viernes, 1 de enero de 2016

Insistimos en el peligro crucial protestante para nuestra religión y nuestra patria; semilla que eclosiona  en una religión humanizada, sensiblera y farisaica, y en el imperialismo político globalizador. Hay que atacar sin tregua al protestantismo, en todas sus variantes, y desde sus comienzos históricos. Protegiendo nuestra religión y nuestra patria del  ataque artero de las sectas. que  regalan Biblias y se llevan el petróleo (Castellani). Si permitimos que tronchen  las raíces  católicas e hispanoamericanas del alma argentina  mermará  simultáneamente  la vigencia de la soberanía nacional; quedando nuestra patria sometida  cada vez más servilmente a los poderosos, por la traición de los liberales.

LOS ERRORES DE LUTERO Y EL ESPÍRITU DEL MUNDO ACTUAL
Padre  Franz  Schmidberger

INTRODUCCIÓN
P
ara comprender mejor los errores del mundo de hoy, especialmente los producidos en el interior de la Iglesia Católica, me parece absolutamente necesario captar lo más claramente posible la posición de Lutero y sus seguidores en le protestantismo y compararla con el neo-protestantismo y el neo-modernismo actual. Lo esencial de la posición de Lutero se encuentra resumido en los cuatro “soli”:

- “Sola scriptura” (sólo la Escritura), por lo tanto, sin la tradición de la Iglesia.
- “Sola fides” (sólo la fe), por lo tanto, sin las obras.
- “Sola gratia” (sólo la gracia”, por lo tanto sin la cooperación del hombre utilizando su libertad natural.
- “Slus Deus” (Dios sólo) por lo tanto sin la mediación de la salvación, por la Iglesia y la intercesión de los santos.

I.- “SOLA SCRIPTURA”
L
utero sostiene que la Sagrada Escritura es la única fuente de la revelación divina, y que cada cristiano ha recibido la inspiración del Espíritu Santo para comprenderla e interpretarla  en el sentido correcto. Según él, el Magisterio de la Iglesia ha obscurecido la palabra de Dios, que en sí misma lleva la claridad; hablando en un lenguaje popular diríamos que es mejor ordeñar directamente la vaca que ir a buscar la leche a la lechería.

      Los protestantes de todas las denominaciones y orientaciones, hasta los testigos de Jehovah, han hecho suya esta afirmación de Lutero contra la cual se puede oponer igualmente toda una serie de argumentos muy poderosos, utilizando el testimonio, ante todo, de la misma Sagrada Escritura.



      A- En San Juan20, 30/1, leemos estas palabras: “Hay además una cantidad de otros milagros que Jesús hizo en presencia de sus discípulos y que no han sido consignados por escrito en este libro”, y un poco más adelante en San Juán 21,25 leemos: “Hay una cantidad de cosas que Jesús ha realizado, Si se quisiera ponerlas en detalle por escrito, yo creo que no cabrían en el mundo entero los libros que las relataran”.

      Esto prueba claramente que la Sagrada  Escritura no presenta nada más que un extracto de las palabras y obras de Jesús, y  no se puede saber con plena evidencia según que criterio se ha hecho la selección. Es pues una hipótesis sin fundamento afirmar que sólo la Escritura contiene las enseñanzas de Cristo necesaria para la Salvación y, en cuanto a lo que falta, se trata de detalles sin importancia.

      B- De hecho, el Señor encomendó a sus discípulos ir y enseñar: “Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc. 16/15).Él no los envió a escribir un libro. Por lo tanto, la enseñanza viva, bajo la inspiración del Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, es la que se encuentra en el comienzo de la vida de la Iglesia. Esta realidad corresponde, por otra parte, a una razón de evidencia inmediata: Dios, creador de la naturaleza y de la Gracia, se sirve de los hombres como instrumentos para el gobierno del mundo y otorgar la Salvación; en esto, la palabra viva tiene una importancia muy especial, la comunicación de persona a persona. El Creador conoce sus obras y particularmente el alma humana con sus facultades, sus aspiraciones y la manera de comunicarle la vida: “Fides ex auditu” –la fe viene de la predicación- dice San Pablo (Rom. 10,17).

