UN TUFO REPUGNANTE SATURA EL AMBIENTE ARGENTINO.
Párrafos del artículo:
“Una obligación religiosa” publicado en “Reflexiones Políticas” (ed.Signum,1977, pg111)
del Padre Leonardo Castellani. Este
pequeño librito, con artículos publicados en la década de 1960, (junto a
“Decíamos ayer”, publicado unos 15 años antes) son verdaderamente dos vademécum
de doctrina política, que deberían consultar todos los patriotas que desean
fervientemente la restauración de la grandeza patria. Bien leídos, exponen los
problemas, todavía irresolutos, –y las soluciones-- más apremiantes de la hora
actual.
Como muestra valen los siguientes párrafos,
escritos por el Cardenal
Billot, (el mayor teólogo del
siglo, asegura el Padre Castellani), a principios del siglo XX, relativos a la
dramática y universal decadencia de las relaciones entre individuos y naciones;
y a la corrupción reinante en el seno de las sociedades.
Eso sucedió desde que se comenzaron
a imponer principios liberales, con su secuela de atrocidades, desgajándose de la
Doctrina de la Iglesia decretada por Dios. Escribió el Cardenal unas palabras trascendentales acerca de:
“…los principios
que deben fundamentar las relaciones regulares de la Sociedad Temporal, con la Sociedad
Espiritual, divinamente fundada por Jesucristo.
Y ya hace cien años que estos principios amenazaron
gravemente a obscurecerse, incluso entre muchos católicos.
De donde se ha hecho dificilísimo persuadir de su verdad
a los que la educación y las costumbres de la presente circunstancia dan la opinión
predominante. Puede decirse que el mismo aire ambiente les ha imbuido desde la
niñez de los dogmas del moderno liberalismo.
Paladinamente diríamos que no hay esperanza de que
revivan y reflorezcan en la tierra las naciones cristianas, a no ser por una
vuelta rotunda a aquellos eternos principios.
Y si la restitución hubiera que desesperar, sería signo
que no anda lejos la última catástrofe; conforme a lo predicado por el Apóstol
en la Segunda a los Tesalonicenses, cap. II, 3”.
Nota del blog: aunque
estas pocas palabras están dedicadas a la historia universal, definen
perfectamente la degradación espiritual y cultural argentina provocada por el unitarismo
y el liberalismo, instaurados desde la tragedia de Caseros. Los viles
triunfadores, aliados al extranjero, fueron divorciando la Patria de Dios. Se
creyeron omnipotentes, autorizados para suplantar la Creación de Dios por la
imbécil utopía liberal. Como si ellos mismos fueran dioses, --tal como
actualmente se consideran algunos judíos--.
Estos falsos próceres
usurpadores demolieron la humanidad argentina a fuerza de Remington, renegaron
de todo lo que era auténtico: el aire característico de la tierra, las
costumbres, los hábitos; el espontáneo amor a Dios y a la Patria de los
federales. El ambiente de gente de bien común, respetuosa de la gran tradición
argentina, propicios para la grandeza nacional.
Los argentinos de hoy
día, sin saberlo, quizá, atosigados por la propaganda bélica declarada contra
nuestra Patria por los poderes que manejan el mundo, son liberales y propensos,
por tanto, al protestantismo, e inclinados a aceptar el anarquismo, que es el
egoísmo individualista instaurado como manera de relacionarse social y
políticamente. Donde el hombre ya n es animal político, sino una bestia de
satisfacer instintos.
Lo cual significa que
domina a los argentinos televisados, desde pequeños, una envidia inconsciente a
nuestros enemigos: los anglo-sajones. Crecen sin personalidad mirando la TV e
inhalando un tufo ambiente que los lleva a imbuirse de liberalismo y aprender a
vivir como si Dios y la Patria hubieses muerto, lo que redundará en el suicidio espiritual y político de ellos
mismos.
Pintó con hermosas
palabras Leopoldo Marechal en su poema “La PATRIA” la personalidad del argentino
liberal::
3. Generaciones hubo más dignas que la nuestra. / ¿Qué nos pasó a nosotros, Josef, que nos legaron/ un tiempo sin
destino que merezca un laurel./ un puñal que no sale de su vaina/ y un día sin talones de castigar la tierra,/ o una estúpida noche de soldados
vacant //Nos enseñaron que la Patria era/ no sé yo qué juicioso paraíso/ de
infalibles trigales y vacas repetidas. /Así engordamos junto a los grasientos/ asadores y cerca de las uvas pisadas. /Y dormimos en todas las vigilias del hombre.
Hoy estamos al borde
del abismo, tan impotentes, pese a nuestras esperanzas en la ayuda divina, que
mucho tememos la catastrófica condena de san Pablo que menciona el Cardenal Billot. (II Tes. Cap.
2, 3).
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