Lúcido comentario sobre el ridículo
y dañino ecumenismo vaticano.
La mano
izquierda de Dios
RAFAEL
GAMBRA.
(Publicado en la revista IESUS CHRISTUS, de la Fraternidad Sacerdotal
San Pío X, en el número 77, de septiembre 2001).
Hemos asistido a una larga
campaña electoral y a una interminable sesión de investidura sin u nadie jamás,
ni por desliz, haya mencionado a la
Iglesia, ni a la
Religión, ni al Santo Nombre de Dios. Ni aún en frases convencionales como “si Dios
quiere” o “haga Dios” Ni los de izquierda ni los de centro, ni los separatistas.
(No digamos los de derecha, porque esos
no existen; derecha ya es sólo un
insulto o una mala insinuación. Nadie quiere ser recto, derecho, diestro; todos
se reivindican como zurdos, torcidos, siniestros). Sólo hablan de economía. Al
oírlos, se diría que en la “católica España” no existe ya un átomo de fe ni de
preocupación religiosa.
Lo peor es que ésta aparente
apostasía civil coincide con una situación en la Iglesia en que ésta parece
contentísima con su privatización y marginación pública (La Iglesia libre en el Estado
laico). Más aún: se aplica
apasionadamente a pedir perdón por todo lo que ha hecho ad extra en su pasado (las cruzadas, la Inquisición, el
dogmatismo, la penas canónicas…) y a cambiarlo todo ad intra. La
Iglesia –parece—es ya sólo beneficencia (laica), diálogo
ecumenista y pacifismo.
Si en el orden civil
mundial y nacional están de acuerdo en
prescindir de la Iglesia,
y ella misma se arrepiente de lo que ha sido y de lo que es ¿porqué subsiste la Iglesia? El público, al que
nadie enseña ya a conocer y mar la religión, pierde rápidamente la poca fe que
le quedaba hasta poderse temer que en dos generaciones nadie sepa de que se
trata ni para que sirve. Visto el presente, sería coherente que, al cabo de este
Año Jubilar, se pusiera en los templos el cartel de: “se traspasa por cese de negocio”.
Sólo que, además de la
organización de las Naciones Unidas y de las Conferencias Episcopales, está
Dios y las promesas de Cristo a la
Iglesia que Él mismo
fundó. Ya acaba de dar una muestra del poder de su mano izquierda frente a la
locura impía de los hombres. Parece que en el Sinaí se proyectaba un abrazo
ecuménico de las tres religiones abrahánicas en un sincretismo onusiano y
pacifista. Pero no acudieron ni los judíos, ni los moros, ni los bizantinos.
De aquella magna soledad poco o nada se ha hablado.
Mientras tanto la Iglesia
pervive y resurgirá. Tenemos el mejor Garante.+
Rafael Gambra.
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