      C- La Sagrada Escritura ha sido escrita sólo después de un cierto tiempo de existencia de la Iglesia durante el cual la plenitud de su vida estaba ya ampliaménte manifestada en la celebración del Santo Sacrificio, la predicación del Evangelio, la administración de los sacramentos y el ejercicio de la autoridad según los principios evangélicos. Si la Escritura fuera el fundamento definitivo de la Iglesia ¡ella misma no hubiera podido existir en sus primeros años!

      D- ¿Quién determina qué es lo que pertenece y qué lo que no pertenece a la Escritura? En otras palabras ¿Quién fija el Canon de las Sagradas Escrituras?

      El criterio a emplear no puede encontrarse en la misma Sagrada Escritura, pues entonces el texto mismo podría, a justo título, y aún debiera, ser puesto o sometido a cuestionamientos. Debe entonces, necesariamente, encontrarse fuera de la Sagrada Escritura y poseer la aptitud requerida para distinguir y discernir con certeza los textos auténticos, inspirados, de los apócrifos. Este criterio reside justamente en el magisterio instituido por Cristo, que transmite el depósito de la fe bajo la conducción del Espíritu Santo a través de los siglos.

      E- En caso de dudas y controversias ¿Quién interpreta la Sagrada Escritura? El mismo Espíritu Santo, dicen Lutero y los protestantes. El católico está de acuerdo, pero con la precisión de que el Espíritu Santo se manifieste objetivamente en una institución divina, compuesta por hombres; en una palabra, el Magisterio de la Iglesia, de tal manera que la conservación del depósito de la fe esté por encima de toda duda y de cualquier relativización subjetiva.

      Justamente la proliferación de sectas protestantes, en su mayoría contradiciéndose entre ellas misma, prueba que Dios no ha confiado el depósito de la fe, ni a individuos ni a grupos sociales, sino a Pedro y a los apóstoles con quienes permanece  hasta la consumación de los siglos (Mat. 28,29) en la persona de sus sucesores.

      Los protestantes no tienen nada positivo para oponer a la doctrina católica. Viven pura y simplemente de la crítica del catolicismo, y por eso pretenden que nosotros los católicos no hemos encontrado nada mejor que ellos, puesto que ellos tienen las Sagradas Escrituras como libro de última instancia, mientras que nosotros tenemos un libro de más, a saber toda la colección de los dogmas.

      La respuesta a ésta objeción es simple: La Iglesia católica no es ni un conjunto de dogmas ni, desde luego, un sistema moral. Ella es la Emanuel, el Hombre-Dios que continúa viviendo y obrando entre nosotros en su sacrificio, en sus sacramentos, en la Jerarquía instituida por Él, que posee el depósito de la fe.

      La Iglesia no tiene una tradición sino que ella es estrictamente la Tradición, es decir, continuación del Verbo hecho carne.

      De tal manera que no es la Iglesia quien bautiza y quien enseña, sino que es propiamente y en definitiva Cristo quien sacrifica, bautiza y enseña como “Pontífice Máximo”, sirviéndose del sacerdote humano, y del Papa como instrumentos para otorgar salvación.

      La Iglesia es pues el Cristo viviente, provista de un magisterio vivo, que posee siempre la capacidad de definir verdades (¡no de inventar!) de tomar posición  en relación a los problemas del mundo actual; de distinguir y refutar, de argumentar y condenar: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha, quien os desprecia, a mí me desprecia, pero quien me desprecia, desprecia a Aquel que me ha enviado” dijo el Señor a sus apóstoles (Luc. 10,16).

      La posición protestante, valorando de manera equívoca la  “palabra”, no es otra cosa que un frío racionalismo. No quiere reconocer que el Verbo se hizo carne, que Nuestro Señor  se sacrificó y continúa ese sacrificio en el tiempo y en el espacio para nuestra salvación. Rechaza el altar y pone en su lugar una cátedra; el sermón, el canto, constituyen el centro y ya no más el Cordero inmolado y el Tabernáculo del Dios vivo.

