¡¡¡
Mensaje a los jóvenes generosos !!!
Ante un mundo que se derrumba
R, P.
Michel Simoulin
R
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esulta fácil de comprobar hay en día ( y los que viven en
el mundo pueden hacerlo mejor que los sacerdotes) que vivimos en una sociedad
en descomposición muy avanzada. La putrefacción no está lejos. Frente a esta
situación que sería ocioso describir ¿qué es necesario hacer?
Se trata de
reaccionar, no hay duda, pero ¿cómo?
Algunos
piensan que se necesita emprender una lucha política, una lucha social, una
lucha cultural y muchas otras cosas más. Todo ello es muy cierto, pero hay otra
lucha sin la cual todas las demás resultarán inútiles, estériles y condenadas
al fracaso, como lo han sido todas las lucha emprendidas pop los católicos
desde hace dos siglos: la lucha religiosa.
Si hay entre
nuestra juventud un buen contingente de jóvenes generosos, entusiastas,
dispuestos, que lucha en la sociedad en que vive para tratar de restaurar el
reino de Nuestro Señor Jesucristo, resulta doloroso comprobar que haya tan pocos que se decidan a emprender
la única lucha verdaderamente necesaria consagrándose a Dios. Sin el sacerdote
ya no hay Iglesia santa, santificante, ya no existe la fuente de vida en la
sociedad. Son el sacerdote la
Iglesia seguirá muriendo. Sea lo que fuere que hagamos, sea
lo que fuere que haga el laicado más generoso, si el sacerdote no está presente
en el corazón de la sociedad, ésta ha de perecer. Porque esa es la Cristiandad.
La cristiandad
es la sociedad que se organiza alrededor
del sacerdote para beber en la fuente de la vida, y no solamente la fuente de
la vida eterna sino incluso la fuente de vida temporal. Porque el tiempo está
en relación con la eternidad y si la sociedad no está unida a la eternidad,
perecerá. No habrá sociedad cristiana.
Es desolador comprobar que en esta sociedad dominada por el materialismo
y el ansia de placer y posesión haya
tanta cantidad de jóvenes que no se
preocupen de liberarse de todas las concupiscencias del mundo , que no tengan
otro objetivo que el de ahogar en sus almas esa generosidad que existe en cada
uno de nosotros. Todos hemos
recibido el día de nuestro bautismo una
generosidad, una santidad, capaces de salvar al mundo, de salvar nuestras almas
y las sociedades. Pero ¿Qué ha pasado con esta generosidad? Ha sido
precisamente sofocada por el espíritu del mundo, por Satanás y todos sus
súbditos que infestan y dominan a
nuestra sociedad.
RENUNCIAR AL
ESPÍRITU DEL MUNDO
Resulta
afligente, por desgracia, observar que buena parte de nuestra juventud que
asiste a la misa dominical se halla dominada durante el resto de su tiempo por
todos esos deseos de corto alcance, esos deseos del mundo que deberíamos dejar
para aquellos que son los artesanos y
los seguidores de Satanás: es la atracción del dinero, de la comodidad, del
deseo de divertirse, de pasar las noches en fiestas, en competencias y tantas
cosas más, de escuchar música que maree y enloquezca, de ceder a modas
indecentes, de rodearse de aparatos, en una palabra, el deseo de ‘juerga’. Si,
por desgracia hay toda una parte de nuestra juventud que se dice católica y
tradicionalista y que está dominada por esa sed de gozar, de divertirse.
Mientras tanto
¿qué sucede? Pues bien, nuestras sociedades siguen pudriéndose y, por el contrario,
esa juventud debería luchar para salvarlas. En cambio una parte de nuestra
juventud se alimenta de jirones de esa sociedad en descomposición, una juventud
que se sacia finalmente con una especie de carroña moral, de carroña espiritual
¡Es espantoso! La sociedad sigue pudriéndose
y Nuestro señor Jesucristo sigue agonizando y muriendo en la Cruz , solo, sin suficiente
juventud, sin suficientes sacerdotes para ayudar a acabar la obra de la Redención que Él inició
en la Cruz , en
el Calvario. Si: Cristo necesita hombres que salven a otros hombres; pero los
hombres no quieren acudir a Él. Por supuesto hay algunos todavía y tenemos una
muestra ante nuestros ojos; hay algunos ¿cuántos son?
