ARGENTINA EN EL ALBAÑAL
Declaración
del Instituto de Filosofía Práctica, presidido por el doctor Bernardino
Montejano.
Publicada en “Catapulta”
de Augusto Padilla, en Buenos Aires, el 4 de julio de 2011.
“El que anda con justicia y habla con rectitud, el que
rehúsa ganancias fraudulentas, el que sacude la palma de la mano para no aceptar
el soborno… ese mora en las alturas”. Isaías, 33, 15/16.
En estos tiempos tan oscuros en los cuales nos toca
vivir, en esta Argentina que cada día nos duele mucho más, hemos elegido Como
capitel el texto de un Profeta de la Antigua Alianza que alaba al hombre justo y recto; éste habita en las alturas. Es un
hombre que repudia los negociados y las coimas, es un hombre que no es corrupto.
El tema es de nuestra competencia, pues la filosofía
práctica debe reflexionar para orientar estimular o criticar a la vida humana,
que transcurre en las realidades y realizaciones históricas.
1.-. ¿Qué es
corromper?
Según el Diccionario de la Real Academia Española
corromper es alterar o trastocar la forma de alguna cosa y como la forma
determina la naturaleza de algo, corromper es desnaturalizar. Corromper es un
término originado en el orden físico,
que luego se extiende al campo político y moral.
En esta perspectiva debemos distinguir entre actos de
corrupción y vicio de corrupción, que es ella convertida e n
sistema. Actos que corrompen siempre existirán, porque el hombre se encuentra
afectado por el pecado original y por los pecados personales. Pero el sistema
de corrupción, como el que hoy padecemos los argentinos, no es obligatorio. Lo
elegimos o lo consentimos o no lo combatimos. El combate contra la corrupción
pasada es competencia propia de los jueces; contra la futura es tarea de los
legisladores: contra la actual es responsabilidad del gobierno y de la
administración. El deber de la denuncia nos comprende a todos.
II.- Un tema
principal.
El grave asunto de la corrupción en el Estado se ha
instalado entre nosotros de un modo, si no excluyente, por lo menos principal.
Se cree que constituirá un factor importante en la futura elección
presidencial. Es un tema recurrente en los discursos, advertencias y amenazas
de la oposición. Innumerables casos e historias turbias, han emergido de la
clandestinidad donde fueron concebidas, para convertirse en comidilla diaria de
los argentinos. Un clima de escándalo en
sesión continuada agobia a la República. Y en la sociedad, como con
amargura advertía alguien bastantes años atrás, se ha instalado la convicción
que gobernar es una tarea propia de sinvergüenzas. Ya que esto es inevitable
–se piensa erróneamente- de los que se trataría entonces, es que por lo menos
gobierne un sinvergüenza de los nuestros.
III.- Causas de
decadencia.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha sido posible que la Argentina
descendiera a estos niveles en materia de ética pública?
Una respuesta completa a estos interrogantes debería
recorrer distintos andariveles. Habría que referirse a los medios de
comunicación de masas, culpables de un mensaje frívolo y relativista, que hace
del dinero el único valor absoluto y confina la moral al límite de la
conciencia individual, generalmente considerada autónoma. Habría que hablar de
abogados, jueces y tribunales, que parece haberse confabulado para reducir la administración
de justicia a un mero y eterno expedienteo. Y habría que hacerlo también de
esta sociedad enferma, porque la moralidad
pública ha derivado en amoralidad o inmoralidad privada y del cuerpo
social, conformándose otra vez carácter paradigmático y ejemplar de los actos
públicos.
Procediendo de este modo, el tratamiento de la corrupción
difiere sustancialmente de las sospechosas catilinarias de los políticos. Ya no
bastaría con concentrarse en la corrupción enquistada en este gobierno, sino
que habría que ir más allá, si es posible hasta las fuentes de las cuales
emanan las miasmas de este proceso repugnante.
IV.- El rescate
de la sociedad es una tarea política.
Si la sociedad se encuentra enferma, su rescate debiera
hacerse desde la política. Pero la política, entre nosotros, ha sido expropiada
totalmente por los partidos. Y de esto han resultado dos consecuencias
tremendas e inevitables. La primera, denunciada muchos años atrás por Charles
De Gaulle en sus “Memorias de Guerra”
es la creencia en que se ha instalado el
político, el hombre de partido, de que se trata nada más que de tomar por
asalto el Estado y cubrir las funciones
con la gente del partido, ya que la afiliación
sería garantía suficiente de idoneidad. El resultado está a la vista: la
mediocridad puesta al frente de complejas tareas de Estado y la función pública
utilizada para el beneficio personal.
La otra consecuencia del sistema partidocrático ha sido la reducción de la política a tan sólo una
lucha despiadada por ocupar espacios de poder. Espacios, que una vez
conquistados, no se emplearán para servir a la comunidad, sino como puestos de
avanzada, para desde allí lanzarse a la
conquista de otros nuevos y más importantes. La política, entre nosotros, ya no
puede escribirse con mayúscula ni despierta en los argentinos resonancias de
disciplina científica o de tarea noble. La opinión pública desprecia y rechaza
a la política, a la que percibe como una actividad de tramposos y embaucadores,
ajenos a las necesidades reales de la gente y ávidos de acumular un poder que
les servirá solamente para conseguir más poder.
