sábado, 25 de noviembre de 2017

Rubén Calderón Bouchet
MR. ARNOLD TOYNBEE Y EL GOBIERNO MUNDIAL

L
a estupidez es, probablemente, una de las virtudes que la Providencia ha distribuido con más generosidad entre los habitantes de este gracioso planeta. Pero en ciertas personalidades egregias la dosis alcanza límites insospechables.
      Mr. Arnold Toynbee es uno de los estúpidos más notables con que hoy cuenta el universo, y como su imbecilidad, siguiendo el ritmo del progreso, logra una escala casi cósmica, todos los idiotas de la tierra nos sentimos representados y beneficiados por la generosa expansión de su propalada tilinguería.
      La Iglesia Católica que hasta hace algo más de una década no había contribuido con bastante esmero a la  difusión de la estupidez, ha dado  pasos muy grandes en estos últimos años, y con loable energía, parece que tiene la  santa intención de   pasar de la imbecilidad teórica  a la estupidez decididamente práctica, lo que no deja de ser un esfuerzo meritorio, dados los antecedentes de esta institución. 
      Como por tradición y decisión personal estoy adscripto a la Iglesia Católica Romana, y por gusto puramente intelectual al pensamiento vivo de Arnold Toynbee voy a intentar un discreto comentario  sobre un artículo de este último publicado en la revista francesa La Table Ronde, correspondientes a los meses de julio y agosto del corriente año 1967.  Como el trabajo de Toynbee, un modelo de estúpida claridad británica, va acompañado de un debate entre varios intelectuales franceses, que resulta, a su vez, un ejemplo inigualable de sensata imbecilidad galo-católica, considero que no tiene desperdicio y debe ser usado con toda indiscreción para fortalecer los presupuestos de esa “Filosofía de la entrega”, a que hace mención el cauteloso ULISES en el número 32 de su inconcebible hazaña editorial.


