Antijudaísmo y
antisemitismo
Publicado el 17 de
marzo de 2025 desde doncurzionitoglia
por Don Curzio Nitoglia
LAS CAUSAS GENERALES DEL ANTIJUDAÍSMO
Hoy en
día se habla mucho de antisemitismo. Pero ¿cuáles son las causas de este
fenómeno?Ya en
el siglo pasado, el escritor y periodista israelita Bernard Lazare (Nimes 1865
– París 1903) se hizo esta misma pregunta :“Dondequiera que los judíos (...),
se hayan establecido, – respondió – el antisemitismo, o mejor aún, el
antijudaísmo, se ha desarrollado, ya que antisemitismo es una palabra inexacta”
(B. LAZARE, Antisemitismo, Ed. Documents et témoignages, Vienne 1969, página
11).
Admite,
además, que “el pueblo judío ha sido odiado por todos los pueblos entre los que
se han establecido” (op. cit., pág. 11) y concluye de ello que las causas
generales del antisemitismo residen en Israel y no en los pueblos que lo
combatieron.
Tal
razonamiento no es resultado del odio racial o del antisemitismo, sino la
observación de un autor de origen israelita, con una mente clara y objetiva.
Ni
Lazare ni nosotros queremos argumentar que los perseguidores de los judíos
siempre han tenido razón. La Iglesia, por ejemplo, se opuso al odio racial y a la violencia
injustificada contra el judaísmo, al tiempo que recomendaba constantemente
prudencia y tomaba medidas que preservaran a los cristianos de la influencia
judía. Sin embargo, hay que admitir, con Lazare, que “los judíos –al
menos en parte– causaron sus males” (op. cit., página 11), porque normalmente
el judío es un “ser insociable/inasimilable” (“insociable” página 12), que se
niega a ser asimilado por la sociedad, ya que es política y religiosamente
exclusivista.
Al
estudiar historia, notó cómo los pueblos vencidos terminaron sometiéndose a los
vencedores, manteniendo posiblemente su fe. Por el contrario “dondequiera que los judíos
fundaran colonias, dondequiera que fueran trasladados, no sólo pedían poder
practicar su religión, pero también no estar sujetos a las costumbres de los
pueblos entre los cuales fueron llamados a vivir y a poder gobernarse con sus
propias leyes” (op. cit., página 13). En todas partes querían seguir siendo
judíos, como pueblo, como religión y como Estado, y pudieron fundar, gracias a
los privilegios así obtenidos, un Estado dentro de un Estado.
LEY MOSAICA Y LEY TALMÚDICA
En este
punto debemos interrumpir el razonamiento de Lazare para recordar la distinción
muy importante entre las leyes mosaicas y talmúdicas, entre el judaísmo, antes
y después de Cristo.
La ley
mosaica, toda relativa al futuro Jesucristo, fue retomada y perfeccionada por
el cristianismo; la talmúdica, por el contrario, es la antítesis y corrupción
de la mosaica y la cristiana. El Talmud y la Cabalá espuria impidieron la
conversión del pueblo elegido al Mesías; la dominación de los fariseos impidió
que Israel entrara en el Pacto Nuevo y Eterno.
Ahora
bien, el talmudismo es una degeneración carnal de la religión mosaica. De
hecho, donde el mosaico enseñaba que Israel había sido elegido para dar la
bienvenida a Cristo y darlo a conocer a todo el pueblo, los fariseos y
cabalistas-talmudistas argumentaban que el mundo fue creado “para ser sometido
al imperio universal... de los judíos” (op. cit. página 14). Aquí está la
nueva religión judía que no tiene nada que ver con la Biblia y Moisés: ¡el
gobierno del judaísmo en todo el mundo!
Según
esta concepción, por un lado están los judíos, los verdaderos hombres, y por
otro lado los no judíos, los “gojim” que son como bestias y deben ser esclavos
de los judíos. Cuando el Mesías vino predicando el Evangelio del Reino de los
Cielos, perfeccionando y cumpliendo el Antiguo Testamento, los fariseos y los
talmudistas, sabiendo que Él era el Mesías y Dios mismo, lo odiaban
profundamente hasta el punto de ejecutarlo, porque trastornaba su sueño
imperialista de dominación material sobre el mundo entero.
