viernes, 14 de agosto de 2015

¡¡¡ Mensaje a los jóvenes generosos !!!

Ante un mundo que se derrumba
R,  P.  Michel  Simoulin
R
esulta fácil de comprobar hay en día ( y los que viven en el mundo pueden hacerlo mejor que los sacerdotes) que vivimos en una sociedad en descomposición muy avanzada. La putrefacción no está lejos. Frente a esta situación que sería ocioso describir ¿qué es necesario hacer?
      Se trata de reaccionar, no hay duda, pero ¿cómo?
      Algunos piensan que se necesita emprender una lucha política, una lucha social, una lucha cultural y muchas otras cosas más. Todo ello es muy cierto, pero hay otra lucha sin la cual todas las demás resultarán inútiles, estériles y condenadas al fracaso, como lo han sido todas las lucha emprendidas pop los católicos desde hace dos siglos: la lucha religiosa.
      Si hay entre nuestra juventud un buen contingente de jóvenes generosos, entusiastas, dispuestos, que lucha en la sociedad en que vive para tratar de restaurar el reino de Nuestro Señor Jesucristo, resulta doloroso comprobar  que haya tan pocos que se decidan a emprender la única lucha verdaderamente necesaria consagrándose a Dios. Sin el sacerdote ya no hay Iglesia santa, santificante, ya no existe la fuente de vida en la sociedad. Son el sacerdote la Iglesia seguirá muriendo. Sea lo que fuere que hagamos, sea lo que fuere que haga el laicado más generoso, si el sacerdote no está presente en el corazón de la sociedad, ésta ha de perecer. Porque esa es la Cristiandad.
      La cristiandad es la  sociedad que se organiza alrededor del sacerdote para beber en la fuente de la vida, y no solamente la fuente de la vida eterna sino incluso la fuente de vida temporal. Porque el tiempo está en relación con la eternidad y si la sociedad no está unida a la eternidad, perecerá. No habrá sociedad cristiana.  Es desolador comprobar que en esta sociedad dominada por el materialismo y el ansia de placer y posesión haya tanta cantidad de jóvenes  que no se preocupen de liberarse de todas las concupiscencias del mundo , que no tengan otro objetivo que el de ahogar en sus almas esa generosidad que existe en cada uno de nosotros.  Todos hemos recibido el día de nuestro  bautismo una generosidad, una santidad, capaces de salvar al mundo, de salvar nuestras almas y las sociedades. Pero ¿Qué ha pasado con esta generosidad? Ha sido precisamente sofocada por el espíritu del mundo, por Satanás y todos sus súbditos que infestan y dominan  a nuestra sociedad.



RENUNCIAR AL ESPÍRITU DEL MUNDO
      Resulta afligente, por desgracia, observar que buena parte de nuestra juventud que asiste a la misa dominical se halla dominada durante el resto de su tiempo por todos esos deseos de corto alcance, esos deseos del mundo que deberíamos dejar para aquellos que son los  artesanos y los seguidores de Satanás: es la atracción del dinero, de la comodidad, del deseo de divertirse, de pasar las noches en fiestas, en competencias y tantas cosas más, de escuchar música que maree y enloquezca, de ceder a modas indecentes, de rodearse de aparatos, en una palabra, el deseo de ‘juerga’. Si, por desgracia hay toda una parte de nuestra juventud que se dice católica y tradicionalista y que está dominada por esa sed de gozar, de divertirse.
      Mientras tanto ¿qué sucede? Pues bien, nuestras sociedades siguen pudriéndose y, por el contrario, esa juventud debería luchar para salvarlas. En cambio una parte de nuestra juventud se alimenta de jirones de esa sociedad en descomposición, una juventud que se sacia finalmente con una especie de carroña moral, de carroña espiritual ¡Es espantoso! La sociedad sigue pudriéndose  y Nuestro señor Jesucristo sigue agonizando y muriendo en la Cruz, solo, sin suficiente juventud, sin suficientes sacerdotes para ayudar a acabar la obra de la Redención que Él inició en la Cruz, en el Calvario. Si: Cristo necesita hombres que salven a otros hombres; pero los hombres no quieren acudir a Él. Por supuesto hay algunos todavía y tenemos una muestra ante nuestros ojos; hay algunos ¿cuántos son?
      Si consideramos solamente los seminarios de lengua francesa de Flavigny y Ecône tenemos en la actualidad unos cien seminaristas. Cien seminaristas que provienen de  todas partes del mundo. En los seminarios de Ridgefield (EEUU), Zaotkofen (Alemania), de la Santa Cruz (Australia) y La Reja (Argentina) hay otros cien seminaristas de la Fraternidad San Pío X. Pero ¿qué son doscientos seminaristas cuando se necesitan diez veces más? Lo que hemos venido a pedir es la generosidad de consagrarse a  Él, de entregarse, de dedicarle toda la vida, toda la existencia-  ¿Podría esperarse algo más grande , más bello? Cuando se tienen quince o veinte años se tiene el corazón pleno de ambición, de entusiasmo. Se tienen deseos de hacer cosas grandes y bellas.  Entonces ¿Porqué reducirse a ambiciones humanas? Una buena situación, un buen pasar ¿de qué sirve? De nada. Tal vez sirva para perder el alma si Cristo nos hubiera llamado a otro destino.

