Dedicado al inolvidable Prócer
de la Hispanidad
José Antonio Primo de Rivera
CANTARES DE GESTA
Eugenio Montes,
En “El viajero y
su sombra”, Cultura Española, 1940.
E
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n el corazón de Navarra –esa Esparta de Cristo- don José María Gil Robles ha dicho que hoy no
consiste la política “en entonar cantos líricos al amanecer”. Cito por la
referencia de un periódico. ¿El texto es fiel? Bueno, pues entonces don José
María Gil Robles no está en lo cierto. Hoy
la política consiste, justamente, en entonar cantos líricos al amanecer. El
estilo “práctico”, con luz de crepúsculo escéptico –el de don Sturzo, los Brüning
y los Cambó-, ha sucumbido. Europa llegó, por fin a la convicción de que no
donde no hay rapsodas, no hay política ni “polis” ni patriotismo ni patria.
Cuenta Plutarco que los egipcios descubrieron este mito
sublime. Un dios semejante a Mercurio –que es la razón- le arranca los nervios
al viento para hacer las cuerdas de la lira. Cuando suena la música, la
multitud se conmueve, se mueve, se emociona y echa a andar tras el lírico
divino. Y luego acampa y funda la ciudad. Es decir la “polis”, es decir el
Estado. Así se edifican las patrias y así, cuando están destruidas, se
reedifican, para que vuelvan a ser campo de soledad, mustio collado, Itálicas
famosas, flores de civilización y compañía.
Siglos y siglos de cultura sin Dios, asolaron a Europa.
Hemos heredado un mundo inhabitable, incivil. Las frescas y tiernas raíces de
la vida campesina –¡oh, Mistral!- que aún yo mismo conocí en mi infancia, son
sarmientos. La rosa se hizo esparto. La urbe, arrabal. El arrabal, manigua. En
medio de este infierno sin grandeza, noche oscura sin alma, corazones sensibles
sufren de amor al bien ausente. A este sufrir, que es a la vez esperar,
llamaron plegaria los místicos. ¿Qué
el rezo se expresa en canto? Nunca se rezó con leyes administrativas, sino con
himnos y anhelos, con quejas y clamores, cuando en época de angustia y luto, en
tiempos de crisis, se le ha pedido a lo alto la salvación del pueblo.
Et inmist in os meum canticum novum…
Ni leyes administrativas, ni reglamentos, ni expedientes,
ni encíclicas –sí, ni encíclicas- atraen por sí solas la virtud de la gracia.
Por su propia esencia la administración es secuaz y segundona. Por su propia esencia
la Encíclica presupone el Evangelio. ¿Encíclicas? Bien. Pero antes hay que
evangelizar, convertir, conmover. Y sólo se conmueve poéticamente.
Ejemplo, el caso agónico de Austria, pobre alma en pena.
No logran los cristianos sociales, populistas católicos, suscitar una fe, una
ilusión de futuro, ni agitar en lo hondo las entrañas. Quizá se le escape
Austria a Dollfuss. Quizá se le escape con Hitler. Fausto de naciones. El uno
la aburre, el otro la fascina. La fascina con joyas –buenas o malas- de
metáforas, imágenes coruscantes, brillo de verso. Y Margarita duda porque
también duda Dollfuss. Porque, sociólogo y prosaico, habilidoso y empírico, no
sabe elevarla, de un salto, a cimas de hermosura. A esperar el amanecer, luz
adolescente. Y a esperarlo cantando, dándole la unánime emoción a las
estrellas.
Que Mercurio le arranque los nervios al viento. Es lo que
hizo, es lo único que hizo Adolfo Hitler. Ahí está el secreto –a voces- de su
triunfo. Aria de Parsifal, música redentora. Canto y encanto del temblor y la
lira. Su canción -¿hay que decirlo?- no es la
nuestra, porque la tradición alemana no es, por desgracia para ellos, la
española. Cada país tiene su carácter, sus tendencias, sus modos. El viento en
la selva gótica propende a arremolinarse en paganos furores, o a desmayarse en
románticas quejumbres, porque no encuentra salida y se siente en la cárcel.
Pero en España no hay árboles y ancha fue y es Castilla.
Llanuras castellanas, por las que cruza errante –“polvo,
sudor y hierro”- la sombra del Mío Cid, del Oeste al Este. Y por las que cruza,
del Norte al Sur, Fernán Gonzáles. La rosa de los vientos, la señal de la Cruz,
lábaro y gladio de la Reconquista. Por ahí fue España. Se le ensanchaba el alma
por la cuaderna vía. Cantares de gesta, romances. A trote de octosílabo entró
en la morería aquel galán de Córdoba que llamaban Gonzalo. Cantando amaneceres
descubrimos un mundo. Aura y verbo, voz alada en las velas y catorce remos, un
soneto por banda.
Era el tiempo en que Ruy Sánchez de Arévalo escribía: “La
suprema excelencia del arte poético dispone y orienta a los hombres no sólo a
las virtudes morales, sino aún a las virtudes políticas, que preparan al
ejercicio del Gobierno”. Poéticamente se logró la unidad patria. Y a seguida de
la unidad patria, la unidad del orbe: el universo.
Un impulso místico nos echó por esos mares de Dios. Porque nadie ha dicho
aún que se hubiera descubierto América con estadísticas.
Iban cantando cantos de esperanza. Es lo que hoy cantan
de nuevo los poetas, porque en la noche triste se presiente a lo lejos un
clamor de alegría y, tras siglos de silencio mortal y de infortunio, ha vuelto
a sonar, en el reloj de los cielos, la hora española. Quien no sepa oírla,
quien prefiera a las barcas del sacramento y del destino embarcarse en la nave
de un estado fluctuante –nave que hoy es zozobra si no es galera-, ese no
llegará a Indias. Llegarán los que canten al amanecer del Imperio y le canten
verdades al lucero del alba.+
31/3/1934.
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