viernes, 6 de mayo de 2022

 

Pensamientos del gran escritor argentino, Gustavo Martínez Zubiría, defenestrado, perseguido y silenciado por los enemigos del catolicismo, ¡y por los católicos liberales!, El Régimen no puede convivir con católicos y patriotas de ley.-por las razones que él mismo expone a continuación-; y otras muchas escritas en su obra de escritor genial, descubriendo el hedor de la llaga liberal.

Fueron publicados hace añares, en la revista Estudios de los Padres jesuitas.


HUGO WAST

TRIPTICO


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libertad interior.

La verdadera libertad es la del espíritu, sin la cual toda otra no es más que aparente.

¿De qué nos vale tener libertad exterior, si dentro de nosotros mismos estamos presos, atados por mil inquietudes ambiciones, debilidades, manías?

La libertad exterior de salir, de entrar, de leer, de escribir, de votar, de trabajar o de holgar, son como el velamen de un barco.

Pero, ¿de qué le sirven las velas a un barco, si lo amarran y nadie es capaz de cortar sus amarras, o está encallado en la arena y no puede navegar?

¿Qué me importa que me den la llave de la casa y me dejen salir y volver a cualquier hora, si yo mismo me he atado con una preocupación, un amor, un odio, un miedo?

Mi corazón es como un león de circo. Lo paseo por el mundo entero, más ¿qué le aprovecha, si va siempre en una jaula, que yo mismo le he fabricado: una pasión, un hábito, un resentimiento, un capricho?

Le arrojo su comida través de los barrotes, distraídamente. Y por lo mucho que me aflige su situación, he perdido la costumbre de mirarlo.

Vivo con los ojos puestos en otras cosas, y si alguna vez quiero libertarme de ellas y pensar en mí, me perturban mil fantasías que unas veces nacen dentro y otras vienen de fuera.

Yo, que puedo entrar y salir de mi casa material a toda hora, no puedo penetrar libremente en mi alma, porque he perdido el gusto de reflexionar.

Nos sacrificamos por defender nuestra libertad exterior. Nos enronquecemos gritando ¡viva la libertad!, nos enorgullecemos cuando conquistamos una parcela más.

Y no advertimos que en estas batallas por libertades exteriores marchamos enjaulados, anulando nuestra libertad interior, que es nuestra propia personalidad.

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La memoria y la imaginación.

Un náufrago, perdido en una islita del mar inmenso, no está más aislado del mundo que un hombre sin memoria y sin imaginación.

Las olas de dos océanos infinitos se baten contra la breve roca en que asienta sus pies; el pasado que cruzó, pero que ha olvidado y el porvenir, que no conoce. Sólo percibe el presente, una chispa, que brilla un instante y se hunde luego en la tiniebla de lo que fue y que nunca más será.

La preciosa facultad de la memoria le permite a ese náufrago del tiempo prolongar su horizonte hacia atrás, volviendo a contemplar lo que antes vio; y la no menos rica facultad de la imaginación, extender sus ansias y columbrar lo que no ha existido, pero que puede existir,

Un hombre con memoria e imaginación es rico espiritualmente.

Pero no le envidiemos si esa memoria no le sirve sino para presentarse escenas sombrías que ha vivido, pésimas acciones que ha cometido, males sin cuento que ha soportado, y su imaginación, que se nutre como una planta de los jugos de la memoria, no le presenta cuadros mejores.

Si en cambio su pasado fue bueno, o si rescató con viril arrepentimiento las malas acciones, y soportó con resignación los sufrimientos, su imaginación le ofrecerá un horizonte ilimitado, que él podría llenar de visiones luminosas.


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Lo que disminuye la libertad.

Queremos aumentar nuestra libertad, pero vivimos tratando de aumentar las cosas que la disminuyen.

La gloria, la ciencia, el amor, el poder, la riqueza son bienes que a medida que crecen amenguan nuestra libertad.

Mientras los poseemos en pequeño, somos señores de ellos; cuando creemos poseerlos en grande, se hacen dueños de nosotros y nosotros somos sus esclavos.

Una modesta fama es cosa buena, pero no bien se agranda desmesuradamente el hombre alabado tiene que vivir para cuidarla, temblando que su nombradía empiece a declinar.

Una poca ciencia es cosa buena, pero muchísima ciencia hace ensimismado y distraído al sabio, que sólo existe para ella, absorto y dominado por ella.

Un sentimiento, un afecto, un cariño son bonísima cosa, pero si degeneran en pasión o en frenesí encadenan e inhabilitan para todo lo que no sea entregárseles.

Un poder limitado todavía permite ser libre; pero un poder inmenso pesa como un yugo sobre el poderoso, que ya no dispone ni de un minuto en el día, que tiene que vivir desasosegado y cuidadoso de las acechanzas y hasta de los pensamientos ajenos, que podrían conspirar contra su imperio.

Un poco de dinero hace feliz a un mendigo. Enriquecedlo; llenadlo de oro y la choza en que vive le parecerá estrecha, y desabrido su pan y escaso su tiempo para administrar su fortuna.

Antes era dueño de un puñado de cobres; ahora su fortuna es dueña de él, que tiene que cuidarla, que ni siquiera puede gastarla a su capricho, pues debe conservarla. “La saciedad del rico, dice la Escritura, no lo deja dormir”.

Nuestra libertad está en proporción inversa a los bienes que poseemos.

Muchos bienes poca libertad.

Y sin embargo, nosotros, que nos jactamos de idolatrar la libertad, no renunciamos a ninguna de las cosas que la disminuyen.+


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