Si consideramos
solamente los seminarios de lengua francesa de Flavigny y Ecône tenemos en la
actualidad unos cien seminaristas. Cien seminaristas que provienen de todas partes del mundo. En los seminarios de
Ridgefield (EEUU), Zaotkofen (Alemania), de la
Santa Cruz (Australia) y La Reja (Argentina) hay otros
cien seminaristas de la Fraternidad San
Pío X. Pero ¿qué son doscientos seminaristas cuando se necesitan diez veces
más? Lo que hemos venido a pedir es la generosidad de consagrarse a Él, de entregarse, de dedicarle toda la vida,
toda la existencia- ¿Podría esperarse
algo más grande , más bello? Cuando se tienen quince o veinte años se tiene el
corazón pleno de ambición, de entusiasmo. Se tienen deseos de hacer cosas
grandes y bellas. Entonces ¿Porqué
reducirse a ambiciones humanas? Una buena situación, un buen pasar ¿de qué
sirve? De nada. Tal vez sirva para perder el alma si Cristo nos hubiera llamado
a otro destino.
SEÑOR ¿QUÉ QUERÉIS
QUE HAGA?
Porque todos,
el día de nuestro bautismo, quedamos marcados para una misión. Eso es la
vocación. Cristo nos ha elegido para un estado de vida. Algunos han sido
elegidos para consagrarse a su servicio en el vínculo del matrimonio, para
formar una familia cristiana, una familia santa para servir a la sociedad; por
supuesto es algo necesario. Pero a muchos
los ha marcado para servirle en la Santa Iglesia Católica, en la
vida religiosa o en la vida sacerdotal. ¿Cómo es que la situación se revierte?
¿Porqué esos jóvenes carecen de generosidad? ¿Porque se dejan aprisionar por el
materialismo ambiente? Cristo ya no logra hoy hacerse oír porque se escuchan
demasiado las sirenas del mundo. Por
tanto es necesario que nuestra juventud aprenda a apagar su televisión, su
radio, su equipo de alta fidelidad o no sé qué más, todos esos instrumentos
satánicos, para ponerse de rodillas y escuchar la voz de Cristo : “Señor ¿qué
queréis que haga? He aquí una pregunta que debe hacerse al Señor. Atención: la
cuestión es grave e importante; implica la salvación de nuestra alma y también
la salvación de muchos de nosotros.
Cuando un joven
llega a la edad de las grandes
decisiones, y en la que debe elegir estado, antes de cualquier otro asunto,
antes de preguntarse qué estudios cursará, cuál será su situación futura, la
primera pregunta que deberá plantear, de rodillas al pié de la Cruz , al pié del tabernáculo
es: “Señor, ¿qué queréis que haga?” ¿Acaso nunca será llamada a lo más alto, al
servicio supremo? He aquí una obligación. Insisto en ello. Un joven que no se haya planteado esa pregunta arriesga su salvación
eterna-. Es menester formularse la
pregunta con libertad, indudablemente, para responder: “Bueno, no, tal vez no estoy
llamado a ese servicio supremo”. Pero ante todo hay que plantearse la pregunta
y lo que resulta importante es acallar
la música, acallar todas las sirenas del mundo para poder oír la respuesta de
Dios. Luego, y de acuerdo con esta
respuesta tomar con toda seguridad la decisión que importe asumir, ya sea
iniciar estudios para lograr una situación social que corresponda a su vocación
en la sociedad, ya sea dirigirse a un sacerdote y preguntarle: “Bueno, creo que
debo consagrarme a Dios; por tanto ¿qué debo hacer ahora?” He aquí lo
necesario, la obligación.
Algunos creen
que para ser sacerdote se precisa tener dotes extraordinarias. Si, es verdad,
para ser sacerdote no hay que ser tonto, es preciso tener ciertas cualidades
intelectuales y humanas. Pero todo eso, en último término, poco importa al lado
de otras cosas.
AMOR PROFUNDO A
CRISTO
Lo único que tiene real importancia para un sacerdote es
el amor a Cristo. Si tenéis en el corazón verdadero amor a Cristo Nuestro
Señor, os digo:”Si, tenéis grandes posibilidades de ser llamados al
sacerdocio”. ^Pero un amor a Cristo, de ser realmente profundo, implica un amor
que 4es casi una angustia ante tantos sufrimientos, ante tanta sangre, ante
tantas lágrimas vertidas en la
Pasión , ante la
Cruz , ante tanta sangre que queda estéril, que queda inútil;
un amor que no soporte que Cristo está sólo en su agonía, sólo en su
sufrimiento; un amor a Cristo que no lleva a unirnos a Él para hacerle
compañía, para hacer con Él lo mismo que Él ha hecho; vale decir, enseñar la
verdad, predicar la verdad a las almas, darles la vida mediante la
administración de los sacramentos y llevarlos, como el Buen Pastor hacia los
caminos de la eternidad, hacia las praderas eternas. Eso es el sacerdote.