Fue con
la corrupción del mosaico en el talmudismo que comenzó una persecución de la
autodefensa sistemática contra los judíos (ver. INEQUÍVOCO. LAZARE, op. cit,
pág. 17). Este fenómeno se explica fácilmente: con el aumento del odio y el
desprecio hacia todos los pueblos no judíos, nació también la inevitable
reacción de estos últimos.
Si
hasta entonces sólo se habían producido explosiones de odio local, a partir de
ese momento se produjo un acoso sistemático a los judíos asentados en los
distintos países. Lazare sostiene que la causa de las persecuciones contra el
judaísmo se encuentra precisamente en los principios del talmudismo y no en el
comportamiento de los pueblos de acogida, quienes en su mayoría no hicieron
nada más que defenderse (“vim vi repellere licet”).
Bernard
Lazare se pregunta: “¿Por qué los judíos eran odiados en todos estos países y
en todas estas ciudades? Porque – responde – nunca entraron al Estado como
ciudadanos, sino como privilegiados. Aunque habían abandonado Palestina,
querían –ante todo– seguir siendo judíos, considerando todavía a Jerusalén como
su única patria y rechazando la asimilación por parte de los pueblos
circundantes” (op. cit., p. 22).
EL JUDAÍSMO EN LOS TIEMPOS DE LA CIVILIZACIÓN
CRISTIANA
León
XIII recordó con autoridad cómo la sociedad medieval estaba imbuida de la
filosofía del Evangelio. Era inevitable, por tanto, que el judaísmo, hostil al
Evangelio y a la Iglesia, se opusiera a ese orden social. La Iglesia católica
tuvo pues que liderar una reacción o defensa del judaísmo que podemos llamar
antijudaísmo, término que hay que distinguir cuidadosamente, como veremos mejor
más adelante, del de Antisemitismo.
La
razón del antijudaísmo es la oposición secular del judaísmo talmúdico a Nuestro
Señor Jesucristo y su Iglesia, que para no sucumbir tuvo que defenderse. Lazare
escribe de nuevo: “Por el solo hecho de que negaron la divinidad de Cristo, los
judíos se posicionaron como enemigos del orden social, ya que este orden social
se fundó en el cristianismo” (op. cit., pág. 59). Un ejemplo de los conflictos
que podrían surgir entre el pueblo judío y el orden social cristiano es el relacionado
con la usura. A lo largo de la Edad Media y hasta el siglo XV, la Iglesia
prohibió los préstamos con intereses, pero para los judíos, esta prohibición no
era vinculante: “Los judíos, quienes en aquella época pertenecían
mayoritariamente a la clase mercantil (...), aprovecharon esta licencia y la
situación económica de los pueblos entre los que vivían” (op. cit., p. 62). La
razón del antijudaísmo es la oposición secular del judaísmo talmúdico a Nuestro
Señor Jesucristo y su Iglesia, que para no sucumbir tuvo que defenderse. Lazare
escribe de nuevo: “Por el solo hecho de que negaron la divinidad de Cristo, los
judíos se posicionaron como enemigos del orden social, ya que este orden social
se fundó en el cristianismo” (op. cit., pág. 59). Un ejemplo de los conflictos
que podrían surgir entre el pueblo judío y el orden social cristiano es el
relacionado con la usura. A lo largo de la Edad Media y hasta el siglo XV, la
Iglesia prohibió los préstamos con intereses, pero para los judíos, esta
prohibición no era vinculante: “Los judíos, quienes en aquella época
pertenecían mayoritariamente a la clase mercantil (...), aprovecharon esta
licencia y la situación económica de los pueblos entre los que vivían” (op.
cit., p. 62).
“Gente
enérgica, vivaz, de orgullo infinito, que se consideraba superior a todos los
demás pueblos; el pueblo judío quería convertirse en una potencia.
Instintivamente tenía gusto por la dominación (...). Para ejercer este tipo de
autoridad, los judíos no tenían la oportunidad de elegir los medios. El oro les
dio un poder que todas las leyes religiosas y políticas rechazaron. (...) Los
poseedores de oro se convirtieron en amos de sus amos (...)” (op. cit., p. 64).