SEÑOR ¿QUÉ QUERÉIS QUE HAGA?
      Porque todos, el día de nuestro bautismo, quedamos marcados para una misión. Eso es la vocación. Cristo nos ha elegido para un estado de vida. Algunos han sido elegidos para consagrarse a su servicio en el vínculo del matrimonio, para formar una familia cristiana, una familia santa para servir a la sociedad; por supuesto es algo necesario. Pero a muchos  los ha marcado para servirle en la Santa Iglesia Católica, en la vida religiosa o en la vida sacerdotal. ¿Cómo es que la situación se revierte? ¿Porqué esos jóvenes carecen de generosidad? ¿Porque se dejan aprisionar por el materialismo ambiente? Cristo ya no logra hoy hacerse oír porque se escuchan demasiado las sirenas del mundo.  Por tanto es necesario que nuestra juventud aprenda a apagar su televisión, su radio, su equipo de alta fidelidad o no sé qué más, todos esos instrumentos satánicos, para ponerse de rodillas y escuchar la voz de Cristo : “Señor ¿qué queréis que haga? He aquí una pregunta que debe hacerse al Señor. Atención: la cuestión es grave e importante; implica la salvación de nuestra alma y también la salvación de muchos de nosotros.
      Cuando un joven llega a la  edad de las grandes decisiones, y en la que debe elegir estado, antes de cualquier otro asunto, antes de preguntarse qué estudios cursará, cuál será su situación futura, la primera pregunta que deberá plantear, de rodillas al pié de la Cruz, al pié del tabernáculo es: “Señor, ¿qué queréis que haga?” ¿Acaso nunca será llamada a lo más alto, al servicio supremo? He aquí una obligación. Insisto en ello. Un joven que no se haya planteado esa pregunta arriesga su salvación eterna-. Es menester  formularse la pregunta con libertad, indudablemente, para  responder: “Bueno, no, tal vez no estoy llamado a ese servicio supremo”. Pero ante todo hay que plantearse la pregunta y  lo que resulta importante es acallar la música, acallar todas las sirenas del mundo para poder oír la respuesta de Dios.  Luego, y de acuerdo con esta respuesta tomar con toda seguridad la decisión que importe asumir, ya sea iniciar estudios para lograr una situación social que corresponda a su vocación en la sociedad, ya sea dirigirse a un sacerdote y preguntarle: “Bueno, creo que debo consagrarme a Dios; por tanto ¿qué debo hacer ahora?” He aquí lo necesario, la obligación.
      Algunos creen que para ser sacerdote se precisa tener dotes extraordinarias. Si, es verdad, para ser sacerdote no hay que ser tonto, es preciso tener ciertas cualidades intelectuales y humanas. Pero todo eso, en último término, poco importa al lado de otras cosas.

