viernes, 22 de mayo de 2020


¡¡¡ ABSOLUTAMENTE ACTUAL ¡!!
Cristo Rey
ESTA PASTORAL COLECTIVA DEL EPISCOPADO ARGENTINO, QUE OFREZCO A CONTINUACIÓN, (QUE PARECE ESCRITA SIGLOS ATRÁS), ES LA DOCTRINA INVARIABLE DE LA IGLESIA DE JESÚS, UNA, SANTA, CATÓLICA, APOSTÓLICA Y ROMANA.  NEGADA POR LOS JERARCAS MODERNISTA QUE SE SENTARON EN LA CÁTEDRA DE PEDRO DESDE EL ÚLTIMO CONCILIO, IDENTIFICADOS CON LA  IDEOLOGÍA MASÓNICA DE LAS NACIONES UNIDAS.

NOTEMOS QUE YA EN ESE ENTONCES LOS OBISPOS DENUNCIAN LA CORRUPCIÓN MORAL DE LOS INDIVIDUOS Y DEL ESTADO LAICO, Y SE ENSEÑAN QUE LA ÚNICA SOLUCIÓN ES 
RELIGIOSA :  EL REINADO DE CRISTO SOBRE NUESTRA PATRIA. PARA QUE SU JUSTICIA Y   CARIDAD IMPREGNEN LA MORAL INDIVIDUAL, SOCIAL y   POLÍTICA. 

SOLUCIÓN QUE NINGÚN INTEGRANTE DEL RÉGIMEN MENCIONA:  NI  POLÍTICOS, NI PERIODISTAS, Y MENOS AUN LOS OBISPOS,  TODOS PREOCUPADOS POR LA SUBA DEL DÓLAR.

Conmemorando los 25 años del Congreso Eucarístico Nacional presidido por el inolvidable
Cardenal Eugenio Pacelli.

Copiada del diario “El Pueblo”, de Buenos Aires, 1º de marzo de 1959.
CONFESIÓN PÚBLICA DE CRISTO Y SU DERECHO A INFORMAR NUESTRA VIDA SOCIAL

C
uando el ángel del Señor se apareció a los pastores acampados en los alrededores de Belén para participarles el nacimiento del Salvador, les dijo estas memorables palabras: “Os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo” (Luc. II, 10). Hoy los Obispos de la República Argentina, nos dirigimos a todos vosotros, amados sacerdotes y fieles, para comunicarnos una nueva, que será motivo de gran gozo y fervoroso entusiasmo: la celebración del VI Congreso Eucarístico Nacional en la ciudad de Córdoba, del 7 al 11 de octubre del presente año.
     
Hemos elegido esta fecha, porque precisamente en octubre de 1959 se cumplirán cinco lustros de la realización del inolvidable Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires presidido por el entonces Emmo. Cardenal Eugenio Pacelli, que fuera luego S.S. Pío XII. Quienes tuvimos la dicha inmensa de presenciar aquellas jornadas de gracia y de gloria, no podremos olvidar jamás lo que nuestros ojos vieron y lo que nuestros corazones sintieron en aquella oportunidad. “Este Congreso, dijo el Cardenal Legado, señalará ciertamente una nueva época en la historia religiosa del continente iberoamericano”. Y a fe que no se equivocó, porque los frutos religiosos y morales de aquella magna asamblea son incalculables, sobre todo en nuestro amado país.
    
Nada más justo, entonces, que conmemorar su 25º aniversario con un Congreso Eucarístico Nacional, preparado con dedicación y esmero, y celebrado con piadosa unción, para renovar y acrecentar en nuestro pueblo la fe eucarística, encender en las almas la caridad y la verdadera fraternidad y ofrecer a la Majestad Divina una solemne reparación por los ultrajes y ofensas públicos y privados.
     
Y así como los pastores de Belén, después de escuchar el anuncio del ángel dejaron sus rebaños y fueron de prisa para contemplar y adorar al recién Nacido, Verbo de Dios humanado, acostado  en el humilde pesebre,  así vosotros, desde ahora debéis prepararon con fervorosas plegarias, privadas y públicas, y disponer vuestras almas para rendir el homenaje nacional y extraordinario  de adoración a Cristo, escondido en las especies del pan y del vino.
     
Homenaje nacional, decimos, porque el catolicismo de toda la nación se pondrá de pié y se movilizará, sin distingo de clase o de posición social y sin exceptuar las regiones más apartadas. Ni las más humildes barriadas, para suscitar y encauzar una corriente desbordante de fe, de amor y de reparación hacia el adorable Sacramento del nuestros altares.
    