      El católico de hoy no puede sino sentirse dolorosamente por eso que es sencillamente la repetición, en el interior de la Iglesia, de la reforma protestante, bajo las influencias denunciadas: rechazo del magisterio de la Iglesia, negación de la continuación y comunicación de Cristo, negación del misterio y el paso a un fría racionalismo, es decir el naturalismo.

      Cuando en el siglo XVI la ciudad de Stuttgart pasó al protestantismo, en el día fijado para adoptar la nueva religión, los clérigos celebraron por última vez el Santo Sacrificio en la “Hofkurche”. Luego el celebrante retiró el Santísimo Sacramento del Tabernáculo, y  la luz del santuario, que indicaba la presencia real, fue apagada. El edificio continúa allí, paro Él, el Emanuel, se ha ido.

II- “SOLA  FIDES”
L
utero pretende que la sola fe es suficiente para la Salvación y que las buenas obras  como el ayuno, la limosna, las obras de mortificación y el camino de la perfección en la vida monástica , no son meritorios; llega a decir que el hombre peca en toda buena obra.

      A- Se pueden tomar de la misma Sagrada Escritura afirmaciones clarísimas que refutan este error protestante. En la carta de Santiago (2,26) leemos que “la fe sin obras está muerta”; en el Apocalipsis son llamados bienaventurados los muertos “porque sus obras les siguen” (Ap. 14,3) y en el segundo libro de los Macabeos, el valiente guerrero Judas hace una colecta para los difuntos a fin de que se ofrezca un sacrificio expiatorio, “pues pensaba correcta y piadosamente con respecto a los muertos” (I. Macc 12,45).

      Lutero era perfectamente consciente de la dificultad que encontraba para defender su tesis de “solo la fe”. Por eso tan drástico y directamente rechazó la epístola de Santiago como una “Epístola de paja”, el Apocalípsis como dudoso y el libro de los Macabeos como apócrifo.

      B- Existe una analogía entre la fe y las obras, por una parte, y la naturaleza humana, compuesta de cuerpo y espíritu, por otra. El espíritu se expresa por el cuerpo y el cuerpo es el instrumento del alma espiritual; entre los dos hay un mutua relación, una influencia recíproca. Por ejemplo si yo hago una genuflexión ante el Santísimo Sacramento, expreso de ese modo (exteriormente) mi fe (interior) ente la presencia real. Por otra parte, cada gesto exterior, cada señal de la cruz, cada inclinación, fortalece mi fe. Así el alma es nutrida interiormente mediante signos exteriores.

      Además no hay que olvidar que después de la  separación del alma y del cuerpo, no seguirá más que un estado provisorio hasta el día del juicio final cuando el alma y el cuerpo recuperen su unidad complementándose mutuamente.

      Por analogía vemos la relación que existe entre la fe y las obras. Por una parte la fe se expresa a través de las obras y las obras aparecen como la prolongación de la fe; y las buenas obras animan y fortalecen la fe. Sin la fe las obras están muertas, como está muerto el cuerpo sin el alma. La ausencia de buenas obras conduce a una fe muy débil o muerta. Podemos decir que la fe y las buenas obras juntas determinan el mérito delante de Dios. Como el alma y el cuerpo constituyen juntos la naturaleza humana. El cuerpo humano está llamado también a la gloria, y su glorificación  forma parte de la felicidad eterna del hombre. A la luz de esta analogía llegamos a comprender que las buenas obras constituyen contribuyen a nuestra justificación, santificación y glorificación.

      C- El Logos (el Verbo) se encarnó, tomó un alma y un cuerpo humano visible. De manera análoga la fe tiende a encarnarse. Nuestras catedrales, santuarios, iglesias, nuestras peregrinaciones y procesiones, nuestros seminarios y conventos, nuestras instituciones cristianas son la fe hecha visible, la fe expresada por medio de la piedra o en el cuerpo social visible, como la familia católica, el monasterio o el Estado católico.

      D- Luego, la Iglesia es la prolongación, la extensión y la continuación de Nuestro Señor Jesucristo. Tiene una jerarquía visible y unos sacramentos, signos visibles que expresan y mantienen la gracia invisible y la transmiten.

