domingo, 2 de noviembre de 2014

Hércules y la Hidra.
Ernesto Heritier

(Con este artículo, escrito hace unos treinta años atrás,   rindo homenaje a mi inolvidable amigo, católico de ley, excelente camarada nacionalista, encarnación de un auténtico caballero cristiano. ¡Que Dios tenga en su Gloria!).

L
a Patria, en cuanto unidad de destino trascendente, tiene un único, pérfido y concreto enemigo: EL RÉGIMEN. El representa la anti-patria, que se gesta con ella antes del alumbramiento de Mayo de 1810 y que perdura cercenando raíces y agostando retoños, institucionalizado a partir de Caseros hasta nuestros días, con el sólo respiro del gobierno del Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas.

Es decir que la Patria se debate entre las garras del Régimen, durante 154 años hasta el día de hoy, sobre un total de 174 de vida independiente.


Cada país, como todo ser, es dueño de una identidad intransferible que se nutre en las esencias, que lo define y lo potencia, para cumplir con el fin que le ha sido asignado dentro del orden creado y querido por Dios.

¡Y el nuestro ostenta títulos de hidalga prosapia que están en la base de todas sus fundaciones primigenias!

Hijo dilecto de España, heredera a su vez del mundo Greco-Latino, asentó en nuestro suelo instituciones conformadas a la sombra de la Cruz de Cristo, que nombró con su lengua de cantares y romances, amasada en mil gestas de epopeya de místicos, caballeros y soldados, y a las que dio fundamento sobre la piedra inconmovible del Derecho Romano. Tuvimos nombre propio, cuando éramos ya una amurallada ciudadela destinada a resistir el embate de los siglos… Pero la hidra del Régimen acechaba.

El Régimen es la anti-esencia. Se conforma y se nutre con el zumo de todos los resentimientos y rebeliones que partiendo del pecado original, encuentran su expresión y síntesis en la subversión Francesa de 1789 y, entre nosotros, en el partido Unitario.

Odio a las definiciones, a lo permanente, a toda jerarquía, dignidad o distinción. Odio al ser de las cosas dentro del orden creado, odio a su Creador. Intrínsecamente anti-ontológico y anti-teológico porque su inspiración es Satanás. Esta es la razón de su perversidad.

En el principio de la Patria, su cuerpo social era una realidad sólida (aún cuando ya habían nacido Moreno, Rivadavia, Sarmiento, Alberdi, etc.) y por ello la hidra pudo ser vencida cuando un señor hijodalgo, empuñando la espada, restauró las antiguas costumbres, arrojándolas fuera del recinto que a punta de tizona habían demarcado sus mayores.

¡Porque se sentían entonces, como un deber irrenunciable, conservar intacto el patrimonio heredado! Empresa digna de un Hércules, sostenida con la obstinación de un cruzado, durante veinte años en la Patria.

Caído el defensor, con él se derrumbaron las murallas de la República, y el Régimen se enseñoreó en ella, carcomiendo sus instituciones uberrimas, sus nobles costumbres, sus prístinas y levantadas esperanzas…

¡Y el sitial augusto de la Ley, fue ocupado por una hetaira permisiva y trasnochada que en aras del pluralismo  democrático, celebra hoy los estertores de la Patria inerme, sostenida aún por la fuerza vital de sus muertos ilustres!

Nadie ha puesto coto a sus devastaciones, y si en algún momento alguien, nutrido en el, lanzó una definición magistral llamándolo….”el Régimen falaz y descreído”, lo fortificó con creces, abriéndole las puertas de la Inteligencia hecha para la Verdad, proletarizándola, encanallándola y atándola permanentemente a intereses mezquinos y subalternos.

Adulador y servil, el Régimen se inclinó siempre ante débiles y poderosos, halagando a los  primeros con actitudes demagogicas y engordando a los otros con el hambre, el trabajo, la tierra, el mar y el aire de los argentinos.

Por sobre todas las circunstancias históricas, encarnado en ‘mandones’ y ‘mandatarios’, lo único que permanece revitalizado y ensoberbecido es el Régimen sobre las ruinas de la Patria.

Pero nosotros nacionalistas, sabemos que Dios es el grande y verdadero protagonista de la Historia, y que está en su divina voluntad suscitar la presencia de un varón fuerte, lúcido y justo que, blandiendo la espada de San Martín y Rosas, restaure sobre nuestra sangre, si fuera necesario, la identidad de nuestro ser; a él  seguramente acompañará un puñado de argentinos bien nacidos, entonando con el Salmista:

“Obra benignamente con tu pueblo, Señor, según tu buena voluntad, para que se edifiquen los muros de tu ciudad” Salmo 50-20.