AMOR PROFUNDO A CRISTO
Lo único que tiene real importancia para un sacerdote es el amor a Cristo. Si tenéis en el corazón verdadero amor a Cristo Nuestro Señor, os digo:”Si, tenéis grandes posibilidades de ser llamados al sacerdocio”. ^Pero un amor a Cristo, de ser realmente profundo, implica un amor que 4es casi una angustia ante tantos sufrimientos, ante tanta sangre, ante tantas lágrimas vertidas en la Pasión, ante la Cruz, ante tanta sangre que queda estéril, que queda inútil; un amor que no soporte que Cristo está sólo en su agonía, sólo en su sufrimiento; un amor a Cristo que no lleva a unirnos a Él para hacerle compañía, para hacer con Él lo mismo que Él ha hecho; vale decir, enseñar la verdad, predicar la verdad a las almas, darles la vida mediante la administración de los sacramentos y llevarlos, como el Buen Pastor hacia los caminos de la eternidad, hacia las praderas eternas. Eso es el sacerdote.
      Pero la condición más importante no es realmente una condición: es una virtud que viene de Dios. El amor a Dios es la caridad. Aquel que siente ese amor verdadero, ese amor profundo a Cristo, ese tal tendrá por consiguiente todas las otras condiciones para llevar una vida sacerdotal normal, buena, fértil, fecunda, fructífera para siempre. Porque aquel que experimente ese amor tendrá deseos de profundizar en conocimiento de Cristo, penetrará el misterio, misterio de Cristo crucificado, lo alcanzará a impulso de ese amor a Nuestro Redentor. Penetrará el misterio de Nuestro Señor, el misterio de Jesús crucificado tal como dice San Pablo que había que conocerlo: ”No he venido sino a predicaros  a Cristo, y Cristo crucificado”. He aquí al sacerdote, es el hombre de Cristo, el hombre que no sabe hablar más que de Jesucristo y la Cruz porque ese es el lenguaje más sublime del amor de Dios para con los hombres. ¿De qué manera más bella habernos dicho Dios que nos ama, sino enviando a Su Hijo a morir en la Cruz? He ahí al sacerdote: amor a Cristo, profundo conocimiento de  Cristo y vida de unión, de amistad con Cristo; de amistad con Cristo que ha de permitir a Nuestro Señor comunicarnos su virtud. La virtud sacerdotal, necesaria al sacerdote, le vendrá precisamente por ese amor a Nuestro Señor. Porque lo ama aprenderá a conocerlo. Habrá de profundizar su misterio, vivirá en unión con Él, en amistad con Él. Poco a poco en esa amistad Cristo habrá de comunicarle todo lo que necesita para luego conmover las almas y decidirlas a convertirse, a encaminarse a la eternidad, en lugar de emprender el sendero del mundo, como lo hacen todos los demás que se dirigen hacia el camino del infierno.
      Eso es lo que hoy venimos a recordaros. Ese es el llamado a todos los jóvenes para que se examinen. Examinaos delante de Dios, delante de Cristo, delante de la Cruz. Dejad de pensar en todas esas tonterías con las cuales el mundo pretende ahogar en vuestras almas la voz de la Gracia, la voz de Cristo. Escuchadle. Planteadle sencillamente esta pregunta: “Señor, ¿qué queréis que haga? Puesto que soy católico, puesto que soy tradicionalista, puesto que quiero en consecuencia restaurar la sociedad cristiana ¿acaso mi papel en esa lucha no es el de ser sacerdote? Y ¿porqué no? No es algo tan difícil. Simplemente hay que amar a Cristo.
      ¡Que cada uno de vosotros se plantee la pregunta!
      Resulta lamentable que San Nicolás de Chardonnet provea una buena cantidad de vocaciones religiosas entre las mujeres pero mucho menos entre los varones. ¿Porqué ocurre eso? ¿Acaso los varones habrán de dejarse vencer por el llamado sexo débil? No es nada normal. Sería bueno que los jóvenes se despertaran. Deberíamos no tener lugar para alojarlos, nuestros seminarios deberían desbordar; hay todavía mucho lugar en nuestros seminarios. Pues bien, planteada la cuestión y si creéis que la respuesta será más bien favorable, examinadla con un sacerdote. Pero sea como fuere –y ahí reside tal vez lo más importante- no temáis en un principio plantearos la pregunta. Que todos, ya seamos padres, personas jóvenes o de edad, hombres o mujeres, muchachos o muchachas, unamos nuestras oraciones por el clero, por los sacerdotes. No temáis rezar por los sacerdotes. Sería bueno que en esta época en que se suele criticarlos, recemos por ellos. Naturalmente los sacerdotes tienen defectos, pero os daría un pequeño consejo: cada vez que tengáis la tentación de criticar a un sacerdote, antes de hacerlo, rezad por él.