      Es como un vaso que contiene la fe y la gracia. De este modo las buenas obras contienen y guardan la fe. No son sólo una consecuencia de la fe alargo o breve plazo, sino que son la fe vivida.

       E- El misterio cristiano no es únicamente un misterio de iluminación del espíritu sino un misterio que toca  absolutamente todas las facultades del alma y  aun del cuerpo. La inteligencia es iluminada por la fe, la voluntad es inflamada por la caridad divina, el corazón es inundado por la belleza eterna, el cuerpo es espiritualizado ¿Cómo se manifiesta la caridad? ¡Por las obras!

      Si se consideran las obras como el signo y fruto de la caridad cristiana, la doctrina de “sólo la fe” se presenta como el verdugo de la más grande de las virtudes, aquella que según San Pablo, sobrepasa y sobrevive a la fe y a la esperanza: la caridad, que es la única que permanece porque es eterna..

III- “SOLA GRATIA”
L
utero no quiere aceptar la idea de la colaboración del hombre en la obra de la justificación y de su santificación.. Para él la gracia de Dios hace todo, ella obra absolutamente sola.

      Llagó a esta negación por un falso concepto del pecado original y sus consecuencias: según él, en la caída, la naturaleza humana no sólo ha sido gravemente herida, como enseña la Iglesia, sino completamente destruida, sobre todo en el libre albedrío. De tal manera el hombre ya no posee ninguna capacidad para recibir los mensajes divinos, ningún receptáculo para recibir la gracia, ha llegado a ser sordo al llamado de Dios y absolutamente incapaz de  cooperar de ninguna manera a supuración u su salvación. Es lógico, pues, que Lutero considere la justificación como un `receso puramente extrínseco: Dios arroja sobre el pecados el manto de los méritos de Jesucristo y lo declara justificado, mientras el pecador permanece interiormente en el mismo estado, sin la menos transformación.
     
      Para los católicos,. La justificación es un verdadero pasaje interior  del estado de pecador al estado de justo, y su manifestación externa va a la par de esta transformación de su alma por la gracia. San Pablo llama a los primeros cristianos con esto términos; purificados, justificados, santificados, bienamados de Dios.

     La negación de la libertad conduce a Lutero necesariamente a declarar vana y aun temeraria  toda iniciativa  humanas sobrenatural o toda acción de la Iglesia, esto con todas las consecuencias que se derivan; así la idea de un sacrificio propiciatorio contradice directamente las instituciones de Cristo, una “satisfacción vicaria” de la Iglesia y de sus miembros se convierte  en un desprecio de los méritos de Cristo y a fin de cuenta una blasfemia contra Dios. Las ideas de penitencia, mortificación, renunciamiento y sacrificio pierden  todo su sentido y no son admitidas sino eventualmente como signos lejanos de la fe.

      En fin, la fe no es más para Lutero una participación en el conocimiento de Dios y la aceptación de su revelación, sino más bien una confianza ciega e irracional en los méritos de Cristo. De la negación del libre albedrío del hombre se siguen dos consecuencias fundamentales: por un lado todo el orden moral se derrumba; y por otro no puede haber criaturas transformadas por la gracia de Dios, es decir santos. Veamos algunos ejemplos recambios en la moral.

      En la vida cotidiana, la moral conyugal protestante difiera notoriamente de la católica; para darse cuenta es suficiente considerar el número de nacimientos en las regiones católicas y compara con el número de hijos en las regiones protestantes.

      En la vida personal, la concepción protestante modifica  profundamente la mentalidad. Las estadísticas muestran, por ejemplo, que un sacerdote católico muere diez años más joven que un pastor protestante. Hay varias razones: el sacerdote católico se ofrece  cada día en el santo sacrificio de la misa como víctima expiatoria con Cristo y da su vida por sus ovejas; debe levantarse temprano  para rezar su breviario, escuchar confesiones; debe administrar incluso por la noche  la extremaunción a los enfermos; muere con el corazón quebrado por el amor de Dios y de las almas.