Naturalmente,
los talmudistas tuvieron una gran influencia al inculcar este amor por el oro
en las almas de sus propios correligionarios. Al dar importancia sólo a los
actos externos y no preocuparse por la pureza de la intención, hicieron que el
alma judía fuera de mente estrecha, presentándola como el único fin de la vida:
una felicidad natural y material que debe alcanzarse en la tierra.
“Para
obtener este bien egoísta, el judío fue llevado fatalmente a buscar oro, fue
dirigido hacia el oro, estaba dispuesto a ser el prestamista. Una vez que
el judío llegó a serlo, el antijudaísmo se complicó, las causas sociales se
mezclaron con las religiosas y la unión de éstas explica la intensidad y
gravedad de las persecuciones que tuvo que sufrir Israel. (...) El deicida, ya
objeto de horror, habiéndose convertido en prestamista, recaudador de
impuestos, agente despiadado de las autoridades fiscales, agravó el horror
hacia sí mismo (op. cit., p. 66). De este modo atrajo un doble desprecio: el de
los cristianos y el de los oprimidos.
LOS DIVERSOS AGENTES DEL ANTIJUDAÍSMO
Hemos
visto que la Iglesia, desde los primeros siglos, jugó un papel destacado en la
moderación de las invasiones doctrinales y prácticas del judaísmo. Para llevar
a cabo esta tarea utilizó principalmente dos instituciones: las Órdenes
religiosas y la Inquisición.
a) Órdenes religiosas
La
predicación de los religiosos, acerca de los judíos, denunciaba, en primer
lugar, el pecado del deicidio, para demostrar después que ellos, por usura,
también se habían convertido en dueños del oro, “los chupasangres de los
cristianos”. Así se expresó S. Giovanni da Capestrano, S. Bernardino da Siena,
Beato Bernardino da Feltre…
b) La Inquisición
Contrariamente
a lo que generalmente se cree, la Inquisición no procesó a los judíos por su
raza o incluso por su religión, sino sólo en la medida en que incitaron a la
judaización . Después de una eventual conversión al cristianismo, habían
regresado a la judaización. La Iglesia no quería la eliminación de los judíos,
colocados como estaban en un estado de sumisión legal, considerándolos como un
testimonio vivo de su propio triunfo. Así, fue el único respaldo (relativo, ed) que (el judío, ed)
encontró fue el Papado y la Iglesia (...). Si la Iglesia preservó a los judíos,
no fue sin reprenderlos y castigarlos. (...) Pero el papel principal de la
Iglesia era luchar dogmáticamente contra la religión judía” (op. cit., página
70).
EL PROTESTANTISMO Y LOS JUDÍOS
La
Reforma Protestante, al revolucionar el orden social cristiano, también cambió
las relaciones entre los judíos y la sociedad. “Cuando amaneció el siglo XVI; cuando el
primer aliento de libertad pasó por el mundo los judíos eran un pueblo de
esclavos. Sin embargo, (...) había pasado el tiempo de grandes dolores para los
judíos (...); se encontraron con más comprensión (...) fueron despreciados menos
violentamente (...). Sin embargo, los judíos no habían cambiado (...), fueron
los demás los que sí. Los cristianos se habían vuelto menos fervientes y, por
lo tanto, tendían a detestar menos a los herejes. (...) Durante los años
previos a la Reforma, el judío se había convertido en educador, maestro hebreo
de los educados, iniciándolos así a los misterios de la Cabalá y armándolos
–contra el catolicismo– con la exégesis que utilizará el protestantismo. (...)
Cuando Lutero publicó sus tesis (…) por un instante los teólogos olvidaron a
los judíos y también olvidaron que el movimiento que se estaba extendiendo
tenía sus raíces en fuentes judías (...). Es el espíritu judío el que triunfa
con el protestantismo (...). La analogía entre Lutero y Mahoma es singular.
Ambos extrajeron sus doctrinas de fuentes judías (op. cit., págs. 73–84).
Finalmente,
cuando la Asamblea Constituyente declaró el 27 de septiembre de 1791 que los
judíos tendrían en Francia los mismos derechos que los ciudadanos activos, los
judíos pasaron a formar parte de la Sociedad.
