Hércules y la Hidra.
Ernesto
Heritier
(Con este artículo, escrito
hace unos treinta años atrás, rindo
homenaje a mi inolvidable amigo, católico de ley, excelente camarada
nacionalista, encarnación de un auténtico caballero cristiano. ¡Que Dios tenga en su Gloria!).
L
|
a Patria, en cuanto unidad de destino trascendente,
tiene un único, pérfido y concreto enemigo: EL RÉGIMEN. El representa la
anti-patria, que se gesta con ella antes del alumbramiento de Mayo de 1810 y
que perdura cercenando raíces y agostando retoños, institucionalizado a partir
de Caseros hasta nuestros días, con el sólo respiro del gobierno del Brigadier
General D. Juan Manuel de Rosas.
Es decir que la Patria se debate entre las garras del Régimen,
durante 154 años hasta el día de hoy, sobre un total de 174 de vida independiente.
Cada país, como todo ser, es dueño de una identidad
intransferible que se nutre en las esencias, que lo define y lo potencia, para
cumplir con el fin que le ha sido asignado dentro del orden creado y querido
por Dios.
¡Y el nuestro ostenta títulos de hidalga prosapia
que están en la base de todas sus fundaciones primigenias!
Hijo dilecto de España, heredera a su vez del mundo
Greco-Latino, asentó en nuestro suelo instituciones conformadas a la sombra de la Cruz de Cristo, que nombró
con su lengua de cantares y romances, amasada en mil gestas de epopeya de
místicos, caballeros y soldados, y a las que dio fundamento sobre la piedra
inconmovible del Derecho Romano. Tuvimos nombre propio, cuando éramos ya una
amurallada ciudadela destinada a resistir el embate de los siglos… Pero la
hidra del Régimen acechaba.
El Régimen es la anti-esencia. Se conforma y se
nutre con el zumo de todos los resentimientos y rebeliones que partiendo del
pecado original, encuentran su expresión y síntesis en la subversión Francesa
de 1789 y, entre nosotros, en el partido Unitario.
Odio a las definiciones, a lo permanente, a toda
jerarquía, dignidad o distinción. Odio al ser de las cosas dentro del orden
creado, odio a su Creador. Intrínsecamente anti-ontológico y anti-teológico
porque su inspiración es Satanás. Esta es la razón de su perversidad.
En el principio de la Patria , su cuerpo social
era una realidad sólida (aún cuando ya habían nacido Moreno, Rivadavia,
Sarmiento, Alberdi, etc.) y por ello la hidra pudo ser vencida cuando un señor
hijodalgo, empuñando la espada, restauró las antiguas costumbres, arrojándolas
fuera del recinto que a punta de tizona habían demarcado sus mayores.
¡Porque se sentían entonces, como un deber
irrenunciable, conservar intacto el patrimonio heredado! Empresa digna de un
Hércules, sostenida con la obstinación de un cruzado, durante veinte años en la Patria.
Caído el defensor, con él se derrumbaron las
murallas de la República ,
y el Régimen se enseñoreó en ella, carcomiendo sus instituciones uberrimas, sus
nobles costumbres, sus prístinas y levantadas esperanzas…
¡Y el sitial augusto de la Ley , fue ocupado por una
hetaira permisiva y trasnochada que en aras del pluralismo democrático, celebra hoy los estertores de la Patria inerme, sostenida
aún por la fuerza vital de sus muertos ilustres!
Nadie ha puesto coto a sus devastaciones, y si en
algún momento alguien, nutrido en el, lanzó una definición magistral llamándolo….”el
Régimen falaz y descreído”, lo fortificó con creces, abriéndole las puertas de la Inteligencia hecha
para la Verdad ,
proletarizándola, encanallándola y atándola permanentemente a intereses
mezquinos y subalternos.
Adulador y servil, el Régimen se inclinó siempre
ante débiles y poderosos, halagando a los primeros con actitudes demagogicas y
engordando a los otros con el hambre, el trabajo, la tierra, el mar y el aire
de los argentinos.
Por sobre todas las circunstancias históricas,
encarnado en ‘mandones’ y ‘mandatarios’, lo único que permanece revitalizado y
ensoberbecido es el Régimen sobre las ruinas de la Patria.
Pero nosotros nacionalistas, sabemos que Dios es el
grande y verdadero protagonista de la Historia , y que está en su divina voluntad
suscitar la presencia de un varón fuerte, lúcido y justo que, blandiendo la
espada de San Martín y Rosas, restaure sobre nuestra sangre, si fuera
necesario, la identidad de nuestro ser; a él seguramente acompañará un puñado de argentinos
bien nacidos, entonando con el Salmista:
“Obra
benignamente con tu pueblo, Señor, según tu buena voluntad, para que se
edifiquen los muros de tu ciudad” Salmo 50-20.