 Una vez más veremos repetirse, con la ayuda de Dios, el espectáculo reconfortante y conmovedor de multitudes de hombres, mujeres y niños, atraídos por la fuerza y la suavidad de la gracia, a la adoración rendida y a la comunión fervorosa del adorable Sacramento.

AFIRMACIÓN COLECTIVA DE FE.

T
odo el Congreso Eucarístico es expresión  colectiva de fe y de adoración a Cristo, Rey y Señor  de los individuos y familias como de las naciones, en virtud de su naturaleza divina y por derecho de conquista. En efecto, Cristo es el Hijo de Dios humanado, igual al Padre por la divinidad, “aequalis Patri secundum divinitatem”, y por lo tanto tiene una soberanía absoluta y universal sobre toda creatura, no pudiendo existir ni concebirse cosa alguna fuera de su imperio. Es también Rey por derecho de conquista, al haber ofrecido desde el instante de su encarnación, el sacrificio de su vida, que lo consumó en la cruz, para rescatar al género humano de la esclavitud, del pecado y del demonio. “Fuisteis redimido, no con cosas corruptibles, plata u oro, sino con la preciosa sangre de Cristo” nos advierte San Pedro (1 C. 1, 18/19). A Cristo verdadera y realmente presente en la Eucaristía, Rey y Señor, que domina a las naciones, venid, adorémosle, “venite adoremus”, canta alborozada la Iglesia en la liturgia del Corpus.
     
Esta adoración debe ser social y nacional, porque igualmente lo es su naturaleza soberana, o basta el homenaje de una ciudad o de una diócesis: la Nación entera está llamada a reconocer los derechos indescriptibles de Cristo a reinar con su ley de justicia y de caridad tanto en el orden social y en la legislación nacional, como en la conducta privada de las individuos y de las familias.

    
 Una filosofía engreída y materialista pretende construir la sociedad a espaldas a Cristo, relegando a la categoría de mitos las enseñanzas de la revelación; una política miope y sin horizontes se aferra a estructuras, leyes e instituciones, con prescindencia de los valores eternos, y una economía sin alma persigue un ordenamiento utópico, negando los derechos de la persona humana y sentando las bases para la destrucción de las más caras libertades humanas.
     
Se repite hoy la triste historia del pretorio de Pilato y la algarabía insensata de los siervos de la parábola, que se rebelaron contra su Señor: “No queremos que él reine sobre nosotros” (Luc. XIX, 14). Esta es la actitud de la  política y economía sin Dios, al pedir la supresión de Cristo  en el  Parlamento, en la escuela, en la familia, en las cuestiones laborales, en los tratados internacionales.
     
En esta negación blasfema, nos asiste el deber de levantar  nuestra voz como nación católica para reafirmar los derechos  soberanos de Cristo sobre la vida social de los pueblos. Con convicción serena, pero firme, hemos de responder al laicismo con la disposición triunfal de San Pablo: “Oportet Christum regnare” (1 Cor, XV, 25). Es necesario que Él reine sobre la Argentina, impregnando con su ley de justicia y  amor todas las estructuras  sociales de la Patria e inspirando la acción de los gobernantes  en las verdaderas necesidades del bien común.
     
El Congreso Eucarístico que vamos a celebrar importa, pues, en primer término una confesión solemne y pública de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y también su derecho a informar la vida social de los pueblos.

EXHORTACIÓN A LA CARIDAD.

S
i todo cuanto existe en el mundo de la naturaleza y de la gracia lleva el sello de la bondad y del amor divino, sin los cuales no es posible el ser ni el subsistir de creatura alguna, la Eucaristía es por antonomasia la obra y el milagro de la caridad omnipotente.
     
El misterio eucarístico se realiza por la renovación del Sacrificio del Calvario. Entre la Cruz y el Altar, entre la muerte dolorosísima de Cristo  y la Misa, no media otra diferencia que la forma de ofrecer uno y otro sacrificio; allí con dolor, derramamiento de sangre y muerte física; aquí sin dolor y con muerte mística.
     
Ahora bien, el Sacrificio de Cristo, sea el de la Cruz o sea en el altar no reconoce otro móvil que el amor. Por amor sacrifica su vida, por amor al Padre y por amor al hombre; la muerte de Cristo en el Calvario y su renovación mística en el altar es prueba de un amor sin igual, según aquellas palabras del mismo Señor en el Evangelio: “Nadie puede tener amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Juan XV, 13).     
     
Y Cristo, no contento con renovar en el altar el único y verdadero sacrificio redentor, se nos entrega como pan de vida en la mesa de la comunión, para que nosotros sepamos darnos a Dios y al prójimo, por el ejercicio de la caridad, que es el vínculo y el ápice de la perfección. En otros términos, la Eucaristía, que procede del amor, se encamina a encender y fomentar en el hombre la caridad para con Dios y la verdadera fraternidad para con los semejantes.             
     