EL SACERDOTE, DEPOSITARIO DE LA AUTORIDAD DE CRISTO
Hoy en día ya no se sabe lo que es un sacerdote. Se lo ataca de todas partes, en la Iglesia de forma general y en la sociedad, diré que en este lugar es algo normal; ¡pero en la Iglesia!...¡Cuántos de entre nosotros atacan a los sacerdotes! A toda costa se trata de disminuir la autoridad y los poderes para reducirlos y ponerlos a su merced. Quiere hacerse del sacerdote un lacayo, un mucamo que espera en el confesionario o que aguarda al pie del altar y que no tiene derecho a abrir la boca. Pero el sacerdote es depositario de la autoridad de Cristo. ¿Quién en la Iglesia es depositario del Evangelio si no es el sacerdote? ¿Cómo se puede minimizar nada menos que el papel, la autoridad del sacerdote queriendo prohibirle abrir la boca para enseñar a los fieles?
      El sacerdote es el hombre del Evangelio, el hombre de la palabra de Dios: el sacerdote es el Buen Pastor. ¿Y que hace el Buen Pastor sino ante todo dar a las almas  la palabra de Dios? Si el sacerdote no lo hace nadie más lo hará. Nadie puede hacer lo que él hace.  Si, el poder del sacerdote es inmenso. No se limita sólo a dar la absolución, a distribuir la comunión o a celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. El sacerdote que es una autoridad en el orden de las cosas divinas, se halla encargado de dirigir a la multitud en las cosas de Dios y de conducirla hacia las praderas eternas. Por lo tanto el sacerdote tiene autoridad sobre los fieles; hay que reconocerle esa autoridad.  Atención: el que combate la autoridad del sacerdote combate de hecho a Cristo Rey. Si, porque Cristo es soberano y sacerdote eterno pero asimismo por su unión con la divinidad es Rey. Es sacerdote y Rey de la misma manera. Pues bien, nosotros los sacerdotes somos pobres sacerdotes, seguramente, pero asimismo reyes de las almas: no para cualquier cosa sino para conducirlas por la senda de la santidad. El sacerdote debe poder decir, y así hay que  exigírselo, de manera análoga lo que Nuestro Señor decía a los fariseos: “Yo soy el camino, la Verdad y la vida y los que me sigan llegarán a la bienaventuranza del reino eterno, los que se nieguen a seguirme no podrán alcanzar el Reino de los cielos”.
      Así pues resulta importante  hoy en día, ante todo y entre nosotros –no hablemos de lo que pasa en otros lugares donde se han rebajado el sacerdote al papel de animador- considerar la función del sacerdote en toda su realidad.
      Si el sacerdote debe ser solamente un animador, no me interesa. No es necesario hacer tantos sacrificios, tantos renunciamientos como los que acepta el sacerdote si se hacen sólo para animar la asamblea del pueblo. No, si  el sacerdote renuncia a tantas cosas es precisamente para ser capaz  de recibir el poder de hacer algo superior a lo que puede hacer un hombre , un Rey, un presidente muy poderoso. Sí, el sacerdote tiene un poder infinitamente superior al de todos los dirigentes de las grandes naciones. Se trata de restaurar entre nosotros la idea del sacerdocio y de todo el poder sacerdotal. Esto es muy importante: reconsiderar qué es un sacerdote.
      Rezad por vuestro sacerdotes para que se santifiquen, para que sean cada vez más santos para conduciros por los caminos de la eternidad .Rezad por nuestros  jóvenes seminaristas que se preparan para la lucha, porque es una lucha ser sacerdotes hoy en día; para que sean sacerdotes santos .Rezad por  los sacerdotes que se encargan de prepararlos, para que ellos sepan actuar digna y santamente. También rezad por los jóvenes, por todos nuestros jóvenes , para que tengan la sencillez, la lealtad, la franqueza, en una palabra , la honestidad de formularse la pregunta que quizás decida si eternidad, que en todo caso decidirá su vida y tal vez el porvenir de nuestro país, de nuestra sociedad.
     ¡Que sepan hoy plantearse esa pregunta decisiva!
    Rezad muy especialmente a Nuestra Señora Reina del Cielo . Rogadle por nuestros sacerdotes, por nuestros jóvenes , por las vocaciones para que la tradición , la tradición sacerdotal, recobre cada vez más su lugar en la iglesia, para restaurar la santidad en la vida de la iglesia y, por ese medio, la santidad de nuestra sociedad.

R.P. Michel Simoulin 
En Fideliter, Julio-agosto de 1992                  

¡¡¡ Señor, danos muchos y santos sacerdotes !!!