudentes”… Soltar amarras, romper con
esa costra de grasa, de vulgaridades.
Alentar con sensata locura. Locuras
llevadas con gran sensatez… No es prudencia la mediocridad, sino el poner los
medios para obtener las cosas del alma. Libertados por la verdad y la gracia,
purificados, despertar, nutrir al Niño que está arrumbado en los demás: allí
está Cristo ¡Es tan enamorado de las almas! “Si me amas ama a tu hermano. En la
medida que lo reverencies, que lo creas capaz de grandeza, me encontrarás”.
L
|
a
dureza no crea nada. El cristiano es poderoso porque tiene blandura que es lo único
que tiene poder. Es como niño siempre dándose, es luz de todos los días.
A este Jesús que está aquí, para
nosotros, hay que comerciarlo. No enterremos nuestros denarios, hagámoslo
producir. Se nos da Cristo y debemos dar a Cristo.
La significación del Pesebre es un
llamamiento a la humildad, Jesús se tiende en un pesebre y se da en comida a
nosotros; el mundo es estiércol y nosotros nos hicimos animales.
Humildad llena de deseo de perfección. La
humildad es ponerse en manos del Padre Celestial. Sólo se es feliz siendo
humilde.
El soberbio está perdido, nunca se
satisface, es un abismo hambriento que nunca se sacia. Somos gigantes, y el
apetito nuestro no puede saciarse con criaturas. Cuando así lo hacemos, somos
el perro que quiere saciarse con las migajas que caen de la mesa del Padre, las
que sólo aumentan su hambre.
El humilde sabe que está dependiendo del
Padre y descubre cosas que no puede explicar: la suntuosidad del universo que
le sirve: ¡Qué decorados puso Dios que el hombre no puede imitar ni
aproximadamente! ¿Qué terciopelos pueden compararse al suave césped de las
praderas, qué cortinados al de los follajes que ascienden? Porque todo tiene un
movimiento ascendente: un árbol es un incienso que asciende, atajado un
instante por amor a nosotros; unos arabescos quebrados como la tala: otros
erguidos en líneas simétricas. ¡Lo que es esa danza de alas, esa música interna
con que el alba se levanta! El amor de Dios es ya un grito, y es el humilde
quien lo percibe.
El humilde sabe que nadie superará el
amor divino, nadie le dará en este momento nada mejor que lo que Él le dará,
sea cruz o privación , o lo que sea. Él está gestando algo grande. Así dio a su
Hijo pasión y cruz.
“Levantará al pobre del estiércol” (Salmo
CXII). Al pobre. Al que es rico en sí mismo, no. Cada cosa material que
tenemos, es un peso que cargamos, no nos dará nada y si hecha raíces en
nosotros nos ahoga. Hay que tener como si no tuviéramos, con un completo
desasimiento. Recibamos lo que nos da Dios como dádiva, sin desear nada. Todo
lo apreciemos como don de Dios.
Da ganas de quedarse siempre como cántico
ante los dones de Dios. En Castilla tenemos la austeridad del desierto en esas
rocas áridas, pero también la dulzura más grande en sus collados, y su cielo es
una invitación a la pureza, pero los que están acostumbrados a blanduras, no
comprenden su grandeza.
Si hay dolor en el humilde, es el no
poderlo encerrar todo: las montañas, las aves. el mar… ¡Cómo ama Dios! Dan
ganas de decirle: ¿Fuiste un insensato!. Nadie ve tanta belleza desperdiciada,
porque tienen los ojos cargados de concupiscencias.
El amor es así. Ama tanto que regala
cuando el amado ve y cuando no ve. Se profundizó el átomo y se encontró algo
organizado, maravilloso como una flor. En todo nos espera Dios, hasta allí
donde nunca llegaremos.
Hombre que pone su esperanza en el hombre
y pone su confianza en su brazo. Será como el terebinto en el desierto, que
vendrán las lluvias y no le llegarán” (Jeremías). Así, el soberbio no comprende
los dones de Dios que llueven sobre él, ofuscado en perseguir una quimera que
quizá será su desdicha.