      El pastor protestante vive en forma diferente; él es presidente de la comunidad, prepara durante la semana su sermón y el canto comunitario, organiza su parroquia y celebra de tanto en tanto la cena con  su comunidad; no tiene el sacrificio a celebrar, confesiones que escuchar, viático que llevar, extremaunción que administrar; llega el domingo a su iglesia, que es más bien una sala de reunión que la casa de Dios vivo, para, luego de cumplida la ceremonia, cerrarla hasta el domingo siguiente.

      El reformador Calvino retoma la doctrina de Lutero sobre el pecado original, la justificación y la negación del libre albedrío y saca sus conclusiones hasta el final. Si el hombre no puede valerse para nada en las obras de salvación, existe una predestinación para el cielo y otra para el infierno. El hombre no puede para nada cambiar su destino.

      ¿Cómo se sabe si uno está predestinado para el cielo? Principalmente por la abundancia de las bendiciones temporales de Dios. Cada uno, deseando probar que está predestinado para el cielo, como buuen calvinista va a procurar aumentar lo más posible las bendiciones temporales de Dios. Las estadísticas demuestran de manera evidente una gran diferencia en la prosperidad entre católicos y protestantes, entre países católicos y países protestantes.

      Ahora una palabra respecto a los santos: no solamente de hecho no los hay en el protestantismo, sino que no puede allí haberlos. Un santo es un hombre renovado y transformado por la gracia de Dios, ha pasado del estado de pecado al estado de justicia, no en virtud de sus propios méritos, sino por la acción de Dios y le eficacia de la gracia, que purifica, ilumina, fortalece y santifica su alma por la virtud de la cruz de Jesucristo; pero por su voluntad libre, elevada por la gracia, el santo ha debido aportar su cooperación virtuosa, a menudo heroica, a la acción divina.

      Ser santo significa tener la amistad con Dios, participar en la vida de la Santísima Trinidad, desarrollar plenamente en sí mismo las gracias del bautismo y de la confirmación, darse a la imitación viviente de Cristo en una vida de renunciamiento de sí mismo y de búsqueda interior de las virtudes. El santo es un sarmiento vivo de la viña viviente que es Cristo. El es elevado muy por encima de sus fuerzas puramente humanas, su conversación ya desde aquí abajo, está en el cielo.

      Porque el protestantismo niega esta colaboración armoniosa entre la gracia divina y la libertad humana, porque niega también la conformación del alma cristiana con el alma de Cristo, si bien puede poseer grandes hombres y  aun hombres virtuosos, no puede poseer santos.

      Podemos al respecto citar las palabras de San Pablo: “Yo estoy lleno de gozo en mis sufrimientos por vosotros, y estoy cumpliendo en mi propia carne lo que resta a la pasión de Cristo, sufriendo en pro de su cuerpo, que es la Iglesia (Col. 1,24). Intrínsecamente nada le falta la gracia de Cristo, sin embargo, Él ha querido no por necesidad, sino por pura bondad y por efecto de su inmensa misericordia, hacernos participar en su obra de redención, como la bienaventurada Isabel de la Trinidad expresa de manera maravillosa en su oración: “A mí, Cristo amado, crucificado por amor, venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador (…) que se realice en mí como una encarnación del Verbo; que yo sea una humanidad suplementaria, en la cual Él renueva todo su misterio”.

      A causa de no tener la oración ni la realidad del sacrificio expiatorio y de la satisfacción en la comunión de los santos, les falta a los protestantes un elemento fundamental de toda vida cristiana: el Santísimo Sacrificio de la Misa, la unión de las almas con la Víctima divina de nuestros altares. La vida de los católicos es una santa misa vivida, un confiteor, un gloria, un credo, una ofrenda continua, una consagración y una comunión, es decir la unión del alma su Creador, Salvador y Juez.

     Lutero combate lógicamente el ofertorio de la misa y el Canon Romano como una abominación. Introduce muy pronto una liturgia reformada, expurgada del carácter sacrificial, al menos del carácter de sacrificio expiatorio e impetratorio, dejando subsistir un sacrificio de alabanza y de acción de gracias. Las palabras de la consagración tomasen un carácter narrativo, el latín es reemplazado por la lengua vernácula, la comunión se distribuye bajo las dos especies.