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y LOS JUDÍOS
El 27
de septiembre de 1791, los judíos fueron admitidos al rango de ciudadanos
activos. Sin embargo, esta ley de la Asamblea Constituyente “era sobre todo
incapaz de romper las cadenas que los propios judíos habían fabricado para sí
mismos. Estaban legalmente pero no moralmente emancipados, mantenían su forma
de vida, sus costumbres y sus prejuicios, (...) tenían miedo de perder, en
contacto con los no judíos, su personalidad y fe. (...) y el esfuerzo de la
mayoría de los judíos tendía a mantener su identidad entre los extranjeros
(...). Económicamente, los judíos siguieron siendo lo que eran (...)
prestamistas improductivos (...)” (op. cit., p. 102).
DEL ANTIJUDAÍSMO AL ANTISEMITISMO.
El
antijudaísmo es propiamente teológico: es la reacción de la Iglesia al ataque
del judaísmo talmúdico que en los primeros siglos intentó asfixiarlo con sangre
y en los siglos siguientes destruirlo con herejías. Por esta razón la Iglesia
tuvo que salir al
campo
contra el judaísmo.
Con el
proceso de secularización, hubo un alejamiento gradual del antijudaísmo
teológico (que condenaba el odio y la violencia gratuita contra los judíos con
excepción de la autodefensa; pero que por otro lado recomendaba prudencia para
evitar el contagio de “enfermedad judía”) al antisemitismo racial. “Oficialmente la Iglesia siempre ha condenado
el antisemitismo biológico (...) y ha determinado la forma y los límites (...)
que debe adoptar la acción contra los judíos” (Y. CHEVALIER, Antisemitismo,
Istituto Propaganda Libraria, Milán 1991, página 220).
Esta
afirmación es muy cierta siempre que el término antisemitismo esté bien
definido. De hecho, si la Iglesia ha condenado el odio gratuito a la sangre
judía, nunca ha condenado la lucha contra el pensamiento judeo-talmúdico: al
contrario, siempre ha sido su principal maestro.
La
táctica actual de los judíos es confundir el significado de las palabras, hacer
creer a la gente que no está permitido reaccionar a la acción disolvente del
judaísmo contra el cristianismo. Para lograrlo, se le da al término
antisemitismo un significado más amplio que el que la Iglesia siempre le ha
atribuido. El propio Chevalier cae en este
error cuando afirma que el antisemitismo moderno hace suya la teoría de la
conspiración judía y la conspiración, mientras que propiamente hablando, esta
tesis, lejos de ser propiedad del antisemitismo moderno, se encuentra
digitalmente, divinamente revelado, en el Evangelio. Leemos, de hecho, en Juan
(IX, 22): “Judío conspirador... Los judíos conspiraron para expulsar
(excomulgar) de la sinagoga a cualquiera que reconociera que Jesús era el
Cristo”. Consultando los diccionarios etimológicos de la lengua italiana
(Devoto-Olii, Zingarelli, Cortellazzo-Zolli, Battaglia...) deducimos que el
significado de ‘conspirar’ es: cum (juntos) expirar (soplar con malicia, como
una víbora), conspirando, acordando en secreto lograr un fin. Sinónimo de
conspirar.
La
conspiración, a su vez, proviene de: correrse, jurar, jurar juntos, unirse en
conspiración. Conspiración: es sinónimo de conspiración, intriga, maquinación
contra alguien.
Los
judíos, por tanto, conspiraron, conspiraron y conspiraron para excomulgar a
cualquiera que reconociera que Jesús era el Cristo. Y hoy el judaísmo continúa
conspirando (en secreto, con juramento) contra la Iglesia y los estados
cristianos para destruirlos, creando también sociedades secretas para este fin
(C. J. C. puede. 2335).
El
complot judío contra la Iglesia no es, por tanto, una invención del antisemitismo
racial y biológico, sino que está ya en el corazón del Evangelio, quien nos
habla de la vida de Jesús y del complot del judaísmo talmúdico contra Él, que
resultó en su crucifixión.