El humilde ve que sus pecados no son
juguetes. Ve que su pecado queda escrito en el
hombre y en Dios y que sólo se borrará con el arrepentimiento que
desclava. Reconoce la profundidad de la malicia del pecado. Por sí mismo sólo
merecía castigo, por eso le es regalo cualquier bien y es justo todo dolor. El
fue fuente de destrucción y se hinchará de gozo ante cualquier don. El
sufrimiento será refrigerio, al lado del infierno que no se cumple, porque un
Dios se hundió en su abyección tocó sus
llagas, y del fondo de su herida sacó redención.
Esta vida sin orillas de Dios lo invade
todo y troca hasta la muerte en vida ¿Cómo no estar embriagados de felicidad?
Se ve todo henchido, todo nuevo.
Por fin, el humilde queda libre de sus
buenas obras. Estas pesan cuando las anotamos. Matan, destruyen. Siempre
esperando retribución, comienzan a vivir envenenados. ¿Sepulcros cargados de
buenas obras muertas!
El humilde sabe que la buena obra es
normal. El naranjo cumple bien su función de dar azahares y naranjos. Así, si
hable es lógico hablar bien, si escribo debo hacerlo bien; estamos hechos para
el bien. El humilde siempre está nuevo; aquello pasó. Y está listo para
comenzar de nuevo lo que Dios le pide.
A nosotros nos toca ser cántico de
gratitud en medio de la noche. Se nos da el Verídico, el Único, el Viviente, el
Eterno que gime a las orillas de todo lo muerto, queriendo vivificarlo todo,
llenando de delicias a los que lo aman y lo temen.
L
|
a
humildad es el reconocimiento práctico de nuestra condición de criaturas de
dependencia. No nos hemos hecho. Al engarzarse en su sitio de criatura, ve lo
que es. Su Creador preparó su morada desde siempre.
Al ser humildes nos apoderamos de los
dones de todos, si necesitamos consejos iremos a quien pueda darlo; si ciencia
teológica, iremos al teólogo. El soberbio se queda solo. El pobre va entrando
en posesión de los bienes de todos; todo lo bueno de todos, lo atrapa.
Muchas veces la verdad nos viene por boca de los niños, a
veces son verdaderas saetas de luz, y el humilde todo lo aprovecha. Dios puede
visitarnos por los caminos más imprevistos. A veces el mismo enemigo nos hace
más bien que el amigo, nos hablará de mal modo, pero quizá dirá verdades.
Quedemos serenos ante cualquier modo para captar la verdad que puede ser
provechosa.
Una mujer, sobre todo, es muy sensible
ante un mal modo y no reflexiona entonces sobre lo que se le dice, donde puede
estar encerrada la verdad.
Nos sirve un Dios y nos sirven todas las
criaturas, como la madre a su niño, todo lleno de una potente ternura. Muchos
temen pronunciar el: “hágase tu voluntad”. Piensan en un Dios devorador y están
en actitud defensiva, de tirantez. Creen que con Dios llevan las de perder. Son
errores de la ignorancia de la carne. Dios ansía darse. En cuanto la criatura
se entrega a Dios y el universo todo vienen corriendo a darse. Dios mismo se
entrega al humilde, desea recostarse allí. Viene a recrear la noche, a
encenderla colocando en ella llamaradas, haciendo encender la nieve. Esto es
para nosotros, hijitas.
Hay en la vida algunos momentos, muy
escasos, en que un alma se pone íntegra en una mirada. Son muy escasos en este
mundo, ya que por lo general las almas se esconden, se repliegan por temor a
ser traicionadas. Pero a veces de padres a hijos, de amigo a amigo, o entre
esposos, el alma se asoma íntegra a los ojos. Así se da Dios. Nos ama a cada
uno de nosotros como si fuéramos el
único. No es relación de comunidad la que tiene contigo, sino personal y
única. El Niño está abandonado en la noche. Se dirige a ti, te necesita con
urgencia.
No nos asustan las inclemencias del
mundo. Es más poderoso el que se echó en su centro.
Dar antídotos al mundo. Afinarnos en el
espíritu, aborrecer lo que la carne, que es audaz en sus exigencias. Que
nuestra aparición dé reposo. Hablar a los otros despertando sus almas, con
reverencia, y vivir en esta seguridad y sosiego, porque sabemos que Dios vela,
nos cuida como a pupilas de sus ojos.
Les suplico seamos como los primeros
cristianos: un ímpetu. “Quiero ir a ti”. Simplifiquémoslo todo; Dios nos
asiste.+