      La realidad del Santo Sacrificio de la misa está ligada a la realidad de nuestra vida cristianas que es un combate espiritual (Luc. 5,13), una maduración, un esfuerzo y un ascenso hasta que el alma alcance el esplendor de la eternidad. Ese fuego del Espíritu Santo, que nosotros los católicos recibimos cada día en la Santa comunión, nos comunica el espíritu misionero y apostólico. ¡Qué espectáculo ver esas falanges de apóstoles de Jesús y de María recorrer el mundo para anunciar el Evangelio, sembrar la palabra divina con sudor y a veces con la sangre vertida; ¡qué pobre es el protestantismo en comparación con el apostolado de la Iglesia misionera!.

      ¡Qué dolor, pues, para los católicos ver al protestantismo establecerse en el interior de la Iglesia, comprobar la forma en que el Santo Sacrificio de la Misa se transforma en comida comunitaria, el sacerdote en presidente de la asamblea, los altares en mesas, el santuario en sala de reunión vacía y fría!

      Como hace cuatrocientos cincuenta años es la comunidad que se celebra ella misma, que reemplaza la presencia del Dios vivo sobre esta tierra. La verdad revelada objetiva cede lugar a la libre conciencia; la sumisión, la obediencia y el servicio silencioso dejan el lugar a la emancipación y hasta los derechos del hombre.

      El católico moderno ya no quiere arrodillarse para recibir la comunión sobre la lengua, es adulto, se puede servir él mismo. La Iglesia, que es unidad de fe, de culto y de gobierno, desaparece completamente para dejar lugar a un conjunto de innumerables opiniones y diversas corrientes, a una liturgia creativa y subjetivista, a los errores de la libre interpretación. El carácter sobrenatural de la Iglesia, especialmente en el caso de su liturgia, desaparece en provecho del orden naturalista, humano, liberal.

      No es difícil descubrir el parentesco espiritual que existe entre el protestantismo y el neo-catolicismo. Ser católico significa ser humilde, aceptar con espíritu de absoluta dependencia la revelación de Dios, vivir como un hijo en la casa de su padre.  Detrás del protestantismo se esconde la antigua palabra de orden dada por el eterno rebelde: “Seréis como Dios”. El protestante, como el neo-católico, no quiere someterse ni en su espíritu, ni en su voluntad, ni por su actitud exterior, él no se arrodilla. “Non serviam”, tal es su divisa.

IV- “SOLUS DEUS”
E
l católico sostiene que la salvación es comunicada por medio de las causas segundas, es decir, por la Iglesia y su ministerio sacerdotal, por los santos y su intercesión especial, y particularmente por la Bienaventurada Virgen María. Los protestantes, por el contrario, pretenden que la salvación es dada directamente por Dios; en consecuencia, los sacramentos no son para ellos los canales de la gracia, sino expresiones de la comunidad, símbolos de iniciación.

      Par5a responder a este grave error, es necesario decir en primer lugar que Dios mismo ha querido y ha establecido el gobierno del mundo por medio de causas segundas, esto tanto en el orden natural como en el sobrenatural. En el orden de la fe y de la gracia se ve inmediatamente en el misterio de la Encarnación y en su prolongación que es la Iglesia, con su Jerarquía, su sacrificio y su vida sacramental. No se puede separar Dios-Cristo-Iglesia. “Así como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros” (Jn. 20,21), dijo el señor a los apóstoles, eso quiere decir con la misma misión, la misma autoridad y la misma eficacia.

      En consecuencia, si Cristo se ha llamado el único camino hacia el Padre, la Iglesia es la única vía hacia la eterna .salvación. A sus apóstoles el Señor  ha confiado el tesoro de la fe, el “depositum fidei”, y su tesoro de la gracia, “depositum gratiae”; los sacramentos son como la prolongación  de la humanidad de Jesucristo, de la misma manera que  a través de la humanidad de Cristo se manifiesta su Ser divino.