Pero la
condición más importante no es realmente una condición: es una virtud que viene
de Dios. El amor a Dios es la caridad. Aquel que siente ese amor verdadero, ese
amor profundo a Cristo, ese tal tendrá por consiguiente todas las otras
condiciones para llevar una vida sacerdotal normal, buena, fértil, fecunda,
fructífera para siempre. Porque aquel que experimente ese amor tendrá deseos de
profundizar en conocimiento de Cristo, penetrará el misterio, misterio de
Cristo crucificado, lo alcanzará a impulso de ese amor a Nuestro Redentor.
Penetrará el misterio de Nuestro Señor, el misterio de Jesús crucificado tal
como dice San Pablo que había que conocerlo: ”No he venido sino a predicaros a Cristo, y Cristo crucificado”. He aquí al
sacerdote, es el hombre de Cristo, el hombre que no sabe hablar más que de
Jesucristo y la Cruz
porque ese es el lenguaje más sublime del amor de Dios para con los hombres.
¿De qué manera más bella habernos dicho Dios que nos ama, sino enviando a Su
Hijo a morir en la Cruz ?
He ahí al sacerdote: amor a Cristo, profundo conocimiento de Cristo y vida de unión, de amistad con
Cristo; de amistad con Cristo que ha de permitir a Nuestro Señor comunicarnos
su virtud. La virtud sacerdotal, necesaria al sacerdote, le vendrá precisamente
por ese amor a Nuestro Señor. Porque lo ama aprenderá a conocerlo. Habrá de
profundizar su misterio, vivirá en unión con Él, en amistad con Él. Poco a poco
en esa amistad Cristo habrá de comunicarle todo lo que necesita para luego
conmover las almas y decidirlas a convertirse, a encaminarse a la eternidad, en
lugar de emprender el sendero del mundo, como lo hacen todos los demás que se
dirigen hacia el camino del infierno.
Eso es lo que
hoy venimos a recordaros. Ese es el llamado a todos los jóvenes para que se
examinen. Examinaos delante de Dios, delante de Cristo, delante de la Cruz. Dejad de pensar
en todas esas tonterías con las cuales el mundo pretende ahogar en vuestras
almas la voz de la Gracia ,
la voz de Cristo. Escuchadle. Planteadle sencillamente esta pregunta: “Señor,
¿qué queréis que haga? Puesto que soy católico, puesto que soy tradicionalista,
puesto que quiero en consecuencia restaurar la sociedad cristiana ¿acaso mi
papel en esa lucha no es el de ser sacerdote? Y ¿porqué no? No es algo tan
difícil. Simplemente hay que amar a Cristo.
¡Que cada uno
de vosotros se plantee la pregunta!
Resulta
lamentable que San Nicolás de Chardonnet provea una buena cantidad de
vocaciones religiosas entre las mujeres pero mucho menos entre los varones.
¿Porqué ocurre eso? ¿Acaso los varones habrán de dejarse vencer por el llamado
sexo débil? No es nada normal. Sería bueno que los jóvenes se despertaran.
Deberíamos no tener lugar para alojarlos, nuestros seminarios deberían
desbordar; hay todavía mucho lugar en nuestros seminarios. Pues bien, planteada
la cuestión y si creéis que la respuesta será más bien favorable, examinadla
con un sacerdote. Pero sea como fuere –y ahí reside tal vez lo más importante-
no temáis en un principio plantearos la pregunta. Que todos, ya seamos padres,
personas jóvenes o de edad, hombres o mujeres, muchachos o muchachas, unamos
nuestras oraciones por el clero, por los sacerdotes. No temáis rezar por los
sacerdotes. Sería bueno que en esta época en que se suele criticarlos, recemos
por ellos. Naturalmente los sacerdotes tienen defectos, pero os daría un
pequeño consejo: cada vez que tengáis la tentación de criticar a un sacerdote,
antes de hacerlo, rezad por él.