    Por de pronto se trata de un tópico especialmente caro al corazón de Mr. Arnold Toynbee: la posibilidad de un “Estado mundial”, y el análisis de sus probables fundamentos. Idea que cuenta ya con tres intentos en gran escala: USA, URSS y China Roja y la colaboración asidua, aunque no muy desinteresada, de un montón de comisionistas rojos y amarillos, entre los que contamos honrosos representantes.
      Toynbee cree que el momento histórico es favorable a la formación de ese Estado y que la humanidad se encuentra en la pavorosa disyuntiva de aceptar su imposición o perecer miserablemente en una guerra de exterminio llevada a cabo por las grandes potencias que, cosa no muy bien considerada por nuestro autor, tratan, por su cuenta y riesgo, de llevar a cabo esta grandiosa empresa.
      Pues la verdad es que alguien tiene que hacerla y poner en contribución los instrumentos prácticos para llevar la idea a realización.
      Lo que desarma en la estructura mental de Mr. Arnoid Toynbee  es la mezcla de ingenuidad y de abstractismo en la que se mueve su pensamiento. Un escrupuloso respeto por los “hechos” y una inocencia feroz para verlos a la luz de los principios más depurados de malicia que la mente de un hombre puede concebir.
      El hecho que nos amenaza es la guerra atómica, frente a esto no hay mentecato que no doble la cabeza, y el hecho que se impone es un control mundial de esa energía, y otro para administrar la producción y la distribución del alimento, pues la destrucción  por medio de la bomba. o la muerte por inanición son los peligros que amenazan a nuestra humanidad. Negarse a controlar ambas calamidades  en escala mundial, es elegir la muerte, y aquí viene el principio que da luz  a todo este andamiaje sociológico: los humanos eligen rara vez  la muerte cuando tienen que afrontarla.
      En una palabra, tenemos que confiar en el instinto de conservación. Los ingleses creen, duro como el fierro, que la salvación depende de una suerte de reflexología animal que mantenemos incólumes de nuestra ascendencia simiesca.  Sería inútil hablarle de que nuestros instintos no funcionan en un ámbito tan claro, ni se encuentran exentos de complicaciones espirituales que suelen destruir hasta el más arraigado  de los movimientos defensivos. Por la cabeza de Toynbee no ha pasado el dogma de la caída, y en su alma, castamente albiónica,  no pesa la culpa original y sus lamentables consecuencias.
      El hombre es un animal un poco complicado pero fundamentalmente bueno: quiere comer, acostarse con la patrona, y vivir largos años en paz y sin inconvenientes. Por lo demás su conciencia progresa en una espiral de cono invertido. Ligada al clan en los modestos comienzos de la edad de piedra, ha ido subiendo por escalas cada vez más universales, hasta alcanzar la dimensión del planeta en este momento conmovedor en que vivimos. El cristianismo parece haber aportado su granito de arena en esta dilatación cuantitativa de la conciencia porque nos ha enseñado a pensar en términos ecuménicos. Es de lamentar que la “oikumene” cristiana resulta hoy un poco reducida, pero entre Toynbee y Teilhart, con la ayuda práctica de Carlos Marx han revelado a los cristianos una dimensión cósmica de Cristo que disuelve las perspectivas de campanario en un vasto panorama de ciencia ficción.
      El estado del porvenir tiene que nacer de estos hechos y del instinto de conservación de la raza. Puede argüirse que las guerras mundiales últimamente vividas por nosotros han sido desatadas por ambiciones de dominio que al par de la conciencia, crece en proporciones cósmicas, pero este razonamiento no creo sea capaz  de producir una arruga en la límpida frente de nuestro sociólogo. Él sigue firme  en su idea de que el único medio concebible de una autoridad mundial consiste en conseguir  el consentimiento y la cooperación  de las fuerzas en plaza.
      Es como decía una vieja beatona: si se siguieran los consejos del Evangelio la gente no viviría tan mal como vive. Ahí está el “güevo” y no lo pisen. La cosa es que la gente no sigue el Evangelio, ni las fuerzas en plaza se acomodan a vivir en sus campanarios y como todas ellas piensan que la solución es el gobierno mundial, pero controlado por  ellos, temo que las predicciones  de Mister Arnold  acaben por cumplirse pero en forma  un poco distinta a la que aspira su sueño de sociólogo.
Precisamente es aquí, en este nivel donde el error de Toynbee asume proporciones universales. Carente en absoluto de una perspectiva metafísica para observar las cosas humanas, Toynbee cae en la complacencia de explicar lo social por la sociedad misma. ¿En qué consiste el proceso de desarrollo de la civilización vista en un nivel sociológico? Pues en eso: en la progresiva extensión del poder político que se dilata cuantitativamente en sociedades cada vea más monstruosas. Estos poderes mundiales exigen técnicas de sometimiento tanto más coactivas y demoledoras de la auténtica personalidad cuanto más débil y difuso es el lazo interno que une a las masas así conglomeradas. Los griegos no concebían un estado que excediera los límites de un modesto municipio. No por limitación ingénita a su forma mentis, sino por respeto a ciertos modos de vida nacidos de la comunicación y el entrecambio de los bienes del espíritu. Un imperio como el que soñaba Alejandro, era un producto de la “ibris”, y su sola concepción atentaba contra el desarrollo cualitativo del ciudadano adscripto a las leyes y a los dioses de la Polis.
El cristianismo no vino, como una suerte de Némesis sociológica, a sancionaron una religión universal, el espíritu expansionista de las minorías ilustradas que entonces  “explotaban” la cuenca del Mediterráneo. La expansión cristiana tiene otro ritmo y otra alcurnia, y la base de su catolicidad es profundamente cualitativa y no cuantitativa.
Los términos mismos que hoy empleamos para señalar la fisonomía de la nueva política: mundial, ecuménica o cósmica si se quiere, delatan la naturaleza puramente adicional de su crecimiento. Es la violencia, ibris, que dirían los griegos, de un poder que se cierne sobre la tierra y crece sobre la base puramente psicológica del terror que tiene y lo sostiene.
Toynbee, sin lugar a dudas, pertenece al equipo de esos pensadores que se inscriben en la línea de  un cristianismo progresista, en donde el aporte de Jesús ala historia viene inmenso en el contexto de una evolución social que va de los clanes al imperio, y de los imperios a la democracia mundial. En este proceso juega el papel insulso de “proveedor de conciencia” internacional, más allá de los superados códigos rebañegos. Jesús es el primer toynbiano que haya roto el cascarón del huevo nacionalista, y Toynbee su realización completa en el plano planetario.
No hablamos de sobrenatural. Este concepto ha sido declarado una manera de expresarse un tanto figurada que podía admitirse en una situación de la historia en que el hombre no había tomado conciencia de hallarse metido  en un proceso evolutivo ascencional. Era una manera de hablar  que ha concluido su cometido histórico, pero que no se justifica más, y conviene deshacerse de ella en esta fase del catolicismo post-conciliar. Así el Reino de Dios se carnaliza y toma la fisonomía made in USA, de un rotariano “American way of life” de uso internacional. En esa salsa sociológica se encuentran más o menos metidos  todos, y desde Toynbee al ilustre cardenal Bea, pasando por el cadáver de Kennedy y las floridas barbas de Carlos Marx, los príncipes que nos dirigen colaboran en la misma labor.
De ese lado sopla el viento de la historia y desdichado el que así no lo entiende. La pretensión de perdurar en sus fidelidades de campanario  está obsoleta, y sólo cuenta dejarse meter en la cinta mecánica de la sociología en boga, para que salgamos por el otro lado podados de todos aquellos caracteres que la familia, la estirpe, la región y el temperamento hayan podido poner en nosotros. Carne blanda, predigerida y envasada para el consumo internacional. Basta de estúpidas pretensiones solariegas, el mismo mameluco y la misma jeta para todo el mundo, y si es posible castrar al Espíritu Santo, la misma  Iglesia eunuca con su coro aflautado de obispos al servicio del nuevo Leviatán.
Esta es la visión que Toynbee nos propone para que la aceptemos con alegría y colaboremos en su realización. Nos va la vida, advierte y como decía el turquito Zamara: más la vale un minuto de cobarde y no toda la vida muerto. La última parte de la disyuntiva conviene que sea meditada literalmente, pues a veces, las malas expresiones, suelen ser accidentalmente verdaderas.+


(Artículo publicado en la revista Ulises”).

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