      En segundo lugar, el Señor ha encomendado  de diversas formas y de manera expresa a sus apóstoles el continuar su misión: “Haced esto en memoria mía” (Luc.22,14). “Id pues , enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mat. 28,19). “Los pecados serán perdonados a quienes vosotros les perdonareis, y serán retenidos a quienes se los retuviereis” (Jn. 20,23). “Yo estaré con vosotros siempre hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20). En Santiago, encontramos ya la administración del sacramento de la extremaunción (Jac. 5,14-15).

      De tal manera, la Iglesia es verdaderamente el camino del hombre hacia Dios, porque Cristo es el único mediador entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres. Es el camino, la Verdad y la Vida. Dios en su misterio insondable ha querido hacer participar al hombre en la obra de la salvación por el sacerdocio real, jerárquico, por la intersección de sus santos, por la labor de los cristianos y por la comunión de los santos.

      Un pasaje de las Actas de los Apóstoles destruye el error de Lutero: San Pablo en el camino de Damasco, cegado por la luz de Dios que recibió directamente, no recibió la vista sino por la oración y la imposición de manos de Ananías, o sea por una mediación humana.

      Lutero insulta al Sumo Pontificado llamándolo Anticristo, rechaza el sacerdocio ministerial reemplazándolo por el sacerdocio común de los fieles. El culto de los santos y la fe en su intercesión desaparecen en el protestantismo.

      Si no hay magisterio, si la sola fuente de la revelación es la Sagrada Escritura, leída e interpretada infaliblemente por cualquier cristiano, cada uno entonces reconstituye en su propia regla de fe. Así queda establecido el fundamento de la división del protestantismo en miles de denominaciones diferentes, de ahí no hay más que un paso para llegar al indiferentismo completo.

      Si hoy uno conversa con un protestante  sobre las diferencias de fe entre católicos y protestantes, uno se encuentra siempre con la respuesta estereotipada: “Pero nosotros adoramos todos al mismo Dios”.

      No hay más necesidad de arrodillarse a los pies del sacerdote para obtener por él el perdón de Dios; se pide perdón directamente a Dios. Así el pastor protestante no necesita una ordenación, un poder especial para absolver los pecados; él es simplemente representante de la comunidad cristiana: ciertamente necesita algunos  estudios especiales, pero no la transmisión de un poder especial.

      Con la devastación  de la Iglesia en su misterio y en su ministerio se abolido especialmente la devoción a la Santísima Virgen. Su mediación universal no  tiene lugar en el sistema protestante, como tampoco tiene lugar la intercesión de los otros santos.

      ¿Porqué razón Dios ha querido gobernar el mundo mediante causas segundas, y esto especialmente en el orden sobrenatural? ¿Porqué razón ha querido un magisterio infalible, un ministerio sacerdotal y la intercesión de los santos? La primera razón deriva de nuestra naturaleza humana, la segunda de nuestra naturaleza caída. Dios infinito, invisible y eterno ha querido en su infinita bondad que pudiéramos acercarnos a El por intermedio de sus criaturas finitas, visible y mortales como nosotros. Moisés debió velar su rostros después de haber tenido la visión de Dios sobre el monte Sinaí, ¡Qué difícil nos sería aproximarnos a Dios directamente!

      Desde aquel pecado original, Dios, que es el mejor de los médicos y pedagogos, quiere que nos sometamos a los elementos sensibles para curar las heridas de nuestra alma: quiere que la salvación dependan de algunas gotas de agua, de un poco de aceite, algunas migas de pan o algunas gotas de vino, del acto de ponernos a los pies de un sacerdote, hombre pecador como nosotros, para confesarle nuestros pecados. ¡Qué lección para el hombree y su orgullo! Los protestantes quieren mostrarse fieles a Cristo; sin embargo desechan las instituciones que fundó al precio de su  Sangre, niegan a los que eligió para continuar su obra sobre la tierra. Puesto que no comprenden el principio de analogía, no comprenden al Cristo comunicado y extendido a lo largo del tiempo y el espacio.