El
cristiano que quiere permanecer así no puede ignorar el reconocimiento de la
existencia de una conspiración de fuerzas ocultas (judeo-masonería), quien en
secreto busca derribar “el Trono y el Altar” y no puede abstenerse de luchar
con todas sus fuerzas contra tal complot, si no quiere ver a Jesucristo,
crucificado por segunda vez en Su Cuerpo Místico.
ANTISEMITISMO Y MORALIDAD CATÓLICA
El
antisemitismo en la medida en que implica odio – escribe Monseñor Antonino
Romeo – y fomenta (...) la violencia, es contrario a la moral cristiana y
entraña graves peligros para la fe, (desprecio por el Antiguo Testamento) (…).
La Iglesia condena pues el odio que vulgarmente se llama Antisemitismo (Decreto
del Santo. Oficina, 25 de marzo de 1928)” (A. ROMEO, Antisemitismo, en
‘Enciclopedia Católica’, Ciudad del Vaticano 1949, vol. I, col. 1502).
Sin
embargo, como recuerda “La Civiltà Cattolica” “la justicia y la caridad no
excluyen una defensa prudente y moderada” (“Civiltà Cattolica”, 1945, II, p.
274).
“No es
antisemitismo hablar de los defectos o peligros del judaísmo – escribe Monseñor
Romeo – (...) quien cree que los judíos están a la cabeza de la masonería (…) y
el bolchevismo (...) no puede, sin embargo –sin graves injusticias– acusar a
todos. (...) El católico no puede, por razones de sangre o de raza, evitar a
los judíos regenerados por el bautismo, sino que debe tratarlos fraternalmente
y abrazarlos. (...) Sólo sobre esta base, excluyendo cualquier odio hacia las
personas, el antijudaísmo es permisible en el campo de las ideas, destinado a
la protección vigilante del patrimonio religioso-moral y social del
cristianismo” (ibid. col. 150 2. 1503).
¿QUÉ HACER?
El
mundo ha tomado, con el humanismo neopagano del siglo XV, el amplio camino que
conduce a la judaización, que es directamente proporcional a la
descristianización. La única forma de llegar al puerto es dejar el camino equivocado
para volver a tomar el correcto, como cuando, en una caminata por la montaña
nos damos cuenta que el camino que hemos recorrido con gran dificultad nos
lleva a un precipicio, la única alternativa a saltar al vacío es regresar,
avanzar en la dirección correcta.
“Si no
devolvemos a los judíos a su lugar – escribió “La Civiltà Cattolica” – con
leyes humanas y cristianas sí, pero de excepción, que les quitan la igualdad
civil, a lo que no tienen derecho (...) no se hará nada o se hará muy poco.
Dada su (...) naturaleza de extranjeros en cada país, de enemigos de los
pueblos de cada país que los toleran y de sociedad siempre separada de las
sociedades con las que coexisten: dada la moraleja del Talmud que siguen, y
dado el dogma fundamental de su religión, que les insta a apoderarse, por
cualquier medio, del bien de todos los pueblos (...): dado que - la experiencia
(...) muestra que la igualdad de derechos con los cristianos (...) tiene el
efecto o la opresión de los cristianos (…)o la masacre de los judíos por los
cristianos– se deduce, en consecuencia, que la única manera de conceder a la
residencia de los judíos el derecho de los cristianos es regularla con tales
leyes, que al mismo tiempo impiden que los judíos ofendan el bien de los
cristianos, y a los cristianos el de los judíos” (“La Civiltà Cattolica”, 1890,
serie XIV, vol. 8, citado en R. PIPERNO, Antisemitismo moderno, Cappelli, Rocca
San Casciano, 1964, págs. 139 y 140).
El
católico debe desear de todo corazón que los judíos se conviertan y vivan; por
lo tanto, querer liquidar el problema judío mediante el odio gratuito es un
plan criminal y loco. Además, el católico no puede permanecer indiferente ni ignorar que
el judaísmo actual se encuentra en un estado de desaprobación por parte de Dios
y por tanto debe hacer un esfuerzo, con caridad acompañada de prudencia (“tan
simple como palomas, tan prudente como serpientes”) para ayudar a los judíos a
salir de su orgulloso estado cegador, lo que les impide reconocer al Mesías que
ya ha venido y les hace soñar con uno, que tendrá que darles dominio sobre el
mundo entero.+