miércoles, 4 de noviembre de 2020

 

JUAN MANUEL DE ROSAS MORALIZADOR.

Copio unos párrafos de la Historia Argentina (t. VIII, pg. 384) del gran historiado don Vicente Sierra demostrando la calidad humana y cristiana del gobernante providencial más acompañado de la historia argentina.

Rosas recibió un pueblo desesperanzado e indignado; con justa razón. Y una nación anarquizada y enfrentada, secuela de la nefasta política aplicada por el minúsculo grupo de “lomos negros”, inspirado en el infame masón iluminado B. Rivadavia; y su secretario, el renegado Agüero.

 Rosas empleó con pleno éxito medidas enérgicas, como debían ser si pretendía moralizar la sociedad; imponiendo una disciplina que podría haber molestado; pero todos sabían eran indispensables. Por lo cual, la sociedad apoyó entusiastamente su política justiciera, pues concretaba el anhelo popular, harto de delincuentes impunes.

Los pueblos actúan y viven moralmente de acuerdo a la actividad moral y política de sus gobernantes. Rosas pudo moralizar la sociedad porque ejerció un gobierno moralmente intachable y ejemplarizante, de una honestidad asombrosa, de absoluta dedicación al bien Común, y un patriotismo a prueba de balas. El pueblo, entonces, disciplinado y organizado, lo siguió, comprendiendo que Rosas era un verdadero Caudillo, que exigía dignificando.

La comparación con nuestra época es inmediata. Hoy día las circunstancias son diversas, y la moralidad más degradada aún. Desgraciadamente en lontananza no se divisa la aparición de un Caudillo providencial como don Juan Manuel de Rosas. Argentina está en manos de la misericordia divina. ¡A rezar por la Patria, a punto de perderla!

A continuación  el profesor Sierra:

6. Empeños moralizadores.

Rosas destacó una sensible preocupación para lograr que la comunidad retornara a vivir dentro de las normas morales heredadas, las que se habían desgastado como consecuencia del desorden político y las guerra civiles en que se había vivido. La provincia revelaba un nivel moral bajísimo, una de cuyas manifestaciones eran las quiebras fraudulentas que había pasado a ser un recurso normal para enriquecimientos rápidos. En 135 fue ruidosa la de la casa de negocios de Santiago Lezica, que amenazó con la ruina a centenares de acreedores. Los malos pagadores constituían una enfermedad endémica. La gente se endeudaba sin escrúpulos, y llegado el momento se recurría a juicio de concurso civil, llamados de “quita y esperas”. Por decreto del 19 de marzo, Rosas los suprimió, y reglamentó la forma para que fueran rápidamente resueltos los ya iniciados. Como abundaban quienes, titulándose contadores, obtenían pingües beneficios acomodando los libros comerciales a los fines de obtener suculentas ganancias con quiebras y juicios de “quita y esperas”, reglamentó el ejercicio de esa profesión.

Otro aspecto, y el más grave era el alcanzado por el desarrollo de la delincuencia. En la campaña no había seguridad alguna. Partidas de malhechores asaltaba a diestro y siniestro. El abigeato era una actividad corriente. En la ciudad había que vivir con puertas y ventanas trancadas en defensa de los robos. Rosas dispuso al efecto medidas enérgicas para perseguir a asaltantes y ladrones, y una de ellas fue reservarse las penas a aplicárseles, lo que hizo con rigor, ordenando la de muerte que no se podía redimir ni evitar por ningún medio. Los ejecutados lograron la glorificación de engrosar las  “Tablas de Sangre” con que los adversarios crearon el mito de un Rosas regodeándose con esas ejecuciones, que pasaron a ser estimadas como asesinatos políticos. Pero el resultado de su rigor fue tal que, años más tarde, un viajero norteamericano podría decir que Buenos Aires era la ciudad más segura del mundo, al punto que si se perdía la cartera en la calle era cuestión de esperar que la policía la devolviera, porque nadie se atrevía a tocarla, lo que hacía la policía para devolverla a su dueño.

Sus propósitos moralizadores se extendieron a establecer la censura teatral, asi como a reglamentar las fiestas de Carnaval, a fin de suprimir las salvajadas que habían llegado a caracterizarlas. Dispuso medidas especiales para los menores que pronunciaran palabras obscenas y fueran encontrados “mal entretenidos” en la calle.  Consecuencia lógica de estos hechos fueron la reorganización de la policía y la reglamentación que extendió militarizando al cuerpo de Serenos que puso a las órdenes inmediatas del sargento mayor Nicolás Mariño, personaje pintado como un gaucho bruto y atrabiliario, a pesar de que era vicepresidente de la omisión de vecinos que había creado y sostenido dicho cuerpo y, además, era redactor de “La Gaceta Mercantil”. También fue militarizada la Policía, refundiendo la Guardia del Departamento y las Partidas Celadoras en un solo cuerpo que tituló “Escuadrón de vigilantes a caballo”, y puso al mando de Ciriaco Cuitiño. Este cuerpo se dividió en dos compañías, una al mando de José Vicente Parra, y la otra a la del vigilante 1º Leandro Alem, padre del que fuera más tarde el gran caudillo de las masas suburbanas porteñas, y quien, con personalidades como la de Bernardo de Irigoyen, secretario en los últimos años del gobierno de Rosas, fundaron el movimiento político que en nuestros días se conoce como radicalismo.+

Vicente Sierra

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