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De acuerdo al artículo de
“Dinámica Social” (década del ’50) que presento a continuación, los nacionalistas debemos rescatar de manos
del enemigo una bandera que integra el patrimonio político argentino, por ser
históricamente nuestra : la Justicia Social.
Las altisonantes y
propaladas menciones a una falsa y perversa Justicia Social de características liberales y
marxistas, programada por el mismo Régimen, fueron aplicadas inmisericordemente
contra el gaucho, su familia y su Patria, arrojándolo en la injusticia social extrema:
--pobreza, miseria e indignidad -. Desde entonces se aplica exhaustivamente
contra los más necesitados e impotentes, perfeccionada y solapada, para beneficio
del imperialismo.
Luego, el autor destaca
el repudio al espíritu “rivadaviano”, actualmente tan en boga entre la “clase”
dirigente, que busca en el extranjero soluciones a los problemas argentinos, como
justificación a los acostumbrados viajes placenteros por Europa, junto a su parentela ; seguramente también con
intenciones nada honestas de provecho personal.
HERNÁNDEZ, O EL ESCRITOR
SOCIAL.
POR LUIS SOLER CAÑÁS.
“El caso de José Hernández es expresivo de una literatura
nacional donde la preocupación social se une al arte de escribir. Él mismo
decía que “cantaba opinando”. Las líneas que siguen no hacen otra cosa que
actualizar tan vivo problema”. (Dinámica Social).
Se ha publicado una nueva edición de la “Instrucción del Estanciero”, un
libro en que el formidable autodidacta que fue José Hernández, volcó toda su
sapiencia en lo referente a las labores del campo, escribiendo una obra de
interés primordialmente técnico, pero que, conociendo como era don José
Hernández resultaba difícil que se quedara trancada en el mero tecnicismo. El
autor de “Martín Fierro” escribió “su instrucción” para demostrar a los
gobernantes de la época que, para aleccionar a sus compatriotas acerca de la
mejor manera de hacer rendir un establecimiento de campo dedicado a la cría de
ganado vacuno, lanar y caballar, no era necesario realizar un viaje de estudio
por todo el mundo, como se lo proponían, ni gastar en ello sumas monumentales
que podían emplearse con eficacia en otros menesteres.
Desde luego, el esfuerzo de Hernández fue menospreciado por el mismo
gobierno que le ofreciera la “bolada” de viajar con todo fausto alrededor del
mundo: no se suscribió ni con un solo ejemplar. También su “Martín Fierro” fue
despreciado por los cultos literatos de la época y le costó mucho, le cuesta
todavía, el reconocimiento de su valor por parte de ciertos sectores de la
intelectualidad argentina.
El pueblo, en cambio, supo acertar de entrada; el instinto popular supo encontrar en el poema lo que su autor quería expresamente que encontrara. Los exquisitos no pecaron tal vez por ignorancia, por falta de comprensión, sino por otra cosa: quizá por entender excesivamente la intención de Hernández, por comprender demasiado cabalmente lo que ese criollo quería significar, denunciar, hacer conocer: lo que había de rebeldía, de clamor contra la injusticia, de alzamiento contra una política funesta para el porvenir del país.
El silencio oficial, la negativa de las clases cultas, fueron cosas absolutamente naturales. Sólo hoy, superado el lapso en que una nube de filólogos, eruditos, gramáticos y literatos se aplicaron al examen científico y poético de “Martín Fierro”, comienza a cundir la necesidad de interpretarlo con un sentido social y político determinado.
Otra cosa que debió reventar a los contemporáneos de Hernández,
especialmente a los que alardeaban de cultura, intelectualidad y maneras
exquisitas, como tiene forzosamente que fastidiar a sus
herederos espirituales de hoy, es que el autor el “Martín Fierro” configuró uno
de los raros ejemplos de esa especie singularísima en la cual se reúnen el
poeta, el escritor, el intelectual y el hombre de acción, el soldado de una
causa y de una conducta.
Hernández armonizó admirablemente en su ser al hombre de pensamiento y de
ideales con el hombre de conducta adecuada y dirigida al logro y defensa de ese
pensamiento y esos ideales. No basta, --y eso lo decimos a propósito de más de
uno de sus contemporáneos— escribir y ceñir la espada para considerarse como
espejo del intelectual militante para quien todo, pluma y espada, toga y fueros
parlamentarios, constituyen múltiples caminos hacia la sola Roma del ideal por
el que se combate.
En Hernández, la acción y la literatura se complementan en una sola cosa, y
así, el autor del “ Martín Fierro ” prefigura admirablemente en nuestra historia
intelectual al escritor social, al artista que sirve con su arte, así que funda
en uno solo los conceptos de utilidad y de belleza. Lo certifican acabadamente
su “Martín Fierro”, poema filosamente social, y la “ Instrucción del
Estanciero”, cuya técnica puede haber sido superada, pero cuyo mensaje y cuyo
espíritu de exaltación y defensa de los argentinos, de los parias, de los
humildes, no ha muerto ni morirá.+
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