      Este cuarto error de Lutero conduce necesariamente a la era de los pentecostales y carismáticos. Entre ellos, cada uno, según creen , recibe directamente el Espíritu Santo, sin mediar una jerarquía, un sacerdocio, ni la intercesión de la Santísima Virgen. Se habla de una nueva era de la Iglesia, que no es sino la aceptación de los principios erróneos de Lutero.

      Sin duda hay una etapa de preparación a esta monstruosa herejía en la introducción  de la común expresión “Pueblo de Dios”: este término se encuentra originariamente en el Antiguo Testamento, para designar al pueblo elegido  con su jerarquía sacerdotal, pero bajo la inspiración del protestantismo toma un sentido democrático e insinúa hoy la negación de la constitución jerárquica de la Iglesia y de su sacerdocio.

      El canon 204 del nuevo Derecho Canónico determina que cada fiel participa directamente de la dignidad sacerdotal, profética y real de Cristo. Es de ahí que va dirigida, en el contexto actual, una negación del sacerdocio ministerial.

      Aún otro error de Lutero, grave en su planteo y  consecuencia: el rechazo de la autoridad papal y sacerdotal provoca para Lutero una necesidad vital de buscar una autoridad extra-eclesiástica si quiere escapar de la anarquía total, anarquía que ha estado muy cerca de instalarse entre sus seguidores. Esta autoridad la encontró en los príncipes y él somete así su secta a los intereses de aquellos.

      Es interesante observar como a lo largo de su historia el protestantismo se ha entregado a la autoridad secular, aún despótica: en 1933 Hitler llegó al poder gracias al voto masivo de los protestantes, mientras que las regiones católicas rechazaron su NSDAP, igualmente el régimen comunista de Alemania del este pudo contar con la colaboración fiel de los pastores protestantes.

CONCLUSIÓN.

C
on sus cuatro “soli” Lutero destruye la moral cristianas, la obra del Espíritu Santo  en las almas y toda la cristiandad.

     La moral cristiana en primer lugar porque sin el libre albedrío toda la moral recibe su golpe de gracias. Tenemos en las mismas palabras de Lutero una muestra del fruto de tales ideas: “Peca fuerte pero cree aun más fuertemente”.

     Los frutos más bellos de la obra del Espíritu Santo en las almas son los santos, que son desdeñados por Lutero, aun cuando conservó inconsecuentemente durante su vida una cierta devoción hacia la Santísima Virgen. A quien rechaza  el sacerdocio se le cierran las fuentes de la gracia: aquel que niega la anta misa se aleja del Señor crucificado y glorificado.

      Finalmente Lutero destruye toda la cristiandad  edificada sobre la cooperación armoniosa entre la libertad y la gracia, entre Dios y el hombre bajo su dependencia. La cristiandad fundada sobre la irrupción de lo eterno en el tiempo, constante en las instituciones que Cristo nos ha dejado en su sangre redentora: el sacramento del matrimonio y la familia, los monasterios, los conventos y seminarios, el sacerdocio y el papado, las escuelas católicas y el  Estado católico en el cual el soberano participa, en virtud de su cargo, de la autoridad de Dios. En su estructura jerárquica, la cristiandad es el reflejo de la corte celestial, una manifestación visible de la Jerusalen del cielo.

      Lutero expresa que el matrimonio es un asunto puramente profano, que los votos religiosos no son de origen divino, sino humano, hasta un abuso grave. Con su levantamiento contra la Iglesia y el emperador, entra en el espíritu revolucionario.


Por nuestra parte nos cuidamos totalmente de juzgar a los protestantes tomados individualmente; cierta cantidad de ellos se encuentran en el error invencible, pero la mayoría han adoptado el indiferentismo. Por amor hacia Nuestro Señor crucificado les pedimos insistentemente reflexionar sobre su miseria voluntaria (que los aleja de la casa del Padre), reintegrarse al único aprisco y al seno del único pastor, a fin de edificar con nosotros, bajo la protección maternal de María y de todos los santos, el reino del Divino Corazón sobre esta tierra y servir sinceramente su Santa Iglesia, edificada por El sobre Pedro.+


Publicado en el suplemento de “Jesus Christus” Nº 30, de la Fraternidad Sacerdotal  San Pío X.