jueves, 7 de diciembre de 2023

 

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De acuerdo al artículo de “Dinámica Social” (década del ’50) que presento a continuación,  los nacionalistas debemos rescatar de manos del enemigo una bandera que integra el patrimonio político argentino, por ser históricamente nuestra : la Justicia Social.

Las altisonantes y propaladas menciones a una falsa y  perversa  Justicia Social de características liberales y marxistas, programada por el mismo Régimen, fueron aplicadas inmisericordemente contra el gaucho, su familia y su Patria,  arrojándolo en la injusticia social extrema: --pobreza, miseria e indignidad -. Desde entonces se aplica exhaustivamente contra los más necesitados e impotentes, perfeccionada y solapada, para beneficio del imperialismo.                                                                                                                                                                                                                

Luego, el autor destaca el repudio al espíritu “rivadaviano”, actualmente tan en boga entre la “clase” dirigente, que busca en el extranjero soluciones a los problemas argentinos, como justificación a los acostumbrados viajes placenteros por Europa,  junto a su parentela ; seguramente también con intenciones nada honestas de provecho personal.

 

HERNÁNDEZ, O  EL  ESCRITOR SOCIAL.

POR LUIS SOLER CAÑÁS.

“El caso de José Hernández es expresivo de una literatura nacional donde la preocupación social se une al arte de escribir. Él mismo decía que “cantaba opinando”. Las líneas que siguen no hacen otra cosa que actualizar tan vivo problema”.                (Dinámica Social).

Se ha publicado una nueva edición de la “Instrucción del Estanciero”, un libro en que el formidable autodidacta que fue José Hernández, volcó toda su sapiencia en lo referente a las labores del campo, escribiendo una obra de interés primordialmente técnico, pero que, conociendo como era don José Hernández resultaba difícil que se quedara trancada en el mero tecnicismo. El autor de “Martín Fierro” escribió “su instrucción” para demostrar a los gobernantes de la época que, para aleccionar a sus compatriotas acerca de la mejor manera de hacer rendir un establecimiento de campo dedicado a la cría de ganado vacuno, lanar y caballar, no era necesario realizar un viaje de estudio por todo el mundo, como se lo proponían, ni gastar en ello sumas monumentales que podían emplearse con eficacia en otros menesteres.

Desde luego, el esfuerzo de Hernández fue menospreciado por el mismo gobierno que le ofreciera la “bolada” de viajar con todo fausto alrededor del mundo: no se suscribió ni con un solo ejemplar. También su “Martín Fierro” fue despreciado por los cultos literatos de la época y le costó mucho, le cuesta todavía, el reconocimiento de su valor por parte de ciertos sectores de la intelectualidad argentina.

El pueblo, en cambio, supo acertar de entrada; el instinto popular supo encontrar en el poema lo que su autor quería expresamente que encontrara. Los exquisitos no pecaron tal vez por ignorancia, por falta de comprensión, sino por otra cosa: quizá por entender excesivamente la intención de Hernández, por comprender demasiado cabalmente lo que ese criollo quería significar, denunciar, hacer conocer: lo que había de rebeldía, de clamor contra la injusticia, de alzamiento contra una política funesta para el porvenir del país.                                                                                                                                    

El silencio oficial, la negativa de las clases cultas, fueron cosas absolutamente naturales. Sólo hoy, superado el lapso en que una nube de filólogos, eruditos, gramáticos y literatos se aplicaron al examen científico y poético de “Martín Fierro”, comienza a cundir la necesidad de interpretarlo con un sentido social y político determinado.

Otra cosa que debió reventar a los contemporáneos de Hernández, especialmente a los que alardeaban de cultura, intelectualidad y maneras exquisitas, como tiene forzosamente que fastidiar  a  sus herederos espirituales de hoy, es que el autor el “Martín Fierro” configuró uno de los raros ejemplos de esa especie singularísima en la cual se reúnen el poeta, el escritor, el intelectual y el hombre de acción, el soldado de una causa y de una conducta.

Hernández armonizó admirablemente en su ser al hombre de pensamiento y de ideales con el hombre de conducta adecuada y dirigida al logro y defensa de ese pensamiento y esos ideales. No basta, --y eso lo decimos a propósito de más de uno de sus contemporáneos— escribir y ceñir la espada para considerarse como espejo del intelectual militante para quien todo, pluma y espada, toga y fueros parlamentarios, constituyen múltiples caminos hacia la sola Roma del ideal por el que se combate.

En Hernández, la acción y la literatura se complementan en una sola cosa, y así, el autor del  “ Martín Fierro  ” prefigura admirablemente en nuestra historia intelectual al escritor social, al artista que sirve con su arte, así que funda en uno solo los conceptos de utilidad y de belleza. Lo certifican acabadamente su “Martín Fierro”, poema filosamente social, y   la  “ Instrucción del Estanciero”, cuya técnica puede haber sido superada, pero cuyo mensaje y cuyo espíritu de exaltación y defensa de los argentinos, de los parias, de los humildes, no ha muerto ni morirá.+

 

 

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