El Congreso Eucarístico nos obliga a pensar en las exigencias ineludibles de la caridad ¡Cuán necesario es meditar en esta hora, dominada por crueles egoísmos, la obligación sagrada de amarnos fraternalmente! ¡Cómo hemos olvidado y despedazado el precepto fundamental de Cristo ¡Qué de luchas, de odios y de ruinas por no saber comprendernos y estimarnos como hijos de un mismo Padre y miembros de un mismo Cuerpo! Si supiéramos amarnos cambiaría completamente la fisonomía social del mundo y volvería a reinar la unión, la concordia y la paz.
     
Para entender y practicar ala caridad necesitamos de la luz y la fuerza de Cristo, que se nos comunica y entrega en el pan de vida. “El que come mi carne y bebe mi sangre, en Mí permanece y Yo en él” /Juan VI, 56).  “Así quien me come a Mí, también él vivirá de Mí” (Juan VI, 57). La permanencia y la vida de Cristo en nosotros hacen que nos revistamos de su gracia y de sus sentimientos para vencer el egoísmo y vivir la caridad.
     
El Congreso Eucarístico nos llama al altar, nos invita a la Sagrada Mesa para realizar esa unión de  voluntades y corazones, esa comunión de almas , tan ardientemente deseada por Cristo en su oración sacerdotal: “Ruego… a fin de que todos sean una misma cosa”, “a fin de que sean perfectamente uno” (Juan XVII, 21,13). Porque todo Congreso Eucarístico, anota S.S. Pío XII, es también una exaltación de la caridad, de aquel mismo amor que es capaz de unir ante la Custodia santa a los corazones de todos, amasándolos y fundiéndolos como  trozos de cera por los rayos del sol. ¡Bendita unión y bendita fusión, base indispensable de toda felicidad”!  (Mensaje Congreso Eucarístico Ecuador 1949). 
    
 Quiera Dios que el próximo Congreso Eucarístico produzca copiosos frutos de concordia y de paz en nuestra querida tierra argentina. La crisis que nos agobia, más que económica y política, es una profunda crisis moral, que no se solucionará sino con una efusión abundante  y generosa de caridad cristiana que acorte distancias y acerque  las almas en un espíritu amplio de comprensión, de fraternidad y de mutua ayuda.

REPARACIÓN NECESARIA.

El Congreso Eucarístico al rendir público homenaje de adoración y amor a la Hostia Santa, intenta ofrecer al mismo tiempo  un acto de expiación y reparación a la Majestad Divina, ultrajada por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias, tanto individuales como sociales.  Y de una manera especial corresponde la reparación  por la gran indiferencia y frialdad de los cristianos frente a la Eucaristía y por tantos sacrilegios y profanaciones de que es víctima el adorable Sacramento del altar.
    
 “Cuanta sea, especialmente en nuestros tiempos, la necesidad de expiación y reparación no se le ocultará a nadie que haya visto que este mundo está puesto en la maldad”, escribía S.S. Pío XI en la Encíclica “Miserantissimus Redemptor”. Hoy, treinta años después vemos con dolor y lágrimas cómo ha aumentado la iniquidad más desvergonzada, la cual está adquiriendo carta de ciudadanía  merced a la complicidad y hasta aprobación a veces, de quienes deberían velar por el bien común de los pueblos. La escuela sin Dios, la familia profanada y disociada, la delincuencia juvenil, los odios y las venganzas, nos señalan con claridad meridiana el saldo elevadísimo  de injusticia y de pecado, que gravita sobre nuestra conciencia de cristianos y de argentinos.
     
“Estamos obligados a reparar tantos crímenes por una razón de justicia y de amor”, escribía Pío XI; “de justicia, para expiar la ofensa hecha a Dios con nuestras maldades y para restaurar con la penitencia el orden violado; de amor, para compadecer con Cristo paciente y saturado de oprobios y para ofrecerle algún alivio según nuestra pequeñez” (M.R.). Y este deber incumbe a todo el género humano, porque todos somos pecadores, “hijos de la ira” y todos somos responsables en alguna medida del desorden moral que aqueja al mundo de hoy. Todos tenemos nuestra porción de culpa en los escándalos públicos, y ninguno podría arrojar la primera piedra de condenación, sin antes reconocer humildemente las propias fallas ante Dios y ante los hombres.
     