EL SACERDOTE,
DEPOSITARIO DE LA AUTORIDAD DE
CRISTO
Hoy en día ya no se sabe lo que es un sacerdote. Se lo
ataca de todas partes, en la
Iglesia de forma general y en la sociedad, diré que en este
lugar es algo normal; ¡pero en la
Iglesia !...¡Cuántos de entre nosotros atacan a los
sacerdotes! A toda costa se trata de disminuir la autoridad y los poderes para
reducirlos y ponerlos a su merced. Quiere hacerse del sacerdote un lacayo, un
mucamo que espera en el confesionario o que aguarda al pie del altar y que no
tiene derecho a abrir la boca. Pero el sacerdote es depositario de la autoridad
de Cristo. ¿Quién en la
Iglesia es depositario del Evangelio si no es el sacerdote?
¿Cómo se puede minimizar nada menos que el papel, la autoridad del sacerdote
queriendo prohibirle abrir la boca para enseñar a los fieles?
El sacerdote
es el hombre del Evangelio, el hombre de la palabra de Dios: el sacerdote es el
Buen Pastor. ¿Y que hace el Buen Pastor sino ante todo dar a las almas la palabra de Dios? Si el sacerdote no lo
hace nadie más lo hará. Nadie puede hacer lo que él hace. Si, el poder del sacerdote es inmenso. No se
limita sólo a dar la absolución, a distribuir la comunión o a celebrar el Santo
Sacrificio de la Misa. El
sacerdote que es una autoridad en el orden de las cosas divinas, se halla
encargado de dirigir a la multitud en las cosas de Dios y de conducirla hacia
las praderas eternas. Por lo tanto el sacerdote tiene autoridad sobre los
fieles; hay que reconocerle esa autoridad. Atención: el que combate la autoridad del
sacerdote combate de hecho a Cristo Rey. Si, porque Cristo es soberano y
sacerdote eterno pero asimismo por su unión con la divinidad es Rey. Es
sacerdote y Rey de la misma manera. Pues bien, nosotros los sacerdotes somos pobres
sacerdotes, seguramente, pero asimismo reyes de las almas: no para cualquier
cosa sino para conducirlas por la senda de la santidad. El sacerdote debe poder
decir, y así hay que exigírselo, de
manera análoga lo que Nuestro Señor decía a los fariseos: “Yo soy el camino, la Verdad y la vida y los que
me sigan llegarán a la bienaventuranza del reino eterno, los que se nieguen a
seguirme no podrán alcanzar el Reino de los cielos”.
Así pues
resulta importante hoy en día, ante todo
y entre nosotros –no hablemos de lo que pasa en otros lugares donde se han
rebajado el sacerdote al papel de animador- considerar la función del sacerdote
en toda su realidad.
Si el
sacerdote debe ser solamente un animador, no me interesa. No es necesario hacer
tantos sacrificios, tantos renunciamientos como los que acepta el sacerdote si
se hacen sólo para animar la asamblea del pueblo. No, si el sacerdote renuncia a tantas cosas es
precisamente para ser capaz de recibir
el poder de hacer algo superior a lo que puede hacer un hombre , un Rey, un
presidente muy poderoso. Sí, el sacerdote tiene un poder infinitamente superior
al de todos los dirigentes de las grandes naciones. Se trata de restaurar entre
nosotros la idea del sacerdocio y de todo el poder sacerdotal. Esto es muy
importante: reconsiderar qué es un sacerdote.
Rezad por
vuestro sacerdotes para que se santifiquen, para que sean cada vez más santos
para conduciros por los caminos de la eternidad .Rezad por nuestros jóvenes seminaristas que se preparan para la
lucha, porque es una lucha ser sacerdotes hoy en día; para que sean sacerdotes
santos .Rezad por los sacerdotes que se
encargan de prepararlos, para que ellos sepan actuar digna y santamente.
También rezad por los jóvenes, por todos nuestros jóvenes , para que tengan la
sencillez, la lealtad, la franqueza, en una palabra , la honestidad de formularse la pregunta que quizás decida si
eternidad, que en todo caso decidirá su vida y tal vez el porvenir de nuestro
país, de nuestra sociedad.
¡Que sepan hoy
plantearse esa pregunta decisiva!
Rezad muy
especialmente a Nuestra Señora Reina del Cielo . Rogadle por nuestros
sacerdotes, por nuestros jóvenes , por las vocaciones para que la tradición ,
la tradición sacerdotal, recobre cada vez más su lugar en la iglesia, para
restaurar la santidad en la vida de la iglesia y, por ese medio, la santidad de
nuestra sociedad.
R.P.
Michel Simoulin
En Fideliter, Julio-agosto de 1992
¡¡¡
Señor, danos muchos y santos sacerdotes !!!