V.- A la
conquista de votos.
Ahora bien, en última síntesis la conquista de un espacio
de poder depende de los votos. Y éstos, los votos, dependen de que el candidato
se vuelva conocido y atractivo para miles y, en algunos casos, millones de
individuos (de aquí que los partidos políticos busquen candidatos entre deportistas,
actores o personajes mediáticos cuya idoneidad para la política es por lo menos
dudosa). Pero para esto ya no alcanza con mitines en las plazas, viajes en tren
con saludos desde el último vagón y camioncitos con altavoces. Hoy resulta
imprescindible el dominio de sofisticadas técnicas de captación y del uso
intensivo de los medios de comunicación de masas. Todo lo cual es muy caro,
carísimo, por donde se advierte que el sistema político que se practica en la
Argentina depende constitutivamente y esencialmente del dinero.
El problema es que los partidos políticos no generan
riqueza alguna. Por un lado, como efecto del desprestigio de la política, cada
vez cuentan con menos afiliados y son más logreros. Por el otro, concluyó la
época romántica, en que este o aquel candidato, o aspirante a serlo, quemaban
su patrimonio haciendo política.
¿Dónde conseguir, pues, el dinero que los partidos necesitan para sobrevivir?
VI.- La
democracia inorgánica es una oligarquía.
El pacto más bien
expreso entre los partidos y los dueños del dinero, confirma por una parte los
pronósticos de los pensadores contra revolucionarios: la democracia inorgánica
que enfeuda la política a los partidos, concluye fatalmente en oligarquía. Pero además prueba que la corrupción,
esto es, la utilización del Estado para financiar la interna y la puja
electoral (y, de paso, abultar algunos bolsillos particulares) no es asunto
exclusivo del actual gobierno, sino que lo fue del anterior y lo será del
próximo, cualquiera fuere su origen.
Es por esto que
las denuncias de los que hoy son opositores y mañana serán oficialistas, no son
sino armas en la lucha por el poder y no pueden tomarse como un compromiso
serio de acabar con la corrupción. Si existiera este compromiso comenzarían por
desembarazarse de sus propios y célebres ñoquis.
Algún día alguien
deberá informar a los argentinos cuánto les cuesta mantener su sistema
político. Entre tanto debemos tener certeza de que la corrupción no es un fenómeno
accidental, sino consustancial con dicho sistema, ya que sin ella no podría
subsistir.
En Europa, más atentos a los gastos públicos que entre
nosotros, porque no se puede combatir con claridad lo que no se conoce, han
calculado que cada eurodiputado cuesta por mes 42.650 euros por derecha, más
allá que ellos se beneficien con alguna coima por izquierda (El Parlamento
Europeo es una gigantesca agencia de viajes de la que muchos quieren hacer su
agosto, ABC, Madrid, 10/4/11). En el citado diario, el mismo día, aparece la
noticia de los sobornos aceptados por tres diputados, documentados en videos
que han sido muchas más veces vistos que las sesiones del parlamento
democrático más grande del mundo.
VII.- Es
imposible hacer un inventario de la corrupción.-
No podemos ni siquiera intentar hacer un inventario de
los hechos de corrupción hoy en la Argentina; cada día aparecen varios más que
contribuyen al olvido de las anteriores.
Pero entendemos que en este mundo o en el otro llegará el momento de la rendición de
cuentas para quienes nos han instalado en el albañal, para quienes han
instaurado el odio, la venganza y la discordia en la sociedad argentina, para quienes, con desparpajo, han dilapidado los
dineros públicos con injustas liberalidades que han ido a para a manos de
Madres, Abuelas, apoderados, testaferros, INADI, burócratas, nepotes, en
perjuicio del pueblo real y concreto, muchos de sus integrantes se debaten
entre la pobreza y la miseria.
Llegó el momento de castigar los pecados de omisión, que
cuando es obligatorio el control de los fondos públicos, se transforman en
delictuosa complicidad.
Y nos preguntamos ¿Por qué escribimos esto si no tenemos
ninguna posibilidad de corregirlo? Para dejar sentada nuestra protesta y
nuestro testimonio ante la historia.
Hoy día es casi unánime la apología de la llamada
generación del 80, culpable de muchos males que desde entonces aquejan a la
Argentina.
Sin embargo la situación era muy parecida a la actual, y
para la reflexión comparativa de ustedes transcribiremos las palabras
pronunciadas en 1890 por Leandro L. Alem, para quien, los pueblos no se educan
con los discursos sino con los ejemplos:
“La corrupción
estaba en todas partes y la peor de las corrupciones, porque descendía de las
altas esferas gubernamentales y penetraba y se infiltraba, por asi decirlo, en
todas olas clases sociales; esta funesta corrupción que todo lo desconcierta y
aniquila, que lacera todos los corazones, que destempla todos los caracteres,
que gangrena todas las inteligencias; esta corrupción funesta que deja a los hombres
sin ninguna noción de lo justo, de lo honesto, de lo lícito y que, haciendo del
interés personal y de los goces materiales el único objetivo de la vida,
arrastra a los pueblos como cadáveres al pie de
todas las ambiciones y de todas las tiranías”.
Buenos Aires, julio 4 de 2011.
Orlando Gallo.
Bernardino Montejano
Sercretario.
Presidente.
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