Toda nuestra posibilidad de reparación y expiación dimana exclusivamente de la Persona del Verbo hecho Carne para restaurar la justicia y salvar al mundo. Nuestros homenajes, ofrendas y penitencias carecen de valor si no van unidas con Cristo y por Cristo al grande y único Sacrificio, el de la cruz, renovado continuamente en el altar bajo las especies de pan y  vino.
    
Debemos, por tanto, asociarnos a Cristo en la Santa Misa con espíritu de expiación aportando al altar nuestros dolores y penitencias para que reciban de Cristo valor y eficacia. Y si es tan perentorio este deber que San Cipriano no duda en afirmar que el sacrificio del Señor no se celebra en forma acabada y legítima, si no responde a su pasión el sacrificio y oblación de nosotros mismos.
     
Si la justicia y la caridad reclaman del hombre   la expiación de sus pecados, y si la Santa Misa es el gran medio para volver valedera y fructuosa la expiación, síguese lógicamente que un Congreso Eucarístico no puede permanecer extraño al deber de reparar individual y socialmente las ofensas inferidas a Cristo, en particular aquellas cometidas contra el Sacramento del altar.
     
Confiamos, pues, que el próximo Congreso Eucarístico será un gran acto de expiación colectiva y nacional. Todo el pueblo argentino se congregará junto a la Hostia Santa para ofrecer con Cristo al Padre el homenaje de desagravio  que alejará de nuestra Patria los merecidos castigos, y atraerá sobre ella copiosas gracias y dones divinos.

RENOVACIÓN POR LA EUCARISTÍA.

E
l Congreso Eucarístico, además, producirá una verdadera renovación espiritual y social en nuestra Nación, por el acercamiento de las almas a Cristo, fuente de verdad y de vida para la humanidad. El Congreso no será solamente simplemente el término grandioso de un movimiento de fe y de amor, sino el principio de un catolicismo más conciente , más integral y apostólico.
     
“Hoy más que nunca, dice S.S. Pío XII, lo mismo que en los primeros tiempos de su existencia, la Iglesia tiene necesidad sobre todo de testigos, que con su vida hagan resplandecer el verdadero rostro de Jesucristo y de la Iglesia, ante los ojos del mundo paganizado que los rodea”. (Mensaje Eucarístico Nantes, 1947). Y esto se logrará, no lo dudemos por la Eucaristía, según aquellas palabras de Cristo: “El que come, vivirá también por Mí”. (Juan VI, 57).
     
Buscan los políticos y estadistas solución a los múltiples problemas […] que angustian al  hombre   en la hora actual […y emplean] sistemas y técnicas que parecen ignorar la trascendencia del hombre  y no alcanzan, por lo tanto, al fondo de la cuestión. Porque en todo problema económico, político o social, existe un problema humano, moral y espiritual, cuya solución integral en vano se intentará lograr lejos de Cristo Redentor y Dignificador del hombre.
     
Tengamos seguridad, entonces, que el acercamiento sincero y humilde de nuestro pueblo  a la fuente viva de todas las gracias, que es la Divina Eucaristía, nos dará la fuerza y el vigor necesarios para sanear las costumbres  privadas y públicas y para restaurar  los valores espirituales y sobrenaturales, ahogados por el sensualismo y el materialismo de la vida.

PREPAREMOS EL CONGRESO.

E
l éxito y los frutos  que esperamos y deseamos  del Congreso Eucarístico dependerán de nuestra colaboración, de la colaboración de todos los católicos  del país, sin distinción de edad, sexo o condición social.  No se trata simplemente de lograr manifestaciones brillantes, el de congregar multitudes innumerables, ni de presentar actos  impresionantes de piedad  y de culto; lo principal, lo fundamental es la renovación interior de vuestras almas por el contacto con Cristo en la Sagrada Eucaristía, y esa renovación ha de alcanzar a todo nuestro pueblo.

[luego de recomendar la oración, continúa]… Y a la oración unamos el sacrificio y la penitencia, recordando que con el Congreso Eucarístico intentamos obtener una positiva transformación  individual y social, una verdadera conversión a Cristo, al Pastor y Obispo de nuestras almas. Ello demanda sacrificio, porque sin derramamiento de sangre no es posible redención alguna, y hay “cierta clase de demonios que no se puede expulsar sino  con la oración y el ayuno” (Mt. IX,29). […].
     
[Luego de invocar la ayuda de María Santísima del Rosario del Milagro, Patrona de la Arquidiócesis de Córdoba, firman todos los Obispos de la Nación… la mayoría de los cuales cambiaron fundamentalmente de opinión, dos o tres años después, durante el Concilio, renegando de la firma de la Pastoral; ¡ para hacer ‘carrera’!.+

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